“Tenemos una sorpresa para usted, alguien que quiere saludarlo...”. La entrevista con Alberto Fernández alcanzaba su cierre cuando Luisa Delfino buscó anunciar que Héctor Larrea, “una voz decana de la radio”, saldría al aire para sumarse a la charla, en Nacional AM 870. Pero de movida, no todo sucedió según lo deseado: los problemas de comunicación –con el Presidente desde la Quinta de Olivos y el locutor desde su casa– plagaron de malentendidos el esperado encuentro, sin que uno pudiera escuchar al otro.
Larrea: —Buen día, señor Presidente, ¿cómo le va?
Fernández: —...
Delfino: —¿Héctor?
Larrea: —Sí. Buen día, señor Presidente, ¿cómo está usted?
Fernández: —...
Delfino: —Bueno, parece que tenemos, sobre la parte final, algún...
Larrea: —Buen día, señor Presidente, ¿cómo está usted?
Delfino: —...con Héctor que estuvo siguiendo toda toda esta charla.
Larrea: —Y ahora estoy tratando de saludar al señor Presidente de la Nación.
Delfino: —¿Estás, Héctor?
Larrea: —¡Estoy acá, tratando de saludar al señor Presidente de la Nación!
Fernández: —...
Larrea: —¿Cómo le va, señor Presidente? Es un gusto saludarlo.
Fernández: —...
Deflino: —¿Lo escucha, Presidente?
Fernández: —Yo la escucho a Luisa, y estoy ansioso de escucharlo a él.
Larrea: —¡Ja ja ja! Señor Presidente, ¿cómo le va? ¡Soy Héctor Larrea, señor Presidente!
Fernández: —¡Ya está! Ahí apareció Héctor.
El inconveniente inicial –a todas luces posible, y hasta habitual en el éter– quedó superado. Lo que siguió entonces, una vez que el diálogo se ordenó, fue el descubrimiento de una faceta desconocida del mandatario.
Larrea: —Soy un colado, Presidente. Yo no soy periodista y usted lo sabe. Pero recordaba (que) la última vez que conversamos fue hace 16 años, por este medio.
Fernández: —Sí, es muy posible.
Larrea: —Y usted tenía la misma voz y la misma energía. ¡Que Dios le conserve esa energía, señor Presidente!
Fernández: —Bueno, usted también, eh. ¡Usted también! Tiene la misma voz y la misma energía.
Larrea: —Me la rebusco.
Fernández: —Pero le quiero contar algo, Héctor. Los presidentes, entre otras cosas, somos seres humanos. Y como somos seres humanos, tenemos una parte nuestra cholula, inevitable. Yo quiero recordarle que era adolescente y todas las mañanas escuchaba Rapidísimo. Y me divertía mucho con los diálogos entre Mario Sánchez y Héctor Larrea. Héctor Larrea para mí es la voz de la radio. Cuando yo pienso en la radio, la voz que me viene es la de Héctor Larrea. Con lo cual, usted no tiene una idea la alegría que tengo en este momento. Estoy hablando con la voz de mi adolescencia. Así que Héctor, gracias. Definitivamente, gracias. Me está haciendo vivir un momento único.
Larrea: —Amigo, ¿cuándo se relaja?
Fernández: —(Risas) Este es un momento de relax. Esta charla con usted, Héctor, es un momento de relax. Es muy lindo escucharlo. Créame que de verdad lo respeto y lo valoro tanto... En la vida de un ciudadano común, yo lo soy, hay personajes que son como modelos de la vida. Yo no conozco mucho de su vida personal, pero conozco de su trayectoria profesional, y siempre transmitiendo alegría, y siempre su corrección. Son modelos. Y cuando uno habla con esos modelos uno se siente muy chiquito. Para mí es una enorme alegría escucharlo, de verdad se lo digo.
‘¡Jefe, no lo entretengo más!‘, se despidió Larrea. ‘¡No! ¡Entreténgame! –rogó Fernández–. Sigamos hablando de música, que es mucho más lindo que todo lo que me proponen hablar sus colegas’
Bastó que el locutor le preguntara si usaba la guitarra como herramienta de relajación para que el Presidente se entusiasmara aún más con la conversación. Y apenas mediando alguna pregunta, fue enarbolando casi un monólogo sobre su pasión por la música, que atravesó su vida entera. Así fue como recordó un hecho repetido en su juventud.
“Todos los adolescentes discutimos con nuestros padres, ¿no?, y yo también discutía con el mío –reconoció–. Y cuando terminaba de discutir con mi viejo, iba a mi cuarto, me encerraba y me ponía a tocar la guitarra. Y mi viejo enloquecía porque decía: ‘Este tipo, ¡encima que discute va y toca la guitarra!‘. Y él interpretaba que yo me ponía a tocar la guitarra como una falta de respeto hacia él. En verdad, lo único que hacía era desahogarme. La guitarra es una gran compañera”.
Contó también que le regalaron una bandeja para escuchar vinilos. “Con lo cual, estoy recuperando todos mis discos viejos. Y estoy disfrutando una enormidad. Y mientras trabajo, están sonando Bob Dylan, los Beatles, Lito (Nebbia). El otro día Pedro Aznar me regaló La grasa de las capitales, de Serú Girán, en vinilo. Estoy disfrutando tanto”.
Según Fernández, “la vida finalmente es como una película”, y de ese modo pueden asociarse “distintas escenas” de lo vivido con canciones. “Muchas veces recuerdo escenas de mi vida musicalizadas por lo que en ese momento estaba escuchando –explicó–. Me pasa eso. Por ejemplo, si ustedes me preguntan de cuando tenía 12 años, esa época la siento musicalizada por un tema de Lito Nebbia, ‘Sueña y corre', que era de Los Gatos”.
Un año después comenzó a tocar la guitarra, y al poco tiempo ya no se perdía ningún recital del Flaco Spinetta, entre muchos otros. Pero claro, los años pasaron. “Y a medida que uno va creciendo, va captando y entendiendo otras músicas que de joven no advertía”. Así fue como descubrió el tango, por caso. Para Fernández, Enrique Santos Discépolo “fue el primer cantor de protesta que tuvo la Argentina”.
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Además, fue acercándose a la zamba. “Había un amigo de mi padre –le contó a Larrea– que venía a mi casa y me impresionaba mucho porque era un hombre muy grandote, de mandíbulas salientes y no muy simpático en su trato. ¿Sabe quién era? El Cuchi Leguizamón. Lo veía y medio que me asustaba porque era grandote y medio hosco. Cuando crecí y escuché ‘La Pomeña', dije: ‘Este era amigo de mi viejo, yo no lo puedo creer lo que hacía este tipo'”.
Las anécdotas y las recomendaciones sobre músicos se iban sucediendo cuando Larrea quiso despedirse: “¡Jefe, no lo entretengo más!”. “¡No! ¡Pero entreténgame! Sigamos hablando de música que es mucho más lindo que todo lo que me proponen hablar sus colegas”, le rogó el Presidente, entre risas. En la noche del miércoles, en una entrevista que concedió desde la Quinta de Olivos para Telefe Noticias, Fernández mantuvo un cruce con Cristina Pérez cuya tensión derivó en una polémica que continúa hasta estas horas.
El pedido de tregua del mandatario dio sus frutos, y su conversación –a esa altura de amigos– con Larrea continuó por un par de minutos más. Y entonces sí, con la intervención de Luisa Delfino, culminó.
Larrea: —Maestro, espero que no pasen 16 años para que hablemos de nuevo.
Fernández: —La próxima invíteme a escuchar a Gardel, y comentamos juntos sus temas.
Larrea: —(Risas) No lo molesto más.
Fernández: —No molesta. Fue un recreo maravilloso para mí.
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