Por estos días de entrevistas virtuales la frase “valorar las pequeñas cosas de la vida” se ha convertido casi en un slogan de la cuarentena. Este caso no es la excepción, se trata de una frase que se repite más de una vez en este encuentro a la distancia. Pero tiene una particularidad: es una aprendizaje que la protagonista adquirió mucho antes de la pandemia por el coronavirus.
Producto de cierta imposición social y el miedo al qué dirán, a Marysol Hernández siempre le costó “hacerse cargo”, por decirlo de alguna manera, de su pasión por la actuación, a pesar de que desde muy chica su sueño era subirse a un escenario o entrar a un set de filmación. Todo cambió cuando un virus intrahospitalario la dejó en coma. El amor por su hijo, asegura, le permitió “volver a vivir” y abrir dos caminos paralelos: el del arte y el de la espiritualidad.
Antes
La actriz de 34 años, oriunda de Saavedra, se formó en el Espacio Artístico de La Sodería, en el Estudio de Teatro de Lito Cruz y del Teatro Gargantúa, y se perfeccionó con Gonzalo Rodolico, referente de la improvisación y el clown. Al mismo tiempo daba sus primeros pasos en el teatro under, pero como la plata no alcanzaba se dedicaba a vender asientos de colectivos. “Iba de fletera con una Fiorino y repartía en las terminales de los colectivos los asientos que fabricaba la empresa de mi papá. Hice eso durante siete años... El actor hasta que no la pega siempre es pobre. Es remarla y remarla. Por eso siempre fue como un hobby”, cuenta Marysol a Teleshow desde su casa, donde cumple la cuarentena junto a su hijo de ocho años.
Se recibió de diseñadora de indumentaria y siguió trabajando con su padre. Mientras tanto, las actuaciones en pequeños teatros, a la gorra, tenía el mismo encanto que en sus primeros años. La era de las redes sociales va de la mano con el humor y la improvisación, pero sus temores siempre eran más grandes; no tenía la fuerza necesaria para mostrarle al público lo que sabía hacer. “No me animaba a que muchas personas pudieran disfrutar de mi arte”, confiesa.
En ese momento no lo sabía, pero en octubre de 2018 una operación por cálculos renales cambiaría sus planes por completo. La cirugía fue simple, sin mayores complicaciones. Pero la misma noche en la que regresó a su casa empezó a sentir fuertes dolores corporales, que derivaron en una nueva internación: “Me había agarrado un virus intrahospitalario cuando me operaron por cálculos renales. Lo que pasó es que mi cuerpo generó un líquido en defensa del virus y no lo pudieron detectar rápido, entonces me obstruyó el corazón”.
Fueron 15 días en terapia intensiva, estuvo en coma y su frecuencia cardíaca llegó a ser de 34 pulsaciones por minuto (lo normal para adultos mayores es entre 60 y 100): “Cada latido era como si me dieran una patada en el pecho porque el corazón quería bombear, entonces hacía mucha fuerza. Sentí que me moría… Entré un estado de paz, tranquilidad y felicidad absoluta. No quería abrir los ojos, no podía abrirlos aunque los médicos y mi mamá trataban de que los abriera. Yo estaba toda conectada, enchufaba y ellos me zamarreaban. Pero yo estaba en otro lugar”.
“Escuché a mi mamá gritar ‘volvé por tu hijo, volvé por Fran’, como si fuese una película, y creo que eso fue lo que me dio fuerzas para quedarme. Esa fue la clave: volví por mi hijo. Ese día volví a nacer, y por eso ahora digo que cumplo años dos veces al año”, recuerda, aún emocionada.
Después
—¿Cómo cambió tu vida después de lo que te pasó?
—Desde antes yo ya escuchaba los pensamientos de las personas, veía el aura, era muy fuerte. Y después de lo que me pasó estuve dos días sin abrir los ojos, no podía. No podía porque cada vez que los abría veía unos colores que eran muy fuertes. Y ahora, que estudio Constelaciones Familiares, sé que cuando uno decide reencarnar en la misma vida es muy fuerte. Hay que creer o no en la reencarnación. Yo decidí volver a la vida, tomar conciencia de una manera diferente sobre cómo quería hacer las cosas y qué cosas disfrutar.
—¿Se podría decir que estar al borde de la muerte permitió que te dieras cuenta de que había un camino espiritual que de cierta manera ya tenías “activado”?
—Lo que hizo fue activar mi tercer ojo. A mí me daba mucho miedo, cuando uno lo bloquea también es probable que te pasen estas cosas. Yo estudiaba masajes californianos (una forma de trabajo corporal basado en los principios de la Psicología Gestáltica que trabaja con las energías del paciente y el terapeuta), y creía que lo que me pasaba en las manos y la información que me “bajaba” era una casualidad. Hasta que me pasó lo que me pasó y fue como “OK, no es una casualidad, acá hay algo”. Fue como hacerme cargo y responsable de lo que me estaba pasando.
—¿Y en cuanto a tu relación con el arte cómo te modificó?
—El humor y los videos que hago desde la vivencia, la creatividad y la improvisación me ayudaron a salir adelante. Fue un antes y un después, volví a nacer y me replanteé muchas cosas: ¿qué estoy haciendo de mi vida? ¿estoy haciendo lo que me gusta? ¿lo estoy disfrutando? ¿cuáles son mis prejuicios frente a la gente? Ahí fue que me abrí mi cuenta en Instagram. Se llama Maru Botona: lo elegí porque mis amigas me llaman Maru Botana, porque cocino bien, y pensé en usar un nombre que llamara la atención y que la gente lo recuerde fácil.
Si la vida “por todo lo malo algo bueno te da”, como reza una famosa canción de Diego Torres, este es el ejemplo que se ajusta a la perfección. Su cuenta en Instagram no solo le permitió mostrarle al mundo su amor por la actuación sino que también le dio trabajo y hasta le dio la posibilidad de compartir proyectos con humoristas que admiraba como Fredy Villarreal, Pedro Alfonso y Connie Ballarini. También participó en el programa de televisión Todo puede pasar, junto a Graciela Alfano y Noelia Marzol. Tuvo la oportunidad de mostrarle -y hacer reír a carcajadas- a Flor Peña un video suyo interpretando a Moni Argento en el subte. Sin pasar la gorra, solo por amor al arte.
Y a pesar de la cuarentena sigue trabajando: formó parte de Call sex, el primero de una serie de videos virales guionado y dirigido por Amida Quintana, en el que participa junto al actor catalán Christian Márquez, desde España. Se trata de una pareja joven que intenta tener relaciones sexuales a distancia a través de una videollamada, pero las cosas no salen como esperaban y la situación se vuelve algo extraña.
“Noto que crecí un montón y trabajé con personas que eran inalcanzables. Con Fredy hicimos unos cortos que se llaman La Casa Sin Papel. Nuestro contacto se dio de una manera muy particular: su hija me seguía en Instagram y le decía “papá, por favor hablale a esta chica que me hace reír mucho”. Así que él me lo contó y me dijo “si te copás algún día podemos hacer algo juntos”, y yo le respondí “obvio, ¿me estás cargando?" Justo yo tenía ese proyecto con una productora, al que también se sumó Pedro Alfonso. Re buena onda todos, terminó saliendo algo re lindo”, asegura.
Humor y energías
—¿Cuál es tu sueño como actriz?
—Me encantaría trabajar en una novela o hacer humor en una comedia. Hay sueños y hay realidades… Te voy a ser sincera: no me preguntes cómo o por qué, pero es increíble que en muy poco tiempo podés crecer mucho en las redes sociales. Miro el tiempo atrás y digo “wow, en un año y meses estuve en la televisión, grabé con personas re conocidas, tengo videos con un montón de reproducciones…” Supongo que será la dedicación, las ganas que le pongo y la energía. Si contagio con mi energía aunque sea a una sola persona ya tengo hecho el día.
—Y así como seguís trabajando como actriz, ¿también seguís en el camino espiritual que abriste después de la internación?
—Sí, soy maestra de Reiki y estoy haciendo Registros Akáshicos. La cuarentena me encontró en un momento en el que sigo sanando y ayudando a otras personas. Y eso no tiene precio. Si todo esto hubiese pasado en otro momento de mi vida estaría agarrada de las paredes.
—Más allá de tu trabajo, ¿qué aprendiste en este último tiempo?
—Que podemos tener momentos tristes o difíciles, momentos de mucha lucha, pero si sos feliz vas a entender que nadie tiene garantizada la vida. Nunca. Yo tuve que vivir en carne propia esto de decir “hoy estamos, mañana no”. Son los verdaderos golpes de la vida los que no te olvidás. Hay personas que vuelven a cometer los mismos errores, por eso hay que ver la luz, valorar y agradecer todo lo que nos pasa. Hasta lo más básico.
Agradecimientos: Martín Wilde de @cautelaproductora y @amidaquintana
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