“Esta pandemia desmanteló la idea de que esto puede funcionar: lo que uno ve es que cada vez hay más inequidad”, reflexiona Juan Minujín, que confiesa que adaptó su living para hablar con Teleshow. “Puse todos los veladores que encontré y la computadora arriba de libros”, dice, a través de una ventana virtual.
El actor comparte la cuarentena con su mujer, Laura, y sus dos hijas, Amanda y Carmela, y aprovecha el aislamiento como un nuevo renacer de Atlantis, su proyecto de mapas gigantes para colorear, ilustrados por Josefina Jolly, que en este contexto son una excelente actividad para realizar en familia. “Son muy lúdicos, didácticos y, sobre todo, una opción para cortar un poco con la pantalla”, destaca el talentoso artista, que le puso voz a Siete mundos, un planeta, la serie documental internacional que produjo y estrenó Discovery, que trata sobre la responsabilidad de la humanidad ante el mundo.
—¿Cómo fue ser parte de este proyecto?
—Es algo muy soñado poder participar en un documental de esta envergadura. Una megaproducción de la BBC con tecnología, drones súper silenciosos para no perturbar la vida silvestre y natural, y poder registrarla. Son siete capítulos, cada uno es un continente, con la Antártida y el Ártico. Arranca cuando todo era Pangea, el supercontinente, y se empieza a dividir. Narra cómo se adaptan el universo animal, la fauna, la flora. Además de la realización, es interesante por dónde va: poder tomar un poco de conciencia de cuál es el paso de la humanidad en la Tierra. Es un privilegio total.
—En este momento tan particular, vemos la reacción de la naturaleza ante la ausencia del hombre: los animales avanzan en lugares de los que se habían corrido.
—El progreso, entre comillas, fue yendo hacia una cosa de mucha depredación de todo: de los animales y de los espacios de la naturaleza. Es una carrera que nunca acaba porque cada vez hay más desequilibrios en el propio sistema. Cada vez hay menos gente con mucha plata y mucha gente con nada de plata; aparte, todo deforestado y destruido. Este momento particular es interesante para ver los documentales porque se ve cómo hay muchas zonas que dejaron de respirar con tanta invasión del ser humano.
—¿Cómo se llevan los cuatro juntos todo el día?
—Muy bien. Tenemos un par de momentos compartidos que suelen ser el almuerzo o la cena, o cada tanto, una merienda. También miramos alguna cosa todos juntos: la tele, una peli. Jugamos juegos de mesa y después, el resto del tiempo, cada uno está muy en la suya. Las chicas además tienen tarea, grupos de amigos, etcétera.
—¿Cuántos años tienen tus hijas?
—Una 14 y la otra 10.
—¿A la de 10 todavía hay que ayudarla con las tareas del colegio?
—Sí, muchísimo. En ese sentido, reconozco el trabajo enorme que hacen todos los docentes y las instituciones educativas para adaptarse a la virtualidad así, de golpe. La escuela, y sobre todo a esa edad, también tiene una función social que no se resuelve tan fácilmente a través de una pantalla. Entonces, es difícil. Veremos cómo sale y qué habremos aprendido y qué no. De todas maneras, más allá de los contenidos específicos de la escuela, todos estamos aprendiendo otras cosas que son interesantes en esta situación tan particular.
—Los mapas de Atlantis para colorear son un gran compañero de esta cuarentena.
—Hay un renacer muy grande de Atlantis. Mucha gente se interesó nuevamente, algunos ya lo tenían y lo desempolvaron. Nos llegan fotos de todos lados de Argentina con los chicos haciéndolos con los padres. Estamos muy intoxicados, los padres y las madres que siempre dijimos: “Pará con la pantalla”. Ahora les decimos: “Conectate, andá a la clase, poné el Zoom”. Entonces, hacer algo analógico es muy valioso.
—Respecto a esa dificultad de poner un límite a las pantallas cuando nosotros también las usamos, ¿ganás esa batalla con tus hijas?
—En general, te diría que vengo perdiendo. Ahora las pantallas tienen el valor de vincularnos. Hay días que mi hija de 10 años está con su mejor amiga en la compu todo el día, yendo y viniendo. Comemos y está la amiga con nosotros, más o menos... Así y todo, cuando paramos y nos ponemos a dibujar o jugamos, porque tenemos un montón de juegos de mesa que fuimos desempolvando y comprando, hay algo que se te abre y te oxigena la cabeza. No sé si vengo ganando o perdiendo; uno se va relajando.
—Anteriormente, mencionaste que los que tienen mucho cada vez tienen más, y los que tienen menos cada vez están más complicados. Noto mayor conciencia, en esta cuarentena, de los que atraviesan un pasar más o menos privilegiado.
—Hablamos de eso permanentemente en casa. La gran mayoría está en una situación de cuarentena muy compleja desde lo económico, desde lo vincular, desde la pérdida de intimidad, desde convivencias obligadas que no son agradables. Ni hablar, obviamente, de las falencias estructurales de agua, comida y cuestiones sanitarias. Tengo mucho contacto con la gente de La Poderosa, con Nacho Levy y con un montón de chicos y chicas que hacen un trabajo espectacular. Esta pandemia desmanteló la idea de que esto puede funcionar: lo que uno ve es que cada vez hay más inequidad. El progreso y el consumo terminan concentrando cada vez más la plata, el capital, en muy pocas manos. Cosas básicas como el agua. Es un momento interesante para, además de ayudar, pensar a largo plazo. ¿Adónde volvemos de acá?
—¿Cómo será esa nueva normalidad? ¿Cómo se replantearán cuestiones mucho más profundas?
—Hay un punto en el que uno dice: “No puede ser que todo este esfuerzo que hace un montón de gente no llegue ni siquiera a cubrir lo más básico de todo”. Esto pasa hace un montón de tiempo. Ahora hay más conciencia de decir: “¿Hacia dónde vamos?”. Pareciera que esto, en definitiva, lo que hace es generar más pobreza en todos lados. Hay muy pocos países, con muy poca gente, con mucha concentración de riqueza, y todo el resto en una situación muy mala. No solo en nuestra región.
—¿Cómo creés que nos va a encontrar parados cuando todo esto se termine?
—Va a ser tan paulatino que no es que va a suceder la escena imaginada de que un día se termina y al otro día se abre todo. Vamos a ir pudiendo reflexionar y nos van a ir cayendo un montón de fichas en el medio. Soy positivo en el sentido de que creo que tal vez nos da la oportunidad de debatir más a fondo, sin tanto ruido coyuntural, cómo se distribuye la riqueza y el esfuerzo del trabajo de la gente. Eso sería lo más positivo de la salida de esto.
—Volvamos a Siete mundos un planeta. ¿Qué fue lo que más te gustó de lo que aprendiste narrando?
—Vi todos los capítulos y leí los libros antes de empezar a hacerlo y me sorprende muchísimo la capacidad de adaptación de la naturaleza a las condiciones más extremas e inimaginables. Donde uno piensa: “Ahí no puede haber vida”, la naturaleza encuentra el espacio. Aparte de la belleza y del desafío técnico con el que están hechos los documentales. Son imágenes que nunca antes había visto.
—El 1 de junio empezabas a filmar El Marginal.
—Obviamente, se va a atrasando y atrasando. Estamos trabajando sobre los libros cada vez más. Supongo que va a empezar a abrirse una posibilidad, con algunos protocolos, para que el espacio audiovisual vuelva a producir. En ese caso, no creo que El Marginal tenga la posibilidad de adaptarse en estas condiciones porque hay mucho contacto físico. No veo que sea una de las primeras ficciones que se hagan.
—¿Extrañás actuar o en estos meses no es una necesidad?
—Extraño, sí. De todas maneras, ha sido un tiempo muy grato de estar en familia, compartiendo los cuatro juntos, que es muy interesante. También me aboqué mucho a Atlantis, empezamos, y ya tenemos como tres proyectos nuevos de diferentes mapas y con materiales innovadores y otro tipo de cosas que están buenísimas. Pero sí, extraño actuar porque me divierte mucho. Sigo escribiendo y recibiendo material que voy leyendo para, cuando empecemos, poder hacerlo.
—¿Qué sabés del protocolo del que hablábamos? ¿Se podrá flexibilizar un poco la situación de los actores?
—Es un rubro muy castigado. No solamente los actores sino todos los técnicos que trabajan con nosotros: no están recibiendo nada de plata. Desde SAGAI y desde la Asociación Argentina de Actores se está trabajando para paliar la situación de los colegas que están más complicados. Me imagino que iremos hacia un protocolo y pienso que el teatro va a ser de lo que más va a tardar en volver.
—Habrá que aprender a adaptarse. Si la naturaleza puede tener vida en los lugares más insólitos, como decías, nosotros tendremos que aprender también de esta nueva normalidad.
—Sin dudas. Ya aprendimos un montón, seguro vamos a encontrarle la vuelta y en unos años vamos a estar abrazándonos. No soy fatalista en ese sentido, para nada. Ojalá nos sirva para bajar el ruido de las discusiones coyunturales chiquitas y pensar un poco más a largo plazo cómo nos deja parados esto, como sistema, como conciencia y como sociedad. Agradezco mucho que gran parte de los dirigentes y políticos estén trabajando en conjunto. El Gobierno Nacional con la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia de Buenos Aires. Cuando veo esas imágenes me tranquiliza, no me da zozobra. Se dejaron de lado algunas cosas y se está trabajando puntualmente en esto. Es un movimiento de mucha madurez, en ese sentido.
—Volviendo a la convivencia y un poco a lo que sucede puertas adentro. Si le pregunto a tu mujer en qué momento te quiere echar de casa durante la cuarentena, ¿qué me va a decir?
—(Risas) Ahora el living está todo adaptado, y si bajan por la escalera y me ven en esta situación, ya saben que tienen que estar en silencio. Es un momento en el que “Che, ¿cuánto falta?”. Pero no, en general, te diría que tenemos una tolerancia muy grande. Repartimos las tareas de una manera en la que estamos bastante contentos y armónicos y tratamos de tenernos mucha paciencia. Todos entendemos que la situación produce mucha ansiedad y angustia, incertidumbre… Lo que le pasa un poco a todo el mundo.
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