“Deberíamos seguir lo que Chespirito nos quiso transmitir en todo su trabajo: disfrutar de la vida, desde lo más simple… Hasta lo más simple”. Ana Lilian de la Macorra, nombre desconocido hasta para los más fieles seguidores de El Chavo del 8, entendió a la perfección el mensaje del maestro Roberto Gómez Bolaños. Qué paradoja: fue tan buena discípula que no dudó en alejarse de los estudios de televisión para seguir el camino que le dictaba su corazón. A pesar de que ello implicara abandonar la legendaria vecindad.
Si bien la música, la literatura y el arte en general estuvieron presentes en la infancia de Ana, que nació el 27 de noviembre de 1957 en la Ciudad de México, nunca fue de su interés trabajar como actriz. Durante su adolescencia había ocupado cargos en oficinas como recepcionista y secretaria, y unos años después llegó a Televisa para ocupar el cargo de asistente de producción de El Chavo del 8.
En 1978 Chespirito quiso incluir a dos nuevos personajes en su ya famoso programa: la Tía Gloria y su sobrina, Paty. Ana, que ya llevaba siete años trabajando junto a él, era la encargada de supervisar el casting y elegir a la actriz adecuada para interpretar a Paty, pero las candidatas pasaban y ninguna terminaba de convencerla. Al notar que no podía llegar a una resolución, se dirigió a Chespirito.
—Ana: El problema es que no se ven muy niñas. Son todas como muy pechugonas…
—Chespirito: Pues hazlo tú.
—Ana: No, no, no… Frente a las cámaras no, qué pena… Yo no soy actriz, no sé actuar. ¡De veras que no lo sé hacer!
—Chespirito: Pero tienes todo para este personaje. Serán solo tres capítulos, te lo prometo.
Si se quiere un relato un poco más minucioso de esta historia, Paty, en realidad, ya había formado parte de la legendaria vecindad, interpretada por otras actrices: Paty Juárez (quien le dio el nombre) en 1972 y Rosita Bouchot en 1975. Pero un tiempo después Chespirito reescribió los guiones de algunos capítulos que se volvieron a grabar, y necesitaba una nueva Paty. Tras varias idas y vueltas, terminó convenciendo a Ana de jugar a ser actriz por un rato.
Se trataba de un personaje esporádico, como Jaimito, el cartero; Godínez; o Doña Eduviges, la loca de la escalera. No requería demasiado desarrollo. Con abrir sus ojos verdes y sonreír le bastaba para enamorar al Chavo y que se olvidara de “descalabrarle los cachetes” a Quico, quien también caía rendido a sus pies. Literalmente. La Chilindrina, al contrario, no podía disimular sus celos.
—“Hola, yo soy Paty”, le dijo el personaje de Ana al Chavo, en su primer encuentro.
—“¿Pa’ mi?”, le preguntó el Chavo, deslumbrado ante la belleza de su nueva vecina.
—”No, que me llamo Paty”.
—“Yo soy el Chavo…”, le respondió a su nueva vecina y le regaló una pelota, en un intento por caerle bien. Pero Quico se entrometió en sus planes y le regaló su famosa pelota, mucho más grande que la del Chavo. El comienzo de una nueva pelea entre los entrañables amigos.
En el programa Día D de la televisión peruana, Ana recordó su incursión como actriz: “Para mí fue un juego, me imaginaba que algún día tendría hijos y verían a su mamá de actriz cuando era niña. Cada vez que terminaba una escena y cortábamos llegaban las carcajadas de todos. Creo que todos se sabían buenos actores y sabían que lo que hacíamos era un éxito”.
“De Paty me gustaba su ternura y su inocencia. Me gustaba que fuera como muy linda aunque rayaba lo tonta. Como yo no era actriz, actuar de mensa era fácil. Me súper encanta haber sido parte de eso…”, contó muchos años después de su etapa en la vecindad, con la misma sonrisa que enamoraba al Chavito.
Nunca se sabrá si la idea verdadera de Chespirito era tenerla solo por tres episodios, pero la ternura y la simpatía de Paty recalaron tan bien en el público que terminaron siendo 25, a lo largo de dos años. Y podrían haber sido muchos más si la improvisada actriz hubiese renunciado a sus principios.
La última participación de Ana fue en el episodio Soñando en el restaurante. Sin previo aviso ni explicación alguna -para el público-, su personaje desapareció. Durante mucho tiempo los fanáticos se preguntaban qué fue lo que había sucedido, y lo cierto es que no había una justificación en cuanto al guión. Cuando a Ana se le empezó a hacer cada vez más difícil ir a un restaurante sin que se le acercaran curiosos y debía cubrirse el rostro con su cabello para salir a la calle, decidió ponerle punto final a su breve etapa como actriz.
Los gerentes de Televisa intentaron convencerla de participar en otros programas, incluso como cantante, pero no hubo caso: ella estaba segura de que a pesar de la experiencia inolvidable de haber participado en uno de las series más exitosas de la televisión latinoamericana, no era eso lo que quería para su vida. Siguió trabajando unos años en la empresa, detrás de cámaras, y luego se mudó a Cleveland, Estados Unidos.
“No era mi rollo, mi corazoncito no quería… Nunca me atrajo ir por esa vía. Pues siempre dije ‘no, gracias’. Hace un tiempo me googlée a mí misma y me llevé una gran sorpresa, había muchas fotos y se preguntaban qué fue de Paty. Dije: ‘¿Qué hago con todo esto? ¿cómo respondo? ¡Estoy viva!’”
Se recibió de psicóloga y realizó una maestría en psicoterapia. “Ver ese brillo en los ojos de la gente y poder verme reflejada, y ser un reflejo de ellos es un placer -contó Ana-. Me gusta muchísimo poder pelar una cebolla, y aunque parezca que todo es igual se llega a su centro y a un meollo donde se genera un cambio interno en la persona. Y a partir de ese cambio la persona empieza a vivir distinto”.
No tenía una posición económica holgada y vivía lejos de su familia. Poco le importó a ella, que siempre ha seguido al pie de la letra las palabras de Chespirito citadas al inicio de esta nota: “Disfrutar de la vida, desde lo más simple… Hasta lo más simple”. Así fue que mientras estudiaba trabajó como vendedora de enciclopedias británicas de puerta en puerta.
Tras graduarse se desempeñó en el área de atención psicológica de diferentes clínicas. Regresó a México con un título bajo el brazo, experiencia profesional y una familia: marido y dos hijos. Se compró un terreno en la Colonia San Francisco Chimalpa, a una hora de la Ciudad de México, y mandó a construir una casa de madera en una zona de bosques. A los 62 años, sigue trabajando como psicoterapeuta, en su consultorio privado.
Con sus ex compañeros de elenco de El Chavo del 8 nunca más volvió a hablar. Solo se cruzó en una ocasión con Édgar Vivar, intérprete de El Señor Barriga y Ñoño, gracias a la gestión de un programa brasileño. Pero el amor que tiene por todos ellos no se borra con el tiempo: “Si a Chespirito lo tuviera aquí le daría las gracias por hacer feliz a tanta gente y por hacerme divertida la vida a mí. Le diría que lo admiro mucho por ser una persona de tal nobleza y de tanto amor y respeto por la vida. Me acuerdo que él decía que era fácil hacer llorar a la gente, pero hacer reír es muy difícil. Lo escuché y dije: ‘Claro, hay que poner las cosas en la balanza. No importa llorar, pero hay que reír’”.
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