La escena dura apenas ocho minutos. Suficiente para que el público quede prendado con esa actriz de mirada picante y arrugas reales que encarna a la reina Elizabeth y eso que a su lado estaba una joven y magnética Gwyneth Paltrow. Haga el lector la prueba. Si vio la película Shakespeare enamorado, cierre los ojos y recuerde algún fragmento. Es imposible que no aparezca la imagen de esa reina que revolea sus ojos resignada cuando a sus leales servidores deshacerse en aparatosas reverencias, en vez de ayudarla a no embarrarse. Con una gracia picante y una actuación memorable, Judi Dench “roba” cada centímetro de la pantalla. Por esos ocho minutos ganaría un Oscar. Una bella y dulce revancha para una actriz, a la que un famoso director le había asegurado que jamás triunfaría en el cine porque “todo en su cara estaba mal”. Esa pequeña actriz de 1,55 se convertiría en una de las grandes damas de la escena británica.
Su primer llanto se escuchó el 9 de diciembre de 1934. Arthur, su padre era médico pero en su casa las palabras actor y escenario se pronunciaban con más frecuencia que enfermo y remedio. Es que Mr Dench era el médico de cabecera del teatro York y sus actores solían pasar por su casa. Para completar el combo Eleanora Jones, su madre trabajaba de vestuarista. Por eso, cuando Judi anunció que quería formarse como escenógrafa nadie se asombró.
La muchacha andaba feliz con la carrera elegida pero parece que el destino no tanto. “Cuando vi por primera vez una representación del Rey Lear en Stamford me di cuenta de que yo nunca llegaría a realizar algo tan maravilloso”. Sintió que le faltaba imaginación para crear espacios tan grandiosos como los que se hacían y sin dudar mató a la escenógrafa pero alumbró a la actriz.
Siguió los pasos de Jeff, su hermano que estudiaba interpretación en la Escuela de Arte Dramático. Compartió aulas con otra gigante de la escena, Vanessa Redgrave y se recibió con medalla de “estudiante excepcional”.
La primera vez que pisó un escenario como estudiante fue con mucho de casualidad. Su hermano trabajaba en una obra pero como enfermó de sarampión, adaptaron el texto y tomó su lugar. Ya recibida, en 1957, la convocaron para interpretar a Ofelia de Hamlet, en el teatro Old Vic. Fue el inicio de una constante en su vida: el aplauso del público y el reconocimiento de la crítica.
Se enamoró del teatro de manera incondicional y el teatro correspondió a ese amor. Durante cuatro años fue Ofelia pero después se convirtió en Katherine para la obra Henry V, Anya en El jardín de los cerezos e Isabella en Medida por medida. En 1961, gritó de alegría cuando la invitaron a formar parte de la Royal Shakespeare Company.
Con esa compañía mostró su talento en Canadá, Estados Unidos y Yugoslavia. Pero fue en una gira por tierra africana que vivió una situación que se transformó en recuerdo imborrable. En 1963 formaba parte del primer elenco de teatro que visitaba África occidental. En Nigeria no existían los teatros y el público era la primera vez que veía una obra. “Interpretamos Macbeth y Noche de Reyes. Cada vez que decíamos algo, el teatro se venía abajo por las carcajdas. Puede que esto fuera lo que pasaba en el Globe en tiempos de Shakespeare. Qué privilegio increíble”.
La emoción fue tan fuerte que si la obligan a elegir un solo recuerdo de su carrera sería esa noche y eso que no le faltan noches de gloria. La cantidad de premios que ganó es apabullante. Acumula dos Globos de Oro, dos premios del gremio de actores, un Tony y siete Laurence Olivier. Pero además se llevó diez premios BAFTA, los más prestigiosos de su país. Tiene un Oscar y siete nominaciones. Consiguió el premio por esos inolvidables ocho minutos en Shakespeare enamorado. Al recibirlo bromeó asegurando que merecía solo un pedacito de la estatuilla porque su aparición resultó muy breve.
El teatro era su pasión y fue en ese ámbito donde se enamoró de Michael Williams. Se habían conocido nueve años antes en un pub de Stanford pero no había pasado nada. En 1971 compartieron escenario. Ella no se quería volver a enamorar porque venía de romper su noviazgo con otro actor, Leonard Rossiter. Pero Cupido tenía otros planes. Williams y Dench comenzaron a noviar y él le propuso matrimonio. Pero ella se fue de gira por Australia y la respuesta quedó en un ni. Cuando volvió, en una noche lluviosa en Battersea el ni se transformó en un sí,
Estuvieron juntos durante 30 años. Todos los viernes él le enviaba una rosa roja. Aunque era un actor destacado, a medida que la fama de su mujer crecía su nombre comenzó a perderse para convertirse “en el esposo de Dench”. Admitió que a veces podía sentirse celoso pero que estaba “lo bastante pasado de moda como para pensar que soy yo el único que debe proporcionar el pan en casa”.
Aunque ambos amaban ser actores siempre antepusieron las prioridades familiares a las laborales. Al año de casarse nació Finty, su única hija. A Williams le ofrecieron un importante contrato en Hollywood por siete años. Pero esto implicaba mudarse y alejarse de sus dos amores, así que respondió “gracias pero no”. Dench también dijo varias veces no. Hasta que su hija comenzó la primaria aceptó solo papeles en el teatro para poder estar durante el día y acostar a su pequeña antes de irse a dormir. Pero luego priorizó las ofertas de televisión para estar fuera de su casa cuando la nena estaba en la escuela.
Los años pasaban, el prestigio aumentaba pero Dench solo era conocida por un público relativamente pequeño. Hasta que un productor con buen ojo y mucho de osadía le propuso interpretar a la jefa de James Bond. La actriz estaba cerca de cumplir las seis décadas y dudó en aceptar. "Yo no tenía interés en rodar películas. Solo quería hacer teatro e interpretar a Shakespeare. No creí que fuera a tener una carrera en el cine”. Fue su marido el que la animó a participar en la saga porque "quería vivir con una chica Bond".
Y así se transformó en M, la jefa segura e implacable del agente secreto más famoso. De la mano de su personaje, una generación nueva la conoció y amó.. “Cuando estaba interpretando a M me invitaron a visitar la sede del M16 y me mandaron un coche, pero el conductor no encontraba mi casa y llegó una hora tarde. ¿Qué clase de espías tenemos en Inglaterra?”. El personaje también le funcionó muy bien con los amigos de su nieto. “Eran chicos pequeños que me miraban y yo les decía: ‘Sí, soy yo, permaneced alejados de mí’", contaba con humor de abuela inglesa.
A partir de entonces esa actriz que no quería dedicarse al cine descubrió que en el set también la pasaba genial. Es imposible no recordar sus ojos cristalinos en películas como Diario de un escándalo, donde mantuvo un duelo de actuación memorable con Cate Blanchett o sus protagónicos en Philomena, Su Majestad y Mr. Brown, La espía roja o La reina Victoria y Abdul.
Pese a que en varias películas donde participó los críticos destacaron que “lo mejor era Dench”, ella sigue fiel a su primer gran amor: el teatro. “En el escenario podés ir cambiando cosas cada día para hacerlo mejor, pero en el cine no es así. Veo mi actuación en películas y hay muchas cosas que cambiaría, pero es demasiado tarde. Por eso prefiero verlas cuando pasó tanto tiempo que me olvidé los problemas que viví para interpretar el papel".
Dueña de sus palabras y de sus acciones es una de las pocas que se animó no a defender a Kevin Spacey en medio de las acusaciones. Fueron compañeros en el rodaje de Atando cabos. Michael Williams, acababa de fallecer y ella estaba sumida en una gran tristeza. “Él fue muy bueno conmigo, me alegró la vida y su ayuda fue inestimable para mí” y agregó “No puedo aprobar lo que ha hecho. Pero tenemos que ver qué sucederá con todos las personas que han hecho actos terribles, ¿también serán borrados de las películas que hicieron? No lo sé. Puedo decir que él es un actor maravilloso y un buen amigo”.
Su marido enfermó de cáncer no dudó en abandonar la filmación para cuidarlo. Cuando falleció en 2001 se sentía tan desolada que llenó sus días de trabajo. Hizo tres películas con apenas dos días de descanso entre el fin de una y el comienzo de otra.
Pero otra vez la vida, le tenía preparada una sorpresa. Conoció a David Mills, de profesión naturalista y volvió a animarse al amor. Están juntos aunque residen en casas separadas y a unos kilómetros de distancia. Admite que tras la muerte de Michael se dio cuenta de que “no valgo para estar sola" y que “es muy bonito tener a alguien con quien reír de nuevo; para mí el sentido del humor es muy importante, incluso en los momentos difíciles, David y yo estamos muy bien juntos”. La Dench vive en una casa rodeada de árboles que ella planta y luego bautiza con los nombres de personas que amó.
Sin tapujos se animó a hablar de un tema muchas veces silenciado: la vida sexual de los adultos mayores. Con sus ocho décadas reconoce que se siente como una de 35. “Por supuesto que todavía se siente deseo. ¿Alguna vez se va? Al lector mayor yo le diría: ‘No te rindas” y contó que con su pareja “una noche en verano nadamos y tomamos una copa de champán. Me excitan esas cosas”.
Reconoce que la vejez no le gusta “nada, nada, nada”, pero eso no implica que deje de disfrutar cada día. A pesar de haber perdido gran parte de su visión a causa de una degeneración muscular no deja de recibir guiones y como ya no los puede leer cuenta con una persona que se los lee en voz alta. Sigue afirmando que el mejor momento de aceptar un papel en cualquier obra de Shakespeare es “al microsegundo que te la ofrecieron”.
Cuando cumplió los 80 sintió que era un buen momento para tatuarse y a los 81, su hija le regaló una sesión con un tatuador que le escribió en su muñeca izquierda Carpe Diem (Aprovecha el momento). En el mes de junio y con 85 años protagonizará la tapa de la revista Vogue.
Aunque pergaminos le sobran detesta que digan de ella que es un tesoro nacional porque “suena muy polvoriento” y asegura que quiere “seguir trabajando mientras pueda. No contemplo retirarme, ni se me pasa por la cabeza”. Su consejo para jóvenes intérpretes es que “vean todo lo posible, que observen y que nunca pierdan su entusiasmo, que nunca se rindan”. Palabras de una actriz infinita que sirven para artistas y para mortales.
SEGUÍ LEYENDO