“And now, the end is near / and so I face / the final courtain…” (“Y ahora el fin está cerca / y entonces enfrento / el último telón”(My way, de Paul Anka: el himno de Frank Sinatra, cantado a su manera: como nadie nunca más.
Catorce de mayo de 1998, Centro Médico Cedars–Sinai, West Hollywood, California. Bárbara Marx, su cuarta mujer, se inclina sobre la cama:
–Lucha, Frank. ¡Lucha!Frank
–Estoy perdiendo.
A las once menos diez de la noche, los monitores trazan la línea fatal: el corazón de Sinatra –pasión, fuego puro– latió por última vez, y se apagó. Como poco después se apagaron las infinitas luces de Las Vegas, y las jugadas de los casinos se suspendieron por un minuto, y acaso no hubo un mejor homenaje para un gambler, un jugador que quemó hasta su última ficha en todo: juego, amores, música, cine… y que resurgió de sus cenizas cuando parecía que el mundo lo había olvidado.
En ese sombrío día de hace 22 años, sus manos están quietas: otros se ocuparán de su último viaje… Pero eran firmes, huesudas –como todo él– cuando pegaba en su pieza de Hoboken, barrio bravo de Nueva Jersey, fotos de Bing Crosby, su primer ídolo. O cuando rompían cámaras (y caras, a veces…) de fotógrafos “pesados como moscardones”, decía. Más de una vez y por eso, entre rejas… O cuando pasearon por cuerpos bellos, ardientes y célebres: Kim Novak, Lauren Bacall, Natalie Wood, Liz Taylor, Mia Farrow, Nancy Reagan (dicen…), y la máxima. La que bautizó como “El animal más hermoso del mundo”. Amor eterno, posible e imposible, profundo y violento, inolvidable para ambos, pero “muy peligroso, porque éramos demasiado parecidos”, dijo ella en uno de sus mil días españoles de amantes, toros y alcohol. “Demasiado alcohol”, confesó. Ava Gardner. ¿Quién otra si no?
Se casó cuatro veces: Nancy Barbato, Ava Gardner, Mia Farrow y Bárbara Marx. Pero Ava fue la mujer de su vida.
Las manos siguen quietas, of course. Pero son las mismas que descorcharon botellas (miles, también) de Jack Daniel’s, ese bourbon que aterciopeló su voz única, sin sucesores, sin moldes, reconocible hasta en medio de un terremoto, y que palmearon los hombros de Bugsy Sigel, de Sam Giancana, de Lucky Luciano: legendarios capi di tutti capi, mafiosos vestidos como príncipes y protegidos por ametralladoras.
Las horas empiezan a pasar. El mundo llora: La Voz se fue. Yace con los ojos cerrados: los inmortales ojos azules. Las manos se tiñen de un color triste. Ha empezado la eternidad. Palabra nada gratuita: De aquí a la eternidad (1953), el film que lo rescató de un abismo de olvido: otros tiempos, otra música, otros cantantes, otros gustos y ciertas estridencias lo bajaron lentamente del ranking de los top. Se sintió nadie. Batalló, acaso gracias a “una oferta que no podrá rechazar”, según la memorable escena de El Padrino y las ensangrentadas sábanas del todopoderoso productor (la pura verdad nunca se sabrá del todo), pero en todo caso un instante de iluminación, de epifanía: su rol del soldado Maggio, que no sólo le pone en esas manos el Oscar, también lo instala en un ascensor cuyo último piso se llama Resurrección.
Y vuelven los ojos azules. Y el ranking de los top vuelve a repetir su nombre en el primer puesto, lo mismo que las carteleras de los hoteles de Las Vegas, una ciudad inventada para él. Y para los Rat Pack: Pandilla de ratas que, como planetas, giran en torno del Rey Sol: Frank.
Pasemos lista: titulares, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford –cuñado de John y Bob Kennedy– y Joey Bishop. Invitados especiales: Shirley MacLaine, Lauren Bacall, Angie Dickinson, Marilyn Monroe, Judy Garland. Y un antecedente ilustre: el primer Rat Pack tuvo como monarca a Humphrey Bogart, y donde un muuuy joven Sinatra asistió como grumete. Aprendiz que superaría al maestro.
El Rat Pack fue un torbellino de ruidosas noches que recién se aplacaba al amanecer. De mujeres. De alcohol. De escándalos. Pero cuidado. El jefe, Frank, tenía fibra de tipo noble. Se enfrentó con los hoteleros que obligaban a Sammy Davis a entrar por la puerta de atrás, destinada a los negros. Se asqueó ante la caza de brujas de John Edgar Hoover, el puritano político –pero gran pecador en la intimidad– y eterno jefe del FBI cuando cargó contra los supuestos comunistas de la colonia de Hollywood. Donó fortunas para mitigar el calvario de chicos maltratados o enfermos. Fortunas que empezaron en 1946 al aparecer su primer álbum, The Voice Of Frank Sinatra: en un año vendió… ¡10 millones de copias!
Es leyenda que jamás defraudó un amigo. Pero lo defraudó uno de los más cercanos y poderosos. La historia política registra la ayuda de Frank a John Kennedy, vía el jefe mafioso Sam Giancana, para que ganara las elecciones en algunos lugares que éste dominaba. Funcionó. Ya con Kennedy Presidente, Frank hizo construir para él un ala en su casa de Palm Springs, lo invitó…, pero su antes gran amigo lo dejó plantado por consejo de Bob Kennedy, ya Fiscal General y ya declarada su guerra contra la mafia. Entre las mil versiones de la tragedia de Dallas, 22 de noviembre, 1963, una juega su carta más fuerte:el asesinato del presidente fue una venganza de la mafia ante la persecución del Fiscal Bob.
Voz irrepetible que un crítico definió como “un timbre suavemente dorado, cantando con la música, respirando la melodía, de elegante dicción, sin preciosismos, y un magnetismo único”. Es decir: la perfección. El equivalente, en voz, a una escultura de Miguel Angel.
Dijo adiós después de grabar más de mil temas y lograr que 130 fueran hits imbatibles, y de deslumbrar como actor –un talento que redondea el genio que fue– no sólo en De aquí a la eternidad, que está en la biblioteca de la Casa Blanca y en el Museo Nacional del Cine: también en dos perlas purísimas: El hombre del brazo de oro y La máscara del dolor. Dos trabajos estremecedores entre las más de cincuenta películas que lo guardan para siempre.
Se retiró en 1995, luego del concierto de despedida, y a los 80 años, en el Shrine de Los Ángeles, y con Ray Charles, Little Richard y Natalie Cole como invitados súper stars.
Un poco antes, el día de su cumpleaños y en su casa, sus amigos le cantaron el Happy birthday. Agradeció conmovido. Pero dijo:
–¡En toda mi vida oí un coro peor!
Según uno de sus infinitos biógrafos (y otros que coinciden), “a pesar de sus muchas historias de amor, sus amigotes, sus juergas hasta la salida del sol, su fama incomparable, su fortuna… Frank Sinatra fue un hombre triste. Sólo era feliz sobre un escenario y micrófono en mano. Al terminar, en su camarín y frente al espejo, se reflejaba la verdad, la melancolía, la soledad”.
Murió a los 82 años. Su tumba –una de las más visitadas– está en la Sección B–8 del Desert Memorial Park de Cathedral City, California.
Sus amigos lo enterraron vestido con un traje azul, y pusieron en sus manos una botella de Jack Daniel’s y un paquete de cigarrillos Camel. Su hija Tina, una moneda de diez centavos: alusión a los 240 mil dólares que Frank les pagó a los secuestradores de su hijo Frank Jr. en diciembre de 1963.
En la lápida se lee “Lo mejor está por venir”.
SEGUÍ LEYENDO: