“Tuve un momento de clarividencia y pensé ¿this is all the rest? ¿esto es todo lo que hay? ¿Esto es todo lo que le pido a la vida? Estaba haciéndome mucho daño, con tendencias autodestructivas con alcohol, drogas y decidí parar. Porque la vida tenía que ser otra cosa”.
En mayo de 2018, Enrique Arce visitó a la Argentina, en medio del éxito mundial de La Casa de Papel, la serie española en la cual se destaca como uno de sus villanos. En aquel entonces, el actor que interpreta a Arturito en la ficción recibió a Teleshow en el Hotel Boca y contó cómo, luego de su primer protagónico en una serie, se sintió “el rey del mambo” y se perdió como artista.
“Hay que tener la cabeza muy fría porque si se te va la olla, te equivocas. A mí me pasó. Se me fue un poco la mano y no supe llevarlo. Me dediqué a salir de noche, a beber y a utilizar mi fama para conquistar mujeres, y todas esas cosas que son horribles de decir, pero que son parte de mí y eran muy legítimas porque tenía 27 años. Era muy bebito”, contó el actor español que tuvo un rol clave en La Casa de Papel 4.
Quique -como lo llama su familia y sus amigos, aquellos que lo acompañan desde los cinco años- reveló que cuando tenía 32 años, se dio cuenta de que quería seguir viviendo y para ello, tenía que poner un freno a sus adicciones.
“En abril de 2004 decidí que había tocado fondo, que tenía que levantarme y que, pasito a pasito, iba a intentar que mi vida fuera otra cosa. Fue tras una experiencia muy devastadora de una mala fiesta. Tuve un click y salí a buscar ayuda, les dije a mis amigos que los necesitaba, que quería volver a encauzar mi vida y a encontrarme”, indicó el actor que años más tarde, logró alcanzar "un momento extremadamente dulce”: “No quiero decir que ya me encontré del todo, pero estos años fueron absolutamente mucho mejores. Aunque tuve altibajos, me encuentro sereno, muy estable y con certeza de que la vida te da malos golpes pero lo tengo todo bajo control”.
—¿Qué siente Arturito del éxito mundial y la fama repentina en otros países en los que es furor La casa de papel?
—Mucha risa. Es difícil. El ser humano no está preparado para somatizar todo esto de una manera natural. Hay una parte de pudor. Nos da un poquito de vergüenza porque pienso 'Si hay final yo sé quién soy. Soy el mismo tío que se ha levantado de la misma manera hace 45 años'.
—¿Quién es Enrique Arce?
—Un chaval de Valencia que tuvo una infancia muy feliz, que viene de una de familia que se consideraría de alta burguesía, muy acomodada, que empezó a estudiar en el Colegio Marianistas, donde conoció a sus compañeros y se sacaba muy buenas notas. En un momento recibió una llamada para irse a estudiar afuera, hizo cuatro años de derecho empresarial y económico, pero dejó y el teatro entró en su vida para no irse nunca. Ahora, es una persona con bastante éxito en lo que hace, que también escribe, vive en Los Ángeles porque la vida lo ha llevado allí, y está en un momento muy dulce de su carrera.
—¿Es cierto que tus padres no vieron La casa de papel?
—¡Sí! Mi madre no la entendió y no le gustaba mi personaje. Ella es muy mayor y para las personas como ella, es muy difícil seguir la serie. Me llamaba para preguntarme por qué un muchacho de anteojos estaba del otro lado del teléfono y daba indicaciones desde allí. Además, mis padres me han visto tanto en la pantalla… Hice 13 series, algunas largas en el tiempo. Entonces, están cansados de verme, y como no fue un éxito en España, no lo vivieron como tal. Si hubiera sido una madre argentina seguro que sí la hubiera visto.
—¿Se sorprenden cuando les contás que en Buenos Aires la gente te pide fotos en la calle?
—Ellos no se imaginan lo que pasa acá. No lo entienden. 'Pero, ¿te paran y te piden una foto?', 'No, mamá. No es una sola. No puedo hacer dos pasos en la calle. Es de lo que más se habla'.
—¿Ahora piensan que sos una estrella internacional?
—Yo no querría que ellos creyeran eso porque yo soy Quique y quiero seguir siéndolo. Quiero mantener mi pequeña burbuja de cordura alrededor de mi profesión.
—Además de tu familia, ¿quiénes forman parte de esa burbuja de cordura?
—La mantengo con mis cinco amigos del colegio, con quienes tenemos un grupo de WhatsApp en el que no se permite hablar de trabajo y mucho menos de que yo soy famoso. Nos conocemos desde los cinco años y somos un conserje de edificio, un panadero, un empresario, un neurocirujano, que es una eminencia mundial, y yo. Así que a ellos no les interesa nada del Enrique actor. La vida nos llevó para otro lado y somos muy conscientes en no hablar de trabajo ni del dinero que, lógicamente, varía entre unos y otros, porque seguimos siendo aquellos chavales que jugaban en el patio. No importa que uno gane mil pesos y el otro, 50.
—¿Qué tiene Enrique de Arturito?
—La visceralidad, la espontaneidad y la temeridad. A lo mejor, Arturito para ciertas cosas, es más valiente que Enrique. Yo, en un atraco así, me hubiera quedado congelado y Arturito la liga. Creo que la personalidad es lo más parecido, porque es un personaje que está a un nivel muy energético todo el tiempo, con muchas emociones y muy intenso.
—¿Así sos vos?
—Sí, pero, con respecto a lo demás, nunca estuve enamorado de dos personas a la vez, no tengo hijos, ni mucho dinero, ni me han gustado las cosas pijas, qué acá le dicen cheto. Arturito es un personaje que me ha dejado muchas alegrías porque me ha permitido transitar por muchos estados. Desde la miserabilidad humana hasta la valentía, el heroísmo, la mediocridad… Me ha permitido buscar dentro de mí cosas que no sabía que tenía. No me reconozco ni las caras. Veo a Arturito en determinadas secuencias y pienso que estaba poseído de verdad por el personaje porque no me reconozco. No me veo.
—¿Costó mucho componer a tu personaje?
—Más que nada, fue el cambio físico. Tuve que engordar -de 65 a 72kg-, parecer más mayor, más demacrado. Pero la preparación no costó porque confié en el director y entendí que lo que buscaba era el humor dentro del patetismo. Un personaje tragicómico. Arturito es uno de los personajes en el que menos me veo a mí, por lo tanto lo puedo juzgar como actor. Creo que está bien construido para lo que necesita ser. Es alguien que te despierta algo: diversión, que lo quieras matar, que te da risa, que te lo quieras llevar a casa. Es un personaje que no te deja indiferencia.
—¿Qué le dejó Arturito a Enrique?
—La sensación de un éxito internacional, que te reciban en otros sitios. Eso nunca lo había vivido a nivel internacional. Siempre había sido en mi país. En Los Ángeles voy con un perfil mucho más bajo. Es verdad que me abrió muchas puertas, pero camino normal por las calles. Igual que en España.
—¿Qué rescatas de la experiencia que viviste entre tus 27 y 34 años?
—Aprendí a no darme tanta importancia a mí mismo ni a nada de lo que pasa en mi vida. Le doy la importancia justa. Mi único propósito en la vida es crecer espiritualmente y mejorar. Todo lo demás es un juego que juego y a veces me dan mejor las cartas y otras, peor. Pero eso no me interesa. Mi propósito es crecer como ser humano. Se trata de expandir la consciencia de la manera que sea, y de derrotar al peor enemigo que tenemos, que es el ego.
—¿Luchás mucho contra el ego?
—Sí, yo vengo muy atrás. Mi ego era bastante grande. Pero no en la sensación de superioridad con respecto a otra cosa. El ego es lo mismo para el que se cree mucho como para el que se cree nada. Había momentos en que si me iba bien, me sentía el rey del mambo y, si me iba mal, me sentía la última mierda. Es una polarización del mismo fenómeno. Era como dos mitades y a mí siempre me ganaba el ego.
—¿Ahora quien está ganando? ¿El ego o Enrique?
—Ahora empecé a hacerle frente y lo reconozco. Cuando el ego me habla y se intenta manifestar, yo decido dejarlo pasar o no. Yo decido si entra o no. Lo reconozco y sé lo que está pasando.
—Si no hubieras hecho a Arturito, ¿a qué personaje de La casa de papel te hubiera gustado interpretar?
—Me hubiera encantado hacer el personaje de Berlín y lo hubiera hecho completamente distinto a lo que hace Pedro (Alonso), que no es ni mejor ni peor. Yo lo hubiera hecho mucho más odioso, maquiavélico y oscuro.
—Dijiste que buscás dentro tuyo las herramientas para componer a los personajes. ¿Cómo hubieras hecho a Berlín?
—No me lo planteé. A mí me encanta lo de Pedro, pero en los primeros ensayos lo hubiera matado. Lo veía y pensaba ¿qué está haciendo? ¿por qué tan lento? ¿por qué esas pausas? Yo hubiera hecho todo lo contrario. Me hubiera gustado ponerme a prueba y hacerlo. Ahora, dudo que lo hubiera hecho tan maravilloso como Pedro. Todos pensábamos que se iba a pegar la leche, pero al final acertó mucho.
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