La cuarentena obligatoria que rige en el país desde el 20 de marzo pasado cambió la vida de los argentinos en todos sus aspectos. En el ámbito económico, quienes realizan actividades consideradas esenciales siguen cumpliendo con sus tareas desde su lugar de trabajo, mientras otros se las ingenian para hacerlo por home office o de tantas formas como los alcances de la tecnología lo permitan. De todas maneras, hay algunos rubros que inevitablemente están paralizados por completo.
Según datos de la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME), durante los feriados de Semana Santa de 2019 unos 2,1 millones de turistas se movilizaron por el país, en plan de minivacaciones. Está claro que en las circunstancias actuales el fin de semana pasado no se registraron movimientos en el territorio nacional y las reservas hoteleras fueron nulas. Damián De Santo es uno de los tantos perjudicados ante esta situación: el actor es dueño de un complejo de cabañas en Villa Giardino, Córdoba, y cuando el presidente, Alberto Fernández, decretó la cuarentena obligatoria, tuvo que pedirle a sus huéspedes que se retiraran: “Les devolvimos el dinero de la estadía y al personal le dimos vacaciones”.
De Santo, que vive junto a su esposa, Vanina Bilous, y sus hijos, Joaquín y Camilo, a unos metros de las cabañas, aprovecharon que por estas circunstancias excepcionales el complejo está a su entera disposición para cumplir allí con la cuarentena. El paisaje interminable de las sierras cordobesas y el olor a césped por las mañanas no parecieran ser un mal plan para pasar el “encierro” en familia, aunque no deja de estar presente la incertidumbre de cara al futuro, ante una situación que amenaza con dejar una herida profunda en la actividad hotelera.
Así lo explica en diálogo con Teleshow: “Hay muchas actividades para hacer en una hectárea y media con seis cabañas y dos piletas. Podemos andar en bicicleta, ir al gimnasio… Además estamos en pleno mantenimiento de pintura, arreglamos algunas cosas, hay que acomodar, limpiar y cortar el césped porque empieza la época de poda: tenemos más de 150 árboles. El tiempo se pasa volando y psicológicamente no nos sentimos en cuarentena. Aunque obviamente tenemos la desazón de no saber qué va a pasar con nuestra salud y nuestro negocio. Creo que el turismo es lo último que se va a reactivar”.
—¿Creés que se está haciendo algo para que el impacto no sea tan grave?
—El Estado todavía no ha puesto sobre el tapete qué es lo que podemos hacer, cuáles son los beneficios que vamos a tener para poder seguir y no tener que despedir, que sería lo más fácil. En el decreto del Presidente no existe la palabra “hotelería”. Los servicios de luz, el gas, los impuestos comerciales y municipales… Es un paquete de guita que no entra y que se tiene que ir. Cuando se acaben los ahorros, que tampoco tuvimos un verano excelente, ¿de qué nos disfrazamos? ¿de qué vivimos? ¿cómo solventamos esos gastos?
—¿Te asusta esta situación?
—A veces pienso que en un país más o menos normal decís “tengo un negocio hace 19 años, me puedo bancar un año sin tener ingresos, debería tener un ahorro equivalente”. Acá no existe, en dos meses te quedaste en bolas. Y endeudado, porque sacaste un préstamo en su momento, comprás cosas en cuotas y hay que pagarlas. Con qué voy a pagar si no tengo ingresos…
—¿Pero estás de acuerdo con las medidas que se están tomando contra la pandemia?
—Totalmente, no me quejo de eso. Lo que digo es que me parece que como paliativo debería haber una resolución un poco más ágil. Hay millones de quilombos que están resolviendo de a poco pero por lo menos nos tienen que dar un poco de aire.
Su faceta como actor -se ha destacado en recordadas tiras como Verdad consecuencia, Vulnerables, Amor mío, Bella & Bestia y Viudas e hijos del Rock & Roll-, que nunca ha dejado de lado a pesar de estar presente en todo lo relacionado a sus cabañas, tenía planes importantes para este año, que no es necesario aclarar que ya fueron suspendidos: una tira en Telefe (se pasó para el 2021) y dos películas. Su esposa, bailarina, tenía una gira con su show de tango por Italia. A pesar de todo, sabe que es una buena oportunidad para aprovechar el tiempo en familia.
—Estamos reponiendo y arreglando cosas que teníamos que hacer, aunque no es fácil: muchos locales no están abiertos. Todo lo que sea sanitarios es difícil de conseguir. Pero nos organizamos. Tenemos el pueblo pegadito, a cinco minutos. Tenemos de todo y no nos falta nada. Convivimos como siempre. Estamos acostumbrados a estar alejados del ruido y del movimiento. Somos bastante solitarios y a la hora de acovacharnos somos bastante ermitaños. Así que no se sufre.
—O sea que los chicos no tienen drama…
—La facultad del más grande se suspendió y se las arregla solo, el más chico tiene un montón de tarea del colegio y estamos todos encima. Se queja pero tratamos de combinar esparcimiento con obligaciones, y dentro de esas obligaciones están la tarea y hacer cosas para el complejo. Me dan una mano y de paso les enseño cosas a las que antes no habían prestado atención, para que vean cómo funciona todo. La verdad que no nos podemos quejar, aunque nos preocupa un poco esto porque empieza a dilatarse la cuarentena y la reinserción social va a ser difícil.
—¿Estás haciendo alguna actividad que antes no hacías?
—No, nueva no, pero suspendí todas las que tenía: los asados, jugar a la pelota, al paddle…
—¿Te armaste alguna rutina para que no se te desacomoden mucho los horarios?
—No tengo rutinas. Como sé que va a ser extenso no me pongo horarios para nada. Trato de disfrutar el sueño y me acuesto tarde si tengo ganas de ver una peli o una serie. En realidad hago las cosas cuando tengo ganas. Sé que va a ser difícil retomar los horarios. Me levanto a las 10, 10 y media, si escucho a mi mujer haciendo el desayuno o huelo las tostadas. O cuando me pega el sol, si no tengo nada para hacer urgente, y después salgo a hacer las compras.
—¿Cómo se manejan con las compras?
—Acá los comercios están abiertos de 8 a 13. A las 12.45 ya empieza a sonar la alarma de los bomberos y circulan con la policía para que todo el mundo termine de comprar. A las 13.15 ya no hay ningún local abierto, y lo mismo de 17 a 20. Si vas a una farmacia podés tener dos horas de cola porque hay menos personal y de repente estás por llegar a comprar y te suena la alarma. Además, todos están con barbijo, que es obligatorio, y hay una propuesta también para taparse los ojos.
—¿Cómo hacés para intentar superar esta situación en el aspecto psicológico?
—Esto es un día a día. Nos largamos a nadar hacia el norte y no hay que volver para atrás. Hay que seguir y a medida que vayamos viendo una salida, tomarla, sin desesperarse. Hay gente que se preocupa, se enferma y pierde. Ahora tenemos que estar más o menos centrados, pensá que hay gente que vive encerrada con su familia y por ahí no estuvo tanto tiempo con ella… Es un redescubrir. Hay que llevarla, no todo el mundo está preparado.
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