No fue sólo un actor. Alfredo Alcón fue el gran actor argentino. Y, a seis años de su muerte, sigue siendo considerado un orgullo nacional tanto por el público como por sus colegas. Fueron más de 60 años de trayectoria los que lo convirtieron en un número uno en lo suyo. Y miles de anécdotas las que hicieron que todos los que tuvieron la oportunidad de trabajar con él, sigan sosteniendo que era el mejor.
Hizo de todo. Allá por el 55, formó parte de El amor nunca muere, junto a Mirtha Legrand y Tita Merello. También trabajó en Un guapo del 900, Martín Fierro, El santo de la espada, La Maffia y Boquitas pintadas, entre otros films de Leopoldo Torres Nilson. Fue parte de Nazareno Cruz y el lobo, la célebre película de Leonardo Favio. Participó de varias coproducciones con España, como Los Inocentes y Últimas Imágenes del Naufragio. Conmovió a todos de la mano de Juan José Campanella en El hijo de la novia. Y, cuando nadie se lo esperaba, aceptó la propuesta de Adrián Suar de ponerse en la piel de una travesti en la película Cohen vs Rosi.
A sus más de medio centenar de apariciones en la pantalla grande, se le sumaron su excelentes trabajos en teatro. Y, como todo actor, allí, sobre el escenario, era dónde Alcón encontraba la esencia de su vocación. Protagonizó obras como Rey Lear y Hamlet, de Williams Shakespeare, Los caminos de Federico y Yerma, de Federico García Lorca, Las Brujas de Salem y La Muerte de un Viajante, de Arthur Miller, Escenas de la vida conyugal, de Ingmar Bergman, y Orfeo desciende, de Tennessee Williams, entre muchas otras.
La televisión, en tanto, no era una debilidad para Alfredo. Sin embargo, sobre el final de su carrera, sorprendió con destacadas participaciones en ficciones de Polka, como Por el nombre de Dios, Vulnerables, Locas de Amor y Herederos de una venganza. Y, una vez más, dio sobradas muestras de su versatilidad.
Pero los logros profesionales se olvidan rápidamente si, en su paso por este mundo, uno no dejó ninguna huella como persona. Y Alfredo dejó más de una. "Jamás volví a encontrar alguien así de excepcional e íntegro. Alguien al que no le daba importancia a la fama, que jamás alardeaba de lo que ganaba y era amigo de todo el mundo”, había contado Mirtha Legrand. Y el concepto que ella tenía de Alcón era el mismo que tenían todos los que lo conocieron, desde las figuras más consagradas hasta los actores más jóvenes.
“Era un ser como un niño y con la gracia de un alma vieja. Inteligente, sensible, maravilloso, de esas personas que existen pocas, de esas que nunca te hacen sentir mal si no conocés algo” había dicho de él otra grande de la actuación como Graciela Borges. Y la aclamada Claudia Lapacó, por su parte, había asegurado que estar con él en el escenario “era lo más maravilloso” del mundo.
Pero si hubo alguien qué conoció y amo a Alfredo como nadie, esa fue Norma Aleandro. Se conocieron trabajando en Radio del Estado cuando él tenía 20 años y, ella, apenas 14. Y se enamoraron. “Fue mi primer novio”, contaba la actriz. La relación se terminó a principios de los 60, cuando él se fue a trabajar a España. Pero la dupla laboral siguió funcionando a la perfección. Y el cariño se mantuvo intacto hasta el final.
Partió el 11 de abril de 2014, a los 84 años de edad, después de luchar contra un cáncer de colon. Como si lo hubieran presentido, la noche anterior a su muerte varios de sus amigos se reunieron en su casa de la calle Cerviño. Estaban Joaquín Furriel, Guillermo Francella, Adrián Suar, Pablo kompel, Nicolás Cabré, Peto Menahem y Juan Gil Navarro. Y, como era su costumbre, recordaron todos los momentos compartidos con Alcón, a quién todos consideraban más que como un referente, como un líder. Un ejemplo de lo que había que ser en la vida.
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