Mercedes Funes está todo lo tranquila que se puede estar en tiempos de pandemia, cumpliendo la cuarentena en su casa junto a su marido, Cecilio Flematti, y el hijo de éste, Lorenzo. Sin embargo, es consciente que por estos días, muchas mujeres que son víctima de violencia de género están encerradas junto a sus agresores, viviendo su peor pesadilla. Y, ante esta situación, quiso llamar la atención de toda la ciudadanía, compartiendo en su cuenta de Instagram la lectura de un texto de su autoria. Uno que refleja, exactamente, lo que siente un víctima cuando está a punto de ser asesinada.
Después de explicar que la decisión de hacer público ese relato tenía que ver con el reclamo “para que se detengan de una vez esa cantidad de feminicidios (sic) que no paran”, especialmente por estos días en lo que “muchas mujeres están atrapadas viviendo una situación de violencia”, Mercedes pidió disculpas por adelantado por si a alguno le resultaba demasiado “sórdido”. Y dejó en claro que su intención era demostrar cómo, la víctima que habla, “está convencida de que la responsable de su trágico final fue ella”. Porque eso es, justamente, lo que la sociedad le inculcó.
El título del cuento es El Diablo y los Santos. La actriz lo escribió de puño y letra. Y, con la calidad interpretativa que la caracteriza, al leerlo hizo erizar la piel de sus interlocutores con frases como: "De su garganta putrefacta salían mil voces que se alentaban entre sí a tenerme presionada contra aquel colchón hirviente... o era una cama de espinas y clavos? No recuerdo... ". Para luego sentenciar: “Fue mi culpa por imbécil! por ingenua! por pretenciosa! por altanera! por puta!”.
Ante el impacto causado por su mensaje y en diálogo exclusivo con Teleshow, Mercedes explicó: “Este es un texto que tengo escrito hace tiempo, junto con una carpeta. Yo escribo para mí, tímidamente. Y, por insistencia de mis afectos más cercanos, me animé a abrir un blog en el que subo algunas cosas. Pero este, puntualmente, siempre me pareció profundamente doloroso. Y, lamentablemente, real”.
—¿Por qué la necesidad de sacarlo a la luz ahora?
—En estos días de pandemia, en los que por lógica todo el foco de atención está puesto en lo que nos está pasando con el aislamiento y con el virus, hay un montón de casos de violencia doméstica. Y están más exacerbados que nunca, precisamente, por esta imposición de quedarse en casa. De hecho, a través de las redes sociales, mediante las cuales hoy todos podemos acceder a todos, me escriben muchas mujeres por privado contándome lo que les está pasando.
—¿Y qué hacés vos ante eso?
—Yo tengo un marido periodista que me ha dado las herramientas para guiarlas a través de los teléfonos adonde tienen que dirigirse. Porque, por suerte, las instituciones responden a estos casos. Pero también hay una sensación de desamparo frente a esta realidad en la que no podés ir a ningún lugar a golpear la puerta.
—Lo concreto es que hoy muchas están, literalmente, encerradas con sus agresores...
—Exacto. Yo tengo la dicha de no haberlo vivido nunca. Pero imagino que la sensación debe ser escalofriante. Y al seguir leyendo que los feminicidios no paran, y digo “feminicidios” porque me explicaron que el término correcto es ese y no “femicidios”, tuve la inquietud de compartir este texto como tantas acciones que se hacen desde el arte, la música, la literatura, la actuación o el periodismo para visibilizar este tema. Porque, gracias a eso, se está poniendo el foco en un problema que ha existido siempre.
—Sin dudas.
—Hay una película francesa de hace muchos años, que se llama La maté porque era mía. Un título bastante peculiar. Pero hay algo en la historia universal de los seres humanos, que tiene que ver con eso: con una mirada posesiva de la mujer. Como si fuera un elemento más dentro de los que rodean al hombre y de los que él, orgulloso, se ha logrado proveer. Y ese lugar de objeto nos corre por completo del derecho de ser individuos. Eso, sumado a la debilidad física de una mujer frente a un hombre. Así que nos siguen matando. Y fue frente al cacerolazo del lunes y la protesta virtual que se hizo desde las casas, que yo quise exponer mi voz. Me pareció interesante leer este texto, porque hay cosas de las que hay que hablar con las palabras que corresponden.
—Dijiste algo que no es menor y es que vos no has vivido una experiencia de violencia de género. Sin embargo, en el texto expresás exactamente el sentimiento de la víctima que es sometida y, a la vez, se culpa a sí misma de lo que le está pasando...
—Eso tiene que ver con la empatía natural que debe tener una actriz a la hora de ponerse a la piel de un personaje. Pero además, como estas palabras salieron de mí, es una empatía humana. Yo he dialogado con muchas mujeres y lo hago permanentemente, porque amo a las mujeres, amo a la cofradía femenina. Y tengo registro de conversaciones. Por caso, te puedo contar de una maquilladora que tenía un novio celópata y tenía que hacer un montón de peripecias con su teléfono, los controles a sus salidas, el hecho de no poder saludar a los hombres con un beso en la mejilla...Un montón de reglas que contaba como si fueran una cosa natural.
—Es que es, justamente, la raigambre cultural machista es la base para que eso se termine naturalizando.
—¡Pero claro! Y hay algo de la culpa que también está impuesta. Todavía, en los medios y en las declaraciones de alguna gente, frente a una situación terrible como pude ser el asesinato de una mujer, terminan señalando que “andaba a altas horas”, que había consumido “determinadas sustancias” o que era una chica “que estaba más en la calle que en su casa”. Son frases con un subtexto delicado.
—Y son las mismas de las que se apropia el psicópata para someter a su víctima, ¿o no?
—Absolutamente. Es un cambio cultural inmenso el que tiene que hacer la humanidad. Y todas las puertas del feminismo, desde el más combativo hasta el más conciliador, apuntan a lo mismo. Por eso yo aplaudo y adhiero a todas. Porque hay momentos en los que hay que ser conciliador y otros en los que hay que derribar muros a patadas a la hora de hacer entender verdades...¿Cuáles? Que las mujeres no somos cosas, que somos personas. ¡Es algo básico! Yo me escucho hablar y me parece estúpido lo que estoy diciendo. Es una afirmación ridícula, como decir que el sol es amarillo. Sin embargo, para algunos parece tan lejano desde lo cultural.
—Es que fueron muchos años de una educación que arraigó el modelo patriarcal.
—Y hay una resistencia, porque hay mucha gente que cree que esto se ha llevado a un extremo en el que parecería que todo lo que hace un hombre está mal y que todos los hombres son malos. Pero esta no es la postura que planteamos los que estamos queriendo defender el límite propio y lícito que tenemos todas las personas de decir: “Hasta acá, estoy es mío, ésta soy yo, no me toques, no te metas. Respetame". Y como contraposición, lo que aparece es una argumentación burlona y satírica, que dice: “Ahora todos los hombres somos monstruos”. Y termina siendo una réplica también psicópata, que una vez más da vuelta el espejo para que sigan sin ver lo que tienen que ver.
—¿Se terminan poniendo ellos en víctima?
—Exacto.
—El hecho de haberle puesto el cuerpo el alma a esta lucha, ¿te ha perjudicado en lo laboral?
—No, en absoluto. O, al menos, no lo he notado conscientemente. No tengo idea de lo que puedan llegar a decir a mis espaldas. Pero creo que es por una cuestión personalidad. Todas son aceptables y necesarias, pero yo soy más de comunicar a través de un escrito, una interpretación actoral o un poema, que tienen que ver con las herramientas que conozco. Y así busco lograr que alguien se quede pensando: “¿Que terrible que, encima, un ser humano tenga que irse de este mundo pensando que es una basura y que se lo merece?”. Mi idea, con esto, es abrir cabezas y abrir corazones para que haya una mirada un poco más amable.
—Amable y atenta, por si alguien necesita ayuda, sobre todo en tiempos de aislamiento.
—Exactamente. Por lo pronto, yo siento que las redes son un espacio. Alguien que está en su casa desesperada, por ahí a su vínculo más cercano no se anima a decírselo porque se avergüenza, porque en el fondo tiene esa contradicción de desear que esa persona a la ama cambie, porque sabe que el siguiente paso es irse y no está preparada para eso...
—O, simplemente, porque el psicópata le hace creer que no va a poder vivir sin él...
—Tal cual. Y a veces los anónimos, como sería yo desde una red social para una persona que no conozco, somos como el espacio de desahogo. Y si estas palabras le sirven a alguien o enojan a alguien, pero lo movilizan desde cualquier lugar, creo que han cumplido su cometido. Porque si no, todo esto se naturaliza y las mujeres asesinadas terminan siendo nombres en una lista.
—¡O números!
—Claro: “La que mataron en tal lugar” o la de “tal otro”. Y es un espanto. Así que hay que educar a los varones y a las mujeres, pero sobre todo a los varones hay que enseñarles desde chicos cuál es su rol en la sociedad. Su rol masculino, necesario y maravilloso, que no tiene nada que ver con el rol patriarcal que nos dijeron que tenían que tener.
—La nueva generación ya es distinta.
—¡Gracias a Dios!
—Hablábamos del contexto de pandemia y cuarentena obligatoria. ¿Cómo afectó esto tu vida?
—Yo estaba ensayando La fuerza del cariño, una obra de teatro basada en la película de los años ’80 y dirigida por Corina Fiorillo, que lógicamente se postergó. Sigo en contacto virtual con mis compañeros, Soledad Silveyra, Miguel Ángel Rodríguez, Fabio Di Tomaso y Dolores Ocampo, repasando los textos. Pero hoy, como todos, estoy conectada con lo que está pasando, tratando de entender que hay que controlar la ansiedad y guardar en un cajón las expectativas. En casa, por suerte, la dinámica es hermosa. Cecilio, como es periodista, sale a trabajar, porque hace De Caño Vale Doble todos los días en Radio Rivadavia. Y cuando vuelve pasa por todo un proceso de limpieza y desinfección antes de entrar. Pero está cuidándose mucho él para cuidarnos también a nosotros. Y lo importante es que, aunque los extrañamos, todos nuestros seres queridos están sanos.
El texto completo que leyó Mercedes dice así:
“El Diablo y los Santos”
Esa noche creo que soñé.
Fue de esos sueños en donde no te responde el cuerpo. Donde parece que caminaras en un mar de arena mojada o te subieras a un ascensor de bambú, que sube y sube hasta que sus cuerdas de hojas secas se quiebran y...
cuánto dura esta caída infernal?!
Soñé, eso creo.
Fue por última vez, de eso estoy segura.
En mi sueño el diablo me tenía boca abajo como castigo por haberlo mirado a la cara y desenmascarado su mueca frígida y desfachatada con solo fruncir apenas mi ceño y soplar entre la carne trémula de mis labios la irreverencia de mi ilegitimo no.
En mi sueño me susurraba gritos en idiomas ancestrales con lenguas bestiales. Gruñidos, graznidos y serpenteos se abrían paso por mis oídos como una hiedra irrespetuosa. Y sin llamar a las puertas de mis vergüenzas, ingresaba a mi territorio aullando y lamiendo. Roendo y saqueando. Babeando carcajadas y escupiendo promesas, de esas que no deberían prometerse. De su garganta putrefacta salían mil voces que se alentaban entre sí a tenerme presionada contra aquel colchón hirviente... o era una cama de espinas y clavos? No recuerdo...
La refulgían las entrañas de un pastizal escondido..? O estaba cincelada en el fondo de algún sótano perdido en una ruta sin rumbos..?
A veces me confundo y creo que ese lecho estaba en la torre de un castillo donde me prometieron ser princesa para luego estrellar mis zapatos de cristal contra el piso filoso donde al fin yacería soñando que sueño una pesadilla infernal y llorando porque Dios y mis santitos están mirando para otra parte.
Porque Dios no existe y en esta pesadilla no hay los príncipes valientes que puedan despertarme. Sólo queda soñar que me duermo para siempre, para que las lágrimas de sangre, moco y miedo dejen de saber a muerte en mi maldita boca insolente.
El diablo y sus muchos demonios jugaban a meterme balas por la vagina. Y yo jugaba a quedarme quieta para que no exploten por mis suplicas.
Yo jugaba...?
Ahora no lo recuerdo con claridad.
Entonces, fue entonces?... cuando saltando la rayuela que nunca llega a la salvación del cielo, pisé la raya y di el mal paso que me derrumbó a esta tierra arrasada de la que jamás podré salir?
Será porque fui yo la que tiró la primera piedrita..? Y será que es mi culpa por haber saltado como una casquivana entre números pares e impares, que tropecé y me caí de la rayuela de mi vida?!
Perdóname mamá!
Perdóname por caerme de mi vida!
Fue culpa mía?! De seguro que lo fue!
Las voces de la hiedra venenosa del diablo así me lo señalan mientras penetran hacia los rincones de mi alma!
Perdónenme mis santitos! No me castiguen con su ausencia esta última noche de pesadillas sin sueños!
Fue mi culpa y fue culpa de mis tetas! De mi culo y mi insolencia! De mi ignorancia y mi arrogancia!
Eso me gritan las muchas voces del diablo que me devora!!
Fue mi culpa por imbécil! por ingenua! por pretenciosa! por altanera! por puta!
Puta! Puta! Puta!
Una bala más por cada grito de puta...
Perdóname mamá!
Perdóname Dios!
No me castigues dejándome sola en este rincón oscuro, dejándome de cara a la oscuridad que no se apaga!
Dios...!!!
Cuándo se apaga esta pesadilla??!
Dios!!!!???????
Dios??
...
Esa noche creo que soñé.
O estaba despierta?
Pero si lo soñé fue mi última noche de sueños, de eso estoy segura.
La rayuela se borró del piso filoso.
Mi río de lágrimas, sangre, vomito y dolor la barrieron para siempre.
El diablo ya se fue. Y Dios no volvió.
Mis santitos deben temer acercarse a mirar las sobras de mi propia carnicería.
Está bien, para qué van a venir, si ya no hay nada aquí por sanar.
Así que se irán corriendo a abrazar a mi mamá y a llevarle mi recado de disculpas eternas.
No vayas.
No te pongas ese vestido.
No te juntes con esa gente.
No tomes esa porquería.
Nos estés por ahí a esa hora.
El diablo me dijo que yo tuve la culpa.
Y debe ser así... porque Dios nunca apareció para salvarme de su castigo.
Perdóname mamá.
Ya vamos a despertar de esta pesadilla.
Juntá mis pedazos y llévame a la salvación del cielo con vos.
No quiero sentir más el sabor de esta tierra arrasada en la comisura de mi boca insolente.
Mi boca que se apaga.
Mi boca que no puede llamarte.
Mi boca que está muy rota para poder pronunciarte y pronunciar a Dios.
Si, ahora recuerdo que soñé una pesadilla y por suerte terminaba conmigo jamás despertando.
Perdóname mamita.
Perdón mis santitos.
Perdóname Dios.
Dios?
Dios...
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