Los cuentos de Facundo Arana: “Thamel”

En esta nueva entrega de sus relatos el actor nos invita al encuentro con un desconocido donde lo sensorial juega su parte. Y la empatía, también

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Facundo Arana (Foto: Mario Sar)
Facundo Arana (Foto: Mario Sar)

Un cuento. O una historia. Un sucedido. Un relato. Una idea, una ocurrencia. Un pensamiento.

Un poema ni hablar, ¿no?

¿Algún verso?

Un ensayo, ¡una monografía! Jajaja. No sabría.

Pero leé. Voy a ir contando de a poco, para que puedas ver lo que pinto con palabras sin equivocar el trazo ni una vez.Si digo que huelas, intentá hacerlo. La imaginación puede entender perfectamente lo que se cuenta con verdad. Solo no corras la vista de lo que la imaginación te vaya contando.

Leé lentamente esto:

Extendé la mano frente a vos. Imaginá un limón recién cortado en la palma de tu mano. Imaginá que olés ese limón. Imaginá su olor. Tocalo con la punta de la lengua.

Con esa atención, leé ahora.

Creo que era la persona más invisible que haya visto en mi vida. Tan invisible era que no puedo recordar cuán deformes eran sus piernas torcidas para todos lados. Enfermo de todo lo conocido. Enfermo de olvido. Hambriento. Piel y huesos. Casi ciego. Vestido con harapos. Ni siquiera el olor se le acercaba. Un muñón con el que se impulsa y la mano sana ejercitada para pedir con la desesperación del silencio. Lleno de hormigas que no lo pican. El sonido gutural que surge de su garganta es fulminante. Casi inaudible. Y fulminante.

Lo vi sin querer sobre la acera en Narayanhiti Path, mientras caminaba llegando a Thamel. Lo vi desde lejos, pero lo que me llamó la atención fue el Tetris que mi mente empezó a jugar con esa silueta tratando de entender la posición de todo eso que se movía dentro de ese cuerpo. Como un muñeco muy mal armado. Empiezo a querer buscar algo de plata en mi bolsillo para darle. No sé por qué me siento a su derecha, con la espalda contra la pared, sobre mis talones, a unos tres metros de él. Sobre una mancha húmeda y fétida, su propia orina, sobre la cual se arrastra. Nada de nada. Me quedo ahí, mirándolo. Buscando una respuesta a una pregunta que no existe, porque no existe respuesta para semejante pregunta. Porque si la hubiera...

Así quedamos un rato, en silencio.

Qué cosa con el calor. Pareciera que hay cincuenta grados a la sombra.

Me quedo sentado allí durante unos quince minutos. Luego me pongo de pie algo incómodo y le dejo algunas rupias conteniendo la respiración e intentando vanamente no escuchar el sonido que hace con la garganta. Mientras me alejo, el sonido se va haciendo más y más fuerte en mi cabeza y comienza a repetirse como un mantra. Al principio es un espanto, como si me flagelara. Y al cabo de un rato se convierte en una música triste, tremenda y triste. Le bajo un poco el volumen, le quito dramatismo en mi cabeza, y comprendo que es solo bella. Y simple. ¿Cómo es posible?

Llego al hotel esa tarde y me doy cuenta de que no saqué esa música de mi cabeza en todo el día. Y nunca pude armar aquel Tetris, y el olor que no se acercaba a él, ahora parece inundarlo todo. Intento pensar en otra cosa. Rato después dejo de hacerlo y decido en un segundo ir a buscarlo.

Afuera ya es de noche y todo en la ciudad parece volverse lúgubre. Intenso. Todas las preguntas que no tuvieron respuestas flotan en el aire. Las respuestas no existen. Camino rápido sin saber muy bien a qué estoy yendo a su encuentro. Lo veo a unos setenta metros. Inmóvil en el suelo, donde se arrastrara bajo el sol. El olor me invade otra vez. Y puedo adivinar nuevamente el sonido. Y como hiciera más temprano, me siento cerca suyo. Pasa un rato de luces de autos y motos y ruidos que lo ignoran. La poca gente que pasa también ignora a este ser y todo lo que lo rodea. Así que me vuelvo invisible junto a él. Y entonces, claro... Ocurre.

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