“Queridos amigos: estoy muy feliz porque ‘pasito a pasito’ llegué a Leader Music. Este trabajo se lo dedico: – a los que me alentaron para alcanzar este sueño; – a los que me dijeron que no, porque me dieron fuerzas para seguir adelante; – Y a Dios que no me suelta de su mano. ¡Viva la música! Gilda”.
Con esas palabras, Miriam Alejandra Bianchi –Gilda para todos, claro– celebraba en una de sus carátulas internas la llegada del disco Corazón valiente, en 1995, aquel que la consagraría como una de las grandes figuras de la música popular argentina. No lo sabía entonces, cuando apenas tenía una ilusión: pasar de un trabajo más autónomo a editar su material en un sello discográfico emblema de la movida tropical como Leader Music. Con el tiempo, sí, pudo comprobar que aquel cúmulo de grandes temas –que contaba con hits imbatibles como Fuiste, su versión de Paisaje, No te quedes afuera, Un amor verdadero y la canción que le da nombre a la placa– no era un trabajo más.
Aquel año, la Argentina vivía, como varios países del mundo, el cimbronazo del llamado “Efecto Tequila”, una de las mayores crisis económicas de México con consecuencias globales. Tal como reconstruyó el periodista Tomás Balmaceda en su libro Los ‘90. La década que amamos odiar (Ediciones B, 2017), este sacudón financiero “obligó a Domingo Cavallo a anunciar en enero un programa de austeridad fiscal y de mayor disciplinamiento a las rígidas órdenes que recibía del FMI y el Banco Mundial (...). Luego de cuatro años consecutivos de gran crecimiento económico, con una increíble tasa del 7.7% anual promedio, entre el segundo y el cuarto trimestre de 1995 la economía local entró en recesión”.
Sin embargo, en el ambiente de la industria musical la resaca de aquella crisis parecía demorarse. Tal como recuerda Balmaceda en su libro, durante aquel año el grupo The Sacados cantaba Paren de venir, el himno pop que enumeraba todos los recitales internacionales que tenían lugar en la Argentina por aquellos tiempos. De hecho, en el verano del ‘95 el país se vio convulsionado por la primera visita de los Rolling Stones, con cinco shows que reunieron a miles de fanáticos.
Además de las presentaciones en vivo, la música popular local se encontraba más vigorosa que nunca. Durante 1995 se lanzaron, entre otros, discos tan diversos y memorables como Mi vida loca, de Los Auténticos Decadentes; el debut oficial de Pity Álvarez con Viejas Locas, el recordado MTV Unplugged de Charly García; Palabras más, palabras menos, de la banda hispano-argentina Los Rodríguez, con Andrés Calamaro a la cabeza; y Sueño Stereo, el último disco de estudio registrado por la banda liderada por Gustavo Cerati, por nombrar apenas algunos ejemplos que dan cuenta de una actividad que se encontraba muy dinámica.
La llamada movida tropical también estaba en auge. Si durante la década de los ‘90 su sonido se amplió a sectores que hasta entonces no lo conocían –con personajes como Ricky Maravilla, Lía Crucet, Gladys La Bomba Tucumana o Alcides invitados a programas de televisión que hasta entonces no los habían considerado como parte de la farándula local– hacia 1995 las figuras de la cumbia ya estaban establecidas. Es más, había, además de grandes solistas, grupos que sonaban por todos lados. Sin ir más lejos, durante aquel año las radios pasaban los éxitos de la banda Commanche como Tonta y No me digas adiós, del disco homónimo editado en 1994; y éxitos del Grupo Sombras como La ventanita y Pega la vuelta, del disco Boquita de caramelo, de 1995.
EL GRAN SALTO
Hacia mediados de aquella década, Gilda era una figura en ascenso dentro del mundo de la música tropical. Y decidió dar el gran salto: es que apenas tres años antes había dejado definitivamente su carrera como maestra jardinera y grabado su disco debut, De corazón a corazón (Magenta, 1992), mientras se presentaba en vivo en clubes, discotecas, fiestas y bailantas.
Sus canciones románticas y sumamente pegadizas, además de la suavidad de sus movimientos y una presencia muy particular arriba del escenario. Gilda era llamativa sin ser estridente, le cantaba al amor, pero también a sus grises, apelaba a aquellos enamorados, que como ella, se animaban a todo, inclusive a sufrir: “Porque tengo el corazon valiente, prefiero amarte después perderte” o “No me arrepiento de este amor, aunque me cueste el corazón”.
Fue de alguna manera No me arrepiento de este amor, de su disco Pasito a pasito (Clan Music, 1994) la punta de lanza que le abrió las grandes puertas.
Llegó 1995 y con el entonces manager y pareja de la cantante, Juan Carlos Toti Giménez, deciden reunirse con los representantes de la discográfica de la cumbia por excelencia: Leader Music.
“Empezamos a trabajar juntos luego de una reunión que tuve con ella y con Toti Giménez. Yo a él ya lo conocía. Él era el director de la banda de Ricky Maravilla y yo el manager de Ricky Maravilla. Me la presentó y me dijo que estaba interesado en que yo manejara su carrera. A partir de ese momento empezamos a trabajar juntos y unidos. Así logramos el gran disco que fue Corazón valiente”, recordó en 2016 a Teleshow Reynaldo Lio, uno de los representantes de la empresa que produjo aquella placa que consagró a Gilda y que se convirtió en una de las obras más importantes de la música popular argentina.
El listado de temas, en su mayoría compuestos por la propia Gilda en dupla con Giménez, es inmejorable: abre con Fuiste –a esta altura un himno de las rupturas sentimentales–, y sigue con Ámame suavecito, No te quedes afuera, Paisaje, Corazón valiente, Te necesito, Un amor verdadero, Como marea, Si supieras, Hasta el amanecer y Jesucristo. Como bonus track, venía un remix de No te quedes afuera.
Tal como reconoció el propio Giménez en una entrevista con Teleshow, no hay un único secreto de aquel éxito. “Fue una combinación de muchos factores: en mi caso fue una época y también la búsqueda de un sonido”.
Lo que siguió después fue la consagración, el éxito imparable y la tragedia: el 7 de septiembre de 1996, en pleno auge de su carrera musical, a poco de celebrar que Corazón valiente se había convertido en disco de oro, y tras días interminables de giras, entrevistas y presentaciones todas las noches, Gilda perdió su vida en un accidente automovilístico, cuando se dirigía a la localidad de Chajarí, Entre Ríos, para brindar un show.
LA FOTO DE GILDA INMORTAL
La novedad de Corazón valiente, además de musical, fue visual. El disco –en un momento en que aquel objeto como tal era sumamente preciado– llegó aquel año a la venta con una foto que, con el correr de los años, se convirtió en un emblema.
En ella se ve a la cantante rodeada de árboles, con un vestido azul, un ramo en las manos y una corona de flores en la cabeza. Según relató Giménez, que siempre destacaba que a Gilda le gustaba la ropa simple, para aquella sesión se usó “un vestido de plush con una capa que en realidad era un pedazo de tela, y una coronita que se armó con alambres para las fotos”.
Quien estuvo a cargo de aquellas memorables tomas fue Silvio Fabrykant, un fotógrafo de larga y celebrada trayectoria, con memorables retratos a grandes figuras del mundo del arte, de la política, de la música y de la cultura en general.
“Durante más de 20 años estuve como proveedor fotográfico de una discográfica que se llama Leader Music, que en aquel momento tenía la mitad de los artistas de lo que se llamó cumbia o movida tropical. Empecé en la época en la que todavía circulaban los discos, los long play. Y tengo los sobres, todavía, donde se guardaban. Las fotos entonces eran de 30 centímetros por 30 centímetros. Yo estaba fotografiando a varios músicos conocidos de la cumbia. Y, entre ellos, me tocó retratar a Gilda”, recuerda a Teleshow Fabrykant, 25 años después de aquel trabajo, que con el tiempo llegó a estamparse en remeras y objetos de todo tipo.
– Vos te dedicabas a la fotografía publicitaria, ¿cómo es que llegás a este mundo?
–Estas cosas siempre empiezan por casualidad. Con mi mujer (la escritora Ana María Shua) éramos amigos de Jorge Guinzburg. Ella trabajaba en publicidad y compartían escritorio con él. Jorge estaba haciendo una revista y quisieron hacer una tapa con el grupo Las Primas. Entonces vino Jorge con este grupo y también su representante. Se hicieron las fotos. El representante lleva las fotos a la discográfica y ahí dicen: “Mirá qué buenas fotos que hicimos”. Kuky Pumar, el dueño, dice: “Ah, bueno, vamos a ver”. Entonces le cuentan: “El fotógrafo se llama Silvio Fabrykant, tiene su estudio en Juncal y Ayacucho”. Y Kuky, que sigue teniendo el mismo edificio de oficinas en Constitución, dijo: “Hummm, no creo que este muchacho de Recoleta pueda hacer esto pero vamos a probar”. Y me manda un primer grupo de cumbia. A partir de eso yo empiezo a hacer, simultáneamente con mi trabajo publicitario, fotos para la movida tropical. Era el momento de auge. Sin exagerar, creo que hacía un grupo o solista por semana, y más también. Era con artistas y grupos que hicieron un solo disco y que se terminaron ahí, hasta Ricky Maravilla, Pocho La Pantera, Alcides, Lía Crucet, todos. Era un trabajo que yo hacía con mucho gusto, me divertía, lo pasaba bien.
–En aquella saga te toca retratar a Gilda. ¿Cómo fue?
–Habitualmente yo hacía y hago fotos en mi estudio. En el caso de Gilda, antes de hacer esta foto tan conocida, ella había venido en dos oportunidades a hacer fotos al estudio. En aquella época me pedían una cantidad de fotos y yo, a diferencia de ahora, las mandaba, materialmente. Era película. Para esta tapa la idea era hacerla al aire libre, en un country y con una producción. Gilda ya se estaba convirtiendo en una estrella. Entonces se pensó en ese famoso vestidito de color azul violeta, también estaba el maquillaje y la idea de la coronita de flores. Y fuimos entonces a un country que consiguió Kuky.
–Había una idea visual antes de ponerse a trabajar.
–Había una idea a cargo de los creativos de la discográfica. Ella se prepara con la ropa, con el maquillaje, con todo. Y yo hago lo que sé hacer. En ese tiempo no era que uno apretaba un botón y salían las fotos, sino que había que medir la luz y ver algunas cosas. Cuando estás en estudio tenés las cosas más controladas, al aire libre un poquito menos y eso te exige más concentración. Lo fundamental en una foto, en un retrato por lo menos, es la expresión. Al menos así lo veo yo. Entonces empezamos a trabajar buscando eso. Incluso había un caballo, hicimos algunas con el caballo. No era nada muy destacable, pero creo que alguna de esas se usó también. En su momento, cuando hice esta foto, fue una foto más. Forzado ahora a recordar, cada vez que me preguntan, trato de recordar, no es fácil.
–¿Cómo es el momento en que te ponés en acción?
–Mido la luz y me pongo a trabajar. Estas fotos en general son de los artistas mirando a cámara. Las pedían así. Y podría decir que, después de sacar las fotos mirando a cámara, ella en un momento dado levanta la mirada y yo vuelvo a dispararle. Y esa fue la foto. Así que la foto no la hice yo, ¡la hizo ella! (risas). Yo no le dije nada. Yo siempre pido que me miren a cámara. No sé si es muy florido lo que recuerdo. Yo en ese momento estaba flanqueado por la gente de la discográfica, por la creativa y la gente de ahí. Y salió eso. Revelé el material después, lo procesé y lo mandé a la discográfica, como se hacía siempre. Después, con el tiempo, se construyó esta especie de leyenda, una especie de mito en el cual yo lo único que hice fue apretar el botoncito, ¿no? En ese momento para mí aquello era un trabajo más para mí, no sé si está bien decirlo. Por supuesto que cada trabajo tenía y tiene su encanto, porque a mí me sigue encantando lo que hago.
–¿Tenés alguna técnica para distender a las personas? Porque nadie parece estar, a priori, cómodo frente a cámaras.
–Nadie está cómodo frente a cámaras. Yo tampoco, cuando me tengo que hacer una foto. Hay de todo igual. En ese momento, estaba desde el tipo que nunca se hizo una foto profesional, en un estudio como el mío, hasta los actores que he fotografiado, y que se plantan ahí y te dicen: “¿Qué cara querés? Tengo aproximadamente 31 para ofrecerte”. Yo hice muchos retratos así y también mucha fotografía de políticos: desde presidentes de la nación hasta lo que quieras (N. de la R: por la cámara de Fabrykant pasaron personajes de lo más variados: de Marta Minujín y Ástor Piazzolla, a Raúl Alfonsín y Leonardo Favio, por citar solo a algunos). Porque vienen para hacer afiches políticos. Y estos son muchachos mucho más difíciles. Entre otras cosas, porque nunca tienen tiempo. Pero bueno, mi trabajo, tanto con unos como con otros, hombres y mujeres, es establecer esa relación, como hace un director de teatro con un actor: tratar de llevarlos a lo que uno quiere. Esto suena demasiado profundo y por ahí no es tan así. Pero si vos tenés un grupo musical donde cuatro sonríen y un quinto no, la foto no sirve. Estás ahí con alguien que no sonríe porque no le gusta su boca o porque le falta un diente y la foto no sirve. Vos tenés que llevar al tipo que tenés enfrente a hacer una foto que, cuando termine el trabajo y se vea, le guste a él y le guste a quien te la encomienda. No está bien hablar así de uno, pero mi trabajo consiste en eso, establecer ese vínculo creo que es lo que yo sé hacer. Y cuento con una gran ventaja, que es mi estudio, que está especialmente preparado para eso y la gente que entra allí se siente cómoda.
-Imagino, además, la preocupación porque estas fotos de músicos no eran una fotografía cualquiera: era la imagen que iba a la tapa, que en muchos casos determina que una persona compre o no el disco.
-Para comprar un disco o para elegir a una persona para que sea presidente de la nación. Ahora, muchas veces no tenés el tiempo de charlar y tomarte un café. La mayoría de las veces es: “Dale, acá está, vamos”. Hay que hacerlo ya. Y hay que resolver. Hay que estar con los tipos y hacer que, en pocos minutos, se produzca un vínculo de comunicación entre los dos. Eso es lo más difícil de hacer en un retrato, sea quien sea que esté delante tuyo.
–La foto que vos tomaste, a partir de la muerte de Gilda en la cumbre de su carrera, vuelve a circular y toma una vida propia. ¿Cómo lo viviste vos?
–Bueno, yo creo que la foto en un punto no es más mía, aunque legalmente sí (risas). Porque aparece en camisetas, posters, tatuajes. La verdad es que esto me sirve para cuando te preguntan: “¿Sos fotógrafo? ¿Y qué hiciste?” (risas). ¡Y ya está! En reuniones sociales uno puede sacar chapa (risas). Porque, de verdad, es la foto más conocida que yo hice, eso es así. Pero cuando vos hacés la foto de alguien que es candidato a presidente no se hace presidente porque vos le hiciste la foto, ¿verdad? En todo caso, si vos hacés una foto mala le puede jugar en contra. Pero vos no tenés un arma superpoderosa. Esto es así: el fotógrafo es el fotógrafo y nada más. No es que gracias a tu foto pasó tal cosa. Con lo de Gilda es igual: la foto sirvió, funcionó pero no es que gracias a la foto ella tuvo una carrera. Vos como fotógrafo participás, hacés algo que está bien y punto. Nada más, el rol del fotógrafo no es más que eso.
–Pero a Gilda le han sacado seguramente muchas fotos. Sin embargo, la fotografía que trasciende, quizá porque sintetiza algo, es la tuya.
– Digamos que esa foto tiene algo. Pero no es el fotógrafo, ¡es la foto! (risas).
–¿Qué es ese algo? ¿Cómo lo definirías?
–Para mí es difícil. Es un instante en que ella mira como hacia el infinito. No quiero versear porque no me sale, pero tal vez es algo así. Creo que es esa mirada para arriba. Se dio. Yo tuve la suerte de disparar en ese momento. Pero esa pequeña magia se produjo en ese momento y nada más. Atribuirle otros valores no me sale a mí.
–Debe ser conmovedor seguir viendo esta foto en objetos de todo tipo y que siga circulando hasta en tatuajes. ¿Cómo lo vivís vos 25 años después?
–Es como una sonrisa interna. Para adentro mío digo: “Bueno, algo hice”. Pero eso es privado, qué suerte que hice eso. Lo que pasa es que uno, cuando es un viejo fotógrafo –en la vida no, soy un pendejo (risas)– uno tiene muchas otras fotos de las cuales está orgulloso. Y ésta también. Lo que pasa es que las otras fotos no están impresas en la piel de nadie.
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