Las fotos de Natacha Jaitt con su familia están en casi todos los rincones. En la puerta de entrada, en las de los cuartos, en el pasillo, exhibidas en un corcho o en cuadros. El vestidor se mantiene casi intacto, al igual que sus maquillajes, acumulados en el baño. La escalera tal vez sea el lugar más especial: a modo de vitrina, se exponen los retratos que pinta su hijo, Valentino, en donde la figura de la conductora tiene un protagonismo especial. En su cuarto ahora duerme su hija, Antonella, pero tampoco sufrió grandes modificaciones. Sus libros, sus muñecos y demás pertenencias permanecen inmóviles, como si el tiempo se hubiese detenido y siguieran esperando a que llegue su dueña. En la puerta, un cartel: “Cuidado con el gato”. Su hermano, Ulises, lo mira y sonríe por lo bajo: “Así era su humor. Así era ella”.
Natacha vivía en su casa en Villa Urquiza junto a Ulises y Valentino: el padre del menor, el actor Adrián Yospe, falleció en 2011 y ella quedó a su cargo. Después de la muerte de la conductora, hace exactamente un año, Antonella dejó Rosario, la ciudad en la que siempre vivió y estaba estudiando, para mudarse al hogar que dejó su madre y acompañar a su tío y su hermano en el momento más duro de sus vidas.
“Los vecinos a veces me preguntan cómo viene el tema de la investigación. Pero no mucho. Saben que no es fácil estar hablando todo el tiempo de eso”, cuenta Ulises. Mientras se aferra a la esperanza de que aparezca una pista o algún testimonio que permita avanzar en la investigación de la muerte de Natacha, su familia intenta rehacer su vida. El dolor suele ponerle un freno a ese objetivo, pero el recuerdo funciona como un motor para levantar la cabeza y seguir adelante.
Dicen que cada familia es un mundo, y en este mundo el recuerdo de Natacha es su legado: su personalidad fuerte, su carácter, sus pasiones y su sentido del humor. Así lo entienden tío y sobrinos y no hay escándalo mediático, investigación judicial o paso del tiempo que lo altere. “Siempre trato de mantenerla presente tanto en mi mente como en lo que uso o hago. No hay momento en el que ella no esté, así sea en lo más mínimo. A veces siento que va a aparecer por esa puerta y va a decir: ‘Hola, ¡ya llegué!’ Y que yo le voy a preguntar: ‘¿Dónde estuviste?’”, cuenta Antonella al recibir a Teleshow, antes de realizar un recorrido por el hogar que dejó su madre.
Ya desde la puerta de entrada de la casa se siente la presencia de la conductora, con fotos suyas de joven y otras con sus dos hijos. Al lado, un cuadro que Antonella exhibe con orgullo, que lleva las marcas de las manos de su madre, las suyas y las de Valentino.
Tanto ella como Ulises llevan a Natacha en su piel. La joven bailarina se tatuó una mariposa, en representación de su madre, con sus iniciales y la frase “en el ahora y en el más allá”; y él tiene su nombre y el mensaje “agradecido por todo el amor que me diste”. Valentino, apasionado por el arte y dibujante desde muy pequeño, dejó grabado el amor por su madre en sus pinturas. Expuestas en la escalera, se puede apreciar una de Lionel Messi, otra de un árbol y, al lado, la más especial de todas: un retrato de la actriz.
La escalera conduce al cuarto de Valentino, en cuya puerta hay más fotos: la mayoría son de él de niño junto a su madre, aunque también hay un dibujo y una imagen de su tío. Al lado, el de Ulises. “Natacha fue el ángel que tuve en esta tierra y me dio un hogar, que es este. Si yo tengo este hogar es gracias a ella: yo no laburé para tenerlo, tendría que estar alquilando en algún lado”, asegura.
La habitación de Natacha, en la que ahora duerme Antonella, permanece casi sin modificaciones. Desde el mueble con sus adornos hasta los peluches, una almohada de Boca Juniors, un corcho con más fotos, sus libros y hasta su frigobar.
Entre algunos de sus libros se destacan “Las mujeres que aman demasiado”, de Robin Norwood; “Los hombres que no amaban a las mujeres”, de Stieg Larsson; “Pecadores y pecadoras”, de Federico Andahazi; y “Cuando la gente buena sufre”, de Harold Kushner. También se encuentra el libro autobiográfico de Jacobo Winograd. Y otros como “Sexualidad inteligente”, “Los 250 mejores trucos de sexo” y un texto sobre el Kamasutra. “Ella hablaba mucho de sexo en su programa de radio, y lo hacía porque leía mucho al respecto”, explica Ulises.
En el estante ubicado en el rincón se observan pequeños adornos, desde vasos, muñequitos, lapiceras, la Estrella de David, el falso Martín Fierro que llevaba a su programa de radio y un cuadro con la frase “hoy es un buen día para tener un gran día”. En el corcho, además de las fotos con sus hijos, se destaca una tarjeta que reza “Jesús, en vos confío”, y un billete de un dólar con el rostro de Hello Kitty.
Por ahora, la familia tampoco quiso desarmar el recuerdo de Natacha en su baño. Como se puede ver en las imágenes, los maquillajes, los peines y algunos productos que utilizaba la actriz aún se amontonan en el lugar donde fueron dejados.
El recorrido llega hasta el vestidor de Natacha: un cuarto separado de su habitación, donde sus prendas se conservan perfectamente ordenadas por cajas. Son tantas que casi no hay lugar para moverse ni tomar fotografías. Al costado de un perchero se visualiza uno de los carteles que ella dejó en diferentes rincones de su casa. Como si hubiese querido dejar un mensaje. O una enseñanza para quienes intentan seguir adelante en medio del dolor, pero con la certeza de que ella los va a acompañar en todos los desafíos que deban enfrentar: “Si no es hoy… ¿cuándo?”
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