El protagonista, autor y director de Por el nombre del padre afirma que la temporada viene “flojísima”. “No me quita ser Pepe Cibrián que me vaya mejor o peor económicamente. Uno tiene que salir a pelear, como hacemos en la vida”, reconoce, y agrega: “Son muchas generaciones, muchos estadios llenos y muchos teatros vacíos.¿soy menos porque me vaya menos gente a ver acá que en otro? No, es una circunstancia”.
Junto a Viviana Saccone, Cibrián interpreta a una pareja que atraviesa un momento clave. Ellos mismos dan vida al resto de los personajes con los que interactúan: los hijos del matrimonio, sus padres y hasta Jacinta, una portera descomunal que en los próximos meses tendrá su propio espectáculo. “Eso es amar, que el otro sea feliz”, dice el artista, sin poder desarrollar demasiado para no develar el misterio del cierre de la obra: “En otra época no hubiésemos podido poner ese final. Hoy se pone y es la realidad del mundo”.
Pero Cibrián cambia drásticamente de tema. “Estaba en Tinder, yo. ¿Sabías?”, indaga, y aclara se fue de la aplicación de citas porque se aburre y la gente no es comprometida.
—¿Estás enamorado?
—No. Me encantaría estarlo.
—Algo más profundo que el touch and go de un ratito.
—Sí, de eso ya no tengo ganas. He hecho tanto touch and go en toda mi vida, imaginate a esta altura.
—¿En Tinder qué encontraste?
—Gente muy agradable hasta el cuarto día, y después ya no te escriben más. Salí con dos personas o tres. Maravillosa toda la charla. No había pasado nada, no pasó, porque no tengo ganas que pase por pasar. Era conocerse y ver.
—¿Volverías a convivir?
—Podría ser en camas separadas, cuartos separados. Tengo un hijo adoptivo, Luis, con quien convivo. Es un hijo, literalmente. No es gay. Tenemos una comunicación y un amor de una amplitud maravillosa.
—¿Hace cuánto convivís con Luis?
—Un año y medio. Me acababa de separar de Santiago. Todas las noches tenía que venir a dormir alguien a casa. Fui a dar un seminario en Mendoza, y estaba entre muchos un chico que se llama Luis. Realmente guapísimo. Pero... por mamá: no lo miré más que con ojos de que algo tenía esta persona. Tan talentoso me pareció, tan tierno. Entonces lo invité inmediatamente a él y a otra chica a un seminario a los dos días en San Luis. Fuimos, y ahí lo senté, le dije: “Mira Luis, no nos conocemos…”. Mis amigos me decían: “Estás loco, si no lo conoces, no sabés quién es”. No me importó nada. “Luis, yo soy gay, yo sé que vos no sos gay, yo te puedo estar mintiendo de cabo a rabo, pero te quiero proponer algo. A mí me pasa esto, esto y esto en la vida, te propongo que probemos una semana en Buenos Aires, te invito, en mi casa. Si vemos que tenemos una buena convivencia me comprometo a darte toda la plataforma de clases, de preparación, de entrenamiento, todo. Y yo necesito compañía, no quiero estar solo”. Probó, se volvió dos días. Volvió. Y hace un año y medio ya (que convivimos). Es el ser más mágico, más compañero. Muy mujeriego: yo le hago todos los enganches. Tiene su suite, tiene su cosa, él viene con quien le da la gana.
—Lleva chicas a casa.
—Sí, sí, sí. Hace lo que le da la gana. Es un sol.
—¿Te encontrás a la mañana en el desayuno con Luis y su pareja?
—No, no, generalmente no le gusta. Él hace que se vayan. No quiere que me mezcle con eso. Pero sabe que ese es su hogar. Yo. entre que vaya a lugares que no son lindos, (le digo) “llévate el auto, sé feliz”. Es lo que quiero, que sea feliz.
—Y a vos, ¿te está funcionando ese vínculo?
—Mucho. Pero también sé que mi vida tiene que cambiar, porque él tiene 26 años, un día va a terminar sus estudios, se irá del país, a lo mejor me voy yo con él. Se casará o se juntará con alguien. Y yo me quedo de nuevo solo. Entonces no, por eso he puesto mi casa en venta de nuevo. Es cara, pero es espectacular. Es muy corto todo. Yo no soportaría verme limitado. Me voy. En ese instante, ya lo saben mis amigos, todo: “Adiós, pampa mía”. Me importa un carajo. No me importa nada.
—¿Qué quiere decir? ¿Le pediste a tus amigos que te ayuden, en una situación límite?
—Pero ni hablar. Y ellos a mí. Está clarísimo, eh. Te dan todo esto de morfina y te fuiste a la mierda. Ni te enterás. Ay, qué horror, qué horror, qué horror. Pero si yo hago irse para que no sufran a mis perros, ¿cómo no voy a…? ¿Por qué voy a sufrir yo? No tengo ganas de eso. A lo mejor no me pasa. Me enfrenté tres veces a la muerte, muy claras: dos cánceres y la caída que sabés que tuve, el derrame cerebral. Y se sigue viviendo y peleando en un país tan surrealista y tan mágico y tan brutal. Entonces, tanta gente se va, y yo los entiendo. Yo no me voy, vos no te vas, pero no nos hace mejores ni peores; son elecciones de vida.
—¿No te da miedo?
—No. Porque sé que nos vamos a encontrar todos. Te lo firmo, eh.
—¿Te divorciaste?
—Sí. Firmamos los papeles de divorcio. Consideramos con Santiago (Zenobi, su ex marido) que era bueno. Llevábamos un año y medio separados. Y sinceramente, nos cayó fatal tener que divorciarnos.
—¿Se llevan bien? ¿Se siguen queriendo?
—Amando. Amando. Amando.
—¿Y cómo se lleva con Luis?
—Maravilloso. Son compinches.
—¿Sí?
—Yo lo veo muy poco. No nos vemos mucho con Santiago. Nos lleva un tiempo. Entonces, como Santiago maneja todo lo mío, manejó toda la vida, ahora lo maneja todo Luis; yo no me entero de nada, y siguen haciéndolo ellos.
—¿Y vos sentís realmente que Luis es un hijo adoptivo que trajiste?
—Sí, es un hijo que he parido. ¿Hace cuántos años que yo quiero tener hijos? Toda la vida. 15 años tratando de adoptar, ahora hubiesen sido 20 ya. Y no me los dieron. Entonces apareció este hombre en mi vida, y es un regalo del cielo para mí. Además, ya más crecidito por suerte. Con una familia adorable. Una madre gloriosa que vive en Mendoza, que cada dos minutos la traemos. Él está muy feliz, y me hace muy feliz.
—Hace un ratito decías que la temporada está mal, que el país está pasando un momento muy difícil.
—Terrible. Ya no entiendo nada. Lo único que sé que pasa es que no bajan los sueldos los senadores. Sé que no bajan los sueldos los diputados. Sé que se enojan mucho con las extraordinarias. ¿En qué país distinto vivimos? La grieta son ellos. A la clase media la están destrozando, me incluyo, con los impuestos. Y al campo le queda el 4% de ganancias después de lo que tiene que pagar. ¿Quién coño va a invertir? ¿Cómo voy a invertir yo o vos en algo? ¿En qué invierto? ¿En un kiosco? No puedo, porque no me da ni para comer. ¿Cómo hace la gente que no tiene para comer?
—¿Sentís que se le pide a la sociedad un esfuerzo que la clase política no hace?
—Ni la política, ni los judiciales, ni nadie. ¿Cuándo coño? Yo estoy harto de que me digan “pongan el hombro”. Desde que tengo uso de razón, desde Álvaro Alsogaray, que me dijo “hay que pasar el invierno”, en el año 1914, creo (risas), no pasamos más que inviernos… Y somos privilegiados.
—Absolutamente: tenemos trabajo, y trabajamos en lo que nos gusta.
—Eso es un montón. Es un privilegio. ¿Pero cuánta gente no tiene para comer? Entonces me cuentan de todas estas cosas y digo que horror en mi país, pero por qué no son hábiles, ni siquiera humanos, hábiles. Ahora congelan sueldos; bueno, a mí también, que me congelen a 200 mil pesos, imaginate qué congelamiento es, ¿no?
—¿Estás feliz, en este momento de tu vida?
—No. Me falta lo lógico que implica la utopía de ser feliz. Ser feliz hay momentos. Entonces, estoy muy feliz. Ahora salgo de pronto de acá, mi cabeza no para de pensar y pensar y pensar. Dejé todas las medicaciones. Tuve 20 años depresiones muy grandes.
—¿Y por qué dejaste la medicación?
—Y... porque quise. No me siento deprimido, ya lo he pasado, necesito volver a ciertas cosas mías que vuelven, eh; cosas que no estaban y vuelven. Y tardamos cuatro meses en sacar todas las medicaciones y estoy feliz. Si yo me sintiese mal de nuevo, las volvería a tomar.
—¿Y te llevás bien con el que reencontraste?
—Sí, porque el que me reencontré es el que dijo: “Dejá de medicarte”. Tenemos un niño adaptado a los dolores que hemos vivido. Ese niño no crece bien, tiene dientes por acá, es el que nos jode. Y hay otro niño, no solo es el lúdico, el erótico, el que juega. Y siempre se pelean. Y en mí, el lúdico le costaba salir adelante muchas veces a pesar de mi arte y de mi creatividad. Y ahora el lúdico le dijo: “Dejate de joder, encapsulate”. Porque está, eh, siempre está. Pero encapsuladito, como el cáncer. Por eso me salvé.
—De salud, ¿cómo estás?
—Muy bien. Me tengo que hacer chequeos hace cuatro semanas y no me animo a hacerlos. Voy el sábado. Ya está todo organizado. Tengo que hacerme muchas cosas: por la cabeza, por la rodilla, por el cáncer, son muchas cosas.
—En el escenario, ¿sos feliz?
—Sí. Ahí me olvido de todo.
Mirá la entrevista completa:
Agenda: Por el nombre del padre se presenta de jueves a domingo en el teatro Picadilly
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