“Yo no bailo, soy de Minas Gerais, veo sambar en los carnavales por televisión como vos”, tuvo que explicar más de una vez Anamá Ferreira (68) apenas pisó Buenos Aires, en 1976. Durante los 44 años que lleva viviendo y trabajando con éxito en el país debió enfrentarse muchas veces con prejuicios y obstáculos hasta convertirse en uno de los personajes más populares del mundo artístico local (desde su trabajo como modelo durante dos décadas, hasta su actuación en Mesa de noticias, el clásico televisivo creado por Juan Carlos Mesa que cautivó a los espectadores en los ‘80 y su participación en distintos programas televisivos como 360, Movete y el actual Tarde pero temprano, que la tiene como columnista). Pero su tendencia a sortear dificultades y buscar la manera de salir adelante empezó antes. Según ella misma narra, el mismo día de su nacimiento en un paraje rural cerca de Campo Belo, el pueblo donde creció y vivió toda su adolescencia.
“Nací solita”, dice a Teleshow, sonríe y continúa: “En un campo que se llamaba Secreto, solita con mi mamá. Cuando ella empezó con el trabajo de parto mi padre salió corriendo para buscar a la partera, pero cuando llegó yo ya estaba tomando la teta. Así nos arreglamos. Nos arreglamos solas. Nací solita”.
— ¿A qué se dedicaban tus padres?
— Mi papá tenía olerías, que es donde hacen los ladrillos. Él era como un arquitecto. Debe ser por eso que me gusta tanto la arquitectura. Mi papá construía como si fuera un edificio de ladrillos y a la noche cuando iban a hacer la quema de los ladrillos era una fiesta, era día de fiesta. Y mi mamá no, mi mamá era ama de casa, pero era muy inquieta, siempre estaba haciendo cosas. Le gustaba mucho la ropa, los aros, la bijou, todas esas cosas. Ella era bastante poderosa ¿no? Una mujer poderosa. Mi padre era más tranquilo.
— Creciste en una familia “tipo”: tenías un hermano y tus padres.
— Sí tenía un hermano, Mauricio, que me llevaba 7 años. Hasta que fallece con 18 años porque le dieron una inyección equivocada.
— ¿Un caso de mala praxis?
— Sí, fue mala praxis. Y fue terrible, porque yo tenía 12 años y pasé toda mi adolescencia con mi mamá que lloraba todos los días. Ella era fuerte y durante el día hacía todo, pero a las cinco de la tarde paraba el mundo, se sentaba a llorar.
— ¿Todos los días?
— Toda mi vida fue eso. Era la hora en la que él siempre llegaba. Por eso yo entiendo mucho a la gente que perdió un hijo, viste, esa cosa de que no hay cómo nombrarlo. Mi mamá falleció acá con 93 años y yo le charlaba para ver si ella estaba bien y cuando hablaba de mi hermano le bajaban las lágrimas. Ella toda su vida lloró pero yo casi nunca pude llorar a mi hermano porque yo tenía que ser fuerte. Yo trataba siempre de sobresalir, de no dar trabajo en casa. Trataba de sacar las mejores notas para que ella no se preocupara.
Mientras pasaba sus días de adolescente, Anamá veía en revistas diseños que usaba Brigitte Bardot y le pedía a la costurera del pueblo que le hiciera modelos similares. Había algo de ese mundo que le generaba una atracción indescriptible: “Yo tenía 12 años, 13 años, cayó en mis manos una foto de la revista Vogue con una modelo que llevaba el pelo atrás de la oreja, con una camelia adelante (N. de la R.: era una imagen de Kouka, la súper modelo argentina que años después Anamá llegaría a conocer en persona y admirar). Yo la puse así, frente a mi cama, y crecí viéndola. Por eso yo creo que los sueños se cumplen siempre”.
—¿Cómo decidís irte del pueblo a estudiar, teniendo sobre tus espaldas esa responsabilidad que describías?
— Yo fui armando un plan. Porque veía que mi futuro era hacer concurso, que en Brasil era lo más, para trabajar en el Banco de Brasil, que es como el Banco Nación de acá. O ser maestra. Pero me deprimía mucho pensar que a 30 años de trabajo en el banco me iban a dar un reloj como le pasó al papá de una amiga, que trabajó 30 o 40 años ahí. Mi plan era irme, no a Sao Paulo, que me parecía agobiante. Yo quería irme a Río, porque como nosotros en Minas no tenemos mar, entonces para mí conocer el mar era como lo más, era como llegar a Hollywood.
— ¿Lo soñabas?
— Soñaba con el mar. Porque la gente no da el valor que tiene. Cuando uno dice “ay, conocí el mar”, como al pasar, no puedo creer. ¡Es importante! Es un momento crucial. Porque yo conocí el mar, después llevé a mi papá, mi papá pasó un día sentado en la playa de Copacabana mirando el mar de grande. No podía creer lo que veía, cómo contenía toda esa agua, me decía.
Fue justamente después de un viaje a Río de Janeiro para acompañar a su madre que Anamá decidió que era esa ciudad en la que quería vivir al terminar la secundaria y presentarse al exigente ingreso a la universidad para estudiar Derecho: “Miré Río y vi montaña, túneles, mar, lagunas, yo digo: ‘de acá no me voy’”. Entonces tuvo que ponerse a trabajar: lo hizo como vendedora en una tienda, luego envolviendo regalos (“era pésima”), y al poco tiempo como secretaria pese no tener experiencia. Sí sabía mecanografiar a gran velocidad porque había hecho un curso en su pueblo natal y eso la salvó.
Más adelante llegaron los concursos de belleza (“salí Miss Café de Brasil, conste en actas”, dice y se ríe), mientras seguía estudiando y haciendo malabares para conseguir el dinero necesario para comprar los libros. “Un día yo salgo de estudiar como a las once de la noche y voy caminando por Copacabana, cuando se podía caminar por Copacabana a las once de la noche, punto aparte. Con mis amigos vimos que había un cóctel en una sedería muy famosa, que todo el mundo compraba ahí las telas. De lejos veo un diseñador, que era el más famoso de Brasil en ese momento, se llamaba Hugo Rocha, tipo un Gino Bogani, ponele. Yo digo: ‘Wow, le tengo que hablar ahora’”, recuerda. Como estaba de jeans y con la ropa simple que llevaba para ir a estudiar le pidió el saco a una amiga, se coló a la fiesta y fue a hablarle a Rocha. Empezaba así una nueva etapa en su vida.
EMIGRAR
Aquel diseñador fue uno de los primeros. Luego vendrían más pasarelas, comerciales, sesiones fotográficas, tapas de revistas y todo tipo de trabajos en el mundo de la moda en Brasil. Hasta que, de a poco, los sueños de la modelo empezaron a trascender fronteras y quiso probar suerte en París. De hecho llegó a comprarse un pasaje. Pero un día, durante una comida con un grupo de argentinos, alguien le dijo que podría llegar a tener mejor suerte si viajaba a Buenos Aires.
“Cuando llegué, acá ya eran estrellas Mora (Furtado), Teté (Coustarot), Evelyn (Scheidl) y toda esa banda. Pero no había negros que trabajaran de modelos. Negros siempre hubo en la Argentina, lo aclaro porque después me retan de la comunidad negra diciendo que yo digo que no había negros y tienen razón, había claro. Pero no que trabajaran de modelos", afirma.
— ¿Cómo llegás a tu primer desfile?
— Me presentaron a José Luis Perotta, que fue uno de los mejores fotógrafos de la Argentina. Y, como una cadena de favores, él me dijo: “Mira, vos podés trabajar muy bien acá de modelo, te voy a presentar a Charly Grilli. Fui a verlo y me tiró un vestido y me dijo: “Bueno, tenés un desfile el 24 de marzo”. ¡El 24 de marzo del 76, el día del golpe militar! Por eso al final el desfile se pasó al 5 de abril. Desde ahí no paré hasta hoy. Yo era la novedad. Pero, ¿qué pasaba? Había diez modelos y ponían nueve modelos y una exótica. Yo era la exótica.
— ¿Te molestaba el estereotipo?
— Es que en un desfile una persona me dijo: “Yo te pongo porque vos sabés bailar”, y yo le digo: “Yo no bailo”. Entonces la mina me dijo que me había contratado porque creía que yo bailaba. Le digo: “Bueno, me pagás el desfile y me voy, si no me pongo a gritar acá”. Yo tuve que ir imponiéndome, haciéndoles entender que yo soy modelo, yo soy modelo de pasarela y lo que muestro te garantizo que lo voy a vender. Pero no me pidas que baile. Y así corrió la bola y nunca más me pidieron que bailara. Después pedí también que no me digan que yo soy exótica: yo soy una modelo, un ser humano. Así dejaron de llamarme “exótica”.
— ¿Cómo llegás a la televisión?
— Empecé con Andrés Percivale, en Las noches de Andrés por Canal 13. Íbamos todas las modelos divinas, y nos sentábamos ahí. Un día Andrés preguntó: “Si fueras un colectivo, ¿qué colectivo serías?” y nos sorprendió. Entonces empezaron a hablar todas y decían: “Ay no sé, yo no ando en colectivo”. Llega a mí, y yo, que andaba en el 152, el 59 y el 29, digo: “Mira, no pudo mentir, yo tomo el 152 todos los días y pido por favor que el 59 ande un poco mejor, porque siempre llega tarde”. Fue impresionante: ¡ahí los colectivos dejaron de cobrarme! (risas). Entonces yo ahí vi que empecé la empatía con el público desde la sinceridad.
Con el regreso de la democracia, en 1983, la televisión argentina se renovó y sumó varias novedades a su grilla. Entre otros programas de la época, sobresalió Mesa de noticias, un programa humorístico protagonizado por Juan Carlos Mesa y Gianni Lunadei, que recreaba lo que se vivía en la redacción de un noticiero televisivo bastante disparatado. A ese programa fue convocada Anamá, que luego de rechazar una propuesta en otro ciclo célebre de la época como La noticia rebelde, se decidió por lo actoral. Lo curioso del rol era que la brasileña interpretaba a una suerte de delegada sindical dentro del equipo del informativo de la ficción.
Tanto caló el personaje, que en una ocasión fue el mismísimo sindicalista Saúl Ubaldini quien, invitado al programa, pidió conocer a Anamá. “¡Era la época de los 13 paros a Alfonsín!”, apunta hoy.
—¿Te costó pasar de las pasarelas a interpretar un personaje, que tenía que hablar e interactuar con los otros?
— Nunca. Ni el idioma, nada. Además el Gordo Mesa era muy respetuoso, no me decía “negra” ni nada. Entonces yo fui un día, él estaba ahí escribiendo los libretos a las 5 de la mañana en el canal y le dije: “Mesa, perdón, te quería decir, porque me doy cuenta por el libreto, que tenés medio cosa de decirme ‘negra’. Podés decírmelo, yo no soy prejuiciosa. Además sé bailar el hula hula, en la cintura, en el cuello, en el brazo, donde sea (risas)". Al otro día puso una escena con tiro al blanco: mi cara estaba en el redondel, y me puso también para bailar el hula hula (risas). Fue una época que fui muy feliz, yo vivía en ATC, no me iba a mi casa, me quedaba a dormir porque tenía ducha, un sofá brutal, los camarines, imaginate, eran impresionantes porque venían de la época del Mundial, imaginate lo que era ATC, una joya. Además me reía mucho con Mesa, con Gianni Lunadei, con Javier Portales. Y me hice amiga de todos los conjuntos que venían al programa, Los Abuelos de la Nada, Luis Miguel. Todos venían a este programa, todos. Todos los rockers.
GOLPES
Fue también en los ‘80 que la modelo vivió, tal como lo describió en su libro Negra Guerrera (Editorial Planeta, 2015), “una temporada en el infierno”. Mientras se encontraba en el pico de su popularidad por sus apariciones televisivas y en las pasarelas de todo el país, inició una relación con un reconocido DJ de la época, Puchi Chavez.
“Empecé a salir con él porque me parecía divino, era el DJ del momento en Buenos Aires, era el más famoso que había en la Argentina, el top. Hacía todos los desfiles. Pero era violento. Y yo lo sabía. Y me metí ¿entendés? Porque nosotras creemos que podemos cambiar a la gente. Y no podemos cambiar a nadie, nadie cambia nada”, recuerda.
Lo que había comenzado con gritos y escenas de celos, terminó en golpes.
— Pero, ¿qué pasa? El tipo violento tiene un patrón: te golpea, te pide perdón, se arrodilla, te pide perdón y llora. Ese es el patrón típico. Entonces vos decís: “Bueno, pobre, lo voy a perdonar, qué habré hecho, yo soy la culpable, porque soy famosa, estoy en todos lados”. Pero yo no decía nada porque me daba vergüenza. Hasta que un día yo tenía un desfile muy importante y él me hizo así en la cara y yo tenía todo violeta acá, todo acá. Es como que el cuerpo grita el golpe para que alguien te ayude.
— ¿Alguien te vio así?
— Sí, una amiga mía, Ginette Reynal, me dice: “Negra, decile a Puchi que pare la mano”. Entonces yo digo: “Wow, entonces mis amigas lo saben”. Y poco después yo estaba en Mar del Plata el día que Monzón mató a su mujer, Alicia Muñiz. Estábamos en un cuarto del hotel Hermitage junto a Teté Coustarot, que habíamos ido a hacer un desfile, estábamos ahí. Fue conmocionante. Nosotras dos agarramos todo y nos volvimos a Buenos Aires. Y yo digo: “bueno, hasta acá llegó”. Y ahí corté.
— ¿Qué pasó después?
— Me separé y él venía a la puerta de mi casa, trató de prender fuego a la puerta. Yo no podía volver sola a mi casa, siempre alguien que venía conmigo me tenía que subir porque yo tenía miedo de subir. Mirá, es el día de hoy que te juro por mi mamá, que yo llego a mi casa y miro si hay alguien en la escalera. Tengo miedo a la escalera porque él siempre se escondía en la escalera.
— ¿Creés que cambió algo de aquella época a cómo se tratan hoy los casos de violencia de género?
— Me parece que está muy bueno lo que está pasando porque como que ahora podés hablar, podés decir las cosas, podés decir lo que te pasa, pero todavía falta. Una mujer golpeada puede ir, buscar un botón antipánico. Yo no tenía eso, y él vivía cerca, estaba siempre cerca de mi casa. Ahora las mujeres tienen otras armas para defenderse. Es muy bueno lo que está pasando. Pero siempre digo que tenés que salir de la relación. Tenés que hacer caso a las amigas. Tenés que hablar con gente. Tenés que ir a una terapia. Y tener siempre presente que no lo podés cambiar, un tipo violento es violento, olvidate.
POLÉMICA Y DISCULPAS
“Has levantado ahora una bandera y te quería recordar que me hacías BULLYNG durante años cuando hacía CQC y gracias a vos no me llamarán más para hacer TV pq vos me pusiste el monte sobre mi manera de hablar eras el canchero de CQC #PHPodemosHablar”, publicó en su cuenta de Twitter. Y siguió: "Este es para vos Andy Kusnetzoff de verdad me hiciste mucho mal y tuve que bancar y callar por años, te burlabas de mí en todos los programas de CQC y todos se reían, no sabes el mal que me hiciste a mi, fue letal #PHPodemosHablar".
"El tema de mi idioma empezó cuando empezó CQC (N. de la R: Caiga quien caiga, el programa televisivo que condujo durante años Mario Pergolini y en el que Kusnetzoff se desempeñó como cronista callejero). Y era CQC, no solamente Andy, Mario, todos. CQC en ese momento era como las redes sociales ahora. CQC era como un Twitter. No había nada, entonces ¿qué hacían? Todos los chicos miraban CQC. Entonces lo que ellos criticaban era palabra sagrada. Y ellos decían que yo hablaba mal. ‘Ah, Anamá habla mal’. Eran los chicos cool, modernos, donde venía uno y te decía, en una fiesta o no sé qué, ‘hablás como el culo’, ‘Ah no, vos no sabés hablar’ y se iban. Y pasaban la nota y después en el piso volvían a decirlo. Entonces eso quedó en la conciencia colectiva”, señala Anamá.
—¿Sentiste que eso te afectó en lo laboral más allá de lo personal?
—Fue como que hablaron tanto que yo hablaba mal que la gente me dejaba de llamar. No había como una revalorización de la mujer y todo eso que hay hoy. Ahora es como que la gente no permite más eso. Entonces yo soy extranjera y hablo así. Ahora estoy en un programa y trabajo súper bien. Siempre me respetaron, siempre fui invitada a los mejores programas, todo, pero creo que ahora la gente se cuida más para hablar.
—¿Cómo fue la charla con Kusnetzoff después de la polémica en redes?
— Fue groso. Fue re groso. El Twitter es maravilloso, yo amo el Twitter. Nos escribimos y él me dijo: “¿Querés que hablemos en la radio o que nos encontremos? Venís a mi programa”. Yo dije no, no, ni radio ni programa, tomemos un café. Y en un lugar donde no haya nadie de prensa. Entonces hablamos y nos dimos un abrazo. Me dijo: “Anamá, yo no sabía que te había dolido”. Después fui al programa y la mejor, nos vemos siempre, nos encontramos siempre y tenemos la mejor.
VIDA PRIVADA
Acaba de volver de Río de Janeiro, donde pasó unos días de descanso. Dice que viajar es una de sus pasiones. Fue con una amiga, dice que es “la Susana Giménez de Rumania”.
— ¿Estás en pareja ahora?
— No, ahora estoy soltera. Estoy como dicen los brasileños, “libre, leve y suelta” (risas). Estuve 11 años en pareja y me separé. Y la verdad que estoy disfrutando de estar sola. No sé si estoy sola en realidad, no es que una está sola, no estoy con la compañía de un hombre. Pero salgo, tengo muchos amigos, tengo a mi hija Taina que es un sol, leo, viajo.
— ¿Le tenés miedo a la vejez, te asusta la cuestión física de ser mayor?
— Bueno, ya soy vieja (risas).
— No decís tu edad.
— No, pero es muy fácil de calcular. La que diga que no le asusta un poco envejecer miente. Pero yo siempre trato de pensar que es sabia la vida, que no es que vos te quedás vieja de un día para el otro. Vos vas mirando y te vas acostumbrando a tu cara. Yo no soy de operarme. Me encantaría sí una lipo para sacar la panza y toda esa cosa, pero me da miedo.
— ¿Te cuidás?
— Yo como sano de verdad, entreno todos los días, voy al gimnasio. Es la única manera que las rodillas y todo eso funcionen. Porque después de los 50 tenés que fortalecer las rodillas, tenés que fortalecer las piernas. Así que entreno, como sano. Pero bueno, es así, es la vida. Ahora es difícil para conseguir novio.
— Pero dijiste recién que estabas disfrutando de estar sola.
— (Risas) En realidad quiero conocer a alguien pero que me trate bien, yo siempre pido al universo eso, que me trate bien, que me quiera, que le guste viajar. Voy a tener que entrar a una de esas aplicaciones. ¿Te imaginás conocer a alguien en una aplicación? Me mato de risa.
Fotos: Franco Fafasuli
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