Parasite, la película-sensación de la temporada, otro inclasificable juego de saltos entre géneros de Bong Joon-Ho, el director coreano de las magníficas Memories of murder y The Host, ya ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes, se llevó el premio mejor ensamble de los SAG Awards y competirá en seis categorías en los premios Oscar.
Se postula como una de las principales candidatas a quedarse el domingo con el premio a mejor película: en caso que eso suceda, sería el primer largometraje no hablado en inglés que lo logre. El único antecedente fue El Artista, el filme francés que logró alzarse con la estatuilla en 2012, pero allí sus actores no hablaban, y terminó siendo un homenaje al cine mudo que encontró sus años de auge en los inicios de la industria hollywoodense.
El año pasado esta carrera la disputó Roma, el filme del mexicano Alfonso Cuarón que contaba la vida de Cleo, una empleada doméstica ambientada en el barrio Roma, de la Ciudad de México. Esta película, hablada en español y mixteco, filmada en blanco y negro, contaba con un agravante para la Academia: era una producción de Netflix, el gigante del streaming. Una cosa era darle un premio como película extranjera, y otra muy distinta era otorgarle el poder de la pantalla grande. Así fue como Green Book se llevó el Oscar, para el descontento de muchos.
Parasite puede sentirse lejana a Estados Unidos si tomamos en cuenta que retrata a familias que viven a miles de kilómetros desde donde se construye el sueño americano. Otorgarle el premio a esta producción implicaría un antes y un después en la premiación más importante del cine mundial.
En esta película Ki-taek es el patriarca de una familia pobre que habita en un piso bajo en Seúl y que sobrevive a base de trabajos precarios. La vida de este clan humilde cambiará radicalmente cuando el hijo consiga trabajo como profesor de inglés de un niño en una casa de clase alta. No estamos ante un caso de una película difícil de ver y entender, ni que encierre cuestiones artísticas elevadas para quienes no pertenecen a ese nicho. Parasite podría ser perfectamente una película popular estadounidense, francesa o argentina. No pertenece al cine indie (independiente y de bajo presupuesto); por el contrario, lleva recaudados hasta el momento unos 140 millones de dólares, y va por mucho más.
Para aquellos que nunca vieron nada de Bong Joon-Ho, una película como Parasite resultará algo totalmente sorprendente. Quienes, en cambio, conocen a este realizador, podrán apreciar en Parasite tonos y temáticas muy propias de uno de los directores más importantes del cine contemporáneo. Para ubicar a este director en toda su trayectoria, ha hecho hasta ahora siete largometrajes y pertenece a una generación de cineastas nuevos de Corea del Sur surgidos desde mediados de los ’90.
En todos estos casos hay una fuerte impronta de cine político y social, un interés que en el caso de Bong Joo-Ho se conecta hasta con su propio título académico (antes de dedicarse al cine se graduó de sociólogo). Dentro de estos intereses sociales, lo que más persiste es una mirada personal hacia las relaciones de poder. No solo porque en su cine existen tensiones de clase o de autoridad (que la mayoría de las veces es la misma cosa), sino porque más de una vez ese poder se manifiesta de manera torpe y hasta inconsciente. Un ejemplo claro de esto está en The Host. Allí lo que llama la atención es que las fuerzas militares no solo pueden ser crueles, sino que pueden carecer de todo sentido común y entregarse a la obediencia de un poder mayor (en este caso el de los Estados Unidos) sin chistar. En Memorias de un asesino, por ejemplo, los policías del pequeño pueblo utilizan las confesiones vía tortura no sólo por un contexto de violencia generalizada (la película transcurre durante una dictadura de derecha que sufrió Corea del Sur en la década del ’80), sino porque carecen de demasiada inteligencia, y hasta en Okja los villanos principales se presentan como un conjunto de personas grotescas que terminan siendo excedidos en astucia por una adolescente.
Por supuesto que tanto hincapié en la impericia o ignorancia de ciertos personajes redunda en más de una ocasión en que el cine de Bong use, y mucho, la sátira y el humor. Pero también es verdad que la estupidez o ignorancia de algunos de sus personajes no solo es cómica sino también dañina y trágica. Y acá es donde entramos en una de las características más asombrosas de su cine: su impredecibilidad. Quien entra en el mundo de Bong Joon-Ho, entra en un universo en el que pareciera que puede suceder cualquier cosa. Su cine es rico en vueltas de tuerca narrativas, y en cambios de registro bruscos que hacen que se pase rápidamente de lo cómico a lo terrible. No obstante, lo interesante de su cine es que estos cambios de registro si bien se ven bruscos en una primera mirada, se terminan revelando como lógicos cuando uno revisa la película o incluso termina de pensarla. O sea, el cine de Bong podrá ser impredecible, pero esta impredecibilidad nunca es gratuita. En el fondo, termina siendo una consecuencia esperable, a veces incluso lógica tanto sea por el entorno en el que viven sus personajes como por sus propias decisiones.
Parasite es un ejemplo perfecto de este último aspecto. Su trama gira en torno a un grupo familiar marginal de Corea del Sur que se vale de la estafa para ir habitando de a poco la casa de una familia adinerada. Su estrategia consistirá en que, progresivamente, cada miembro familiar vaya ocupando un puesto distinto, tanto sea de la servidumbre como del cuerpo de docentes particulares de sus hijos. En algún punto, Parasite se hermana temáticamente con dos películas americanas particularmente resonantes del año pasado: Us, de Jordan Peele, y sobre todo Joker, de Todd Phillips. Todos estos largometrajes tienen en común una idea similar: presentarnos una sociedad dividida en dos clases sociales muy marcadas, de las cuales las más bajas están furiosas y ávidas de ocupar lugares más privilegiados como sea, y las más altas completamente ignorantes de lo que está sucediendo con los sectores más desafortunados.
Sin embargo, hay algo que hace a Parasite muy diferente de las otras dos: las personas que ocupan lugares privilegiados no son mostradas en ningún momento con desprecio. Sus actitudes mezquinas, si bien pueden existir, no las convierte necesariamente en villanos horribles o siquiera malas personas, sino simplemente en gente que tuvo la suerte de nacer en lugares apacibles donde pudo construir un mucho mejor futuro. En todo caso, lo que les dio esa vida privilegiada es un mundo rodeado de una burbuja de felicidad que los convirtió en personas muy ingenuas para ciertas cosas, que no saben ni quiénes son las personas que entraron a su casa ni conocen por completo cada uno de los rincones de su propia vivienda.
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