En África ese tipo de sonidos disparan mucho mas que una bala. Disparan destinos, disparan consecuencias, cambian presentes de un segundo a otro. Antúnez va con su revólver montado, lo que es inusual en él. El trote es seguro, pero su pulso no. No es un hombre de armas. La leona aparece de la nada y provoca un desastre.
Aquellas líneas le pertenecen a Facundo Arana. Son parte de un cuento llamado Candece que durante años no fue más allá de sus propios archivos personales. Más tarde, los volcó en un blog. Y desde la próxima semana estará a disposición de los lectores de Teleshow. Será apenas el primero: cada sábado, en este sitio, descubrirá uno. Hacerlo significará romper una “negación”, como la define. “Vengo escribiendo hace mucho. Pero con el tiempo empecé a leer todos los cuentos juntos, y pensé: ‘¡Qué ganas de publicarlos!’. Pero no lo hacía. En mi vida pude hacer un montón de cosas que implicaron un gran esfuerzo, pero lo que no pude hacer fue ir y publicarlos".
Eso, claro, hasta ahora.
—¿Cuál fue tu primer acercamiento a la literatura?
—Robin Wood. Como todos nosotros, me imagino: soy de la generación Dago, Nippur de Lagash. Ni hablar de Oesterheld, Solano López. Yo quería ser eso; escritor y dibujante. Y quería ser músico. Y más tarde quise ser actor. Se me fueron sumando las cosas en la vida: lo que hice fue hacer todas, y a todas juntas. Después, pasaron 47 años. Es un montón de tiempo.
—¿A qué edad empezaste a leer literatura?
—Esta es mi literatura. Todo el resto la dejo para cuando ya no pueda caminar: mi enorme dislexia no me permite leer demasiado largo. Y mirá que tengo libros maravillosos...
—¿Qué dificultades te plantea la dislexia?
—Me voy. Me meto tanto en el cuento, como después me voy, me corto, me disperso. Puedo mantener conversaciones y concentraciones días enteros, pero de golpe no, de golpe... ¡ups!, me voy. Me puede pasar leyendo a Borges o a Cortázar. Pero con lo que nunca me fui es con Robin Wood. Es medio irrespetuoso hablar de la dislexia: le echo la culpa a la dislexia como se la podría echar al viento. No vayas a pensar que es cosa de los disléxicos esto que te cuento. A veces me puedo pasar un día entero dibujando, y a veces no puedo estar cinco minutos en el mismo dibujo. Y así me pasa con los libros. La lectura es un hábito que tenés que alimentar, ir acompañándolo. Bueno, es un desafío precioso que me dejo para dentro de un tiempo, cuando mis hijos ya estén grandes.
—¿La dislexia te genera alguna dificultad al escribir?
—No. De golpe, lo que tengo que hacer es leer el cuento muchas veces y en distintos tiempos antes de darlo por terminado, porque tengo errores de repetir algunas palabras. Pero cuando lo vuelvo a leer me doy cuenta. Y además, lo tomo con mucha gracia. Si vos la desdramatizás, la dislexia es absolutamente comprensible. Me llegó tarde porque en mi época, de chico, no se diagnosticaba. Te daban un patadón en el traste y te decían: “¡Andá, vago!”. Era así. Uno de mis cachorros tiene dislexia y lo desdramatizamos: la dislexia es parte de la cosa. Va a tener algunas adecuaciones, y listo.
—¿Cuándo supiste que tenías dislexia?
—Ahí, cuando a mi hijo se la diagnosticaron. Daba todo (igual), absolutamente, y yo le decía (al médico): “Pero no tiene dislexia, ¡si yo tengo lo mismo!”. Lo que hay que hacer es no dramatizarlo. No pasa nada.
—¿Cómo es tu proceso creativo?
—La noche. Cuando tenés una página enfrente, no es lo mismo la noche que el día. Ni siquiera un amanecer le gana a la noche. Hay cosas que se hacen cuando se hacen, y a mí me pega fuertísimo. Si es para dibujar, la noche. Cuando iba al colegio tenía enormes problemas porque yo no quería dormir: a la noche pasaban cosas que durante el día no pasaban. Por ejemplo, el silencio. La noche es maravillosa: a las ideas las exagera, y al talento que puedas tener, mucho o poco, lo pone fosforescente. No sé por qué. Puede ser una explicación absolutamente simple, o será que a la noche salen los duendes y los elfos, y todo te alimenta. Pero ahí está. Y de noche, de golpe sale una historia y te sentás, ponés la primera palabra en tu cuarderno o tu compu, ¡y prummm!, te ponés a escribir.
—Cuando se te ocurre una idea, ¿la recordás, o la dejás anotada por si se te olvida?
—Me queda dando vueltas. Aunque me ha pasado muchísimo... Se me ocurrieron genialidades, estoy seguro, ¡solucioné el mundo!, y me olvidé... Mirá, si realmente fuera muy importante, si tuviera una pretensión literaria, me pondría las pilas, tendría mis armas para acordarme. Cuando se me cae una idea, si me la acuerdo está genial; y si no, no tenía que ser. No es dramático.
—¿Qué filtros pasan tus cuentos? ¿Quién los lee?
—Nadie. Nada, ¿sabés?
—¿Tu mujer, María Susini?
—Sí, los puede leer. Pero no. Incluso, es tan pero tan personal que pasó mucho tiempo antes de que los empezara a publicar en el blog. Lo abrí en 2005, hace muchos años. Y empecé a publicar de a poquito: volqué algunos que tenía; también borré muchos, no tengo la menor idea de por qué. Soy bastante despojado con las cosas. Hay dibujos míos que los rompo, otros los regalo; conservo pocos.
—¿Y cómo te llevás con los comentarios de la gente? Si encontrás alguna crítica, ¿es posible que cambies algo del texto, o ya es una obra cerrada: “El cuento, es este"?
—El cuento, es como es. Me ha pasado que me publican comentarios diciendo: “Esto no debería ser así”. Pero es un cuento: es lo que es, no se cambia. Y tal vez está bueno que despierte esa contradicciones en alguien.
¿Músico, actor, escritor...? Abrazo a mis hijos con las mismas manos con las que escribo, con las que dibujo, con las que interpreto a la noche en el teatro.
—Pero con las críticas, ¿cómo te llevás?
—¿Sabés qué pasa? Lo que yo hago es contar historias. Me moriría si alguien dice: “Hizo mal la operación, y no pudo salvarle la vida al chico”. Eso sería tremendo para mí. Y es por eso que no soy médico, no soy pediatra. Pero, ¿contar una historia? ¿Qué puede haber más extraordinario que permitirte contar una historia? Y si lo hago con toda mi alma, con todo mi corazón, ¿qué pueden decirme? “Lo hizo mal”. ¿Y qué es hacer algo mal? ¿Repetir una palabra en una oración? ¿Usar mal las palabras? Mi pretensión no es que me enseñen en los colegios, sino contar historias. La crítica constructiva la agradezco con toda mi alma. En cambio, la destructiva es esa maestra que en lugar de decirte: “Che, prestame atención”, te arrancaba el papel. ¿Cuánto creés que yo tardaba en levantar una hoja nueva y ponerme a dibujar otra vez? Y puede ser que al arrancarte el dibujo, terminó matando un arista. Y una persona que hace eso, va al infierno. Un crítico que mata un artista... ¿Quién es el malvado? Nadie sabe cuántos mates hay detrás de esos cuentos, de darle vuelta a las palabras, de ordenarlas de nuevo. Sí te digo que cuando ocurre que me pongo a escribir, no puedo parar.
—Y al fin, ¿qué sos? Músico, actor, escritor...
—Abrazo a mis hijos con las mismas manos con las que escribo, con las que dibujo, con las que interpreto a la noche en el teatro. Y lo hago con todo el corazón.
—¿Con que se va encontrar el lector en tus cuentos?
—Cuando abran cualquiera de mis cuentos encontrará algo hecho con una enorme cantidad de amor, hecho con mucha ilusión y con toda la fuerza de mi alma. No sé si gustarán o no, pero se van a dar cuenta de que mis cuentos, después de haber escrito durante tanto tiempo, ya tienen mi trazo. No tengo la maestría de Wood; simplemente, estoy encantando con ver que pasó el tiempo y yo ya tengo mi propio trazo para escribir, para dibujar, para actuar. Para vivir.
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