En la década de los 80, Mar del Plata fue el escenario de tres tragedias que conmocionaron a la opinión pública. Una fue la de Claudio Levrino, que el 20 de enero de 1980 perdió la vida luego de una penosa agonía. Poco antes, había ingresado a una clínica con una herida de bala en su cabeza que entonces nadie podía explicar.
El actor era un galán que disfrutaba de su merecida fama en un verano de éxito total. Instalado con su familia en Miramar, viajaba a diario hasta Mar del Plata para subirse al escenario del Teatro Provincial a protagonizar la obra No pises la raya, querida, junto a Rodolfo Bebán, Alberto Martín, Bárbara Múgica, Beatriz Bonnet, Carlos Rotundo y Gabriela Gili. Peró nunca imaginó que una de esas tantas noches, después de días de gloria, playa y amigos, encontraría la muerte a sus jóvenes 35 años de una manera absurda.
La magia de la televisión, lo habían convertido en el actor más popular del momento con su personaje de colectivero llamado Juan Arregui en la telenovela Un mundo de 20 asientos, metiéndose en las casas argentinas en 1978. Desde ese entonces, con pocos antecedentes de peso y con otro protagónico en Amar al Ladrón, junto a su mujer Cristina del Valle, logró convertirse en el dueño del rating.
Pero, en la madrugada del viernes 18 de enero todo cambió cuando discutía con su esposa sobre la conveniencia de portar armas. “Claudio estaba nervioso esa noche, debía viajar a Buenos Aires y volver a tiempo para las funciones de la obra en Mar del Plata”, testimonió Del Valle, tiempo después del trágico accidente, según revela el libro Las Anécdotas Del Mundo Del Espectáculo, de Néstor Romano.
“Cenamos con (Rodolfo) Bebán y Gabriela Gili. Al salir llovía copiosamente, nos subimos al auto -Ford Taunus- conversamos con Claudio y yo, previsora, y sin saber que él tenía un arma, le dije que debíamos tener cuidado. Había muchos asaltos y podríamos enfrentarnos con ladrones en la ruta. Me quiso demostrar que se sentía apoyado por el revolver que tenía en la guantera. Lo sacó de allí y lo levantó en alto. De pronto, sonó el disparo. Lo hirió en la cabeza ¡Fue terrible!”, relató Cristina.
Alrededor de las 2.40 de aquella madrugada el actor cayó sobre su costado izquierdo dentro del auto. Cerca de la oreja derecha tenía un orificio de 3 milímetros de diámetro por el que le brotaba sangre. Desesperada, Cristina del Valle gritó en medio de aquella madrugada solitaria. Minutos después hasta el lugar se acercaron un agente de policía y un taxista, quienes cargaron a Levrino - que se encontraba en estado crítico- en el taxi para llevarlo al centro asistencial más cercano.
“Se comunica que en la fecha, a la hora 3, ingresó a este nosocomio el Señor Claudio Levrino, víctima de un accidente, siendo su estado de extrema gravedad. Firmado: Dr. R. Distéfano”, señaló un parte médico que impactó entonces a la opinión pública.
El artista había llegado hasta la clínica marplatense Pueyrredón con una herida de bala en su cabeza que entonces nadie podía explicar. Horas después, reveló que Levrino se había puesto un revolver en la cien y apretó el gatillo, pensando que el arma estaba descargada.
Varios medios de la época coincidieron en señalar que durante el trayecto la pareja discutió sobre lo que más asustaba a Del Valle: la pistola Beretta calibre 22 de Levrino, que la actriz consideraba peligrosa porque en algunas ocasiones quedaba al alcance de los pequeños hijos del matrimonio.
Las horas que siguieron a aquel episodio fueron de pura conmoción. Por la clínica a la que llevaron al actor desfilaron los artistas y las personalidades más importantes del espectáculo de aquella época.
El doctor Raúl Matera, una eminencia de la neurocirugía, viajó desde Uruguay para atenderlo. El experto hizo lo posible por salvarle la vida pero su intento fue en vano. La muerte cerebral del actor era irreversible. Tras horas de agonía, el artista murió a las 2.30 de la madrugada del 20 de enero.
Aquel domingo, Buenos Aires amaneció golpeada por la noticia. Unas cuatro mil personas desfilaron por la sala velatoria de avenida Córdoba al 5600. No faltaron los colectivos, ni el interno 86 de la línea 60, tantas veces manejado por él. Cuarenta minutos se demoró la salida del cortejo fúnebre frente al desborde del público. Decenas de mujeres se desmayaron, entre gritos desesperados y llantos desgarradores.
Resultó imposible conducir el féretro hasta la capilla de la Chacarita porque la multitud cerraba el paso por completo. Claudia Levrino fue víctima de esa falsa inmunidad que ofrece la fama. Tenía 35 años y en muy poco tiempo había alcanzado la tierra prometida de los ídolos.
En los días sucesivos los restos del actor fueron sometidos a una autopsia. Incluso su esposa fue convocada a una pericia para determinar si en algún momento había estado en contacto con el arma que terminó con la vida del actor. Los estudios determinaron que las huellas encontradas en el arma eran únicamente las de Levrino y la Justicia sentenció que lo ocurrido aquella madrugada, se trató de un accidente y dio por cerrada la causa.
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