Martín Bossi está ensayando el musical Kinky Boots bajo la atenta mirada del director y productor Ricky Pashkus. Con su compañero Fer Dente repasan una de las escenas en el estudio Tronador, ubicado en el barrio de Villa Urquiza. Allí montaron la escenografía para practicar antes del estreno en el teatro Astral. Uno de los asistentes de producción me acompaña hasta la sala. Bossi me mira de reojo y sigue actuando sin perder la concentración. A los pocos minutos, el asistente me pide que me retire para no interrumpir el proceso creativo y me acompaña a uno de los camarines.
En un día caluroso, Martín aparece en el camarín con una musculosa y un short. Saluda de manera amable. Aunque está cansado por el ensayo, tiene buena predisposición para charlar de su trabajo. Reconoce que no le gusta hablar sobre su vida privada de la que se sabe poco o nada. Tiene una mirada crítica de cómo los medios construyen las noticias y cuestiona que se les exija a los actores mostrar su intimidad. Pero entiende perfecto las reglas del juego y sabe que es importante dar entrevistas para promocionar la obra que fue un éxito en Broadway, y este miércoles 15 de enero llega a la calle Corrientes.
Obsesivo y perfeccionista, desde hace 9 meses se prepara para interpretar a Simon, un boxeador que de noche se viste de mujer. En la historia, este transformista de nombre artístico Lola ayuda a Charlie (Dente), un joven empresario que busca salvar de la quiebra la fábrica de calzados que heredó de su padre. Juntos planean crear una línea de botas para drag queens. El año pasado, Bossi viajó a los Estados Unidos para estudiar canto y baile. Además, realizó un trabajo minucioso de observación para empaparse de la cultura drag queen.
—¿Qué es lo más difícil de interpretar a Lola?
—Bailar con tacos, porque el peso va en otro lado. Yo no soy bailarín, soy bailador que es distinto. Ahora me acostumbré, pero al principio era un martirio. Tengo 45 años, no tengo 20. La cintura, los gemelos, un dolor... estoy con kinesiólogo todo el tiempo. Además no me perdonaron. Les pregunté: “¿Me pueden bajar un poco los tacos?”. No, me pusieron unos de 15 centímetros. En los cuadros uso diferentes tacos. Una maldad total, y el número final ya lo hago en zancos (risas).
—¿Esta obra es un desafío en tu carrera?
—Creo que hay géneros muy subestimados. No es el caso de la comedia musical, que es valorada en el mundo, pero el género que hago no existe. Hay una tendencia a pensar que Martín imita. En los últimos 6, 7 años de teatro lo que menos hice fue imitar. Hay gente que técnicamente no entiende y dice: “Me reí con Martín, lloré...”. Mis espectáculos son una mezcla de géneros. Hice comedia musical desde que arranqué hace 10 años. Es muy odioso lo que voy a decir, pero cuando me ofrecieron la obra no me resultó un desafío para nada. Me resulta hasta un enorme descanso, muy divertido, como cuando decís: “Merezco unas hermosas vacaciones laburando”.
—Pero sí es un trabajo diferente de lo que venías haciendo con tus propios espectáculos…
—Es un desafío trabajar con un elenco, dejarme dirigir. No te olvides que soy productor. No me quiero sentir omnipotente, pero fue así. Puse mi platita, perdíamos plata los primeros años con mi socio, pero tenía control sobre todo y acá no tengo control sobre nada. Eso sí es un desafío. Yo tuve muchas charlas con Ricky (Pashkus), le expliqué que para mí es muy difícil porque considero el teatro de una manera. Ricky es muy inteligente y me supo llevar de una manera maravillosa.
—¿Te sentiste identificado con Lola?
—Sí, me identifico mucho porque este personaje lucha por la igualdad y el cumplimiento de los sueños. Es un personaje disruptivo. Hay una frase de cabecera para mí que le cabe a Lola: “La desobediencia es la base del éxito”. Lola es desobediente. En realidad no es una travesti, sino un hombre que se viste de mujer, exagerando sus movimientos. Es un hombre jugando a ser mujer al extremo. Lo que llamamos travesti es una mujer, una mujer de corazón valiente.
—¿Qué hacés cuando no trabajás?
—Hago mucho deporte. Hoy me levanté a las 9.30 y jugué al tenis una hora y media. Salgo a correr por los bosques de Palermo con mi profe. Juego un fulbito los fines de semana. La otra vez fui a un partido a beneficio en la cancha de Argentinos Juniors. Estaba (Diego) Maradona, imaginate que para mí fue una locura. Yo soy tenista y futbolero, y de noche me pongo tacos… (risas). Pasa que es imposible que un pibe actúe y tenga una vida clásica. Pero no hay nada raro. Es bastante aburrido. Tengo una vida clásica: me gusta el asado, el dulce de leche y (Lionel) Messi. Amo a mi vieja y me junto con los pibes a jugar a la pelota, al tenis. Tengo una vocación por el teatro. Por suerte la gente es piadosa, me sigue viendo y me saluda en la calle hasta que se den cuenta...
—¿Hasta que se den cuenta de qué?
—De que soy un ladri... (risas). No, mentira. Dios me dio un don y yo lo devuelvo de noche a noche. Pero tengo una vida, ni buena ni mala, ni común ni no común. Tengo una casa, un auto, dos veces por semana puedo comer afuera, como que ya es mucho en este país; lleno la heladera con mi trabajo. Ayudo a mi vieja y a mi hermana. Si me preguntás para qué quiero la guita, te contesto: “Para ayudar”. Le tomé mucho gustito a ayudar, no importa a quién, no te lo voy a decir, pero me encanta. Me parece que tengo mucho más de lo que soñé y de lo que necesito.
—¿Ahora estás en pareja?
—No, no estoy en pareja, no estoy enamorado. A veces me dicen: “Vos sos muy raro porque nunca mostraste nada”. Pero creo que de 20 años de carrera, 14 he estado en pareja. No con la misma mujer: si sumás dos añitos acá, tres añitos allá, siempre estuve en pareja. El tema es que decidí no compartirlo en el laburo. No hay misterio con mis parejas: voy a los restaurantes, voy a la cancha; las chicas vienen a comer a la casa de mi mamá, se reúnen con mis amigos. Una vida absolutamente normal. El tema es que no voy a la fiesta de una revista con una chica de la mano... Además, parece que por ser actor uno tiene la obligación de opinar de todo: muerte de Kennedy, genocidio armenio, Darthés, el gol de Maradona contra los ingleses, el macrismo, kirchnerismo, la guerra en Irak, si Donald Trump usa quincho... Después, hay que contar la vida. ¿Por qué? Una forma de contar lo que pienso es a través de Kinky Boots, donde interpreto a Lola, un boxeador que a la noche se viste de mujer.
Creo que de 20 años de carrera, 14 he estado en pareja... El tema es que decidí no compartirlo en el laburo
—A algunas personas les gusta saber sobre la vida íntima de los famosos: por lo menos, a mí me interesa.
—A mí me ha ido bien y mal, pero cuando me fue bien no fue porque estaba con la modelo de turno o con la chica de moda. Y el día que sea papá y me case, haré lo imposible para no hacer el show del casamiento o la paternidad, ni el show de la separación. Quiero que se sepa de mi trabajo nada más. Bastante me expongo. Es como un juego de roles: vos venís de periodista, yo acepto tus preguntas, y desde un lugar de no sé dónde, te cuento de mi vida. Si nos ponemos a analizar, bastante triste es de mi parte. Yo estoy ubicado y la película no me la como… Entonces, bastante que me subo a un escenario para que me aplaudan, bastante que actúo porque necesito que me quieran, y encima digo: “Chicos, me separé. Miren, tuve un hijo. Mirá, ando con una chica o con un chico. Soy trisexual, lo declaré”. ¿Qué importa si sos bisexual, trisexual o si estás separado? Si no contás con contenido, bueno, tenés que hacerte notar con algo. No juzgo a la gente que lo hace porque respeto. Pero fui a un taller de teatro porque quería actuar, no porque quería hablar de otros temas ni contar de mi vida. Así será hasta la muerte.
—Es una elección proteger tu intimidad.
—Es una elección de la que gracias a Dios los periodistas me han respetado mucho. Yo tengo educado a mi entorno para no andar aclarando. Hay algo que se llama la posverdad. La verdad ya no tiene ningún tipo de validez, quedó obsoleta y fuera de moda. Lo que interesa es la construcción de una verdad paralela que es la que la gente necesita o la que le sirve a los medios. Yo veo el modus operandi. Por ejemplo, titulan: “Murió Bossi”. Entrás a la nota y leés: “Murió de amor por un perrito”. Les funciona. Entonces ponen: “El perrito que mató a Bossi”. Y volvés a entrar. Te tienen dos meses con el perro. Entonces todo mi entorno sabe que cualquier cosa que se diga de mí, es mentira. El otro día fui a degustar unos vinos con una amiga y ya decían que era mi novia. Me fui de vacaciones con (Fede) Hoppe, y ya fui el novio de Hoppe un año. Encima, Hoppe. Con todo respeto, amigo, pero no es Peter Lanzani ni Brad Pitt. ¡Es Hoppe! (Risas).
—¿No pensás que es un ida y vuelta entre los periodistas y los famosos? Vos me contás de tu trabajo, y yo te pregunto algo sobre tu intimidad…
—Yo aprendí a ser lo que necesitan que sea. ¿Qué necesitás? ¿Que esté de novio acá? Dale. Yo me voy adaptando a lo que se necesita; total, mi vida es otra. En una época yo viví paranoico, para que no digan esto y lo otro. Ahora ya está. Imaginate que a los 45 años estoy mucho más relajado. Son muchos años en el medio, creo que la gente sabe quién soy y punto. Los que me tratan de otra cosa que no soy, tampoco tengo problema… Sexualidades ya tuve infinitas: trisexual, cuatrisexual, quintisexual, swinger con ramificaciones a bisexual. No tengo complejo de ningún tipo de sexualidad. Ya me acostumbré, y tengo la sexualidad que van requiriendo en el momento en los medios. Lo voy manejando. Yo sé con quién estoy. No está ni bien ni mal: soy el famoso chanta que va viendo lo que se necesita para pasarla bien.
—¿La gente no es crítica para darse cuenta lo que es verdad y lo que sería mentira?
—No. Creo que la batalla está perdida. Por ejemplo, a veces escucho críticas a Marcelo (Tinelli) por el programa que hace. Pero yo no sé si él hace el programa que quiere; tal vez el programa que quiere hacer mide un punto (de rating). Hay que darle lo que la gente necesita, y está muy bien. Es el baile, el show, saber si el otro se separó, el conflicto, el llanto, la emoción, el reality. No lo estoy subestimando, hablo de un talk show que mezcla un reality con el baile. Es profundo o no, no importa. Si el programa más visto de la televisión argentina es un formato que la gente quiere ver, es show, dáselo. Por ahí Marcelo quiere hacer un programa hablando de San Lorenzo o de política, que es su deseo, y por ahí mide dos puntos. A veces es el huevo o la gallina.
—¿Qué otros planes tenés para este 2020, además de protagonizar Kinky Boots?
—No sé cuándo va a terminar la obra, pero tengo un deseo de irme a trabajar afuera. Hay un paso para dar: poder abrirme a otras culturas. Amo a mi país y seguiré viviendo y trabajando acá, pero tengo una propuesta para hacer un programa en México, en Televisa. Quiero intentarlo sin dejar mi país. Hacer conocer mi laburo o mi forma de sentir la vida en otros lugares. Yo ya fui a España, México, hice teatro y tele. Ahora Kinky Boots me tiene muy entusiasmado. Por un lado es muy normal para mí, pero por el otro sé que es un desafío y un aprendizaje enorme.
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