Roberto Moldavsky era comerciante de 48 años cuando se anotó en un curso de stand up con el objetivo personal de “salir de su zona de confort”. Según explica, desde chico siempre se destacó entre su grupo de amigos por ser “el que hacía reír a todos con los chistes que contaba”. Entonces, quiso exprimir esa faceta y distraerse del local que tenía en el barrio de Once junto con su socio.
“Me motivó el hecho de hacer algo que no sea laburar en el Once, una actividad que no estuviera relacionada con lo comercial, tener un cable a tierra, algo más creativo. Pero lo pensaba desde otro lugar completamente distinto. Nunca había soñado con vivir de esto. No lo busqué, así como tampoco pensaba hacerlo de manera profesional”, cuenta a Teleshow el humorista que hoy integra el top 5 de la taquilla teatral de Mar del Plata con su espectáculo Moldavsky Reperfilado.
Hasta ese entonces -hace 10 años- Roberto se conformaba con sacarle una carcajada a sus clientes y a sus amigos. Llevaba 20 años de casado y tenía dos hijos, uno de ellos hoy trabaja con él en el show. El artista sostiene que su llegada a los medios “se dio de manera natural” después de que un hombre viera un DVD con su participación en el curso de stand up. Luego fue invitado al programa de radio de Fernando Bravo, en donde estaba programado que hiciera un monólogo sobre el Año Nuevo judío durante siete minutos. Terminó haciendo reír a los presentes y a los oyentes durante media hora.
“Ahí me di cuenta que tenía algo más, que no me había gustado solo la radio. Entendí que la cosa daba para un poco más”, detalla quien hoy tiene 57 años y que a sus 50 decidió finalmente abandonar el negocio comercial e incursionar en el mundo artístico. “Al principio pensaba que ambas actividades podían complementarse: tener la tranquilidad del ingreso económico y hacer algo que me guste, como el tipo que pinta en sus ratos libres”, continúa quien hacía funciones dos veces por semana. Hasta que conoció al productor Gustavo Yankelevich, que apostó por su humor y lo motivó a que lo hiciera de manera profesional.
Poco tiempo después, llegó con su humor a la televisión, en donde tuvo una participación en el programa de Susana Giménez. Y toda su carrera fue en ascenso. Empezó a llenar teatros, encabezó distintos espectáculos, lo contrataron para contar chistes en eventos privados -"me tocó hacerlo delante del entonces presidente Mauricio Macri"- y hoy encabeza la temporada teatral con su show.
—¿Ensayás solo frente al espejo o le contás tus chistes a alguien antes de hacerlo en cada show?
—Nos juntamos con la gente de mi equipo, encuentro del cual también participan Gustavo (Yankelevich) y Fernando (Bravo), además de amigos. Hacemos dos reuniones en las cuales hay una lluvia de ideas. No es que nos tiramos a la pileta. De hecho este año hicimos dos funciones antes de estrenar que fueron solo para conocidos. Después yo soy el que termina el guión, pero mucho termina pasando cuando ya estoy en el escenario. El show termina de crecer cuando estoy con el público. Incluso se va modificando mi interacción con el espectador. A veces ocurre que quizás algo que era un puente entre dos remates, termina siendo muy gracioso. Entonces lo aprovechas e improvisas. Me fijo mucho en la reacción del público, sobre todo para darle la puntada final al guión.
—¿Qué pasa cuando el público no reacciona, o no se ríe tanto, como vos esperabas?
—Muchas veces me pasa que pienso que van a estallar de risa con algo y por ahí no resulta tan fuerte. Y algo a lo que tenía menos confianza termina siendo una cosa increíble. Cuando estás con amigos armando el guión, la cuarta o quinta vez, ya no te causa gracia de tanto que lo escuchaste, pero al que lo escucha la primera vez sí se ríe. Todo eso se va modificando cuando uno se encuentra con el público, insisto. De todas maneras, no me pasó nunca de encontrarme con algo que no pegó. Pero sí de encontrar distintas trascendencias en cosas que yo no veía así. Y vas improvisando cuando un tema pegó más fuerte de lo que esperabas. Es función a función.
—¿Cuesta creérsela?
—Aunque suene mal, te la tenés que creer porque sino sonaste. Es clave confiar en uno mismo. No es un tema ni de creértela, pero es la actitud que hay que tener. Como en cualquier laburo, hay que creer lo que hacés. Yo sé que hago reír y la gente me lo hace saber. Entonces, tengo que creer en mí y creérmela. El gran problema, cuando no te la creés, es que ante el mínimo traspié se te corre toda la estructura. Yo me la creo y también creo en la gente que está al lado mío.
—¿Hay que cuidarse más a la hora de hacer humor en tiempos en los que el feminismo está tan fuerte?
—Hay que acompañar los cambios, que son buenos. Y en el feminismo hay cambios que son buenos para la sociedad. Es un cambio que nos va a hacer mejor a todos. No acompañar ese cambio sería una tontería, desde mi punto de vista. Más que cuidarse, hay que acompañar lo que está ocurriendo y apoyarlo. Yo crecí en una familia muy machista, soy producto de esa sociedad. Atravesé mi adolescencia con la Dictadura Militar. Tengo golpes y grietas por todos lados en la formación. Y trato de combatirlas y adaptarme para ser mejor. Por otro lado, toda la vida me encantó (Alberto) Olmedo y ahora no voy a tirar los DVDs por la ventana porque en ese momento era ese humor. Es lo que había y con lo que todos nos reíamos. Sí me parece bueno sumarse a la ola del cambio desde el humor y en todos los ámbitos. Este mundo si o sí hay que cambiarlo, hay cosas que naturalizamos cotidianamente y no pueden seguir pasando.
—¿En qué te considerás un rebelde?
—El humor tiene que correr ciertos riesgos, porque sino vamos a contar chistes de loros toda la vida. Hay que correr la vara, hay que buscar. Dentro del humor judío yo me metí con muchos temas que quizás algunas personas me dijeron que tenían miedo. Después se sumó el general, y ahora le sumé humor político, que te obliga a meterte en temas arenosos. Y eso hace que haya gente que se ofenda o se enoje. Le pongo mucha garra y energía a los textos que voy a decir y arriesgo desde el humor. En ese sentido sí me considero un rebelde, porque no me gusta quedarme atrapado en lo tradicional. Me gusta hacerlo con el humor político, la grieta, desafiar un poco esa historia. De todas maneras, hoy la rebeldía está por el lado del feminismo, los que luchan contra el hambre y hacen cosas más arriesgadas de las que hago yo.
—¿Han llamado políticos para quejarse por algún chiste?
—Sí, lo han llamado a Gustavo (Yankelevich) para decirle que no le gustaron algunos chistes. Lo charlamos entre nosotros, pero nunca le dimos pelota. Por el contrario, vienen a ver el show y redoblamos la apuesta. He estado frente a Mauricio Macri, cuando era Presidente, en un evento privado e igual le daba para que tenga y guarde. Igual, yo me baso mucho en frases que ellos dicen. Entonces, si se enojan, me agarro de eso: que ellos lo dijeron. Ese riesgo estoy dispuesto a correrlo porque soy un gran admirador del humor político. Era muy seguidor de Tato Bores y en el mundo existe el humor político super desarrollado y nadie se ofende. Acá no tiene por qué ser la excepción.
—¿Sos de la risa fácil o, como humorista, tenes una vara muy alta cuando ves a otro contador de chistes?
—¡Sí! Soy un gran consumidor del humor. Soy el público ideal: me sumo, aplaudo. Soy treatrero en general, incluso desde antes de empezar a trabajar acá. El día de la foto de todos los elencos de Mar del Plata yo me sentía en Disney. Abrazaba al resto de los actores, era un cholulo más que un artista. Para mi era un sueño, y ellos lo viven de otra manera porque están acostumbrados.
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