“Es un personaje adorable y mientras más trabajo en él más cosas descubro que tienen que ver conmigo. Es tan alegre, intenta atravesar todas las dificultades de la mejor manera”, dice Lucía Galán, que protagoniza Hello Dolly mientras vive uno de los momentos más difíciles de su vida: la salud de su mamá -María Engracia Cuervo Galán, de 96 años- es delicada, luego de un accidente cerebrovascular.
Días atrás Lucía subió a sus redes sociales una emotiva foto junto a María Engracia, agradeciendo el acompañamiento y las oraciones de la gente. “Su fuerza es mi sostén”, escribió la cantante, ya que en sus horas más dolorosas afronta el estreno del musical en la Calle Corrientes, junto a Antonio Grimau y bajo la dirección de Arturo Puig.
—En el libro que escribieron con tu hermano, Joaquín Galán, cuentan muchas situaciones tristes que vivieron. ¿Cómo salís de esos dolores?
—Hay algo dentro de cada uno que se conecta con algo superior; para algunos es Dios, para otros es Buda, para otros es el Universo, depende la religión que uno tenga o la creencia. Yo me considero una persona espiritual más que religiosa. Esa conexión con eso que desconozco me ha sacado. Cuando falleció nuestro padre fue un momento muy duro, pero cuando fue el accidente del hogar, donde fallecieron siete personas, a las cuales criamos nosotros y convivíamos a diario, recuerdo esta sensación en el cuerpo que era un dolor tremendamente fuerte en el pecho. Cuando estábamos en el velorio con todos los cajones, uno al lado del otro, y en el entierro, con siete fosas en el cementerio de Olivos, venía un féretro y decía: “¿Ahora quién viene?”. Sentía el dolor tan grande y pensaba: “Esto por algún lado tiene que salir, esto por algún lado tengo que sacarlo”. Si no, derivaba o en una enfermedad o en una adicción, o lo que sea, y me fui metiendo en estas cuestiones espirituales. Aprendés en definitiva a darte cuenta que uno tiene que hacer todo hasta un punto, y después, cuando no se puede más, soltar. Ese aprender a soltar se dice muy fácil, pero es muy difícil.
—¿Dentro de esa búsqueda llega la calma?
—El dolor en sí no se va nunca, siempre queda, se acomoda en un lugar que molesta menos. Lo he trabajado mucho, lo he elaborado mucho, lo he hablado mucho, y lo sigo hablando mucho.
—Practicás la transcomunicación instrumental. ¿Cómo te acercaste?
—Siempre me llamó la atención el tema de la muerte, algo tan infalible, que nos va a llegar sí o sí a todos. ¿Cómo no nos educan de pequeños para llegar a esa situación de una forma más natural y no tan dolorosa? Estos temas me interesaron mucho, he leído mucho toda mi vida. Algunas cosas las descarto, me quedo con lo que más me gusta, y llegué a esto a través de un matrimonio francés que conocí en México, en un programa de televisión. Habían perdido una hija de 26 años en un accidente y estaban desesperados por tratar de saber si su hija estaba bien. Simplemente eso querían saber.
—¿Cómo funciona?
—Es una cosa absolutamente científica, las famosas llamadas psicofonías, cosas que te van llegando. Son mensajes, y uno tiene que entenderlos y estar abierto a recibirlos. Todos recibimos esos mensajes siempre, lo que pasa es que hay veces en que no nos damos cuenta, o no queremos, o no creemos.
—¿Recibiste mensajes de tu papá?
—Recibí mensajes de mi papá hace mucho. Decía: “Pequenina”. Él me llamaba pequenina, en asturiano. Y nadie sabía que me llamaba así, solo yo. Ese fue un mensaje clarísimo, directo al corazón. No tiene nada que ver con el espiritismo, sin ánimo de criticar al que lo haga, pero no es eso ni es convocar a nadie, simplemente tratar de dialogar con esa persona que uno quiere. Con los chicos del hogar que fallecieron también: había risas, pájaros. Una experiencia muy linda. Mucha paz.
—Recién decías que en esa búsqueda uno va conectándose con aquellas cosas en las que cree porque de lo contrario, se enferma, enloquece o se vuelve adicto. ¿Nunca viviste excesos? ¿Nunca tuviste adicciones?
—No, porque siempre tuve mucho respeto a eso. Nuestro padre era alcohólico, y atravesar toda una infancia, adolescencia y juventud, hasta que él falleció, conviviendo con una persona con esa enfermedad… por más que nuestro padre era un ser absolutamente maravilloso, trabajador, y cariñoso...
—Era las dos cosas.
—Era todo eso. Y era la persona que no podía decir que no a compartir con sus amigos del pueblo, de Asturias, unas copas y cantar asturianadas parados en la barra de un bar de Avenida de Mayo. Cuando pasás por eso cualquier exceso es como que te hace un clic. Yo no probé ni marihuana, no tengo idea ni de lo que es, porque si me gusta, no me tengo confianza...
—¿Lo perdonaste a tu papá?
—Sí, sí, sí. Totalmente.
—¿Y él supo que lo perdonaste?
—No, fue después. Una vez tuve un sueño tremendo: me vi sentada con él en una conversación donde le preguntaba todo, por qué lo hacía, y él me contestaba que no lo podía evitar, que estaba muy triste, muy lejos de su tierra, y tuvimos una charla muy sanadora.
—El hogar cumplió 23 años. ¿Cuántos chicos pasaron por ahí?
—Más de 500. Tremendo.
—¿Cómo nació?
—Cuando íbamos de gira siempre pedíamos tener un día libre, y empezamos a pedir ir a hospitales a visitar a los chicos, a orfanatos. Hasta que en el 90 nació mi sobrino Francisco, y mi hermano me dijo: “¿Por qué no hacemos nuestro propio proyecto?”. Con todas estas cosas que vimos adoptamos lo que nos gustó, descartamos y armamos nuestro propio proyecto, nuestro propio hogar. Pero no como una cuestión vanidosa o de ego como algunos pensaron.
—¿Alguien pensó que lo hacían por ego?
—Sí. Cuando tuvimos el proyecto empezamos a pedir ayuda y par de intendentes nos decían: “Tienen que saber manejar el ego y la vanidad, ¿por qué no dan un cheque a una institución que ya esté abierta, que ya esté funcionando?”. “No, gracias; no nos entienden, no pasa por ahí”. Nosotros pusimos Hogar Pimpinela justamente para ser más responsables del proyecto que encaramos. Pero bueno, hubo otra gente que sí nos ayudó.
—¿Van chicos entre qué edades?
—Antes era todo tipo de edad y no había límite; era una lucha complicada. No es como ahora, que en 180 días alguien tiene que decir: “Va con alguien de su entorno biológico o va en adopción”. Ahora estoy con un chico de 12 años con un grado muy leve de autismo que hace 5 años que está en el hogar. Va en contra de absolutamente todo tipo de ley, de convención del derecho del niño, de todo eso. Ahí estoy con su juez trabajando, él con muy buena predisposición, en San Isidro, para encontrarle una familia. Él es fanático de la música, maneja la computadora. Vos llegás al hogar y te dice: “¿Conocés Zaragoza?”. Entonces yo lo miro y le digo: “Sí, conozco Zaragoza, canté ahí”. “¿Vos sabías que tiene 44.545 habitantes, y no sé qué?”. Es un genio. Pero sí, necesita amor.
—Siempre es importante destacar que la obligación del Estado es para con los chicos que buscan una familia, y no al revés. Muchas veces buscan bebés para adoptar, y hay muchos chicos más grandes que tienen derecho a tener una familia.
—Totalmente. Es el caso de este chico que tenemos, que ya se revisó el registro nacional de familias adoptantes y no hay ninguna. Y se hicieron cuatro convocatorias públicas, que eso sí, eso sí hay que cambiarlo, definitivamente. Las convocatorias públicas para buscar familia para un chico, con todo respeto, es como decir: “Vendo departamento en Almagro, cuatro dormitorios…”. La del chico (del hogar), ponía: “Chico de 12 años con un leve retraso mental busca familia. Baila hip hop, es comunicativo y sociable”. Es absurdo, ¿entendés? Eso sí hay que cambiar. Mi intención era que se lo conociera a él. Ya habíamos tenido la experiencia anterior con un chico con síndrome de Proteus, que es elefantiasis, que tenía un pie enorme y el otro más chiquito. La jueza en ese momento me autorizó a que lo conocieran en un noticiero.
—¿Y qué pasó?
—Al día siguiente aparecieron 400 matrimonios; lo adoptó una familia de maestros. Los derechos de este chico ahora ya están vulnerados. Hay que buscar otra forma de comunicarle a la gente que existen toda una serie de chicos de 12, 13, 15 años, chiquitos, enfermos, con los que se puede convivir perfectamente, con distintos grados de autismo. Hay tanta gente capacitada para dar amor; falta unir los dos extremos, falta comunicar bien. Quizás podemos intentar que no sea como si fuera vender un auto: las que me parecen nefastas son las convocatorias públicas.
—Debe ser muy triste.
—Yo llevo dos añitos con este tema, y ni te cuento.
—Y debe ser muy doloroso, porque vos lo querés y le das todo tu amor.
—Y cuando viene un chico y te dice: “¿Y mi familia? ¿Fuiste a hablar con el juez? ¿Qué te dijo?”. Tienen un lenguaje, te hablan: “No, porque mi asesora me dijo…”. Cuando un nene hace cinco años que lo tenés, y pasa las Fiestas con vos, y te dice: “¿Y mi familia está ya? ¿Puedo conocerla?”. ¿Vos sabés las veces que yo me he ido llorando del hogar a mi casa? Quiero ir y romper todo, ¿entendés?
—Es un derecho tener una familia.
—Por supuesto. Pero con esto distorsionan todo, hay que cuidar su privacidad y respetar todo, pero cuando ya no se respeta desde el Estado. La Convención de los Derechos del Niño dice otra cosa, dice que todo niño tiene derecho a tener su familia. Y hay que buscársela de la mejor manera posible. Con respeto, con dignidad, sin vulnerar sus derechos. Cuando un chico hace cinco años que está en un hogar, por más bueno que sea el hogar, sus derechos ya están vulnerados hace tiempo.
—Para ayudar con el hogar: ¿qué necesitan, además de familias?
—En este momento necesito una familia para este chico que es un sol. Y después tenemos el proyecto solidario, que la gente se suma con lo que puede por mes en el sitio web de Pimpinela. Eso es un desahogo muy grande, porque en 23 años hemos visto muchos cambios de gobierno, de leyes, de puestos y de cosas que se agregan, que se quitan. Eso nos ha dado mucho juego de cintura para seguir adelante con todo.
Mirá la entrevista completa:
Agenda: Hello Dolly se presenta de jueves a domingo en el teatro Opera.
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