Jojo Betzler es un muchacho de 10 años que ha sufrido bullying desde que tiene memoria. Con un padre ausente y una madre que tampoco termina de comprenderlo, Jojo intenta encajar en la nueva Alemania que se abre ante él: un país en el que el régimen nazi se ha apoderado de todo. En un contexto de odio, persecución, racismo y violencia, el chico se inventa a un amigo imaginario que lo guíe y acompañe, un amigo al que pueda admirar, un líder, un faro: Adolf Hitler.
Pero, cuando Jojo descubra un secreto que le oculta su progenitora, su mundo y su visión sobre el bien y el mal cambiarán radicalmente.
Taika Waititi, el nuevo niño mimado de Hollywood, retoma el tono paródico y el humor negro de la comedia vampírica Lo que hacemos en la oscuridad para esta película cargada de incorrección política, momentos delirantes y un drama profundo que calará hondo en los espectadores.
Se podría decir que Jojo Rabbit está emparentada con La vida es bella, pero a diferencia de la película de Robert Benigni, Waititi no recurre ni a los golpes bajos ni a los diálogos edulcorados. Por el contrario, nunca abandona la crudeza ni la sordidez que la trama requiere. El ámbito de la guerra y le persecución a los judíos sirve de marco para narrar una poderosa historia de amistad entre dos antagonistas. Una relación que llega a niveles inesperados según avanza el metraje.
El elenco se mueve con soltura en el registro de la sátira, con grandes momentos de Sam Rockwell (una vez más) y su lacayo Alfie Allen, Scarlett Johansson como la misteriosa y piadosa madre de Jojo, y el propio Taika Waititi como un Hitler cercano a El gran dictador, de Charles Chaplin.
Pero el corazón del filme es sin dudas el debutante Roman Griffin Davis, quien en la piel de Jojo tiene el peso de hacer avanzar la acción y logra hacernos empatizar apenas arranca el filme.
Visualmente, desde la puesta en escena, el desarrollo de los personajes, los planos y la dirección de arte, el filme parece heredar lo mejor del cine de Wes Anderson. De hecho se aleja bastante del estilo de realización de los anteriores trabajos del cineasta neozelandés.
Jojo Rabbit es una película tan osada como original que nunca se toma en broma el Holocausto sino que ridiculiza a sus gestores, y cuenta con una profundidad psicológica difícil de hallar en el cine comercial actual. Un nuevo punto de vista sobre la naturaleza del mal y sobre el instinto de supervivencia.
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