En los 90, los fanáticos de Brendan Fraser podían disfrutar del actor casi sin respiro. Es que solo en esa década protagonizó o fue parte del elenco de veinte películas. Entre su pequeño papel en La última apuesta, junto con River Phoenix, hasta alcanzar el megaestrellato con el protagónico de La momia solo mediaron nueve años. Fraser podía actuar en un drama como Dioses y monstruos, enamorar en Buscando a Eva, pero, sobre todo, lucir su cuerpazo y entretener mucho y bien en películas como George de la selva y La momia.
Pero, de pronto, el siglo cambió y su presencia en pantalla comenzó a espaciarse. Algunas fotografías mostraban que ese hombre de cuerpo esculpido casi con la perfección de un David de Miguel Ángel se había transformado en otro, obeso y desaliñado. Sin embargo, lo que más llamaba la atención es que su característica mirada, mezcla de seducción y disfrute de la vida, había cambiado por otra de infinita tristeza. ¿Qué provocó semejante declive en uno de los actores más carismáticos y lindos de los 90?
Un dicho asegura que “lo que no te mata, te fortalece”, pero habría que agregar una tercera opción, que sería “o te noquea”, porque justamente eso le pasó a Fraser. La vida le tiró un par de golpes directo a la mandíbula, que no lo mataron pero lo dejaron fuera de juego.
Uno de los primeros mazazos fue comprobar que su atlético cuerpo, de pronto, comenzó a fallar. Lo peor es que no era por la edad, sino por lo que podríamos denominar ”exceso de uso”. Es que por exageración de profesionalismo o por abundancia de adrenalina o simplemente por demasiada audacia, el actor nunca usaba dobles para las escenas de riesgo. En todas las películas de acción donde participó ejecutó todas las proezas que luego se veían en pantalla.
Su cuerpo joven, su increíble condición física y su habilidad le permitían lucirse sin recurrir a otros ni a efectos de edición. El actor nadaba, saltaba, corría, trepaba, caía, se golpeaba para luego seguir la escena con una asombrosa facilidad. Claro que conseguir un torso desnudo perfecto como el que logró en George de la selva –se decía que debía ganar el Oscar a mejor vestuario- implicó someterse a un entrenamiento y a una dieta de atleta de alto rendimiento, que duró ocho meses. Como si fuera poco, durante el rodaje de La momia grabó una escena donde lo ahorcaban. Fue tan real que dejó de respirar y tuvieron que hacerle reanimación.
El público, los directores y guionistas agradecían su entrega, pero luego de tantos filmes de acción, el cuerpo pasó su factura y esto incluyó una lesión en un disco espinal, la rotura de una costilla, traumatismos en sus rodillas, problemas en las cuerdas vocales y contusiones varias. Para reparar todo lo que estaba roto, el actor pasó siete años saliendo de distintas cirugías y tratamientos que además implicaron grandes costos económicos y emocionales.
Por el lado del amor, las cosas también comenzaron a fallar. En 1993, en una fiesta en la casa de Winona Ryder, conoció a Afton Smith, enamorados se casaron en 1997. Pero luego de nueve años y tres hijos, Griffin, Holden y Leland, la pareja anunció su divorcio. Lo que parecía una separación tranquila mutó en batalla. Su ex esposa pidió 90 mil dólares mensuales, pero el actor aseguró que en sus tratamientos médicos gastaba 87 mil dólares. Argumentó que sus ingresos anuales no superaban los tres millones de dólares, y aunque gastaba 112 mil dólares en sus representantes, no conseguía casi trabajos. El juez decidió que solo pasara 50 mil dólares.
Cuando parecía que nada podía empeorar la situación y mientras el actor intentaba resurgir, dos situaciones menores resultaron humillantes y ayudaron a seguir hundiéndolo. En 2010 fue invitado a la entrega de los Globo de Oro. En un momento, desde el escenario, Robert De Niro hizo un chiste y Fraser aplaudió de un modo bastante aparatoso. Las cámaras lo grabaron y rápidamente el gesto se transformó en gif y meme. Parecía algo insignificante, sin embargo, el actor quedó expuesto en una forma ridícula, que lejos de ponerlo en un lugar de prestigio lo ubicó en otro de burla. Ante tamaña repercusión, ningún productor se atrevió a llamarlo para un papel dramático ni tampoco cómico.
En 2016 volvió a protagonizar otra situación que rápidamente se viralizó. El actor había participado de unos pocos capítulos en la serie The affair, y le pidieron acceder a una entrevista en un canal de YouTube. Pero Fraser no estaba familiarizado con ese formato. En la grabación se mostró dubitativo, cabizbajo, habló en susurros, su imagen era la de un ser vencido más que la de aquel musculoso muchacho que saltaba de rama en rama, y nuevamente se convirtió en meme.
Algunos se preguntaban si su tristeza sería producto de su divorcio no asumido o por la falta de buenos papeles. Todos hablaban del actor, pero nadie hablaba con él, si lo hubieran hecho, podría haber explicado que su madre había fallecido unos días antes de la fatídica entrevista. “Acababa de enterrar a mi madre”, relató en una sincera nota en la revista GQ, y agregó: “Creo que aún estaba en duelo y no lo sabía”.
En esa entrevista, el actor abrió su corazón de una manera conmovedora, sincera y descarnada. Relató que su hijo mayor, Griffin, tiene una afección que “se encuadra dentro del espectro de autismo. Necesita cariño extra, y lo obtiene”. Y agregó con sabiduría: “Posee un efecto curativo sobre la gente que conoce. Suaviza la rugosidad de las personas y acentúa su sentido de la compasión. Cuando están a su alrededor, no se anteponen a él”.
Pero el actor hizo mucho más que abrir las puertas de su casa, hablar con orgullo de su hijo, admitir el dolor que le provocó la muerte de su madre y dejar en claro que pasó una mala década: “Me cambié de casa, me divorcié, mis hijos crecieron. Atravesé por acontecimientos que te moldean de una manera para la que nunca estás preparado hasta que los vives”.
Cuando el periodista estaba feliz por la nota conseguida, Fraser le dijo que deseaba contarle algo más. Algo que no había dicho antes porque no tenía el coraje de hablar por riesgo a la humillación o al daño que le podía hacer a su carrera.
Lo que Fraser no se animaba a contar porque tampoco lo quería recordar ocurrió en el año 2003. Participaba en un almuerzo en el hotel Beverly Hills cuando el ex presidente de la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood (HFPA), Philip Berk, abusó de él. El actor relató sobre el periodista: “Me rodeó con su mano izquierda, me agarró el trasero y tocó mi ano con uno de sus dedos, que movió en círculos. Me sentí enfermo. Pensé que iba a llorar”. Ante esta situación, Fraser sintió pánico. Atinó a salir a la calle, se cruzó con un policía, pero no se animó a denunciar lo sucedido.
Lo que siguió fue peor. Berk negó el hecho, el representante de Fraser pidió una disculpa a la poderosa HFPA, y el agresor le mandó una carta. "No era una admisión de que hubiese hecho algo malo, la carta solo era el habitual: 'Si he hecho algo para enojar al señor Fraser, no lo hice a propósito y lo siento’”, relató el actor.
La pesadilla siguió porque ante la falta de una disculpa y la minimización de lo ocurrido, Fraser se empezó a deprimir. "Me culpaba y me sentía miserable, porque pensaba: 'Esto no ha sido nada; este hombre me pasó la mano por detrás y aprovechó para tocarme‘”. Pero aunque se repetía que “no había sido nada”, la humillación por el momento vivido y sobre todo la falta de una disculpa lo hicieron recluirse.
Lo más importante para el abusado es que alguien le crea y lo acompañe a decir “sí, pasó”. Ese es el primer paso para sanar. Pero Fraser mirando una entrega de los Globo de Oro vio cómo muchos artistas iban de negro con el lema Time’s up y en medio de ellos, sonriente, apareció Berk. El actor le cuenta al periodista de GQ: “¿Puedo decir que todavía tengo miedo? Desde luego. ¿Siento la necesidad aún de decir algo al respecto? Desde luego. ¿He sentido esa necesidad muchas veces? Desde luego. ¿Me he privado a mí mismo de hacerlo? Por supuesto”. Y agrega, luego de una pausa: “Puede que esté reaccionando de manera exagerada ante todo. Pero solo sé que es mi verdad. Y es la que te he contado". Ojalá la vida vuelva a darle cartas buenas, de las malas ya tuvo bastantes, y ojalá le llegue mi pequeño “yo te creo, hermano”.
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