El hombre la tomó de las manos y comenzó a cantar una canción.
—¿Te acordás? —le dijo, mirándola de cerca, en busca de la memoria.
—No —dijo la nena—, no me acuerdo nada.
—Soy tu papá.
Adriana Brodsky conoció a su padre cuando tenía 12 años. En un departamento en Chile y Chacabuco, en San Telmo, vivía junto a su mamá, empleada de una inmobiliaria, y su hermano Javier, un año menor, cuando él apareció.
—Durante 12 años me pregunté cómo era. Mi mamá era morocha. Blanca pero de pelo negro. Lo recuerdo a él imponente, rubio, de ojos azules. Re buen mozo mi papá. Lo vi tres veces más. Murió cuando yo tenía 17 años.
Hija de una secretaria de una inmobiliaria, desde los 14 años Adriana fue cadete, trabajó en una agencia de turismo, en un bazar y lavó cabezas en una peluquería.
—¿Era necesario que trabajaras a los 14 años?
—Sí, la economía de mi casa era un desastre y yo no quería estudiar. En realidad no podía estudiar. Requería mucho dinero: carpetas, hojas, libros. Además, estudiaba danzas: tenía que tener zapatillas de punta, zapatillas de media punta, la malla. Al colegio iba y venía caminando. Eran quince cuadras. Era bastante cansador, no por las cuadras sino por las carencias.
—¿Qué te faltaba?
—De todo. Por no tener determinadas cosas no viví mi infancia, entré en el mundo de los adultos. No había una mamá que me cocinara, que me preguntara por la tarea y se sentara a hacerla conmigo. Mamá llegaba tarde, venía re loca por todos los quilombos que tenía en su trabajo y si me enseñaba algo, lo enseñaba mal. No tenía paciencia y tenía todo el cansancio del mundo.
Hacia finales de los años 70, un fotógrafo que trabajaba junto a Juanita Bullrich en su agencia de publicidad vio a Adriana bailando con una amiga y le preguntó si quería trabajar como modelo. Hicieron unas tomas y a la semana “me encuentro con un póster gigante, mío. Y ya tenía dos campañas para hacer. Re importantes: FIAT y Johnson & Johnson. Era como la elegida: donde iba enganchaba todo. Me di cuenta de que con un trabajo yo ganaba lo que mamá ganaba en cuatro meses”.
—En 1981 hiciste una publicidad que nunca salió, fue censurada por la dictadura. ¿De qué era?
—Salió, pero duró dos días nada más. Era de un televisor donde éramos cinco chicas en la playa. Jóvenes, lindas, en bikini. Teníamos lindos cuerpos. Y no sé qué pasó, no había nada sexual ni pornográfico, era sensual. Pero la gente empezó a enfocarse en mi cola.
Durante 12 años me pregunté cómo era mi papá. Mi mamá era morocha. Blanca pero de pelo negro. Lo recuerdo a él imponente, rubio, de ojos azules. Re buen mozo mi papá. Lo vi tres veces más. Murió cuando yo tenía 17 años.
—¿Vos habías reparado en tu cola?
—No. Pensaba que era una exageración todo. Había ocho mil colas mejores que las mías. Pero fue conmigo. Fue como la lotería. Hay setecientas frutillas, sacá una. Bueno, sacaste la que sacaste. Ésta es la elegida. Eso sentí. No sentí que tenía una cola extraordinaria ni que era una súper mina.
Un año después, Adriana llegó a La peluquería de Don Mateo. Pensada y guionada por Gerardo Sofovich, fue una de las fábricas del estereotipo de la fantasía sexual de los argentinos. El sketch, que se eternizó hasta este año en Polémica en el bar, necesitaba de un barbero (Jorge Porcel), un cliente (Rolo Puente), Luisa Albinoni y sus llamadas con el “Hola mami” y una chica sexy. Pasaron Noemí Alan, Amalia “Yuyito” González y “la bebota”: Adriana Brodsky.
El primer sketch que hizo como “La bebota”, junto a Alberto Olmedo, en 1985.
—Cuando me llevaron a conocer a Gerardo yo no tenía idea quién era. Yo tenía mi mundo, no pensaba en querer ser actriz, ni famosa, y menos sex symbol con 1,57 metros.
—¿Qué querías ser?
—Quería tener una familia. Y quería bailar en el Colón.
Junto a Álvarez y Borges y Perkins, El Manosanta fue de los personajes más exitosos de Alberto Olmedo en sus últimas temporadas de No toca botón. Acompañado por Javier Portales y Beatriz Salomón, todo era improvisación.
—¡Maestro! Los hombres no me miran porque yo soy horrible. —dice con un tono aniñado y chillón— ¡Mire lo que son mis manos! ¡Mire lo que son mis bracitos!
—¡Hermosos! —responde el Manosanta.
—¡Mire lo que son mis piernas!
—¡Hermosas!
— ¡No! —grita, al tiempo que gira, le da la espalda y quiebra la cintura— ¡Son una porquería!
—¡¿Cómo no vas a tener forma?!, ¡¿quién te dijo eso?! –grita aún más Olmedo y se desabrocha el cinturón de la bata.
—¿Olmedo pedía no saber qué ropa tenías hasta el momento de grabar?
—Sí. Yo me tapaba con una cosa gigante. Él quería que todo fuera una sorpresa para tener espontaneidad. Le parecía re divertido a él eso, no saber si iba a salir con minifalda, con un shorcito, con esto, con lo otro. Él le sacaba el jugo a todo. Era un capo.
El 5 de marzo de 1988 Alberto Olmedo cayó desde el piso 11 del edificio Maral 39, sobre el boulevard Peralta Ramos, en la costa de la ciudad de Mar del Plata. Estaba haciendo temporada de teatro con la obra Éramos tan pobres. Adriana, que estaba en Villa Carlos Paz, era parte de las “chicas Olmedo”.
—Fue algo que jamás podría haber imaginado. El Negro en lo mejor de su vida, en lo mejor de su trabajo. No fue un cachetazo, nos aplastó la vida.
—¿Tuviste guardaespaldas durante los años 80?
—Sí, porque no podía vivir, porque no podía salir de mi casa. Porque estaba en el teatro y tenía dos cuadras de gente que me seguía, porque tenía que escapar en patrullero. Porque estaba en mi casa y me aparecían fotógrafos en el jardín, arriba de un árbol.
—En ese momento vivías sola. ¿El guardaespaldas se quedaba en la puerta?
—Estaba adentro de casa. Me daba miedo que alguien pudiera entrar. Un día me pareció que había algo anormal en él y antes de que pasara algo me escapé. De mi propia casa (ríe). Me fui a la casa de Ginette Reynal, trabajábamos juntas. Ojo, por ahí era que yo estaba un poco perseguida.
Sobre la mujer objeto en la tele (haber sido una), sobre acosos, maltrato y abusos, Adriana dice: “Yo no sufrí más acoso cuando fui famosa, sufrí más antes. Podías tener 8 años y algún zarpado te tocaba en el colectivo y no podía contar nada, porque me daba vergüenza y no sabías cómo podía reaccionar mi mamá”.
Para esa época Adriana llegó a dormir dos horas al día. “Tenía mucho miedo de quedarme sin trabajar. Era un sueño que me llamaran para hacer tantas cosas. Pensaba: seguramente el año que viene no trabajo más, entonces tengo que agarrar este desfile, el comercial, teatro, televisión, todo”.
Fue también para esa época que descubrió que tenía un medio hermano. Mariano Brodsky tenía 14 años cuando Adriana, de 26, estallaba en la televisión.
—Mi familia se reunió para decirme. Yo ya olía algo raro. Me dijeron: Adriana, tu papá tuvo otra pareja y tenés un hermano que está en un estado de shock porque vos siempre fuiste una ídola para él. Tenía todo su cuarto con pósters míos. Un día abrió una revista y encontró una foto mía con mi papá, o sea, su papá.
—Descubrió que le gustaba la hermana.
—Sí, pero eso pasó a un segundo plano. Ya no pasaba por si le gustaba la chica, pasaba con que quería saber quién era Adriana en realidad. Entonces lo fui a ver. Me apareció un hermano de pronto que era un divino y empezamos a tener una relación muy de hermandad. Murió a los 30 años, de leucemia.
Hace un año que se mudó al departamento de dos ambientes en el que recibe a Infobae, en Palermo. En pocos días lo dejará y se instalará en Mar del Plata, donde hará temporada de teatro con Mi mujer se llama Mauricio. La casa anterior le quedó gigante cuando sus hijos, Agustina y Javier, se fueron. Este dos ambientes da al contrafrente, tiene una pequeña terraza y eso la tiene feliz a sus 64 años: ahora sí puede entrar el sol. Pasó años con las persianas bajas porque, cuenta, la espiaban de los edificios cercanos.
“Vos sos como la Coca-Cola: refrescante”. Ese fue uno de los piropos que le dijeron y más le gustaron. Lo contó en una entrevista, en el año 1990. El autor es su ex marido y padre de sus hijos, Juan Bautista “Tata” Yofre. Estuvieron juntos desde 1989 hasta 1996.
En su casamiento estuvieron invitados desde el presidente Carlos Menem y Carlos Corach hasta Celia Cruz y Pappo.
Crónica TV dedicó varias horas de su programación a los casamientos de los famosos. El segmento se llamó “La boda de los grandes”. El de Adriana y Yofre puede verse en YouTube.
—¿Cómo decidieron casarse después de tantos años de pareja? —pregunta la cronista.
—Ya estamos casados —dice Adriana—, lo que pasa es que...
—... estamos casados en Paraguay —interrumpe Yofre—. Entendíamos que teníamos que casarnos por la ley argentina y en Argentina.
Al poco tiempo de conocer a Adriana, a Yofre lo sacaron de la dirección de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) y lo enviaron como embajador a Panamá, en 1992. Por una cuestión protocolar, debían ir casados. Un año después, en 1993, y ya con dos hijos, Yofre asumió como embajador de Portugal.
Tuve guardaespaldas porque no podía salir de mi casa. En el teatro había dos cuadras de gente que me seguía, tenía que escapar en patrullero
De regreso en Buenos Aires, al salir del Registro Civil, mientras pide que no pisen a sus hijos de 3 y 4 años y llueven granos de arroz, Adriana cuenta quiénes fueron los testigos:
—Mi hermano, una amiga, y (Hugo) Anzorreguy y Roberto García.
Ya en la casa, donde hicieron la fiesta, ella tiene un vestido mini corto de raso rosado, el pelo recogido en un rodete y un bronceado intensísimo. Yofre, de traje azul oscuro y camisa a rayas recibe a los invitados. Carlos Menem, Carlos Corach, José Antonio Romero Feris, Daniel Scioli y Karina Rabolini, Celia Cruz y Pappo.
—Bueno, eran invitados de lujo. Era más social que familiar.
—¿Te hubiese gustado que fuera más familiar?
—No tengas dudas. Pero soy una persona que se adapta, no a todo, pero a algunas cosas sí. Entonces comprendía situaciones.
—¿Cómo conociste a Tata?
—Prefiero no acordarme (ríe).
—Hay una receta famosa tuya: la torta de milanesas.
—(Ríe) ¡Chicos, es orgásmica!
—¿La hacías en Portugal?
—No. La inventé acá, hará seis años. Pensé: ¿qué es lo más rico que podría cocinarle a mis hijos? Milanesas. ¿Y si hago de todo, todo junto? Anotá: no puede ser la milanesa normal, tiene que tener flexibilidad y tiene que estar como medio cruda. Ponés una milanesa y arriba le ponés huevo frito. Otra milanesa y, sobre esa, papas fritas. Otra capa pueden ser morrones, aceitunas, tomate. Arriba de todo: mucha mozzarella. Tienen que caer, mucho queso, mucho.
—¿Estás en pareja?
—No. Tiene que aparecer alguien que tenga esas cosas.
—¿Cuántas cosas?
—Una.
—¿Cuál?
—Que sea normal.
—¿Tenés algún sueño recurrente?
—Ahora no. Sí, cuando era chiquita, soñaba que volaba.
—¿Por arriba de la gente?
—Por el cielo, tipo Superman. Volaba, volaba y me metía en las nubes. ¡No sabés lo que era eso, era increíble! Me despertaba y el corazón me hacía tuc, tuc, tuc.
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