Valeria tiene 10, 11 años. Juega, anda en bicicleta, sueña con aparecer de grande en la televisión que mira cada día. Vive en Ituzaingó, en una casa amplia y con jardín que los fines de semana recibe a los integrantes de una familia numerosa y a los amigos de siempre. Levanta la mano para dar el presente cada vez que la maestra de su grado toma lista y pregunta: “¿Benítez Coll?”. Lo hace en la escuela privada y parroquial sobre la que gira gran parte de la comunidad, y a la que también concurren sus tres hermanas: de Ana Laura y Cecilia, las mayores, la separan años correlativos; en cambio Ludmila, la menor, anda por los cinco o seis años. Todas reciben una férrea educación católica fomentada por sus padres, Pablo -ingeniero aeronáutico- y Liliana -ama de casa-, presidentes del Movimiento Familiar Cristiano.
A la Valeria de 10, 11 años le llevará un tiempo entender que lo que está sucediendo con ella no está bien. Que no debería ocurrir. Por lo pronto sí es consciente de cómo se siente: “Perturbada, asustada, confundida, inexplicablemente triste, angustiada, con culpa”. Y también desorientada: “No entendés qué pasa, sos chiquita. Te hace sentir sucia, te da asco, pero a la vez es tu papá y lo amás sobre cualquier mal porque eso te enseñó”. En ese intento por comprender empieza a darse cuenta de que sí, de que está mal, porque su padre le "pide guardar el secreto”. Pero las preguntas no se detienen: “Y si es papá, ¿por qué está mal? ¿Por qué papá me haría mal?”.
La Valeria de 13 años tiene una charla. La convoca su padre. Recibe de él un consejo, y una suerte de promesa: “No tengo que dejar que los mimitos de papá me los haga nadie -incorpora el mensaje-, y papá tampoco volverá a hacerme mimitos”. Las preguntas siguen. La avasallan, la atormentan, la atosigan. En especial, una: “Y mis hermanas... ¿A ellas les pasará lo mismo?”.
En una calurosa mañana de sus 14 años Valeria pensó en hacer las compras en el almacén del barrio llevando aquel short que tanto le gustaba. Pero recibió el reto de su madre: “Así a la calle no salís. ¡Basta de provocar a los hombres!”. Cuando escuchó el grito, rompió en llanto y se refugió en su pieza. Su hermana Cecilia entró poco después. “Vale, entendela a mamá -le rogó-; vos no sabés lo que es capaz de hacer un hombre...”. “Sí -advirtió-, yo sé lo que es capaz de hacer un hombre”. “Vale, ¿alguna vez te paso algo?”. Valeria sintió miedo por su respuesta: iba a ser la primera vez que se lo diría a alguien... “Sí”. “¿Fue papá?”. “Sí”. Y entonces Cecilia se deshizo en un llanto desgarrador: “Hablé con Ana Laura. Con ella también pasó”.
Y además, estaba Ludmila. “De ella me entero porque lo veo -dice Valeria-. Lumi dormía siempre muy destapadita porque tenía mucho calor. Cuando entro a la pieza, estaba Pablo. Ella estaba durmiendo. Y le digo: ‘¡¿Qué hacés?!’. Se exalta y me dice: ‘¡Nada, nada, nada!’. Y se va rápido. La tapé en ese momento. Y la seguí tapando siempre. Después de eso la cuidaba de otra manera. Fue muy duro saber que fue con Lumi también. Tenía esa ilusión de que bueno, al menos una... con una no, con una había sido padre. Y que una no había sufrido lo que nosotras habíamos sufrido".
Hoy, Valeria tiene 24 años. Y hace unos días tuvo el impulso de hacer una carta abierta. Extensa, descarnada, la escribió casi de un tirón, en una noche. Con el visto bueno de sus hermanas la publicó al día siguiente en Instagram, para los más de 22 mil seguidores que -en gran parte- consiguió en su paso de hace un tiempo por Combate, el exitoso ciclo de competencias de El Nueve que conducía Laura Fernández.
En ese texto Valeria lo cuenta todo: habla de cuando estaba “perturbada, asustada, confundida”, recuerda esa charla con su papá, se horroriza con la noche que lo sorprendió con Ludmila, habla de cómo las hermanas se animaron a contar sus abusos. Y dice más, mucho más: repasa las dos denuncias que no prosperaron en la Justicia de Morón, se enoja por la falta de apoyo que tuvieron en “los adultos”, informa sobre la prisión preventiva de Pablo, como llama a su papá, a quien ya no considera así.
Las estadísticas dan cuenta que tres de cada cuatro abusos infantiles son cometidos por un integrante del núcleo familiar del menor. Y en el 40% de esos casos, el abusador es el padre. "Las víctimas necesitamos hablar. Nos estamos callando -dice Valeria, en diálogo con Teleshow, sobre las razones que motivaron su escrito-. Cuando las personas me preguntaban adónde estaba mi papá, adónde estaba mi mamá, por que ya no vivía en mi casa, yo les mentía diciendo que mis papás estaban de vacaciones en el exterior, o que mi casa se había vendido. Y con estas mentiras seguía perpetuando el secreto de familia, seguía tapando el abuso sexual, seguía cuidando a este pedófilo. Me cansé de mentir. Y una noche dije: ‘Voy a empezar a escribir todo lo que siento’. Como por ejemplo, lo poco que la sociedad comprende a las víctimas. Te encontrás con comentarios como: ‘¿Por qué no lo dijiste? ¿Por qué en el momento no gritaste?’”.
—Dejando a un lado la bronca, ¿qué se le responde a quien te pregunta algo así?
—Es imposible dejar a un lado la bronca porque te das cuenta de que esa persona jamás va a tener empatía para ponerse en tu lugar. Lo paradójico es que muchas veces si podrá ponerse en los zapatos del abusador... ¿Que contesto? Yo fui abusada por mi papá. Era una nena, y mi papá era todo para mí: no había manera de que me diera cuenta de que estaba mal lo que él hacia, que era un delito. Como nena te sentís perturbada, muy incómoda, muy culpable... Y esa culpa te hace callar. Vengo de una familia muy católica, y la culpa es muy del catolicismo. A mi papá también le agarraba culpa después de lo que hacía. Me decía: “No, no, no, esto no está bien”. Y yo le decía: “Sí, estoy haciendo mal, no lo hagamos mal”. Porque en ese momento yo también me sentía culpable.
—¿Cómo fue entender que estaban abusando de vos, y después comprobar que también abusaban de tus hermanas?
—Al principio no era consciente de la gravedad. Cuando me di cuenta de la gravedad... te duele lo que le pasa a uno, pero más me duele lo que le hicieron a mis hermanas. Eso me pasa.
Gritos en el silencio
En septiembre de 2012 el secreto salió a la luz. “Un día le contamos a mi mamá que fuimos abusadas por mi papá. A Liliana no le quedó más opción que directamente preguntar: ‘Pablo, ¿vos abusaste de ellas?’. Y a nosotras nos dijo: ‘Yo no lo sabía, les juro que no lo sabía’. Ese sábado fue el peor día de mi vida -recuerda Valeria-. Pero el domingo comimos asado, toda la familia junta. Se tapó todo. Y mi mamá, cuando lo supo, no hizo nada. Nunca hizo la denuncia".
Sus padres ensayaron “miles de intentos forzados por volver a ser una familia”, según remarca Valeria, antes de que su relato se enrede en un derrotero de indiferencias: las de quienes debieron asistirlas y contenerlas, pero no lo hicieron. “Entre tantos tíos, abuelos, padrinos y adultos responsables, ninguno hizo la denuncia por nosotras cuatro, ni nos ayudaron a irnos de esa casa: seguíamos viéndolo a Pablo todos los días. Y pocos se acercaron a hablar con nosotras. Prefirieron negar los abusos, o perdonarlos".
—¿Y en quién encontraron contención?
—Es dura esa pregunta para mí... Para todas, creo. Yo encontré la contención en mis hermanas. Y creo que mis hermanas también la encontraron en mí. Nadie me entendió ni me ayudó más que ellas. Ni la justicia, ni un psicólogo. Nuestro relato es duro, y creo que lo que más nos duele es saber lo solas que estuvimos. Teníamos una familia enorme, vos no sabés la familia grande que teníamos. Y nadie, nadie nos cuidó. Una vez que se enteraron siguieron invitándolo a cumpleaños, a reuniones familiares. Lo cruzábamos por el barrio, seguía yendo a la casa de mis abuelos a tomar mate, a comer asado. Todos lloraron un montón cuando se enteraron, y sin embargo... ninguno hizo lo que se debía hacer. Ninguno cuidó a las víctimas. Eso es lo que pasa en la sociedad.
Hubo dos denuncias en la Justicia que no prosperaron. Con la tercera, en 2018, sí hubo respuesta. “Tuvimos que escribir los hechos, detallar los abusos, poner por escrito cada vivencia, cada delito. No fue fácil: tenés que detallar hasta que ropita tenías puesta...”, lamenta Valeria. Si bien la fiscal Paula Hondeville consideró (dentro de la Investigación Penal Preparatoria 39404-15, con intervención del Juzgado de Garantías Número 4, de Morón) que los abusos sobre las hermanas mayores prescribieron, dictó la prisión preventiva por los testimonios de las más chicas: Pablo Benítez Coll fue procesado por abuso sexual gravemente ultrajante por la calidad de ascendiente de su autor, es decir, por ser el padre. Se encuentra detenido desde el 25 de julio.
“Buscamos justicia por todas: las víctimas somos las cuatro hermanas, no solo dos -sostiene Valeria, disconforme con la resolución de no considerar los hechos de Ana Laura y Cecilia-. La fiscal ni siquiera las escuchó: solo miró sus edades y la fecha de los abusos. Yo sé lo que les costó a mis hermanas hablar. Y sé el tiempo que lleva entender, primero, que tu papá te puede hacer mucho daño, y segundo, que lo que te está haciendo es un delito muy grave. Y si vos no lo denunciás, y no te ponés al hombro esa carga de la denuncia, yendo todas las semanas a la fiscalía, no prospera. Con 10 años no alcanza. Uno tiene que padecer tanto...".
—¿Qué sentiste al enterarte que tu papá estaba preso?
—Por mucho tiempo nos tuvieron atadas de pies y manos con frases como: “¿Vos sabés lo que les hacen a los pedófilos en la cárcel? ¿Vos querés que le pase eso a tu papá?"; “Tengo miedo de que tu papa se suicide. ¿Vos querés que él se suicide?”. Y yo pensaba: “Es mi papá...”. Llevó un tiempo de madurez comprender que yo no era la culpable de lo que a él le llegara a pasar en la cárcel. Cuando nos dijeron: “Pablo está en prisión”, fue un shock. No sabía cómo reaccionar. No me salió festejar. Lloré, pero no de pena, sino porque me hubiera gustado que nunca hubiera pasado nada de esto, que nadie me llamara para decirme: “Tu papá está preso porque abusó de ustedes”. Fue un alivio, porque tenía terror de encontrármelo en algún lugar. Pero no fue felicidad. Sigue siendo tristeza.
—Les decís Pablo y Liliana, y no papá y mamá. ¿Es una decisión o te sale así?
—Se dio de manera espontánea. La cabeza hace clic... y de repente ya no te sale decirle mamá, como hasta hace unos meses; te sale decirle Liliana. A Pablo hace rato que le decimos Pablo. Por momentos puede que uno se confunda, contás algo viejo y te sale decir: “Estábamos de vacaciones con mi mamá y mi papá”, porque volvés a ser como esa nena que creía que eso era una mamá y un papá. Lo digo en serio: no les deseo el mal, no les tengo rencor; son personas a las que les falto mucho amor. Con Pablo no siento eso de “Que te pudras en la cárcel”. Y con Lliliana... bueno, estoy trabajándolo día a día. Ya no estamos en contacto. Quizás el abuso ya está asumido, pero que mi mamá no nos haya cuidado, que no nos haya defendido como una leona... me pesa un montón. Me cuesta entenderlo. Lo estoy procesando.
Porque unidas nos sabemos fuertes
Cuando a las hermanas les anunciaron que la Justicia por fin las escucharía, decidieron reunirse. Las cuatro solas. “Nos dimos cuenta que si íbamos a hacer una denuncia conjunta, cada una tenía que saber qué le pasó a la otra -dice Valeria-. Porque seguíamos con el tabú: ‘Me llevo el secreto de mi abuso a la tumba’. Y no es así. No es nuestro secreto: es el secreto y la mierda de otro, no nuestro”.
“Nos sentamos en la casa de Ana Laura, nos pusimos en la mesa, y empezó... lo loco es que empezó Cecilia, que había dicho que no quería (hablar), pero... hay una carga que sacar. Uno quiere largarlo, uno quiere... expulsarlo. Y ella contó qué fue lo que le hicieron, qué fue lo que le hizo... Pablo. Duele lo que cuenta, pero más duele ver cómo ella lo sufre. Cuando Ceci terminó de contar se desbordó en llanto, y fuimos y la abrazamos todas. Y después contó Ana. También se desbordó en llanto, y fuimos y la abrazamos todas.
"Después me tocó a mí. Ellas sabían que mis hechos de abuso habían sido más contundentes. Pablo le había dicho a Liliana que conmigo había sido... que se le había pasado la mano. Lo conté. Conté mis hechos. Y ellas me abrazaron cuando terminamos... La miramos a Lu, y Lu nos dijo que no, que no podía, que no quería, que le demos tiempo. Obvio que la entendimos.
“Nos abrazamos en un círculo, las cuatro, como solemos hacer. Y nos dijimos: ‘Vamos a hacer justicia’. Y nos dijimos: ‘Vamos a ser fuertes, vamos a sanar’. Lo que nos decimos siempre: ‘Vamos a sanar’. Y esa es nuestra lucha. La lucha primero por la Justicia, para que Pablo esté preso. Y después está la lucha por sanar... Por sanar lo que te hicieron”.
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