Cuenta Alejandro Dolina en sus Crónicas del Ángel Gris que en el barrio de Flores existía una gran admiración por las renuncias. “La verdadera nobleza consiste en hacer lo que uno debe, sin esperar recompensa ninguna”, sostenían los hombres sensibles de ese barrio porteño, en disertaciones tan diferentes a las tertulias de Los Ángeles en general, y de Hollywood en particular. De allí que la distancia nos distraiga: ¿en la meca de la industria del cine también se aplaudirán las dimisiones, más aún las que se realizan en pleno éxito?
El actor Rick Moranis es el protagonista de uno de los renunciamientos más emblemáticos. Y haberlo realizado casi en las sombras, sin rimbombancia alguna, lo hace todavía más destacable.
El origen
Nacido en Toronto en abril de 1953, Frederick Allan -tal su verdadero nombre- empezó su carrera artística como DJ bajo el seudónimo de Rick Allan. Debutó como comediante en la serie humorística canadiense Second City TV, de la que también surgieron actores de la talla de Eugene Levy (American Pie) y Catherine O’Hara (la mamá de Kevin en Mi pobre angelito), entre otros. Luego dirigió y protagonizó la película Extraño brebaje, que funcionó casi como un desprendimiento del ciclo televisivo, ya que contaba con varios personajes surgidos allí.
Fue el recordado Harold Ramis, ex compañero suyo en Second City TV, quien lo convocó para el gran proyecto que estaba armando como guionista, y que también lo tendría en el elenco: la película Ghostbusters. Estrenada en 1984 y protagonizada por Bill Murray, en la trama Moranis interpretaba a Louis Tulley, uno de los vecinos poseídos que era combatido por Los Cazafantasmas. El suceso mundial del filme le abrió de par en par las puertas de Hollywood, y Rick se convirtió en un referente de la comedia: estuvo en El gran despilfarro, Club Paraíso, la segunda parte de Ghostbusters, La loca historia de las galaxias (era una especie de pequeño y cabezón Darth Vader) y varias más.
Pero el gran año de su carrera fue 1989, en la comedia familiar Querida, encogí a los niños. Con un notable histrionismo y un aspecto de nerd que mutó en bonachón, propio de un vecino de aquí a la vuelta, Moranis se ganó el cariño del público en una película que, de nuevo, arrasó en las salas (recaudando más de 200 millones de dólares), al punto que luego contaría con dos secuelas.
Como si se tratara de las dos máscaras del teatro, aquella sonrisa dispuesta que Rick mostraba en los estrenos encontraba su otra cara en la intimidad, en el resguardo de su hogar, donde puertas adentro acompañaba a su esposa: Ann Belsky libraba una férrea batalla contra un cáncer de mama.
Se habían conocido en 1986 -cuando él tenía 33 años y ella, 30- en el rodaje de un filme: Ann era diseñadora de vestuario. Se enamoraron de pronto, se casaron enseguida, fueron padres de inmediato. Y con esa misma celeridad Rick debió despedirla: Ann murió en 1991.
Una nueva vida
Todo cambió entonces para él. “A la gente le van pasando cosas cada día. Yo era padre soltero, no podía con todo...”, explicaría el actor muchos años después en un reportaje, revelando por qué se había ido alejando del cine pese a las propuestas que le seguían llegando, más que interesantes desde lo económico. Y es que su prioridad era otra: quería ser “papá a tiempo completo”. Así fue como -a la par que se ocupaba de su propio dolor- buscaba contener a sus dos hijos, manteniéndolos además al margen del alcance de los medios: hasta se excusaba de dar sus nombres.
Rick se empeñó porque sus hijos “sintieran desde el primer día" en que ya no estuvo su mamá que, pese a todo, “tenían un hogar”. "Y que al llegar a casa encontraran música, luces y un agradable olor que salía de la cocina -describió el actor-. Siempre he querido que nuestra casa fuera un lugar agradable donde quedarse”. Y al fin, también él se terminó quedando.
Los tiempos que demanda una película son intensos, exigiendo pasar varias semanas lejos de casa, y Ricky no estaba dispuesto a aceptar esa condición: no toleraba tener que viajar y “descuidar” a sus hijos. La primera secuela de Querida, encogí a los niños la filmó en 1992, muy poco después del fallecimiento de Ann. En 1994 tuvo un papel relevante en Los Picapiedra -fue Pablo Mármol-, y ya sí, comenzó a alejarse. Participó de un par de películas más hasta que en 1996 hizo Querida, nos encogimos (la tercera parte, que se estrenó directamente en VHS sin pasar por el cine), y se marchó. “Me tomé un descanso. Y un poco de descanso se convirtió en un descanso más largo, y luego descubrí que realmente no lo echaba de menos”, dijo.
También músico, Moranis se dedicó a componer: sacó un disco de country (The Agoraphobic Cowboy) que tuvo una nominación en los Grammy. También prestó su voz para distintos anuncios publicitarios y doblajes, y realizó participaciones puntuales en televisión. En 2015 rechazó hacer un cameo en una nueva Ghostbusters. “Espero que sea buenísima, pero carece de sentido para mí. ¿Por qué iba a rodar durante solo un día para algo que hice hace 30 años? No me resultó apetecible”, anunció, para agregó: “Tan pronto me llegue un papel que me despierte interés, probablemente lo haré”.
Pues bien, en estas semanas trascendió que Disney planea una remake de Querida..., que estaría en manos de Joe Johnston, el mismo director de la original (y de Jumanji, Jurassic Park III y Captain America: The First Avenger). ¿Estará Moranis también esta vez?
En paz
Hoy vive en Nueva York -la misma ciudad donde Los Cazafantasmas hicieron de las suyas- un tal Frederick Allan Moranis, el hombre que se permitió la renuncia. Porque -parafraseando a Dolina-, Rick también le dio cierta ventaja a la vida. La misma que le quitó tanto. Y le dio mucho.
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