Sorprendió en las últimas semanas que Marcelo Tinelli se dedique a subir a su cuenta de Twitter la planilla del rating que da cuenta de los excelentes números que está cosechando en su temporada número 29 (aunque festeja 30 años en pantalla, en rigor son 29) con mediciones mayores a las proyectadas. “Entre 13 y 14 puntos va a estar muy bien”, había vaticinado el conductor para este año en pantalla. Pero ShowMatch excede las propias expectativas de su creador, quien se encarga personalmente de mostrarlo por si a alguien le quedaran dudas.
Al haber hecho en 2018 un ciclo muy breve (de apenas tres meses) los números del año pasado no se dispararon como el conductor hubiese querido. Pero en este 2019 el crecimiento exponencial de su programa demuestra un poder de convocatoria popular y una vigencia sin precedentes.
¿Por qué Tinelli vuelve a ganar y no para de crecer en una televisión cuyos números son una lágrima para la mayoría de los programas? El sentido de reality que tiene el Bailando 2019 genera, a medida que se acercan las instancias finales, un in crescendo de suspenso y expectativas que se ve reflejado en el rating. Con promedios superiores a los 17 puntos, muy por encima de los 13 que lo conformaban, Tinelli vuelve a ser el gladiador televisivo que deja atrás a las ficciones o programas de entretenimientos de otros canales, o el suyo propio.
Junto a Argentina, tierra de amor y venganza, Adrián Suar logró programar una noche perfecta para El Trece, que le permite imponerse en el prime time. Y aunque no equipara los números totales de Telefe, que gana el resto del día y los fines de semana, el combo le rinde.
No es lo mismo para Tinelli arrancar con un piso bajo de audiencia como el que le dejaba el año pasado la fallida comedia Mi hermano es un clon a lo que recibe de la novela de época que produce Polka con gran suceso. El otro factor que parece relevante es que cuando Tinelli no tiene enfrente a una tira de Sebastián Ortega, las cosas parecen resultarle más fáciles. Con 100 días para enamorarse enfrente, aquello no era lo mismo.
El Bailando, rebautizado Súper Bailando, es de un rendimiento notable pese a la repetición de su esquema básico. Tinelli quedó felizmente atrapado en el formato, y aunque este año quiso correrse con la propuesta de Genios de la Argentina, a la larga el cóctel de famosos mezclados bailando, evaluando o peleando en la pista, resulta infalible. Como un gran programa de chimentos con baile, el certamen sube en tensión cuando quedan menos parejas, y el rating sube en consonancia.
Un factor parece clave: se nota enormemente cuando de repente Tinelli empieza a divertirse con el programa, como también se nota cuando se aburre con él, cuando está fastidiado o cuando nada lo potencia, aunque siempre tenga una base de la que nunca baja en rendimiento. Pero hay un determinado momento en que de repente el conductor parece relajarse y disfrutar; y allí, todo fluye.
Cuando el animador no sale en vivo, mucho mejor. Aunque tenga el timming perfecto para hacer el programa como si lo estuviera haciendo en directo, grabarlo le permite salirse de los humores que le pueda generar el minuto a minuto. No se sabrá jamás si es primero el huevo o la gallina, pero cuando no depende del número que está haciendo en la planilla de rating, evidentemente se dedica solo a conducir y a hacerle caso a su instinto que lo ha llevado a ser el número uno. Porque cuando sabe lo que está midiendo en el momento, de no ser tan bueno, se le trasluce en la cara.
Pese a los vaivenes del rating, está su cercanía con la gente que lo ve cada noche para entretenerse como hace 30 años. Ese público quiere show, quiere risas, baile, y un animador al cien por ciento. Él lo sabe y lo devuelve cada vez que se abren las puertas de su enorme estudio, como cada noche. Ese Tinelli está intacto aunque la procesión vaya por dentro. Y ese es al que la gente elige, como si fuera la primera vez.
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