Puede que la vida de Ricardo Fort haya estado marcada por el contrasentido. Si bien le sobró dinero, le escatimaron cariño. Aunque amó en silencio, lo odiaron a gritos (mediáticos). Y al haber alcanzado la fama tan ansiada, le faltó tiempo para disfrutarla: la muerte lo arrinconó demasiado pronto, con solo 45 años, el 25 de noviembre de 2013.
Y aquí, otra vez la ironía. Porque con su partida, la figura de Fort adquirió otra dimensión: se convirtió en El Comandante, las redes sociales se colmaron de mensajes de cariño, sus frases (como aquel “¡Basta, chicos!”) empezaron a usarse a diario, sus videos más emblemáticos se incorporaron a la memoria colectiva. Hoy, se lo idolatra como nunca le sucedió en vida.
Pero mientras más se habla de él -incluso en las palabras de su hija, Marta Fort-, otro tanto queda relegado. Cuanto más se lo recuerda, más circunstancias suyas se olvidan. Bien vale entonces un repaso por aspectos inéditos de Ricardo.
1. Al fondo hay lugar
Quien fuera uno de los herederos de Felfort -el imperio fundado en 1912 por un Felipe Fort adolescente- siempre hizo ostentación de su riqueza. Sus relojes, sus joyas, sus tapados de piel... ¡sus autos! Y sin embargo, el Ricardo en edad escolar iba en colectivo a cursar en el colegio industrial. “Lo tomaba a las 6.30 de la mañana después de haberme levantado a las 6, y me quedaba dormido con la cabeza apoyada contra la ventanilla -contó una vez, cuando Pía Shaw lo invitó a subirse a una unidad para recordar aquellos orígenes en el transporte público-. Los boletos eran de papel. Y yo escuchaba a los vendedores que ofrecían lapiceras que también servían de peine”. En aquellos viajes que duraban 45 minutos Ricky ya soñaba con la fama que alcanzaría varias décadas después.
2. Desangelado
Antes que en la estrella mediática en la que terminó convirtiéndose, Fort quería ser un artista profesional. Convocado por Marcelo Tinelli en 2009, mostró algunas de esas virtudes en El musical de tus sueños; perdió ante Silvina Escudero en una definición marcada por su tenso enfrentamiento con Matías Alé, por aquella época novio de la bailarina. Pero antes, mucho antes, fue su papá quien quiso cumplir su gran anhelo. Don Carlos Augusto Fort se contactó con Ramón Ortega, quien aceptó tomarle una prueba al niño Ricardo en Miami.
Luego de escucharlo entonar un par de temas el veredicto de Palito fue contundente: “Cantás bien... pero no transmitís”. El aspirante masticó bronca, aceptó las críticas y se perjuró mejorar. Estudió para eso durante años y años. Lo intentó por todos los medios. Se dio el gusto de hacerlo en televisión, sí, pero más allá de ShowMatch, lo consiguió solventando sus propios musicales, siendo el dueño del micrófono. “Siempre luché para ser famoso, pero la vida me quitó el poder de demostrar lo que sé”, lamentó, poco antes de su final. Porque Ricardo buscó esa consagración hasta su último suspiro. Hasta que para siempre se quedó sin voz...
3. Artesano
El mismo hombre que nació en cuna de oro armó con sus propias manos las camitas donde durmieron por primera vez sus hijos. Y sin que se le cayera ni uno solo de sus costosos anillos... Lo hizo en Los Ángeles, allí donde en febrero de 2004 nacieron Martita y Felipe, a través del método de subrogación de vientre. Probarse como carpintero le sirvió a Ricardo para matar tanta ansiedad: Bella y Fachero -como solía llamarlos cariñosamente- debieron permanecer varias semanas en incubadora. Fueron días interminables en la clínica, acompañándolos, rezando por su salud. Y cuando debía volver a su casa, arma sus cunas. Tal vez allí empezó a forjar sus futuros.
4. Empresario
Felipe Fort creó la empresa pero la dejó “casi quebrada”, según el relato de Ricardo. Fue Carlos quien la hizo “diez veces más grande”. “Mi papá era un tipo muy inteligente, pero conmigo era muy frío. Quería que yo laburara en la fábrica”, lo recordaba Ricky, quien fue empujado a seguir con el negocio familiar. Con el tiempo se convirtió en jefe de desarrollo de productos de Felfort. “Yo cambié la imagen de la empresa -se ufanaba Ricardo-. Conozco todos los secretos de la fábrica, pero no es lo mío. Lo mío es cantar”.
5. Hasta siempre, Comandante
Podría responder a su osadía, a una probable falta de conciencia, a la obediencia de los caprichos de un adulto que siempre pudo cumplir los suyos desde niño. Como fuera, Ricardo Fort -un excéntrico millonario que hallaba en Miami su lugar en el mundo y en el lujo su razón de ser- se permitió ponerse en la piel de Ernesto Che Guevara. Lo hizo para una gala de El musical de tus sueños para su propia versión de “No llores por mí, Argentina”, recreando la escena del célebre y polémico filme de Alan Parker. Aquella noche Fort se llevó varios aplausos con caracterización, aunque el verdadero premio le llegaría mucho tiempo después, cuando pasó a ser El Comandante. Convicciones al margen, por supuesto.
6. Perjudicial para la salud
La de Ricardo fue la crónica de una muerte anunciada. Aunque a Gabriel García Márquez se lo parafrasee hasta el hartazgo con esta cita, en el caso de Fort es fatalmente cierto. Sus problemas de salud fueron hereditarios. Tanto su padre como su hermano Eduardo sufrieron problemas de columna, pero el cantante se diferenció de ellos en una circunstancia clave: jamás se cuidó. Hizo uso y abuso de su cuerpo desde los 18 años, al empezar a consumir anabólicos y hormonas para el crecimiento. Buscó alcanzar un ideal que siempre le resultó lejano, y su columna vertebral fue pagando las consecuencias: 28 clavos intentaron -también en vano- corregir su desviación. “Me arrepiento de esa operación. Me arruinó. También me arrepiento de haber entrenado desde los 16 años con mucho peso. Mi físico fue siempre lo primero, y me equivoqué”, dijo alguna vez.
Pero quizás lo que en verdad llevaba Ricardo era una mochila demasiado pesada (con un padre que jamás lo aceptó y unos mandatos familiares que luchó por romper) que su columna soportó más de la cuenta.
Este 25 de noviembre se cumplen seis años de la muerte de aquel hombre sobre el cual el público tiene más recuerdos que episodios compartidos en su vida. A quien idolatraron de manera inoportuna. ¿Será que queríamos tanto Fort, y no nos dábamos cuenta?
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