“Debo confesarte que cuando me convoca una directora mujer tiene un gran porcentaje de ganas mías de participar”, se sincera Érica Rivas sobre Los sonámbulos, la película que la tiene como protagonista. "Porque nosotras pedimos el cupo, porque sé lo difícil que es como mujer poder llegar a ciertos ámbitos -argumenta-. Además porque también, y esto es así, sin subjetividades, las historias que me llegan escritas por mujeres tienen una sensibilidad distinta, un lugar de exploración que a mí me interesa”.
¿Uno puede estar dormido encontrándose despierto? Esa es la pregunta que genera el filme de Paula Hernández donde, más allá de la patología en sí misma, se cuenta una historia de vínculos, de familia, de maternidad y también de lo que sufrimos las mujeres. “Para mí es una metáfora muy interesante la del sonámbulo porque también es un lugar en el que el cuerpo actúa cosas que no pudo sacar a la luz en la vigilia. No solamente la cabeza crea sueños, sino que el cuerpo necesita accionar en el sonambulismo".
—¿Qué crees que harías si fueras sonámbula? ¿Qué te imaginas haciendo dormida?
—Me imagino caminando sobre los techos y las cornisas (risas). Es algo que me gustaría mucho hacer y que hacía cuando era chica. Muy peligroso. Mi madre por supuesto no sabía, creo que se está enterando en este momento.
—¿Caminar por la cornisa?
—Igual, en Ramos Mejía; no eran edificios altos ni nada.
—Bueno, está bien. Pero dos pisos de altura, era un golpe…
—Sí, sí, sí. Esas ganas… Esos que hacen esas corridas por los edificios (por la disciplina parkour), que son re peligrosos, a mí me encantan.
—Después de Los sonámbulos querés que venga un thriller donde te persigan por los tejados y sin doble de riesgo.
—¡Sí, sí!
—Ahora hay un gran debate sobre si las escenas son con doble de cuerpo o no. Vos, ¿has pedido dobles en trabajos tuyos?
—Sí. Creo que además ahora hay más conciencia, por suerte, de les actores. Digo les actores porque pienso que a los hombres también les debe ser incómodo, y a las otras identidades de género. Yo también tuve un marido actor (Rodrigo de la Serna) y a ninguno de los dos nos gustaba hacer esas escenas. Hay algo de la incomodidad y algo de lo expuesto, que raya a un maltrato para mí, un abuso. Hay lugares como actriz a los que no quiero exponerme. Es válido poder decirlo y hacerlo valer.
—¿Has dicho: “No, esto lo hago con un doble”?
—Y... sí. No solamente con un doble, sino con una prótesis, por ahí. Ahora se usan mucho también prótesis.
—¿Cómo son? ¿No sé cómo funcionan?
—Bueno, la película Adele está hecha toda con… Las actrices tienen prótesis de vaginas; hay prótesis de todo. Entonces vos como actriz no tenés esa violación de la cámara, intrauterina casi, en donde te sentís por supuesto súper incómoda, súper expuesta. Algo que por pasaba antes, cuando yo empecé, y te decían: “¿Qué te pasa a vos con la actuación cuando vos tenés que estar desnuda? ¿Qué problema tenés?”. Tengo muchos problemas. Me costaba muchísimo decir… Incluso hasta hace poco era yo la problemática. Yo tengo “el problema” de no querer desnudarme. ¿Es un problema? ¿Soy actriz y tengo que desnudarme sí o sí? Si soy actriz, ¿ya tengo que permitir que la cámara me tome de todos lados? ¿No hay un límite? ¿Dónde está el límite?
—Lo hablé con algunos directores. Hoy, con todo el movimiento que viene sucediendo, ¿están más respetuosos?
—Sí, muchísimo. Sí.
—Para los actores también debe ser una situación incómoda.
—Por eso te digo. Lo que pasa es que, como sabemos, la desnudez femenina es mucho más asidua en el cine. La desnudez masculina no se ve tanto. Si vos te ponés a mirar, no solamente en el cine sino en el arte plástico, cuántos desnudos de mujeres hay, y desnudos de hombres, no.
—Cuando la rara y la problemática eras vos, ¿igual te bancabas decirlo?
—No, me costaba muchísimo. Me costaba muchísimo incluso de mis maestros. Eran como: “¿Qué problema tenés vos?”. O sea, yo tenía un problema porque no quería mostrar las tetas. Yo tenía el problema. Y yo, yendo a mi terapia, pensando por qué tenía este problema como actriz. Por eso para mí el feminismo, cuando veo las marchas, cuando voy y veo que todas las mujeres que ponen en sus carteles cosas que siempre pensé, y que siempre pensé que las pensaba yo sola, es tan emocionante... No soy la extraña que no quiere mostrarme de esta manera. También respeto a las mujeres que quieren hacerlo: hay mujeres que no tienen ningún problema, hay actrices que no tienen ningún problema, y me encanta.
—Era difícil en algún momento y vos te supiste plantar en este lugar desde el feminismo. ¿Te costó vínculos, te costó trabajos? ¿Tuvo algún impacto negativo más allá del sentirse más cómoda con una?
—No, no, siempre tuvo… Las mujeres tenemos esta historia de sentirnos con impactos si queremos hacer valer nuestro deseo. Ninguna mujer te puede decir: ”No, yo no, yo fluí por la vida”. Esa cosa de sentirse extranjera en el mundo. Esa sensación de no pertenecer, de no encajar, es una sensación que las mujeres tenemos desde que nacemos. Si vos te ponés a pensar, el mundo no está construido para nosotras.
—Hay una escena que no quiero spoilear en la película pero que como mamá angustia un montón. Es muy interesante cómo está tratada y como muestra que el no es no en cualquier momento que uno lo decida. Tu hija tiene 19 años, ¿uno le explica eso a sus hijos adolescentes? Que uno puede querer hasta dónde quiera, y cuando no quiso más, no quiso más...
—Sí. Uno tiene que explicárselos desde chiquitos. por eso es tan importante la ESI (Educación Sexual Integral). Y te digo, es algo que me enteré hace poco yo. Hasta hace poco yo, que casi soy psicóloga, que soy actriz desde los 19, que tengo contacto con un montón de gente, no sabía que una en una relación sexual, así te la estén metiendo, podés decir que no. Y se tiene que respetar. Ese “no”, en cualquier situación. Eso me lo enteré hace poco. Imaginate las chicas... Esto hay que decirlo ya. Tenemos que poder hacer valer esto. Y no solamente a las mujeres hay que decírselos: hay que decírselo a nuestros hijos, a nuestros hombres. Porque si no es siempre como: “No bueno, llegué hasta acá…”
—“Y si fuiste a la casa, ¿qué pretendes? ¿para qué fuiste?”, son algunos de los planteos que se escuchan.
—Claro. “Y bueno, ya llegaste hasta este momento donde…”. Pero no solamente eso, no solamente con una relación ocasional, ponele, o que recién está empezando. También en un matrimonio.
—¿Y qué hacemos las mujeres cuando aprendemos eso con todo lo que miramos para atrás, y vemos que hicimos cosas que no queríamos hacer?
—Nos volvemos locas. Tenemos que tomar pastillas. Nos angustiamos muchísimo. No sabemos cómo reaccionar. La otra vez, y hablando también de esta película, una amiga había leído el guión y me dijo: “Pero a ella le gusta él, ella le saca fotos”. Cuando yo le pude explicar de lo que se trataba esta película, que ella de la que habla tiene 14, que él tiene 24, y que eso es un abuso, me dijo: “Entonces qué, ¿yo me voy a tener que replantear toda mi vida? ¿Todos mis matrimonios? ¿Todas mis relaciones con los hombres?”. “Y... sí, sí”. “Entonces, ¿qué tenemos que hacer, qué va a pasar?”. “Y... sí”. Nos tenemos entre nosotras para sostenernos en esa angustia, pero todas estamos angustiadas por eso, no solamente los hombres porque no saben qué hacer, sino por nosotras mismas, por habernos dejado ultrajar durante tantos años. Y por eso también, aunque mi feminismo es pacifista, abrazo a las mujeres más violentas. Primero porque ninguna mujer luchando por los derechos femeninos ha matado a nadie. Lo máximo que habremos hecho es hacer pis en la Catedral, pintar paredes, tirar bombas de pintura, no sé, pero nadie agarró un arma y mató a un montón de gente, de hombres, que podríamos haberlo hecho en todos estos miles de años. Demasiado buenas somos. Por eso también abrazo eso. Es una necesidad que siempre se la puso del lado de los hombres. Esa necesidad violenta, y a una mujer que la han violado muchas veces, que han matado a sus hijos, o a su hija, ¿no puede ser violenta? No, la mujer no puede ser violenta. Es una naturalización de ese sello que nos han puesto de: “Las mujeres somos buenas, cuidamos, somos pacíficas, somos amorosas con el otro y con el mundo”. Eso desde que nacemos hace que nosotras, ¿hace? Es una pregunta. ¿Hace que nosotras no podamos agarrar… ser justicieras de mano propia? Y yo te diría que soy pacifista, pero no soy pacifista fundamentalmente porque creo que el futuro no es ese, sino porque veo que en el pasado tampoco lo fue. Y la pregunta sobre si eso es algo aprendido por haber nacido mujeres, pero también porque nosotras tenemos a las Madres, a las Abuelas de Plaza de Mayo, y ninguna ha hecho eso. Las tenemos a las Madres del Dolor. Tenemos a un montón de agrupaciones de mujeres a las que les han pasado cosas terribles con sus hijos.
—¿Siguen ganando más los actores que las actrices?
—Y sí, sí. Si los hombres ganan más en todos los lugares, ¿por qué no lo van a hacer como actores? Además, las mujeres estamos trabajando más que los hombres. Los hombres están no pudiendo trabajar. Hay una gran desocupación de hombres. La precarización del trabajo hace que nosotras tengamos más trabajo que ellos, eso genera una cosa rara. Porque ahora muchas familias se sostienen con el trabajo de las mujeres, no con el de los hombres. Por eso también a mí me resultan raras las historias que me llegan de la mujer que no trabaja. No sé qué mujer no trabaja.
—¿En algún momento tuviste la fantasía de ser la mujer que no trabaja?
—Me imagino mantenida y suicidada (risas).
—Mejor no, evitémoslo.
—No, por ahí está bueno (risas). No, no, no me imagino para nada. No, no podría. No soy una mujer que le guste el oficio de la ama de casa.
—¿Cómo te llevás con María Elena, tu personaje de Casados con hijos? ¿La querés o ya la odias?
—La adoro. Te digo que la adoro también porque no la vi. No sé la gente que la vio. El otro día pasó algo muy gracioso. Soy muy amiga de Liliana Felipe, de la cantante. Nos fuimos a tomar un café, ella no sabe quién soy yo, no sabe que yo hice Casados con hijos, nunca le conté. Y estaba la televisión prendida y yo estaba gritando, pero ella no se dio cuenta. Y le dice al mozo: “Por favor, ¿me apaga a esta mujer que está a los gritos?” (risas). Después le dije: “¿Viste que dijiste de apagar la tele? Era yo la que estaba”. Me dio una risa. “Ay, no sabía...”.
—¿Creés que van a tocar en algo los libros de la versión teatral para aggiornarlos a este presente que estamos viviendo?
—Yo creo que hay que hacerlo.
—Es el desafío.
—Sí, sí. Para mí, sí.
Mirá la entrevista completa