La voz de Abel Pintos es lo primero que aparece, con su calma budista y su intimidad ahí cifrada. No está delante de su público sino a través de una grabación. El público -la familia- empieza festejar, pero la cosa recién comienza. La voz de Abel da las indicaciones de rigor: ubiquen las salidas de emergencia, sepan que está permitido filmar y sacar fotos, pero es mejor sin flash, sepan que hoy nos vamos a divertir... y entonces pide un aplauso para el director de orquesta, Guillo Espel, y empieza la música.
Primero, un breve instrumental de Tanto amor para poner en marcha los motores de los 56 músicos de orquesta que acompañarán al cantautor en este sueño insospechado del show sinfónico. Desde el fondo del escenario sale Abel tras el primer silencio de la música y hace una reverencia. No sin excentricidades, como acostumbra hace rato en sus show, aparece con un look violeta y una pequeña capa. Y entonces sí se escucha su viva voz por primera vez en la noche en la letra de No me olvides.
Lo siguió una lista de 22 canciones, todas arregladas por Guillo Espel para su formato sinfónico, que despertaron los diferentes reacciones de la consabida “familia abelera”, unas 15 mil personas que colmaron el estadio Movistar Arena. Flores en el río fue la segunda canción, más intimista incluso que la primera y con mayor contenido folclórico, y Pájaro cantor la tercera, moviendo un poco las energías de todos.
Mientras en las pantallas se reproducía otro universo. Es que la la puesta en escena de la canadiense Marcella Grimaux se lució durante toda la noche. Solo una vez apareció Abel en esas pantallas (más allá del circuito cerrado). Fue con La llave, acaso su hit más popular. Esta vez, la versión fue puramente reflexiva y en el video se lo veía sumergido bajo el agua, como en vientre materno pujando por volver a nacer. Algo de eso sugirió el mismo Abel, que estuvo conversador y confesional y contó que durante todo el proceso de ensayos por momentos hasta se sintió avergonzado de no saber leer partituras. Como buen curioso, lo resolvió empezando a estudiar para poder hacerlo.
“Después de meses de trabajar con Guillo decidimos encontrarnos con todos estos músicos maravillosos. Nos metimos a un estudio para grabar dos canciones adelanto. Yo pensé que íbamos a estar al menos dos días en el estudio, no nos conocíamos las caras siquiera... y nos metimos y Guillo me dice: nosotros estamos eh... Y contó tres y lo que sucedió fue aplastante", contó el cantante en su primer momento de conversación con el público.
"Ahí verdaderamente me di cuenta un montón de cosas que tenía todavía que aprender. Y me encanta hoy tener 35 años y 25 de carrera y decirle a Guillo: enseñame las notas sobre un pentagrama, yo quiero aprender a hacer esto, a leer música, a tocar un instrumento de esta manera, que me den una partitura y poder leerla de inmediato como lo hacen todos y cada uno de ellos”, contó mientras la gente se reía o le gritaba cosas inentendibles.
“Saben? Pasé por momentos de mucha vergüenza, de verdad. Pero esos momentos me enseñaron mucho. Pero no me enseñaron del tiempo perdido, me enseñaron del tiempo que tengo por ganar aprendiendo todo lo que me queda por delante... Entonces, desde eso hasta el último de los detalles de este concierto es verdaderamente para mí un universo paralelo”, explicó finalmente, recuperando la idea de que todo en su carrera es producto del trabajo y la curiosidad.
“Esta noche no se van a interpretar solamente mis canciones. Es extraño: yo estoy siendo el vocalista de un concierto con mis canciones... es una especie de... ¿cómo se llaman esos shows?... Es una especie de tributo de mí mismo... por mí mismo”, concluyó y todo el Movistar Arena explotó en un aplauso estruendoso pero íntimo. Y después, una vez más, comenzaron a sucederse las canciones: Motivos, Cien Años, Once mil, Más que mi destino, Sin principio ni final, El mar...
Uno de los momentos más novedosos y emotivos sin embargo no se dio con una canción propia sino, tal como contó, con una que escuchó por primera vez en boca de Mercedes Sosa: Cuando ya me empiece a quedar solo (de Sui Generis). Pintos contó que en algún lugar de los años ochenta principios de los noventa entró a una casa de música a elegir un cassette y ahí la escuchó: “tendré los ojos muy lejos...". Lo primero que hizo fue llorar sin entender por qué. Lo segundo, recordar para siempre ese momento. Lo tercero, homenajearlo en mitad del escenario con la más impactante de las interpretaciones de la noche, tanto de su parte como de la orquesta. La voz de Abel Pintos, ahí plantada, bien puede ser la voz que haga llorar a otro chico que no entienda por qué y recuerde el momento para toda la vida.
Luego sí, la recta final: Ya estuve aquí, A-Dios, Cómo te extraño, El adivino y Revolución, la canción más rockera de la noche en la que Pintos, con el recuerdo aun de su traje violeta, jugó un poco el papel de Joker, moviendo los ánimos frenéticamente.
Lo esperan dos noches más de concierto. Sobre el final, cuando haga el bis, explicará lo que explicó anoche: en el formato original de un concierto, un bis es la repetición de alguna canción del repertorio. Así se irá, así se fue, con el eco de su voz maravillosa resonando en los oídos de su particular familia.
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