Tiene 72 años, está jubilado y, aunque no está retirado de la actuación, Héctor Fernández Rubio prefiere disfrutar de su tiempo libre antes de trabajar gratis. Ha hecho mucho, dice. Y es cierto. Sin embargo, pese al paso del tiempo y a sus incontables interpretaciones, cuando lo ven por la calle todos los saludan como si fuese Efraín, el entrañable portero de Señorita Maestra. Y él les contesta con la clásica frase que inmortalizó a su personaje: “Adiós, blancas palomitas”.
Ya pasaron más de tres décadas desde la emisión de la tira infantil que protagonizara Cristina Lemercier. “Hicimos una sola temporada para ATC, en 1983. Pero en el ’85 se la vendieron a Alejandro Romay, que se hizo cargo de Canal 9, y la volvió a pasar con el mismo éxito. Y en el ’87, cuando le entregaron el canal a Héctor Ricardo García, que por entonces se llamaba TV2, se volvió a pasar con la misma repercusión. Fue una cosa mágica la que pasó con este programa y, por eso, es que el recuerdo quedó tan grabado en la gente, porque se vio casi toda la década del ’80”, cuenta Héctor en diálogo con Teleshow.
Con 54 años de trayectoria en teatro, cine, radio y televisión, el actor recuerda muchos de sus trabajos más memorables. “Arranqué con Narciso Ibáñez Menta haciendo El Muñeco Maldito. Hice La Comedia Nacional, trabajé muchos años en el San Martín, hice musicales...En el ’81 trabajé en La ópera del Malandra, por la que me nominaron para el Moliere. Y era el actor fetiche de Leopoldo Torre Nilsson: hice Los siete locos, Boquitas pintadas, La guerra del cerdo...”, cuenta Fernández Rubio.
Sin embargo, el actor reconoce que el personaje de Efraín marcó un antes y un después en su carrera: “Significó quedar en el alma de la gente. Y, cuando uno queda en el alma de la gente, ya se puede dar por satisfecho. Porque, en definitiva, eso es lo que busca el actor”. Y relata: “Cuando me ven por la calle, porque yo siempre ando en transporte público, la mayoría se acerca a saludarme. Pero otros se sonríen y yo sé que no es porque esté desaliñado o mal vestido, sino porque recuerdan su risa de niños”.
¿Si en algún momento renegó de esa estigmatización? “Alguna vez pensé: ‘¡Por favor! ¿Cómo puede ser con todo lo que yo he actuado en mi vida ?’ Pero después me dije: ‘No me puede molestar eso’. Porque, realmente, hay actores que trabajan toda una vida y, cuando la gente los ve por la calle, ni se dan cuenta de quiénes son. En cambio, hay gente que se ha puesto a llorar de la emoción al verme... Así que yo no reniego de Efraín. Al contrario, es increíble el amor que yo he recibido gracias a ese personaje”, asegura.
Héctor dice que esa identificación del público nunca le jugó en contra a la hora de ser convocado por los productores. Y que, si hoy no trabaja, es porque en las tiras ponen “abuelos de cuarenta años”, mientras que en el teatro lo llaman para hacer “cooperativas” y a él no le interesa trabajar sin un reconocimiento económico. ¿De qué vive? De su jubilación.
“Yo me jubilé en la Secretaría de Cultura de la Nación. Cuando tuve que hacerme cargo de mi mamá, allá por el ’94, no podía esperar a que sonara el teléfono. Entonces me convocó Pacho O´Donnell, que era secretario en ese momento, para llevar adelante un proyecto que tenía que consistía en entregarle una biblioteca con 100 libros a los abuelos. Salíamos de padrinos actores, muchos de los que ya no están entre nosotros. El tema es que, cuando eso se terminó, yo seguía cobrando pero no trabajaba. Y como yo no quería ser ñoqui, mandé una carta con copia a presidencia. Estaba Patilla (por Carlos Menem). La secretaria era la doctora Beatriz Gutiérrez Walker, y me dijo: ‘¿Usted se anima a ser maestro de ceremonia en un acto?’. Yo, obviamente, le dije que sí. Y trabajé de eso hasta que me jubilé en el 2011”, explica Héctor.
Sobre su vida personal, cuenta: “No me he casado, nunca me han podido casar... Como buen acuariano, soy absolutamente libre. No me puedo atar. Es mi personalidad: yo hago y digo lo que quiero. Al que le gusta bien y al que le moleste, le pido perdón. Pero no me puedo amoldar a otros. Y voy siempre de frente”.
Sin embargo, a esta altura de su vida, Héctor asegura que nunca se siente solo. “Tengo una hermana porque la otra murió, tengo sobrinos, tengo amigos y tengo mucha gente que me quiere. Pero nunca quise encasillarme en un rol amoroso. Disfruto de mi vida. Y, a decir verdad, no hablo mucho de mi intimidad”, concluye Fernández Rubio.
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