Aliado con el destino, el tiempo jugó a su antojo con John Wright. Fue precoz a veces, tardío otras tantas. Al fin, inoportuno siempre. O casi...
La calvicie, por caso, se le presentó demasiado temprano: a los 30 años perdió el pelo, dejando relucir una calva que -ya sin cabellos- le quitaba un par de preciados centímetros de altura al metro y medio de este hombre de menuda humanidad.
Antes, un veinteañero y entusiasta John había estado en el lugar preciso en el momento equivocado. El mayor de los 12 hermanos Wright había dejado la Belfast que lo vio nacer en 1905 en búsqueda de un mejor presente, porque del futuro se ocuparía después (primero lo urgente, después lo importante). En Estados Unidos, la tierra prometida, consiguió desempeñarse en la prominente fábrica Cadillacs armando carrocerías. Todo marchaba relativamente bien hasta que a John lo sorprendió la Gran Depresión de 1930. Y otra vez a armar la valija.
El barco lo trasladó -con toda la pena, escaso de gloria- nuevamente a Irlanda del Norte. Pero el destino aquí descuidó un detalle. Ese mismo país que le dio la espalada -que lo había cobijado casi sin enterarse para luego despedirlo con indiferencia, como a tantos inmigrantes más-, terminaría adorándolo. Aunque en lo que al tiempo se refiere... no nos apresuremos.
De nuevo en Europa, Wright intentó sacarle el lustre a lo que había estudiado en su adolescencia irlandesa y en su breve estadía en suelo norteamericano: la música y la actuación. Ya adulto, empezó a incursionar en el teatro. En sus primeros pasos sobre las tablas fue músico -se desenvolvía de maravillas con el trombón-, luego se transformaría en comediante de la escena under.
La fortuna
El salto cronológico que aquí mismo realiza esta nota es caprichoso, de varias décadas. John Wrigth ya es una persona madura. Nunca se casó, no tuvo hijos. Y actúa en un pequeño pub, desempeñándose en el stand up. Hasta que una noche, en un asiento cualquiera, lo observa quien por entonces no era un hombre más: Alfred Hawthorn Hill, por todos conocido como Benny Hill.
En esa función, Benny se rió de lo lindo con ese señor histriónico, de baja estatura y calvo. Y en esa función, creyó ver algo más: un nuevo integrante de su ya exitoso ciclo televisivo, El Show de Benny Hill. Para él -y por él- John se convertiría en Little Jackie. Y la vida, quizás a destiempo, esta vez por fin estaba de su lado: junto a su debut en televisión a Wright lo esperaban la popularidad, la fama, el dinero... cuando ya estaba ingresando a sus 60 años.
El Show... se había consolidado en la BBC, pero de inmediato pasaría a Thames Television, convirtiéndose en todo un suceso. Y coincidiendo con el ingreso del pequeño Jackie. Con su aporte, el programa mutó: ganó en ternura y hasta en inocencia, ambas muy necesarias para el humor de Hill, cargado de gags con doble sentido. Apenas el bueno de John aparecía en escena, provocaba una sonrisa.
En gran parte de los números Benny lo colocó en un lugar secundario, a modo de respaldo: las repetidas palmaditas en su cabeza, pasadas en cámara rápida, hacían reír a millones. Sin que nada malo hiciera, salvo algún despiste, Uncle Jackie (otro de sus apodos) recibía un castigo en forma de cachetada o de golpe. Y él continuaba como si tal cosa, sonriente, adorable y entrañable, pese a una mueca que a menudo denotaba cierta malicia oculta.
A cada burla física sobre la diminuta figura de Wright, le correspondía una carcajada del público. Y así, una tras otra, se multiplicaron en millones de espectadores cuando El Show de Benny Hill cruzó las fronteras de Gran Bretaña en los 70, emitiéndose en el resto de Europa. También superó océanos: John Wright se convirtió en un ídolo popular en los Estados Unidos. La misma tierra que le había dado la espalda le fundaba ahora un club de fans. Y hasta le proponía (a cambio de una suma suculenta) una serie que lo tendría como protagonista estelar, sin la presencia Benny Hill. Pero John desechó la oferta: sintiéndose en deuda con su mentor, creyó que de algún modo lo traicionaría al irse de su lado. Sí realizó una aparición en el programa Whoops Bagdad, de Frankie Howerd, y tuvo una incursión en el cine, con un papel en la comedia musical Three for all, de 1975.
El final del sueño
Propio de sus desvaríos temporales, Little Jackie adquirió los vicios antes de toparse con la fama. Quizás entonces los incrementó, otorgándole carácter de excesos. Fumar, fumó siempre; y ahora con la televisión lo hacía más. ¿Y beber? Sí, sí, también... John no pudo, no quiso o ni siquiera intentó dejarlos atrás. Cuando el cigarrillo no estaba entre sus dedos, se encontraba al alcance de su mano. Y tampoco lo apagaba cuando el director gritaba “¡Acción!”.
Nacieron las habladurías. Algunos decían que las palmaditas en la cabeza de Benny Hill surgieron como un reto por su adicción al tabaco. Otros aseguraban que en las escenas Wright llevaba a su espalda la mano que sostenía el cigarrillo: quien mire detenidamente ciertos cuadros podría llegar a advertir un humo casi imperceptible subiéndole por detrás. Es cierto que la mala calidad de algunas cintas -propia del deterioro del paso de los años- engaña la vista, lo cual, permite acrecentar el mito.
Circulaba también otra leyenda respecto a sus pésimos hábitos como fumador. Y es que, como si fuera una broma más o un número de circo, John hacía un movimiento con sus labios y, en el instante previo a que comenzara a rodar las cámaras, escondía el cigarrillo encendido dentro de su boca. Su escaso parlamento -o su ausencia, lisa y llanamente- propiciaba la treta. Al cortar la filmación, Jackie repetía el movimiento en sentido inverso, y seguía fumando como si nada hubiera ocurrido. ¿Qué tal maniobra hubiera resultado imposible? ¿Que Wright se hubiera terminado quemando por el tiempo que duraba cada escena? Lo dicho: puras habladurías...
John formó parte de El Show de Benny Hill por más de dos décadas. Se retiró en 1984, cuando las críticas sobre el creador del ciclo por su humor sexista empezaban a propagarse. A esa altura el tabaco y el alcohol hacían estragos en la precaria salud de John. Sus últimos tres años fueron de agonía. Murió en enero de 1989. Y otra vez, los caprichos del destino: poco meses después de su deceso, y luego de 34 años al aire, el programa fue levantado de la programación, en medio de un repudio creciente. Casi dos décadas después, en 2007, todos los productos de Benny Hill fueron retirados definitivamente de la programación televisiva porque “ya no reflejan la esencia británica”, según explicaron las autoridades de la industria.
En aquel invierno irlandés de fines de los 80, unos pocos amigos y varios ex compañeros concurrieron al entierro de John Wright. Hubieran querido despedirlo como correspondía los millones a los que hizo reír este hombre que transitó la vida a destiempo. Porque después de tantos cachetadas burlonas en la cabeza, Jackie hubiera merecido más de una palmadita en el hombro. Y en el corazón.
Ojalá alguien lo haya hecho a tiempo.
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