Cuando Daniel Mac Donald la vio por primera vez seguramente pensó “she is beautiful”. La joven que acaparaba toda su atención tenía un cuerpo armonioso, un cabello increíble (y eso que él de cabelleras femeninas mucho no entendía), una sonrisa sincera y unos ojos azules que parecían decir “qué buena está la vida”.
Cuando Jennifer Aniston, porque de ella se trata, conoció a Daniel Mac Donald seguramente pensó “he is beautiful”. Es que el actor era objetivamente lo que llamaríamos en estas pampas un tipo pintón, fachero. Alto, rubio y de rasgos marcados no pasaba desapercibido pero cuando sonreía directamente daban ganas de ser la destinataria de esa sonrisa.
Después de esa primera impresión, el actor no dudó en acercarse a esa chica atractiva y atrayente. Existía una cierta diferencia de edad. El había nacido en 1960 y ella en 1969 pero ninguno lo sintió y, si lo sintió, no importó.
Comenzaron a conocerse y a quererse. Ambos eran de Nueva York, la ciudad que amaban. Daniel era el más chico de un familión compuesto por sus padres y siete hermanos. A veces contaba entre risas que había decidido ser actor porque era la única forma de lograr un poco de atención y otras, en cambio, aseguraba que actuaba porque quería seguir siendo mimado por todos como le pasaba por ser el “hermanito menor”. Sin embargo, no era el único artista en la familia, su hermano Christopher, cinco años mayor, también era actor y había aparecido en las películas Grease y El cielo se equivocó.
Jennifer lo escuchaba y también compartía su historia familiar. Le contaba que cuando era chica durante un año dejó Nueva York y con sus padres se instalaron en Grecia, el país natal de su papá el actor John Aniston. Otro día le habló de su padrino, el actor Telly Savalas. “¿El detective Kojak?” preguntó él asombrado. “Mi padrino y el mejor amigo de mi padre”, fue la respuesta.
Los actores se mostraban felices y enamorados. Soñaban el futuro y compartían penas y penurias laborales del presente.
Es que aunque Jennifer estaba convencida de su pasión por actuar todavía no había llegado su gran oportunidad. Al contrario, cada vez que pensaba que por fin alcanzaba la meta, algo destrozaba sus planes. Como cuando la convocaron a protagonizar la serie Ferris Bueller. Sin embargo, luego de unos meses el programa se canceló y ella pasó de sentirse la persona más feliz del mundo a la más desafortunada. Le ocurrió lo mismo con otras dos comedias que protagonizó para la tele y que duraron un suspiro. Ante cada proyecto fallido, Jennifer por un lado quería rendirse, pero sus ganas de “tirar la toalla” eran mucho menores que su certeza que en algún momento la suerte cambiaría.
A Daniel tampoco le había llegado su gran papel, pero al menos había trabajado con cierta continuidad. En cine actuó en tres películas, lejos del rol principal pero al menos tampoco de extra. La televisión, en cambio, le brindó más oportunidades y durante la década del 80 participó en diez series, aunque solo en algunos episodios. Pero su gran sueño no estaba en el cine ni la televisión, él deseaba triunfar en Broadway y en el género musical. Es cierto, los actores de Broadway no se convierten en megaestrellas globales ni sus cuentas bancarias alcanzan los siete números, pero el prestigio que logran entre sus pares y sobre todo, la satisfacción de sentir que se deja todo en el escenario cada noche es inigualable.
Y así entre sueños, casting, vida cotidiana, proyectos, risas y alguna pelea, los actores atravesaron cinco años juntos.
Jennifer sentía que ese hombre no solo era su primer amor, sino también su gran amor. El compañero que sabía consolarla y animarla cada vez que se cancelaba un programa o un proyecto se frustraba. El que la animó a participar en Lepechaun, una extraña película mezcla de comedia y terror. Allí Jennifer fue Tory Reding, la heroína y por fin, la protagonista.
La joven actriz pensaba que luego de esa película las ofertas laborales le lloverían pero no. Harta, decepcionada, cansada, un poco por todo eso o por todo eso junto pensó en abandonar la actuación. Pero Daniel la sostuvo y contuvo. Al fin de cuenta le llevaba nueve años de diferencia en el calendario y unos cuantos más en proyectos frustrados y sin embargo seguía en camino.
A fines de 1993, Jennifer recibió un llamado. La convocaban a un casting para ser la protagonista de Friends una comedia que contaría las aventuras de un grupo de amigos en Nueva York. Querían que fuera Mónica Geller, un personaje que se distinguía por ser una experta cocinera, fanática del orden. Pero en las pruebas los productores consideraron que Courtney Cox daba mejor para el papel. “¿Y yo?”, preguntó Jennifer. “Serás Rachel Green”. Y así le llegó el personaje que le cambiaría la vida no solo profesional también la personal.
Friends se transformó en un éxito y Rachel Green ganó miles de fanáticos. Su corte de pelo era imitado por miles de mujeres. Con su sonrisa, su candidez y sus dotes para la comedia, la actriz lograba que un personaje que podía ser detestable por lo caprichoso y egocéntrico se transformara en otro adorable y querible. La fama de Jennifer crecía. Sus ganancias también. Pero claro, ser una estrella también tiene sus costos. Las horas de grabaciones eran extensas, la demanda de la prensa e incluso el tiempo de cuidados en el estilista para seguir luciendo la corona de “El mejor pelo de los Estados Unidos” ocupaban casi toda la jornada de Jennifer.
Mientras Daniel seguía intentado conseguir su oportunidad en Brodway. Los proyectos laborales individuales le quitaban tiempo para la pareja. La relación se fue desgastando y finalmente, rompieron. No hubo escándalo, peleas ni infidelidades, ni siquiera “diferencias irreconciliables” simplemente cada uno deseaba hacer un camino donde el otro no estaba.
La historia que sigue ya es más conocida. De la mano de Rachel Green, Jennifer Aniston se convirtió en una de las mujeres más conocidas del mundo y una de las mejor pagas de Hollywood. Después de Daniel tuvo un breve romance con un músico pero un gran amor y boda con Brad Pitt. En 2005 la actriz se divorció cuando el actor la dejó por Angeline Jolie, una historia que merece otra nota. Después de Brad llegaron a su vida el actor Vince Vaughn y John Mayer.
Mc Donald también siguió su vida. Logró consolidarse como uno de los actores más reconocidos en comedias musicales de Broadway. Pasó un tiempo en The Royal Academy of Dramatic Art en Londres y fue miembro del Actors Studio. En la obra “Steel Pier” conoció a la actriz italiana Mujah Maraini- Melehi, se enamoró y se casó con ella. Fueron papás de dos hijos que se sumaron a un familión integrado por 25 sobrinos.
La vida transcurría pero en 2007 a Dan le diagnosticaron un tumor cerebral. Ni la ciencia ni los cuidados amorosos de su familia pudieron hacer nada. El 15 de febrero, cuatro días después que Jennifer cumpliera 38 años, el actor falleció.
La actriz no habló públicamente acerca de cuanto impactó esta noticia en su corazón. Si lloró o se derrumbó lo hizo en secreto. Jennifer podía lidiar con la exposición que implica un nuevo proyecto, lucir otro peinado y hasta desmentir un embarazo o un romance, pero sabía que mostrar un corazón lastimado trae impredecibles consecuencias y nunca son sanadoras.
En 2011 cuatro años después de la muerte de Dan, la actriz inició un largo romance con Justin Theroux. Se la veía feliz y contenta sin embargo en una entrevista con The New York Times contó que Dan podría haber sido su “amor verdadero”. ¿Y por qué rompieron?, preguntó el periodista. “Porque tenía 25 años y era estúpida. Pero debe ser él quien me envió a Justin para compensar todo aquello”.
Su declaración conmovió por lo sincera, sin embargo la viuda del actor se mostró indignada. En su muro de Facebook aseguró que la actriz nunca lo había llamado mientras su esposo estuvo enfermo. “Quizá realmente Dan le enseñó cómo amar y valorar a un novio”, concluyó entre sarcástica y enojada.
Los amigos de la actriz en cambio la defendieron. Aseguraron que la carrera de Jennifer creció tan rápido que no pudo cuidar su noviazgo pero que jamás dejó de amar a Dan.
La viuda del actor también contó que intentó acercarle a la actriz las fotos que su esposo conservaba de su noviazgo, pero que no respondió sus llamados. Solo Jennifer sabe si no recibió las fotos porque el pasado en el pasado está o simplemente porque mirarlas le recordaba que ella, la mujer famosa, con el pelo más lindo del mundo, alguna vez conoció el amor pero se le escurrió entre las manos.
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