Griselda estaba volviendo del supermercado con su marido en el auto. En su casa la esperaban sus hijos, Jeremías de 19 que estaba realizando por tercera vez un tratamiento contra el cáncer y su hija Benyi de 15. Al revisar su celular, se encontró con un mensaje de voz en el buzón. Una voz familiar le decía que sabía por lo que estaba pasando y la daba ánimo… “ah, me olvidaba, soy Sergio Denis”.
Apenas llegó a su casa, la mujer que hoy tiene 51 años devolvió la llamada y luego de charlar un rato con el intérprete, éste le pidió hablar con Jeremías. Cada semana Héctor Hoffmann, como es su verdadero nombre, se contactaba con la familia y pedía por el joven: “Decía que le daba paz”.
Desde que tiene uso de razón Griselda Rudy es fanática de Sergio. “Tenía todos los casettes y en la escuela tenía las carpetas forradas con sus fotos. En esa época vivía en Santa Fe y todos los años él daba recitales. Cuando era adolescente mi mamá y mi papá viajaron a Buenos Aires y me trajeron una foto autografiada”, recordó a Teleshow sobre la imagen que aún conserva.
Conociendo su historia y la de su hijo Jere, fallecido hace una década, seguramente no sea casual que una de sus canciones preferidas sea “Gigante Chiquito” en la que Sergio le pide a su hijo: “Ayúdame… A entender la vida, a querer ser bueno, ayúdame”.
La familia Zapata Rudy se instaló en Luján del Cuyo en el 2006 y solo tres años después de la mudanza, a Jeremías de 18 le diagnosticaron metástasis de Melanoma (cáncer de piel): “Nos enteramos de un tratamiento que no se hacía acá, sino en San Pablo o en Estados Unidos, así que nos mudamos todos a Brasil, Jere, yo, mi marido, nuestra hija Benyi y Fernanda, la novia de Jere”.
Para poder trasladarse el matrimonio se pidió licencia en sus trabajos y para juntar dinero organizaron eventos y rifas, en los cuales colaboró el humorista Cacho Garay: “A cada instante Dios nos abría puertas. Mi esposo decidió que fuéramos todos y fue acertado, porque a pesar de la angustia, pudimos disfrutar en familia, fue un momento que nos regaló Dios”.
El tratamiento no dio resultados y al poco tiempo de regresar a su casa en Mendoza, los cinco volvieron a viajar, esta vez para ir a Buenos Aires, al Hospital Británico. Allí el joven que jugaba al rugby y había comenzado a estudiar medicina pasó su último cumpleaños, el 23 de abril.
Un llamado (in)esperado
Al volver a su casa, Jeremías inició un tercer tratamiento. Fue justamente por esas semanas cuando una tarde, al volver del supermercado, Griselda encuentra un mensaje de voz en su teléfono: “Era un hombre que me hablaba, me decía que mi hermano Ramiro le había dado mi numero y le había contado mi historia. Al final, me dice ‘ah me olvidaba, soy Sergio denis’. Yo no lo podía creer”.
Apenas llegó a su casa, la maestra de devolvió el llamado: “A partir de allí me explicó que mi hermano Ramiro me quería dar la sorpresa y que le gustaría hablar con Jeremías. No sé cómo hizo mi hermano, pero lo buscó porque me quiso dar una sorpresa en tanto dolor”.
Jere creció con el intérprete de temas como “Te quiero tanto” o “Todos los domingos”: “¡Lo escuchaba desde la panza!”, por lo que apenas se enteró del inesperado llamado, compartió la alegría de y con su mamá: “Él no lo podía creer... estaba un su último tiempo, pelado, hinchado por las corticoides”.
A pesar del dolor, Griselda recuerda aquellos días como “un lindo tiempo” y contó: “Lo recuerdo hablándole y preguntándole cosas, le preguntó el significado de la canción ‘Los sonidos del silencio’ y Sergio explicaba que esa no la escribió el y lo que quería decir. Jeremías le dijo que lo escuchaba desde la panza, pero que a los 12 o 13 lo hacía a escondidas porque los amigos lo cargaban”.
“Todas las semanas llamaba, le gustaba hablar con Jeremías porque le daba paz decía. Fue un tiempo tan lindo”, dijo con una mezcla de alegría y dolor. Dos años antes el cantante había sufrido un paro cardíaco que lo había dejado clínicamente muerto durante varios minutos: “Vi un lugar de mucho miedo, oscuro negro y lo puedo contar ahora porque a veces tenía miedo de que la gente pensara que estaba medio pirado cuando contaba esta historia. La mitad de mi cuerpo estaba en un rectángulo, yo lo insultaba, para mí era el diablo. Había una ventana, era un horror”.
Luego de varias semanas y varios llamados de Sergio, Jere partió. La noche en la que lo estaban despidiendo en la Iglesia Evangélica a la que la familia asiste, Griselda no tenía su teléfono encima, pero al llegar a su casa encontró varias llamadas perdidas de Denis que aún no conocía el fatal desenlace: “Al día siguiente hablamos y me dijo palabras muy lindas, me preguntó cómo estaba y le dije que paz, y me dijo que eso le regala Dios a la buena gente”.
“A Jeremías le gustaba mucho hablar con él y lo que me quedó grabado es que le daba mucha paz, a Dios no se le escapa nada y estaba todo planeado. Que en un dolor tan grande él (Denis) me pudiera acompañar, si alguien me lo hubiera dicho no lo hubiera creído. A pesar de todo lo feo, agradezco lo que pasó. Fue como un bálsamo en medio de tanto dolor, siempre había alguna cosa linda a pesar de todo”, contó.
Hablaron un par de veces más, después ella cambió el número y la relación se diluyó. El año pasado Griselda publicó su libro Lágrimas de colores en el que cuenta la historia de su hijo y le dedica un capítulo a lo que la familia vivió con el cantante: “Le hago un reconocimiento y agradecimiento”.
Del otro lado
Muchos años después fue ella quien intentó contactar a Denis y a través de Carlos Hoffmann, consiguió la dirección para mandarle el libro. Justo el día envolió su obsequio para mandarlo por correo a Buenos Aires, a la casa de Sergio, ocurrió el accidente en el teatro Mercedes Sosa de Tucumán. Desde ese momento el artista continúa internado (ahora en centro integral de rehabilitación Alcla) estable.
“Fue un dolor terrible”, contó Griselda su sensación al enterarse de que su ídolo había caído del escenario a un foso de orquesta. En abril ella viajó a Buenos Aires para presentar su trabajo en la Feria del Libro, e intentó llevárselo a Carlos, pero justo ese día trasladaban al cantante desde el Sanatorio de los Arcos hacia la clínica de Belgrano donde se encuentra internado. Finalmente, le envió el libro por correo esperanzada: “Lo que más anhelo es que pueda leerlo”.
¿Qué desea para Sergio? “Lo mismo que sentía para Jeremías. A pesar de los pronósticos médicos desalentadores, lo que me mantuvo en pie es el saber que si Dios quería iba a estar sano y lo mismo espero para él. Hay que aferrarse a eso, yo siempre pido por él y por por su familia. Lo admiro como persona porque él me demostró cómo era, no me lo contaron, lo viví”.
Jere acababa de terminar el colegio, estudiaba medicina y jugaba al rugby. Su sueño, además de ser doctor, era ser piloto. “Era grandote, muy buen hijo y buen estudiante, el hijo que toda mamá quiere tener, buen amigo, buen hermano, un poco cuida de su hermana, siempre fue un chico lindo”, dijo Griselda y contó que cuando René Favaloro se suicidó, su hijo, por ese entonces solo un niño de unos diez años, se “indignó con el sistema”: “Estaba enojado porque siempre lo admiró y decía 'por qué se tiene que morir’”.
¿Cómo lo recuerda? “Con alegría, paz y fortaleza. Por eso saqué un libro, porque siento que soy egoísta si no cuento cómo Dios me sostiene. Es un dolor muy grande y que pueda seguir a pesar de extrañarlo, de las lágrimas, tengo paz y una fortaleza que no es mía, yo no soy tan fuerte, soy débil”. Es que a partir de haber hecho visible su historia, muchas personas que pasaron por una situación similar se acercaron a ella: “No es fácil, pero si yo pude, por qué los demás no”.
No llores, ¿por qué no cantás?
Los viajes compartidos en familia y los mensajes de Sergio fueron como ella misma dijo “un bálsamo” en medio del dolor, pero no fue lo único que alivió el corazón de Griselda. Una canción, “Sendas dios hará", de Juan Carlos Alvarado, siempre la acompañó.
“Cuando Jeremías falleció yo no podía dejar de cantar. En el último control que se hizo en San Pablo nos dijeron que tenía metástasis en el cerebro. ‘Entenderás que es prácticamente un milagro’, le dijo el médico. Al salir del consultorio, mi hijo me vio llorar, fue la única vez, porque nos podían dar cualquier diagóstico, pero adelante de él yo era una roca. Entonces me abrazó, era alto medía 1,90 y me dijo ‘Rudy (así la llamaba cariñosamente) no llores, ¿por qué no cantás?' y empecé a cantar 'Sendas Dios hará”, recordó.
La madrugada en la que Jeremías partió, reapareció la canción: “Fueron dos horas de pelea, estaba junto a él, lo abracé y le tomé su carita, estaba mi esposo al lado mío y mi hermana Gabriela a sus pies, ella me pidió que cantara y yo sin acordarme de lo de San Pablo, empecé a entonar ese tema. Yo cantaba cuando el médico me miró y me dijo ‘ya está’. Después en el velatorio, lo único que quería era cantar. Semanas después me anoto en el coro de la Iglesia y para conocer mi voz, un chico empieza a tocar ese mismo tema con su guitarra".
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