Marcela Morelo tenía su vida “armada” y feliz. En pareja hacía 15 años y enamorada del productor Rodolfo Lugo, con su carrera musical consolidada, varios hits metidos en la gente y el reconocimiento de sus pares, a los 52 años parecía que todo estaba en armonía. Su deseo de ser madre no se había concretado. Con Rodolfo habían encarado diversos tratamientos de fecundación, pero los resultados fueron negativos y los costos físicos y emocionales, altos. La maternidad no era un capítulo cerrado pero tampoco era una materia pendiente. Cuando cumplió el medio siglo se sentía en paz y contenta, pero la vida le estaba preparando un nuevo camino para recorrer.
Era el año 2013 y su vecina participaba de un programa de familias de tránsito. En su casa cuidaba a una beba de casi dos años y a veces cuando surgía algún inconveniente le pedía que le diera una mano. Y así, sin buscarlo, la beba entró a su vida, y con ella sus hermanitos de tres y cinco años. Los nenes estaban en un hogar y la más pequeña en lo de su vecina. Marcela se involucró en las visitas familiares. Todas las semanas llevaba a la beba a encontrarse con sus hermanitos. Lo que comenzó como una “gauchada” o un gesto solidario se fue transformando en un compromiso de vida. Cada vez que se encontraban los chicos la recibían con abrazos y besos, cuando se despedían sus vocecitas pedían “quedate un ratito más, quedate” y ella percibía que su corazón le pedía no que se quedara un ratito sino que se quedara para siempre.
Fue así que con Rodolfo decidieron anotarse en el registro de adopción y comenzar el largo, tedioso, burocrático y muchas veces injusto camino para adoptar.
Hoy Marcela y Rodolfo son los felices y orgullosos papás de esos tres niños, sus hijos, que ya cumplieron seis, ocho y once años. En este Día de la Madre, Teleshow se contactó con la cantante para que cuente su historia, no la de una heroína sino la de una mujer que cumplió su deseo de ser madre, y eso es lo que ella aclara apenas comienza la entrevista. “Ser mamá adoptiva no te convierte en una ‘salvadora‘. Vos no salvás a nadie. Al contrario, yo tuve la suerte de dar con mis hijos. Ellos me alargaron la vida. Te puedo asegurar que cada día que los veo siento que son mis hijos de toda la vida. Tenemos un vínculo genuino e irrompible”.
Marcela prefiere no recordar los tiempos judiciales ni los trámites de adopción. Todavía se enoja cuando rememora todas las instancias de injusticias que vivió en la Justicia cuando en nombre de los derechos de los niños se vulneran sus derechos más básicos. Solo aclara que “el parto burocrático es denso y largo”. Entonces, ¿cómo hizo para no rendirse? “Con amor. La luchás con amor. El amor es lo que te permite sostenerlos y sostenerte”, y agrega: “El amor se transformó en nuestra más poderosa herramienta para enfrentar el proceso de adopción que es lento y nos hizo vivir muchos momentos dolorosos. Los chicos esperan en hogares y por períodos de tiempo más largos de los que la misma ley permite. Se hacen “grandes” y los llaman “viejos” porque nadie los quiere. Es injusto y absurdo pero así es lamentable.”
Las trabas burocráticas y la impotencia ante un sistema injusto en vez de hacerla “tirar la toalla”, la fortalecieron. “No bajamos los brazos, el amor nos hizo más y más fuertes”. Cada vez que encontraban un “no” ellos seguían buscando el “sí”, y un día ese sí llegó y los chicos llegaron a vivir con ellos. Con Rodolfo dejaron de ser pareja para convertirse en familia.
La casa se revolucionó. De ser dos más el hijo veinteañero de Rodolfo que iba y venía, pasaron a ser cinco. Hubo que organizar cuartos, horarios, colegios, cambiar rutinas, aprender a poner límites, todo eso matizado con una sobredosis de besos y abrazos que se entregaban pero también se recibían (y reciben). Vivir, como reitera ella, todo lo que vive cualquier mamá. Solo que, como dice risueñamente su marido, la maternidad no vino en cuotas sino toda junta. “Y cada día se pone mejor, el vínculo cada día es más fuerte, más poderoso”. Y otra vez reitera “como el de toda familia”.
“Yo deseaba mucho la maternidad pero nunca imaginé que sería así y después de los 50. Pero desde el primer instante que te dicen ‘mamá‘ te allanan el camino”. Marcela destaca que sus hijos viven con naturalidad su historia de adopción. “Ser ‘adoptado‘ es solo una palabra para ellos, en cambio ser familia es una realidad”.
Existen diversos prejuicios acerca de la posibilidad de adoptar. Alguna vez le preguntaron “Ay, ¿y te gustan los hijos que te tocaron?”, a lo que ella respondió: “¿Y a vos te gustan los padres que te tocaron?”. Ella insiste en animar a animarse a adoptar chicos y chicos grandes. “A veces me dicen: ‘Si tiene ocho años me voy a meter en un lío, andá a saber qué experiencia vivió o qué historia trae‘. Mi respuesta es muy simple: esa historia ocupa una pequeña porción de vida dentro de todo lo que será su larga vida”.
Marcela no vive un sueño irreal. Sabe que sus hijos pueden tener heridas del pasado pero también que si “se le mete garra, laburo y sobre todo amor todo se supera”. Por eso es muy cuidadosa de sus historias, no las oculta, las respeta. Respeta sus tiempos y sus individualidades y agradece a su entorno que la acompaña en ese proceso. Pudo encontrar colegios según las necesidades de sus hijos con docentes que los acompañan y cuidan. En suma logró lo que sueña toda mamá: que sus hijos sean y se sientan queridos.
Durante toda la charla con Teleshow, Marcela transmite su alegría por haber sido mamá de nenes grandes y hermanitos. Una idea que muchas personas descartan. En el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos del Ministerio de Justicia hay anotados 5.465 postulantes, de ellos apenas el 15% aceptaría un niño de hasta ocho años y solo 44 adoptarían un niño de hasta 12 años y apenas 270 adoptaría hermanos. Los bebés en estado de adoptabilidad son muy pocos. Es cuando los chicos crecen que se dan las situaciones de vulnerabilidad.
“Los chicos crecen en esos hogares y los llaman ‘viejos‘”, repite, todavía enojada por la situación. Y destaca que aunque no todas las instituciones son iguales, en muchas existe una falta de contención muy fuerte y de respeto de su individualidad. “Los tratan a todos por igual sin importar sus edades. Los visitás y todos hablan en el mismo tono, con las mismas palabras. Hay un descuido de su escolaridad. Uno de mis hijos con ocho años todavía no leía y escribía y ahora con un acompañamiento adecuado de todos y la garra enorme que pone salió adelante”.
La artista vuelve a enfatizar que ni ella ni su pareja son héroes. “Somos una familia normal, en caso que haya una familia normal”, dice y se ríe. A veces se siente cansada, que el día no le alcanza y pide por favor un minuto para estar sola, como necesita cualquier mamá. Sin embargo, no cambiaría ni un minuto su vida actual. Es más, dice una frase tan conmovedora como contundente: “Volvería una y mil veces a atravesar todas las trabas, dolores y desilusiones que transité en el proceso de adopción. No existe un solo día que no agradezca tenerlos conmigo. Más allá de lo que pasó, el presente es alucinante”.
Sus hijos suelen abrazarla y a veces les sale una pregunta “¿me vas a querer siempre?”. Y su respuesta es otro abrazo más fuerte de esos que van “hasta el infinito y más allá". Hijos de artistas comenzaron a acompañarla en recitales y a meterse en el estudio cuando ensaya. La más chica suele componer canciones con letras que dicen “quiero a mi familia y quiero a mi mamá”.
“¿Y si en el futuro el pasado quiere meter zancadillas?”, pregunta esta cronista. Marcela mamá no teme. Ninguna mujer cuenta con el manual y mucho menos la receta de la maternidad perfecta. Ningún hijo viene con “excepción perpetua de problemas”, venga de donde venga o salga de donde salga. En todos los vínculos hay dificultades que se afrontan y superan y, como reitera Marcela, es cuestión de “meterle garra y mucho amor”.
La charla llega a su fin y esta cronista desea saber en su camino a la maternidad: ¿cuál fue el momento que dijo ‘soy la mujer más feliz del mundo‘? “¿Momento? No hay momento porque todos los días me siento la mujer más feliz del mundo”. Y en su tono se nota que no habla la artista famosa sino la orgullosa mujer que se convirtió en mamá y que, como toda mamá, a veces se siente desbordada, cansada, asustada y mil estados más. Marcela Morelo no es una heroína, pero como tantas mamás del mundo sabe que cuenta con un súper poder que se alimenta cada día de besos pegoteados con dulce de leche y abrazos apretaditos. Entonces, y así como ella canta: “Una y otra vez, el sol sonreirá, larai larai, larai, larailalara…”
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