Philip Andre Rourke Jr, hijo de Annete Cameron y Philip Rourke, nació el 16 de septiembre de 1952 en Schenectady, Nueva York. Cuando tenía seis años, sus padres se separaron. Su padre se marchó y no supo nada de él hasta poco antes de su muerte. Un año después, su madre volvió a formar pareja con Eugene Addis, un oficial de policía. No fue la mejor decisión para el niño al que llamaban Mickey.
Los hermanos Rourke –Mickey, Joey y Patty- se instalaron en Miami, en un barrio marginal. Allí Mickey se hizo adolescente y forjó la personalidad que lo acompañaría toda su vida. En la escuela no la pasaba mal, y repartía su tiempo entre la práctica del béisbol y los primeros coqueteos con la actuación. Pero en su casa, la familia ensamblada no era ideal. “Mi padrastro solía golpearme en la cabeza solo porque tenía ganas. También ejercía violencia física sobre mi madre. Yo lo odiaba por pegarle, por hacer que ella tuviera miedo", confesó de adulto Rourke. Según su testimonio, esa violencia recibida de niño iba a formatear su carácter agresivo, su adicción a las drogas y su negativa a ser padre.
A medida que crecía, las calles de Miami eran cada vez más peligrosas y las batallas callejeras eran una atracción. De ahí al cuadrilátero hubo un solo paso. Realizó 30 peleas como amateur, y cruzó unos guantes con Luis Rodríguez, un discípulo del entonces campeón mundial Nino Benvenuti, aquel que perdiera el cinturón contra Carlos Monzón. Recibió golpes en serio, tuvo dos conmociones cerebrales y le diagnosticaron reposo. Se ganó una reputación de noqueador, con su ficha de 27 triunfos, 17 antes del límite, y apenas tres derrotas.
En un descanso de su carrera boxística, un amigo le comentó sobre una obra de teatro que estaba dirigiendo. Rourke fue a la prueba, y obtuvo el papel. Se entusiasmó tanto, que colgó los guantes y emprendió un viaje de ida a Nueva York. El tiempo se iba a encargar de cruzar al actor y al púgil más de una vez.
El joven Mickey dejó en Miami un empleo de mozo y algún que otro problema con la ley. Con pocos ahorros y algo de plata que le prestó su hermana, se marchó a la Gran Manzana, donde se anotó en el Actor’s Studio. “Fui muy afortunado en mis comienzos”, contó. “Llegué en los últimos años de Lee Strasberg y Elia Kazan y tuve una maestra que me enseñó a hacer real cada momento. Un estilo que no es para todos. Fueron los cuatro mejores años de mi vida, también los más duros, en los que me aislaba día y noche para capturar la esencia”, evocaba Rourke . El propio Elia Kazan afirmó que su audición fue la mejor que había visto en mucho tiempo.
El actor debutó en 1941, bajo las órdenes de Steven Spielberg, pero empezó a despertar suspiros y atención en Body Heat, un thriller erótico protagonizado por Kathleen Turner y William Hurt. Su papel era pequeño, pero su cara, su voz y su aspecto desprolijo no pasaron desapercibidos. A la industria le encantan los chicos rudos y él estaba llamado a ser uno de ellos. Contaba con una gran formación académica, a la que le aportaba la escuela de la calle, los golpes en el cuadrilátero y en las esquinas, que le otorgaban un plus a la hora de interpretar a tipos duros.
Con La ley de la calle, de Francis Ford Coppola, terminó de formatear su personalidad y su physique du rol. Allí era “El chico de la moto”, una leyenda de los barrios bajos, y con Matt Dillon armaron una dupla para el recuerdo. Más que el de un rockstar, su aspecto era el de un laburante, un tipo de barrio que cada tanto le gusta vivir al límite. Ropa casual, musculosa, jeans gastados, botas. El pelo grasiento, la barba de tres días asomando. Cada elemento, prolijamente descuidado y en su lugar.
Siguieron Sed de poder y El año del dragón, siempre interpretando el juego de policías y ladrones. Las comparaciones no tardaron en llegar, y los críticos no se ponían de acuerdo si iba a ser el nuevo Marlon Brando o el nuevo James Dean. Faltaba una película que lo hiciera definitivamente popular. Y en 1986 llegó Nueve semanas y media.
Si bien su estreno fue maltratado por la crítica, el éxito fronteras afuera catapultó a Mickie y a Kim Basinger, al status de sex symbol a escala global. Se exhibió durante más de una temporada en salas de Francia, Italia, Brasil y Argentina. La historia no era gran cosa, pero la belleza y la química de los protagonistas alcanzaban para marcar a una generación. “Más de 10 mil hombres me aseguraron que practicaron el mejor sexo de sus vidas viendo la película”, se ufanó Rourke hablando sobre el filme. Para la historia, quedó la escena en que contempla el striptease de Kim, con el clásico de Joe Cocker “You can leave your hat on” que musicaliza hasta la fecha cualquier momento sensual en la televisión argentina.
Su apogeo incluyó su interpretación de Henri Chinaski, alter ego del escritor Charles Bukowski en El borracho, y el que es considerado su mejor papel en Corazón diabólico junto a Robert de Niro y dirigido por Alan Parker, quien fue de los primeros en alertar sobre el comportamiento del actor. “Es alguien peligroso porque nunca sabes lo que va a hacer”, contó el director. Rourke sumaba currículum: Su fama europea lo hizo encarnar a San Francisco de Asís en Francesco, incursionó como director en Homeboy. Trabajó con Anthony Hopkins, Morgan Freeman y jugó con su destino en Un rostro sin pasado; donde personificaba a un criminal al que le cambian… el rostro.
En medio de tanto éxito, la fama le resultó un peso demasiado grande que cargar. No quería recibir tanta atención, justo él, que se había criado entre el maltrato y el descuido. Y cerca de cumplir los 40, tomó la decisión de volver al boxeo.
“Los ‘90 fueron un infierno para mí”, confesó Rourke sobre la década en la que perdió casi todo. El llamado a ser el gran actor de su generación entregó su trono cuando intentó retomar su carrera como boxeador profesional. Fueron ocho peleas entre 1991 y 1994, con un récord de seis victorias y dos empates, hasta que un llamado de atención antes de un combate en Atlanta lo hizo abandonar. Los golpes le habían dejado secuelas en la lengua, la nariz y uno de sus pómulos. Su rostro, su herramienta de trabajo y seducción, iba a cambiar para siempre. Las cirugías estéticas lo iban a volver alguien irreconocible.
El paso de Rourke por el boxeo dejó un recuerdo histórico para la televisión argentina cuando en 1991 se presentó en el cuadrilátero de Ritmo de la Noche contra Henry de Ridder, especialista en deportes invernales. La exhibición terminó en empate. Durante su estadía aprovechó para visitar y guantear con el ex campeón mundial Carlos Monzón, preso en el penal de Batán por el femicidio de Alicia Muñiz. De Buenos Aires se llevó también una amistad con su guardaespaldas, a quien tiempo después conocimos como Dany La Muerte. También lo vimos en un mano a mano con el mediático Ricardo Fort en Infama, donde hablaron de temas tan diversos como la fama, la paternidad... y las cirugías estéticas.
Las idas y vueltas con el box no fueron el único problema de su década maldita. Algunas malas decisiones no lo ayudaron en su carrera actoral, como cuando rechazó el papel del boxeador en Pulp Fiction que Quentin Tarantino escribió para él. Además de por sus cirugías empezó a ser noticia, por su malhumor en los sets de filmación y la devoción por los perros –siempre pequeños, especialmente chihuahuas-; apenas una muestra de divismo, algún atisbo del gran actor que estaba destinado a ser.
Los 90 tampoco fueron buenos en el amor para Rourke. Después de ocho años junto a la actriz Debra Feuer, conoció a la modelo Carre Otis en la filmación de Orquídea Salvaje. Se casaron en 1992, pero el sueño se volvió pesadilla de inmediato. Abusos de drogas y alcohol, maltratos, celos, amenazas y un episodio confuso con un arma de fuego. Se separaron en 1994, al tiempo Carre retiró las denuncias en la justicia y lo intentaron de nuevo, hasta volvieron a actuar juntos, pero en 1998 dijeron basta. En su libro de memorias “Belleza rota”, la actriz describió su relación con el actor como un calvario. Mickey solo declaró que su versión de los hechos es otra.
Con su carrera como boxeador acabada y su rostro cada vez más deformado por las cirugías –cinco operaciones de nariz, la fractura de uno de sus pómulos, unas cuantas costillas rotas y hasta el trasplante del cartílago de la oreja- Mickey Rourke inició a finales de los ‘90 el sinuoso camino de su resurrección actoral. Su papel en Double impact, junto a Jean Claude Van Damme y al excéntrico basquetbolista Dennis Rodman amagó con ponerlo en el panteón de los bizarros. Pero el director texano Robert Rodríguez estaba listo para el rescate.
Rodríguez le dio un papel de mafioso en Erase una vez en México, que lo volvió a poner en la senda de la caracterización marginal y lo convocó para Sin city, donde obtuvo tres premios por su papel de Marv, un ex convicto en libertad condicional. Si Michael estaba oficialmente de regreso, faltaba una película que pudiera unir sus dos pasiones. Y entonces llegó El luchador para reconciliarlo, a medias, con su pasado.
“Darren Aronofsky no la escribió ex profeso para mí, pero supongo que me tenía en mente y a medida que trabajamos juntos la hicimos más cercana”, contó el actor sobre el filme estrenado en 2008. “El guión tocaba todos mis puntos débiles y fue un reto”, agregó Rourke que recuperó esa pasión por actuar que lo conectaba con sus tiempos de estudiante. Volvió a disfrutar y actuar, ganó un Globo de Oro y fue nominado a un Oscar que mereció para todo el mundo menos para la Academia.
Sin embargo, la última década no logró repetir esa difícil comunión entre lo prestigioso y lo masivo. Se lo vio en papeles menores en Los Indestructibles, en Iron Man 2, además de la secuela de Sin City. En el medio, sufrió un golpe durísimo con el fallecimiento de su hermano Joey, con quien compartió rodaje en dos películas, y a quien acompañó en su agonía.
En el último tiempo, Mickey Rourke fue noticia más por sus cirugías e implantes capilares que por sus trabajos como actor. En tiempos de ironías, redes sociales y memes, cada nueva aparición suya suele ser motivo de burla. Quizá porque los que alguna vez nos enamoramos de su sonrisa de reo, hoy no podemos determinar si este Rourke es un buen recuerdo o simplemente una sombra de ese hombre que nos sedujo con o sin sombrero puesto.
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