Debutó como cantante a los 15 años a espaldas de su papá, se consagró en Cosquín tras llegar de contrabando, la terminó aplaudiendo el mundo: la historia de Mercedes Sosa

Nació pobre: rancho, padre obrero, madre lavandera. Por una travesura escolar ganó un concurso de canto en una radio. Cosquín la ovacionó, pero también la criticó sin piedad. En casi 60 años de carrera interpretó con los más grandes. Prohibida por dos dictaduras, retornó en andas al volver la democracia. Esta semana se cumplen 10 años su partida. La muerte no apagará la eternidad de su voz, de las más bellas que se ha escuchado

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Mercedes Sosa
Mercedes Sosa

La cantora (no le gustaba llamarse cantante) se apagó demasiado pronto: a los 74, el cuarto día de octubre del 2009, a las 5.15 de la mañana. Acaso a esa hora, recién apuntando el sol, en Balderrama, Salta, “a orillitas del canal”, alguien rasgaba la guitarra y entonaba alguno de los temas de su extenso repertorio. Internada desde el 18 de septiembre, el indomable corazón de Mercedes Sosa, enfermo por décadas del Mal de Chagas-Mazza, flagelo de la pobreza y de los ranchos, dijo “basta”. Ya en el 97 una depresión aguda la alejó de los escenarios por largo tiempo. ¿Por qué, si era ya un tótem mundial y una de las más bellas gargantas de la Creación? Tal vez porque sus tristes orígenes, la persecución, el exilio y otros dolores la marcaron para siempre. Tal vez...

Su Tucumán querido

Nació, por azar o por destino, un 9 de julio, el Gran Día de los días de la Patria. Año: 1935; el mismo en que el fuego, en Medellín, se llevó a Carlos Gardel... Nació como Haydée Mercedes Sosa, pero para los suyos siempre fue La Marta. Sus padres, Ernesto y Ema, le eligieron ese nombre, pero según ella, en el Registro Civil su papá "se olvidó adrede del Marta, eligió Haydée, y así quedó”. Sin embargo, para el país y el resto del planeta, siempre fue La Negra. La casa: un rancho para Ernesto, obrero del azúcar, Ema, lavandera, y sus hermanos. “Eramos muy pobres, pero mi mamá siempre nos lavó y nos vistió como a señoritas de buen pasar. Mi papá, pobre, a los 60 años, por tanto trabajo y sufrimiento, parecía de 90”, recordaba.

Nace la cantora

Es octubre de 1950. “Yo andaba por mis 15 años. Papá y mamá, que eran muy peronistas, aprovecharon un tren gratis a Buenos Aires para celebrar el 17 de Octubre, Día de la Lealtad. En la escuela faltó la profesora de canto y la directora me puso en la primera fila para cantar el Himno. Sentí vergüenza, pero canté... y fue mi debut. Como también faltó la profesora de labores, mis compañeras y yo fuimos a la radio LV12, donde había un concurso de canto. Por miedo de que mi papá me descubriera, me presenté como Gladys Osorio, canté “Triste estoy”, de Margarita Palacios... ¡y gané! Seguí cantando en la radio, mi papá se enteró y me retó, pero terminó aceptando que eso era lo mío. ¡Y canté hasta boleros!”.

Una década sin Mercedes Sosa, en el homenaje de Infobae

El milagro de Cosquín

Año 1957: se radica en Mendoza, se casa con el músico Oscar Matus y tiene a su único hijo, Fabián. Allí se asocia con el poeta Armando Tejada Gómez. No mucho después, una radio y un canal de Montevideo la contratan “como una gran cantante, y por eso decidí que a mi muerte me cremaran y mis cenizas fueran esparcidas en Tucumán, mis raíces, en Mendoza, mi felicidad, y en Montevideo, mi primer reconocimiento como artista”. Pero faltaba la gran vuelta de tuerca: Cosquín 1965. “Ese año mi marido me dejó y quedé sola, con un hijo y sin un peso. Eso me destruyó, porque una chica tucumana se casa para toda la vida”. Vibra Cosquín, el ya mítico festival folclórico, y Jorge Cafrune, desafiando el reglamento, la sube al escenario “para ofrecerles el canto de una mujer purísima, aunque se arme bronca: ¡la tucumana Mercedes Sosa!”. Sola, sin más música que un bombo (“una cajita”), desgranó “Canción del derrumbe indio”, una denuncia de la conquista española. Julio Márbiz, conductor –también mítico– del Festival, gritó furioso entre bambalinas: “¡¿Quién es esa mina con pinta de sirvienta?!”. Pero los aplausos y la ovación lo aplastaron. Cuando bajó del escenario, la esperaba un contrato con Philips para grabar. Y enseguida, otro con PolyGram para un álbum: Yo no canto por cantar. Por entonces aclaró la diferencia entre cantora y cantante: “El cantante canta porque puede; el cantor, porque debe” (definición de Facundo Cabral). Es decir, un compromiso. El compromiso de La Negra con una ideología por la que pagó alto precio: “Siempre, por sentimiento, fui, soy y seré comunista”.

Mercedes para el mundo

Año 1967: gira por los Estados Unidos y Europa. Entre 1969 y 1971: un hit eterno; “Canción con todos”, de Tejada Gómez, himno no oficial de América latina, y la cantata “Mujeres argentinas” (de Ariel Ramírez y Félix Luna: los mismos de su célebre versión de la “Misa criolla” y “Cantata sudamericana”), con dos clásicos de clásicos: “Alfonsina y el mar” y “Juana Azurduy”. Año 1969: primera presentación en Chile, con “Gracias a la vida”, de Violeta Parra, y “Te recuerdo Amanda”, de Víctor Jara, que serían prohibidos (y Jara asesinado) por esa bestia negra que se llamó Augusto Pinochet. Cuando cae Salvador Allende, Mercedes jura: “No volveré a cantar en ningún país gobernado por una dictadura”. Cumplió, y pagó el precio. Más tarde, en los tiempos de la recuperada democracia argentina, apoyó a todos sus presidentes... menos a Carlos Menem.

Así cabalgó La Negra

Otro golpe en su vida: en 1978 se muere su segundo marido, el Pocho Mazzitelli. "Y pensé en suicidarme”. Pero el mundo y el éxito pudieron más que la muerte. Cantó en la Argentina con Joan Baez, la notoria disidente norteamericana. Cantó el inmortal “Solo le pido a Dios”, de León Gieco, porque la guerra (Malvinas) no la dejó indiferente. Arrasó en el teatro Opera de Buenos Aires: 13 recitales a sala llena con los mejores, entre ellos Charly García, y con él, su primera recalada en el rock, que replicaría más tarde con temas de Fito Páez. Y luego, su homenaje a los Beatles: "Cuando vi Submarino amarillo en España los admiré, y me dio vergüenza mi prejuicio”, confesó. En adelante no hubo otra cosa que frenesí. Recitales en templos como el Lincoln Center y el Carnegie Hall (Nueva York), con ovaciones récord: un cuarto de hora, tiempo que solo merecieron Enrico Caruso, Luciano Pavarotti o María Callas. El Mogador de París. El Concertgebouw de Amsterdam. El Coliseo romano. El Colón. La sala Nervi del Vaticano. Y siguen las firmas... En Chile, después de la caída de Pinochet, su tema “Todo cambia” fue el segundo himno del país, al grito de “¡ya cayó, ya cayó!”. Y el 10 de diciembre del 99, finalizado el gobierno del general Antonio Bussi (de feroz actuación durante el Proceso), “volví a cantar en mi Tucumán”. Ya una de las 23 personalidades mundiales de la comisión La Carta de la Tierra, representando a América latina y el Caribe. Canto y política, canto de resistencia, “canto con fundamento”, como ella decía.

Mercedes Sosa cantando "Todo cambia"

Cosquín, amor y odio

No le faltaron sinsabores en aquella cruzada de unir a todas las voces, desde el folclore hasta el rock. En enero del 97 cerró el Festival de Cosquín –el mismo de su consagración– con Charly García, interpretando su discutida versión del Himno Nacional. En el público, ovaciones. Afuera, críticas salvajes y polémicas, y una Negra terminante: “Cosquín se acabó para mí. Estoy cansada de los problemas, de esta relación amor-odio con el Festival, que ensombrece el gran encuentro de la plaza Próspero Molina. Es verdad que la gente me quiere, y mucho, pero estoy harta de dar explicaciones y de rendir examen. Charly es un músico talentoso y es mi amigo, mal que les pese a los burócratas del Festival y su ceguera”. Como respuesta grabó con él ese mismo año Alta fidelidad, álbum dedicado a los temas más famosos del rockero. Después, casi sobre la última nota, se hundió en una depresión que la llevó al borde de la muerte.

Mercedes Sosa y Charly Garcia, "Inconsciente Colectivo"

Los últimos cantares

Por si algo le faltara, en el 99 y en una Bombonera a punto de reventar, su voz de contralto –que con el correr de los años se tornó más grave (registro de dos octavas y pico)– se unió a la de Luciano Pavarotti en “Caruso” y “Cuore ingrato”. Su cuerpo macizo, que parecía de eterna piedra, y su cara de aborigen con ecos de siglos, empezaron a borronearse entre dolores agudos, deshidrataciones rebeldes y fallas renales y cardíacas. Empezó a cantar sentada “porque no puedo levantarme”. Su último álbum, Cantora, de 34 temas (premio Grammy), lo terminó a duras penas. Para entonces, entre decenas de estrellas, había cantado con monstruos sagrados como el tenor Alfredo Kraus, Caetano Veloso, Chico Buarque, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Milton Nascimento, Pablo Milanés, Raphael, Sting... En sus vitrinas brillaban diez premios nacionales e internacionales. La velaron en el Congreso Nacional. El Gobierno decretó tres días de duelo. El cortejo hasta el Cementerio de la Chacarita casi emuló al de Gardel. Sus cenizas quedaron sembradas en Tucumán, Mendoza y, en lugar de Montevideo, Buenos Aires: un cambio que decidió “por justicia a la ciudad que tanto me amó”. Quedan, para la eternidad, 56 álbumes y siete películas. Y aquella triste confesión: “Nací y viví en un ranchito de una pieza, con tres hermanos más. Cuando en la noche no teníamos nada para comer, mamá nos sacaba al parque 9 de Julio para que jugáramos. Pero el aire no llenaba la panza”.

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