Eran alrededor de las 19 de uno de los últimos días de septiembre de 2018 y Fabián Matus caminaba por los pasillos de la Fundación Mercedes Sosa con su infaltable vincha, unos joggins y zapatillas deportivas. Por aquellas semanas lo ocupaba el filme documental sobre Violeta Parra: una vez comenzada su proyección, podría sentarse para conceder la entrevista. La intención: recordar a su madre, Mercedes Sosa.
"Como madre fue inmensa -empezó diciendo Fabián-. Todo lo que soy se lo debo a ella. Mi papá se fue cuando yo era chico y ella hizo de madre y padre. Nunca vi a una mujer más valiente que mi mamá”.
Al igual que la Independencia argentina, Mercedes nació un 9 de julio en San Miguel de Tucumán, 119 años después del hecho histórico: en 1935. “Mi abuelo trabajaba como obrero en una industria azucarera y mi abuela de lavandera para las familias más acomodadas de la ciudad -relataba su hijo-. Más allá de las dificultades económicas que atravesaban, en la familia de mamá reinaba el amor y la unión entre los padres y los tres hermanos".
Cuanto más hablaba de Mercedes, más se le iluminaba la cara a Fabián. La calidez propia de la fundación, la música de Violeta Parra de fondo y la inmensa cantidad de fotos y cuadros de Mercedes que colgaban en las descascaradas paredes hacían que la emoción se volviera más intensa. “Ella me enseñó todo, hasta a coser”, esbozaba, con felicidad y nostalgia. “Yo de chico era muy travieso y siempre me rompía el guardapolvos de la escuela. Entonces un día me dijo: ‘Primero, no hay que romper nada, y segundo, hay que aprender a coser lo que rompiste’”.
Con vidriosos por la emoción, aquella tarde Matus contaba que la incursión de la Negra en la música se dio casi de casualidad. Un día, la profesora de la última hora de clase faltó y Mercedes se escapó de la escuela junto a dos amigas. Mientras caminaban por las calles de Tucumán, pasaron por una radio, LV12, y vieron un cartel que anunciaba un concurso de canto. Y ese anotó. “Lo hizo como una picardía, incitada por sus amigas. Pero fue tal la repercusión cuando cantó que el locutor dio por terminado el concurso y la nombró ganadora, cuando aún faltaban que participaran otros concursantes. El dueño de la radio dijo: ‘Más que esto no vamos a conseguir, es ella la que gana’”.
Sosa comenzó a cantar en bares y festivales de su ciudad, y su nombre empezó a cobrar notoriedad. “La Mercedes jovencita, de 18 años, cantaba folclore porque era la música de su lugar, y le gustaba. A los 21, cuando se casó con mi papá, se fueron a vivir a Mendoza y ahí encontró el folclore cuyano. También conoció muchas personas que veían al folklore con una perspectiva diferente: una visión más actual, donde la temática social estaba muy presente”, relataba Matus sobre la evolución musical de su madre.
A principios de la década del 60 su música comenzaría a trascender de manera internacional, aunque según recordaba su hijo, los primeros pasos fueron con mucho sacrificio. “Las giras por Latinoamérica eran bien amateur: ella con su guitarrista, durmiendo en la casa de algún conocido o amigo”, contaba Matus. “Tenía que tratar de conseguir algún trabajo en el lugar para ganar algo de plata, así fueron esas giras. Después empezaron a ser más profesionales, ya había contratos de por medio, salas con venta de entradas anticipadas; pero el comienzo fue muy artesanal".
Uno de los momentos más difíciles en la vida de Mercedes Sosa fue su exilio durante la última Dictadura. El explícito compromiso social de la cantante no gustaba al gobierno: como muchos artistas de esa época, recibió varias amenazas de muerte. “En 1979 fui unos meses con ella a Europa, pero como yo ya tenía una hija acá, en Argentina, tuve que volverme. Fue un proceso horrible porque estaba en otro país, sin ningún recurso humano, sin ningún alimento espiritual: una comida con amigos, charlas, un determinado tipo de vino, no tener horario para caer en casa de alguien, como es acá; allá tenías que armar una cita para ir a ver a alguien a la casa”, argumentaba Matus.
“Encima mamá era muy de su gente, de su familia. La definiría como una mezcla de madre judía e italiana, porque estaba todo el tiempo encima de uno. Y esa característica también la trasladó a sus amistades. Yo creo que mamá ha gastado más plata en llamadas telefónicas que cualquier persona en el mundo.”
El desarraigo duró varios años. Recién en 1981 Mercedes pudo regresar al país, y no de manera permanente. “Vino en septiembre sin saber qué iba a pasar en el aeropuerto. Podrían haberla rechazado o detenido; por suerte no pasó nada. Aprovechó ahí para reunirse con amigos compositores, poetas, músicos, periodistas y se llevó un panorama mucho más actual de lo que estaba pasando en Argentina. Pero no se quedó en el país porque el miedo seguía latente”, contaba Matus.
“En diciembre del mismo año, empezamos a notar una fisura en el gobierno militar, así que se fijó fecha de vuelta para febrero del 82, que fue cuando se logró. Estábamos todos tan alegres...”. Ese año, la Negra hizo trece presentaciones en el Teatro Ópera y el público aclamó la vuelta a su terruño.
Mercedes Sosa fue mucho más que una cantante famosa. Fue una cantora que llevaba en sus cuerdas vocales las raíces de su pueblo. “La mami era una artista plena: además de cantar bien, interpretaba bien. Y tenía pertenencia de clase, mantuvo un mensaje coherente a lo largo de toda su carrera, desde que era una niñita hasta que murió”, decía su hijo en aquella entrevista, en la primavera de 2018.
A días de que concluyera el verano siguiente -el 14 de marzo de 2019-, Fabián Matus falleció. Tenía 60 años. Y se había encargado de mantener viva la memoria de su madre. Millones de argentinos tomaron su posta.
Por él, por ellos, y por su voz y su música, por todo lo que transmitió, la Negra Sosa ya es eterna.
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