Estaciona el descapotable en la calle. Sale corriendo y se mete dentro de un edificio. Baja las escaleras. Es un hombre de mediana edad, ágil (repiquetea por los escalones), vestido con sobriedad y elegancia, con gestos firmes, adustos.
Está alerta: mira hacia los costados. Luego recorre un profundo pasillo, las puertas se abren a su paso. Blindadas o con rejas, a todas se las ve sólidas e impenetrables. Alguna se levanta, otra se desliza hacia uno de los lados, en una las dos hojas se corren al llegar el hombre de paso decidido.
Al final del camino, una cabina telefónica. Marca un número y cuelga el auricular. Gira hacia cámara, se cruza de brazos y desaparece tragado por el piso de la casilla.
Mientras todo eso ocurre suena una música, que con vientos y cuerdas, suma suspenso a la recorrida. Al final, la banda sonora adquiere humor y acompaña la desaparición del hombre con un remate que modifica el tono.
Así era la secuencia de títulos de El Superagente 86. Secuencia que alguna vez fue elegida entre las diez mejores de la historia de la televisión norteamericana. Ese pequeño prólogo anticipaba de manera perfecta lo que estaba por venir; el tono estaba plantado, casi como en ninguna serie, de manera magistral.
El Superagente 86 (Get Smart en idioma original: un título que juega con la -poca- inteligencia de Maxwell Smart, con su apellido y su elegancia) estuvo en el aire durante 5 temporadas entre 1965 y 1970. 138 episodios de menos de media hora que se convirtieron en objeto de culto y en motivo de carcajadas para varias generaciones.
En los 70 los agentes secretos gozaban de un vigor extraordinario en el mundo del espectáculo. La saga James Bond estaba comenzando y en la televisión triunfaban series como El agente de CIPOL y Yo, espía con Bill Cosby.
En la vida pública, con la Guerra Fría dominando las conversaciones y las preocupaciones públicas, la temática generaba un interés innegable.
Mel Brooks junto a Buck Henry propusieron un personaje que se tomara en broma no solo a los espías de celuloide sino a toda la situación. En esos tiempos, la estrategia, con el macartismo todavía reciente, era arriesgada. Por eso en la grilla de la época dominaban los programas de temática familiar. James Bond mezclado con el Inspector Clouseau.
La cadena ABC rechazó el proyecto por considerarlo antiamericano. El protagonista, Maxwell Smart, era un espía sin ninguna virtud, torpe, ingenuo, algo tonto. Estaba alistado en las filas de Control, una entidad que evocaba claramente a la CIA. Smart debía batallar contra KAOS, la organización del mal.
Mel Brooks declaró un tiempo después que “hasta ese momento nadie había hecho una serie con un idiota como protagonista, así que decidí ser el primero”.
El talento de Mel Brooks no podía ponerlo en dudas nadie. Sin embargo, de los comediantes de su generación era uno de los pocos que no había tenido un gran suceso todavía. Neil Simon, Carl Reiner y hasta alguien como Woody Allen, más joven que él, ya habían logrado plasmar en éxitos todo lo que su talento prometía.
El Superagente 86 es el primer producto masivo que lleva su marca de fábrica, la parodia alocada, la comedia desaforada, con una sucesión hilvanada de gags precisos y absurdos, en un clima y una ambientación que no se traicionan jamás.
Luego del rechazo de ABC, Brooks y Henry pagaron 7.500 dólares para recuperar su creación. Sabían que tenían algo bueno entre manos.
La NBC contrató la serie de inmediato pero propuso algunos cambios. El principal era que el personaje protagónico fuera interpretado por el actor Don Adams, un cómico que ya tenían bajo contrato. Mel Brooks y Buck Henry habían elegido al actor Tom Poston para el papel. Pero Don Adams no les disgustaba. Venía de hacer el papel de un detective con pocas luces en un programa cómico de la época, un personaje que se puede considerar la semilla de Maxwell Smart.
Don Adams (nacido en 1923 como Donald Yarmy, adoptó el apellido de su primera esposa como nombre artístico) llegó al personaje casi por casualidad. Sin embargo su impronta es la que lo terminó de definir. Su falta de gestos, de subrayados inútiles a las situaciones, la impasibilidad crónica es la cumbre del Deadpan en la comedia televisiva. También la voz aflautada y la particular cadencia de las frases.
Varios de los latiguillos del personaje son aporte personal del actor que también guionó y dirigió algunos capítulos de las últimas temporadas. Ganó tres Emmys consecutivos a mejor actor de comedia por su interpretación de Maxwell Smart. Sus herramientas más evidentes eran la cara de poker, el no dejar traslucir emociones, el timing sobrenatural para las réplicas y la destreza para la comedia física.
El de la 99 no era un personaje habitual en esos tiempos. A la belleza natural y elegancia de Barbara Feldon, se le agregaron otros factores. Los guionistas crearon un personaje fuerte e inteligente. Casi la única persona inteligente de ese universo. Ella tiene más talento que el 86 y es más razonable.
Al avanzar los capítulos, los personajes se enamoran. En la cuarta temporada el Agente 86 y la 99 se casan. Luego tienen gemelos. Sin embargo, la 99 es una de las pocas protagonistas de la televisión de esos tiempos que continúa con su labor profesional luego de su casamiento y de dar a luz.
El personaje nunca tuvo nombre, se la llama en todos los capítulos con su número. Una leyenda sostiene que el número originalmente elegido por los guionistas había sido el 69 pero que fueron censurados. No parece haber sucedido así. Ni Mel Brooks ni Buck Henry hubieran desafiado de esa manera burda (y sin mayor destino) a los censores. Se trata de un mito urbano. Buck Henry alguna vez contó que al personaje femenino pensaron ponerle 100, pero que optaron por un número menos porque les sonaba más femenino.
El tercer personaje indispensable es El Jefe, otro que no es llamado por su nombre propio (aunque en algún capítulo se lo identifique como Tadeo). Interpretado por Edward Platt, el Jefe es el contrapunto ideal del Agente 86. Es serio, no puede creer la ineptitud de su subordinado aunque al mismo tiempo se muestra indulgente con él.
La paciencia que muestra, pese a sus enojos contenidos, con Smart muy posiblemente se deba a que los demás agentes tampoco eran un dechado de virtudes. Larabee, el asistente del Jefe, se mostraba más inepto todavía que Smart y era la gran excusa que el 86 encontraba para defenderse cada vez que ante un error suyo, el Jefe amenazaba despedirlo: “Mire que si me echa a mí, el que queda en mi lugar es Larabee”, esgrimía como gran argumento de convicción.
Después estaba el hastiado Agente 13 que aparecía siempre escondido en algún lugar insólito e incómodo para darle una información al protagonista quien siempre empeoraba con su falta de precauciones la situación de su compañero. El 13 la mayoría de las veces era una cara impasible que surgía de un lugar insólito (de un reloj de pie, de una máquina expendedor de cigarrillos, de una heladera).
Jaime era un robot con algunos poderes, como la velocidad que desarrollaba sentimientos pero que dada su condición de androide no comprendía alusiones, dobles sentidos o metáforas: lo suyo era la literalidad. Así si alguien le pedía que le diera una mano, lo que se escuchaba era el sonido de un pequeño motor que desenroscaba el brazo de su cuerpo para entregárselo a su interlocutor.
Los tres actores principales no pudieron escapar del éxito de la serie, quedaron atrapados en ella de por vida. Un mal que aqueja a muchos actores televisivos: no se pueden despojar del personaje que los llevó al éxito. Se convierten en caras tan familiares para el público, esos personajes se transforman en una compañía tan presente para los espectadores, que no se acepta que esos actores encaren otros personajes.
El único éxito posterior de Don Adams (más allá del trabajo permanente que tenía en publicidad) no tuvo su cara: fue la voz en los dibujos animados del Inspector Gadget. La familiaridad entre Gadget y Maxwell Smart se hace evidente.
A Edward Platt, El Jefe, le fue peor. Murió a los 58 años. En su momento los familiares alegaron que no resistió una crisis cardíaca. Pero su hijo, hace pocos años, contó que el actor se suicidó aquejado por problemas laborales. Hacía unos años que había caído en un profundo estado depresivo con dos intentos de suicidio anteriores.
Otra de las marcas registradas de la serie son los dispositivos tecnológicos con los que cuenta el Agente 86 para combatir el crimen. El recurso, evidentemente tomado de James Bond, está explotado magistralmente.
Hay lapiceras que ofician de pistolas o cerbatanas, relojes que brindan información o localizadores y micrófonos escondidos en los más estrambóticos lugares. Pero sin lugar a duda, el invento imperecedero de la serie es El Zapatófono, impensado precursor del celular. Que cualquier cosa pudiera convertirse en un teléfono era un recurso habitual aunque nunca fracasaba en el programa. Pero el más recurrente e inolvidable es el Zapatófono.
La idea se le ocurrió a Mel Brooks un día que en su oficina sonaban varios teléfonos a la vez, y él para intentar apagar ese aquelarre de llamadas se sacó el zapato y entabló una charla con un interlocutor imaginario. Los teléfonos siguieron sonando pero los empleados de la oficina se reían a carcajadas (algunos hasta lloraban) y se había inventado uno de los gags más representativos de la televisión de la segunda mitad de los 70.
El otro dispositivo que es una marca de fábrica es el Cono del Silencio que Max exigía en cada charla con el Jefe pero que nunca funcionaba adecuadamente. Así debían pararse y sentarse todo el tiempo porque el aparato subía y bajaba descontroladamente, o utilizar a un tercero fuera del Cono para que transmitiera su palabra, o debían pegar alaridos para lograr entenderse.
En una entrevista para Playboy, Mel Brooks contó, muy divertido, que el Cono del Silencio era uno de los picos creativos de su carrera y que de todos los galardones que recibió (es uno de los pocos que ostenta el EGOT: ganó Emmy, Grammy, Oscar y Tony, es decir fue reconocido en la TV, la música, el cine y el teatro; a eso debe sumársele algún Clio por su labor en publicidad) uno de los más importantes fue el llamado que recibió una tarde de 1965 de uno de los jerarcas de la CIA para preguntarle cómo él y sus guionistas sabían tanto sobre el Cono del Silencio. La realidad imitando a la ficción.
Mel Brooks y Buck Henry tuvieron problemas personales apenas la serie comenzó a conocer el éxito. En un inicio los créditos atribuían la creación del programa a "Mel Brooks con Buck Henry". Este exigió que los dos figuraran en igualdad de condiciones (Una creación de Mel Brooks y Buck Henry). Así se hizo desde entonces.
Ambos quedaron como asesores de contenidos (y mantuvieron los derechos por la creación del programa) pero dejaron de escribir los guiones. Alegaban que la televisión quemaba la inventiva y que la rutina y la obligación de ser genial cada siete días arruinaba cualquier proceso creativo.
Las relaciones entre ellos se enfriaron. Y los celos y las rencillas se esparcieron.
A fines de la década del setenta cuando los éxitos cinematográficos de Mel Brooks eran una constante (Los Productores, Locuras en el Oeste, El Joven Frankenstein entre otros), el crítico teatral Kenneth Tynan le dijo a Brooks que Buck Henry andaba apostando que en la próxima película, gracias a su enorme ego, Mel Brooks se iba a poner a sí mismo cinco veces en los créditos. Mel respondió: “Si lo ve, dígale que se equivocó. Se quedó corto. Seis veces aparezco: como actor, director, guionista, autor de las letras, compositor y productor”.
El suceso y la permanencia de la serie en el mundo de habla hispana (fue vista durante décadas) no solo se debe atribuir a las virtudes originales sino a la enorme labor de doblaje. La voz del Agente 86 corresponde a Jorge Arvizu, actor mexicano, con otros grandes personajes doblados en su haber. Ese tono tan personal y las cadencias originales están trasladadas al español con cuidado e ingenio.
Lo mismo sucede con la identificación de los latiguillos que están bien doblados y no se les pasa el chiste de la reiteración, del recurso del uso constante de la frase. Esas líneas se fijaron en varias generaciones de televidentes: “El viejo truco de...”, “Me creería si le dijera...”, “Falló por un pelito”, “Bien pensado 99”, “Te dije que no me lo dijeras” y otras tantas más.
En un capítulo Maxwell Smart y la 99 son secuestrados por un malvado que se hace llamar El Gaucho. Los convencen de que han sido trasladados a la Argentina.
"Todo encaja bien, 99. Ezeiza, el calor, el largo viaje, El Gaucho, creo que estamos en Mi Buenos Aires querido”, dice Maxwell con su mejor tono de tanguero. Con su zapatófono, Maxwell logra avisarle al Jefe: “Estamos en la tierra del tango y del churrasco”, dice con cadencia porteña. Luego la pareja protagonista se fuga de sus captores y descubre que todo fue un engaño, que nunca salieron de Washington.
Pero una misión norteamericana ya había invadido Argentina. En el final del capítulo, vemos al Jefe llamando al presidente de Estados Unidos: “Creo que nos tendremos que disculpar con Argentina”.
La sátira a las películas de espías y de suspenso no solo se evidenciaba en algunas situaciones o tics que en el Superagente 86 se subrayaban. Muchos capítulos abordaban una película y copiaban su estructura y conflicto para mofarse de ellas o para explotar los arquetipos, normas y costumbres del género. Así hay capítulos que al mismo tiempo parodian y homenajean a Goldfinger, La Ventana indiscreta, Asesinato en el Oriente Express o series como Los Vengadores o Yo, espía.
Luego de su última temporada la serie tuvo varios intentos fallidos de renacimiento y reencarnaciones. Una película sin demasiada gracia en 1980 (El Superagente 86 y la bomba que desnuda), otra televisiva de 1989, una remake de 2008 con Steve Carell como el 86 y Anne Hathaway como la 99 (y Bill Murray apareciendo en cualquier resquicio incómodo como el Agente 13) y hasta un intento de serie que se abortó al séptimo capítulo por el nulo impacto en el público y la condena crítica. Get Smart, Again fue un vano intento de reverdecer el suceso con los actores originales en un papel secundario siendo el protagonista el hijo de Maxwell y la 99 interpretado por Andy Dick.
La serie, sus 138 capítulos, siguen brillando y haciendo reír. A pesar de ser un producto de su época que exuda un aire de los 60 en cada personaje y en cada escena, el Superagente 86 parece imperecedero. Una parodia, inocente e ingeniosa, que mantiene la eficacia del primer día.
Una serie que apela al viejo truco de recordarnos con cada episodio esos años en que todos éramos mejores.
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