Lejos de los escenarios y de las portadas, de los fotógrafos y de los productores, de los idólatras y de los detractores, la mujer que rodó 47 películas en 21 años, que empalmó maridos y amantes, el “ícono sexual” a la que el presidente Charles De Gaulle le reconoció su valor patriótico por “aportar más divisas a Francia que Renault”, ve transcurrir los días recluida en su mansión de Saint Tropez y acompañada por una comunidad de más de mil perros, gatos, cerdos, cabras, patos, gallinas y algún burro abandonado.
La mujer que enloquecía a todos con su físico sensual y libertad desafiante, la actriz que hechizaba cantantes, artistas y millonarios como Aristóteles Onassis, John Lennon, Gilbert Becaud, Warren Beatty y Bob Dylan -que hasta le compuso una canción-, la joven que antes de ser famosa y solo bañándose con una bikini blanca en una playa de Cannes enloqueció a un portaviones entero y obligó al capitán a saltar todas las normas para rogarle que suba a bordo para calmar a sus marineros , hoy Brigitte Bardot cumple 85 años.
Ya no es esa mujer que turbaba a los hombres con su belleza desafiante y salvaje. Tampoco esa depredadora sexual que jamás encajó con el estereotipo de esposa fiel y madre ejemplar, y a la que Simone de Beauvoir ungió como sincera abanderada del feminismo porque “sigue sus instintos. Come cuando tiene hambre y hace el amor cuando le apetece. Deseo y placer son para ella una certeza mayor que las reglas y los convencionalismos. No critica a nadie. Hace lo que le viene en gana y por eso es tan turbadora”.
Aunque lleva 45 años retirada aún muchos la consideran como en aquellos tiempos, “un mito erótico”. Además es la actriz francesa más famosa y un ícono de estilo que jamás pasa de moda.
Nació en París, en una familia burguesa. Quiso ser bailarina cuando todavía era una nena y a los 12 años fue admitida en el Conservatorio Nacional de danza. Era elegante y plástica pero también indolente y no muy trabajadora. Esto enfurecía a su profesor, el coreógrafo ruso Boris Knyazev, que no dudaba en golpearla con una fusta cuando no cumplía con lo que le pedía.
Ella se percibía espantosa, solo veía con su ojo derecho, usaba ortodoncia, su pelo y cuerpo le parecían horribles. Pese a su nula autoestima y a la exigente escuela fue en ese tiempo que aprendió a moverse y adquirió ese andar tan especial que la distinguía y que las crónicas de la época describían “como si tuviera un pequeño motorcito en el trasero”.
A los 14 años consiguió su primera portada en la revista Elle. Fue ahí que la vio Roger Vadim, su encuentro con el director cinematográfico marcaría su futuro. Al poco tiempo de conocerla Vadim le propuso matrimonio. Ella tenía 15 años y él 21. Cuando fue a pedir su mano, monsieur Bardot lo recibió con un revólver en su escritorio y lo echó a los gritos. Ella amenazó que si no la dejaban casarse metería su cabeza en el horno para matarse, sus padres tuvieron que ceder. La pareja se casó el 20 de diciembre de 1952.
Vadim se convirtió en su primer marido y quien la transformaría en un mito erótico mundial al dirigirla en Y Dios creó a la mujer. En esa coproducción franco-italiana de 1956, Brigitte personificaba a una hermosa y sensual muchacha que se convertía en objeto de deseo de todos los varones de la ciudad. En una de las escenas más recordadas baila seductora descalza sobre una mesa.
El fenómeno y el escándalo que desencadenó la película resulta hoy difícil, de imaginar. La crítica la despedazó pero las salas se llenaron de espectadores y no solo en Francia. En los Estados Unidos grupos conservadores se manifestaron para evitar que se proyectara porque aseguraban que se trataba “de una obra satánica”. El colmo fue en Texas donde prohibieron que la vieran las personas negras por temor a que “se excitaran más de la cuenta”. En la España franquista la película se exhibió…15 años después de su estreno, solo en salas especiales y en versiones censuradas. ¿Era para tanto la escena? En este video, cada lector puede juzgarlo:
Pero retomemos la crónica. Durante las grabaciones, Brigitte (que empezó a ser conocida solo por su iniciales, B.B.) tuvo –y en las narices de su marido- un romance muy breve y contradictorio con uno de los protagonistas, el actor Jean-Louis Trintignant. Con él conviviría dos años luego de divorciarse de Vadim.
La fama de Brigitte subía más que las cotizaciones de la Renault o la espuma de un buen champagne. El dramaturgo francés Jean Cocteau escribió que ella “posee algo desconocido que atrae a los idólatras en un tiempo sin dioses”.
Y era cierto, en estas pampas hay una historieta realizada por el genial Quino que mostraba ese fenómeno. Guille, el hermano bebé de Mafalda hojea unas revistas y de pronto se entusiasma con una. Ante el asombro de Felipe, Mafalda le explica: “Brigitte Bardot”.
Sin embargo, Brigitte pagaba un precio carísimo por su fama. Por donde iba la seguía una horda de fotógrafos, periodistas, curiosos y devotos, pero también violentos que le mostraban sus partes íntimas o conservadores que pedían expulsarla por “comportamientos y actitudes inmorales”. Se calcula que antes de su retiro, su figura había sido fotografiada unas 60 mil veces y en épocas de cámaras a rollo.
En el año 1964, intentando pasar unos días tranquila y alejada de su fama llegó a la ciudad de Búzios en Brasil, que hasta ese momento era una sencilla aldea de pescadores. Aunque intentó pasar desapercibida, pronto la playa se llenó de periodistas de todo el mundo, cuando se marchó, el lugar se hizo tan conocido que se lo bautizó la “Saint-Tropez brasileña”. Hoy el paseo costero tiene una estatua que la recuerda y obviamente es uno de los sitios más fotografiados.
Con su andar, su vida libre y desprejuiciada, la Bardot se convirtió en símbolo de la nueva juventud francesa, desinhibida, alegre y voluptuosa que resurgía alegre luego de la oscura Segunda Guerra. Mostraba su cuerpo sin inhibiciones ni “cosificaciones”, orgullosa de vivir su feminidad y su sexualidad tanto como de distanciarse de los estereotipos.
Desprejuiciada, si alguien llamaba por teléfono, su secretario respondía “La señora no puede atenderle. Está ocupada...” y si el interlocutor era de confianza agregaba “…haciendo el amor”. Tuvo cuatro maridos y la prensa le contabilizó 42 amantes aunque la lista aseguraba llegaba al centenar.
Después de Vadim, B.B. se casó con el galán francés Jacques Charrier. La pareja duró tres años. Tuvieron un hijo, Nicolás Jacques que nació el 11 de enero de 1960. El nacimiento fue una de las experiencias más traumáticas de su vida. Imposibilitada de llegar al hospital por un cerco de curiosos y fotógrafos, se vio obligada a parir en su casa, en un parto complicado, largo y doloroso. “No pude enfrentar y asumir ese embarazo porque era demasiado joven, demasiado inexperimentada, demasiado activa, demasiado conocida, demasiado inestable. Y fue Nicolás quien pagó las consecuencias. Jamás hay que forzar a una mujer a tener un hijo, aun si el amor viene con los años. Ese acontecimiento tiene que ser un momento de felicidad”, dijo. Nunca logró encariñarse con el niño y fue el padre quien se hizo cargo.
Su tercer matrimonio fue con un multimillonario alemán llamado Günther Sachs, y se celebró en Las Vegas. Para seducirla, Sachs contrató un helicóptero que arrojó una tonelada de rosas en el jardín de la diva. La unión duró tres años. Cuando se separaron Sachs le regaló un diamante y admitió: “Un año con Bardot equivale a diez años con cualquier otra mujer”.
En los años 90, se casó por cuarta y última vez. El elegido fue Bernard D´Ormale, miembro del ultraderechista Frente Nacional francés y asesor del líder nacionalista Jean-Marie Le Pen. Fue en esa misma época que la Bardot generó una gran controversia por criticar la inmigración y la islamización en el país galo, incluso fue multada cinco veces por “incitar al odio racial”.
Pese a sus maridos, sus amantes, y a ser una de las mujeres más famosas y deseadas del mundo, durante gran parte de su vida, Bardot padeció una enorme necesidad de afecto que la llevó a fuertes depresiones y a cuatro intentos de suicidio. “Sé lo que es vivir sin amor. Sé lo que es necesitar que nos abracen, y despertar a solas en mi cuarto. Lo difícil no es vivir; lo difícil es sobrevivir”
En 1974, al cumplir 40 años, después de protagonizar medio centenar de películas, grabar alrededor de 50 canciones, y mucho antes de que su singular belleza se opacara anunció su retiro. En su autobiografía explica su decisión: “Fui considerada como una de las grandes stars mundiales y, sin embargo, no soy nada. Siempre tuve esa lucidez. Mi sueño es regresar al anonimato completo. Me siento prisionera de mí misma. Cuando abandoné el cine, no podía más. Es muy difícil soportar el reverso de la medalla. Una frase resume muy bien la angustia que puede engendrar la celebridad: ‘La gloria es el duelo esplendoroso de la felicidad’. Estoy convencida de que la celebridad destruye. La popularidad es un veneno que me impidió vivir mi vida. Cuando dejé mi trabajo, me sentí salvada”.
Desde su retiro vive recluida en su mansión y rodeada de animales a los que rescató. “Los animales me salvaron porque lo que me vincula con ellos es el amor puro, sentido y vivido” narró para terminar con un contundente “No formo parte de la raza humana y no quiero integrarla”.
La leyenda dice que en la cúspide de su fama, una gitana le predijo que terminaría considerablemente avejentada, solitaria, rodeada de animales y alejada del mundo. No se equivocó del todo. Quizá porque como aceptó la misma BB “he sido muy rica, muy hermosa, muy adulada, muy famosa, pero sobre todo y fundamentalmente he sido muy infeliz".
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