Es verano en Italia y como cientos de turistas que aman el arte y lo bello, una mujer con rasgos germanos y acento estadounidense pasea por Florencia. Está feliz y se siente plena. Mira su vientre redondo, que deja entrever su embarazo, y sonríe. Espera a su primer hijo y no experimenta ninguna de las molestias que le advirtieron se pueden sentir en las primeras semanas de gestación. Su bebé crece tan sereno que todas las noches -convencida de que la escucha- le pregunta "¿estás despierto o muy cansado?".
Ese día decide visitar la Galería de los Uffizi, el maravilloso museo que contiene una de las colecciones de arte más antiguas del mundo. Recorre las salas y se detiene ante los artistas más conocidos. Contenta le susurra al niño que lleva en su vientre lo que ve "este es un Boticelli, este es un Giotto, acá el increíble Miguel Ángel y allá un auténtico Rafael".
Descubre el museo sin prisa, pero cuando llega a la sala que alberga las obras del gran Leonardo Da Vinci, por primera vez siente las pataditas de su niño. En ese momento Irmelin Indenbirken, supo que su hijo se llamaría Leonardo como el artista. Lo que no supo ni siquiera vislumbró es que años después su niño se convertiría en uno de los actores más famosos del planeta: Leonardo Di Caprio.
Luego de su viaje, Irmelin volvió a su hogar en los Estados Unidos, allí la esperaba George Di Caprio, su marido y padre de su hijo. Se conocieron en 1965. Ambos eran estudiantes universitarios en la ciudad de Nueva York. George quedó impactado por la germana belleza de Irmelin pero sobre todo por su historia de vida. Su suegra Helene Sminorva nació en Rusia pero buscando una vida mejor se mudó a Alemania donde se enamoró y se casó con Wilhelm Inderbiken, un ciudadano alemán. Pero el sueño se desplomó ante el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Wilhelm trabajaba como minero del carbón y se oponía al régimen de Hitler. Por solidaridad solía pasarle disimuladamente comida a los prisioneros rusos del führer, hasta que alguien lo delató. Su condena fue casi una sentencia de muerte: marchar al frente.
Cuando Helene quedó embarazada, la pareja no supo con certeza si debía alegrarse o compadecerse. Pero entre tanta muerte la vida quería tener su oportunidad, así fue que en un refugio antiáereo y en medio de un bombardeo nació Irmelin.
Al terminar la guerra, los Inderbirken decidieron que si no había presente, lo mejor era buscar un futuro y, en 1955, se mudaron a los Estados Unidos. La familia se instaló en Nueva York, Irmelin tenía ocho años y pronto se adaptó a su nueva vida. Rápido aprendió inglés pero siguió conversando con sus padres en alemán, lengua que también le transmitiría a su hijo para que pudiera comunicarse con sus abuelos.
Irmelin y George se comprometieron en Nueva York, pero luego de dos años en la Gran Manzana decidieron probar suerte en Los Ángeles. George también era hijo de inmigrantes; sus padres, Salvatore Di Caprio y Rosina Cassella, habían emigrado desde Italia. George era escritor y editor de cómic y estaba seguro de que en la otra punta del país, además de desarrollar su talento, lograría buenos ingresos. Su plan era abrir una distribuidora del llamado cómic underground, publicaciones que se editaban fuera de las editoriales tradicionales y con contenidos que rompían con las reglas morales y principios establecidos.
Así fue como los Di Caprio llegaron a una ciudad donde las protestas contra la guerra de Vietnam, la experimentación con alucinógenos y las charlas sobre las filosofías orientales más que una excepción eran una regla. George siguió escribiendo y editando con mucho talento pero escaso éxito comercial. Las ganas sobraban pero los dólares faltaban entonces Irmelin consiguió trabajo como secretaria. Al tiempo quedó embarazada. El matrimonio no iba bien y sus finanzas menos, cuando Leo cumplió un año la pareja se divorció.
En 2016 trascendió una foto de esa época. Se ve un pequeño y rubísimo Leo sostenido por sus padres. La foto causó furor pero también polémica porque Irmelin aparece sonriente y con su axila sin depilar. Lo que demuestra que era una mujer muy libre y que cuatro décadas después, lo que debería ser una decisión personal –depilarse o no- todavía genera polémica.
Pero volvamos a nuestra historia, Irmelin decidió quedarse en Los Ángeles pero sus condiciones económicas no eran las mejores. El padre de Leo, ahora su ex, solo podía pasarle 20 dólares semanales. Así que buscó una vivienda en los suburbios de la ciudad ya que con poco dinero en el bolsillo las pretensiones no podían ser muchas. Una vez instalados, Leo se acostumbró a jugar entre prostitutas y vendedores de drogas, a realizar las compras entre sex shops y prostíbulos y a desviar la mirada cuando veía a personas teniendo sexo en la calle mientras él iba con su madre a la escuela.
Ese mundo que a algunos les parecía aterrorizante, a él le resultaba cotidiano. Su bautismo de fuego -o de terror- fue a los cinco años cuando un adicto al crack, lo amenazó con unas agujas, lo arrinconó contra una pared y del que logró escapar corriendo.
Se hizo fuerte entre los fuertes y malo entre los malos. Era "un enano con la boca más grande del mundo. Le respondía a cualquiera y siempre estaba dispuesto a pelear. Claro que cuando le decís a un chico más grande que se largue o que es un idiota, en general su respuesta es darte una paliza", contó alguna vez.
En la casa materna tenía su propio cuarto. En cambio, en la de su papá solía dormir entre cajas y cajas repletas de cómics mientras lo escuchaba debatir con el poeta Charles Bukowski, o el cantante Lou Reed en noches tan creativos como lisérgicas.
Creció sin carencias pero también sin lujos. Su madre de vez en cuando lo llevaba a pasear por los barrios ricos de Hollywood para enseñarle dos cosas: que había otro mundo y que no necesitaban ser ricos para ser felices.
En esos paseos por Beverly Hills, el pequeño Di Caprio se asombraba de las casas con inmensos parques pero mucho más lo maravillaba ver que los jugaban en calles repletas de flores y no de jeringas y que era posible un mundo multicural sin etnias ni religiones. Fue su madre también quien todos los días lo acompañaba manejando su auto sin quejas, dos horas de ida y dos de vuelta, hasta el mejor colegio primario de la zona, una institución que dependía de la Universidad de California donde Leo había obtenido una beca.
Leo comenzó a desarrollar un cuidado muy grande con las drogas. Vio de cerca cómo el consumo acababa con la vida de conocidos y desconocidos. Años después sin juzgar ni condenar a los consumidores explicó por qué jamás las aceptó. "La droga, por desgracia, le da a la gente una alternativa a la realidad y yo crecí con eso por todos lados. Donde mirara, si salía de casa estaban ahí, en mi cara y eso me hizo pensar. No digo que eso sea lo que tienen que ver los niños para salir corriendo pero las drogas no serían nunca una opción para mí".
Sus declaraciones no fueron una pose. Cuando filmó El lobo de Wall Street, Jordan Belfort el hombre en el que se basó la película, contó que tuvo que enseñarle cómo actuar en las escenas donde debía inhalar cocaína ya que el actor nunca lo había hecho, aunque sí admitió que fumó marihuana.
Ya famoso, esa crianza sin lujos generó en Di Caprio el convencimiento de ser un persona ordinaria con un trabajo extraordinario. A diferencia de otras celebridades no cuenta con un jet privado ni se mueve con guardaespaldas. Tampoco posee una colección de autos y fue el primer actor en movilizarse en un coche "verde".
Su preocupación por el medio ambiente no es nueva. En 1997 después del éxito de Titanic creó la Leonardo DiCaprio Foundation una institución que ya donó 15 millones de dólares para apoyar proyectos medioambientales. Su compromiso con la naturaleza es tal que unos científicos bautizaron con el nombre de Grouvellinus leonardodicaprio a una nueva especie de escarabajo descubierto en Malasia.
Di Caprio muestra un amor incondicional por su madre. Por su vida han pasado muchas y hermosas mujeres, casi siempre con un mismo estilo: rubias y con rasgos germánicos. Esta regla, que haría la delicia de cualquier análisis psicológico, se rompió con su actual novia, Camila Morrone, una modelo argentino estadounidense, morocha y de rasgos latinos. La relación comenzó en diciembre de 2017 y pese a los 23 años de diferencia parece que sigue viento en popa.
Aunque Di Caprio fue fotografiado y acompañado por muchas muchachas, Irmelin permanece en un lugar central. Ella sigue siendo una madre protectora. Si algún turista se acerca demasiado a la casa de su hijo, la mujer toma la manguera del jardín y "riega" sin ninguna culpa a los curiosos.
Cuando en 2016 Di Caprio recibió el premio SAG por su papel en la película El renacido, primero le agradeció al director Alejandro Iñarritu. Luego miró a cámara y conmovido dedicó unas palabras para su madre. "No estaría parado aquí sin ti. No crecí en una vida de privilegio: crecí en un vecindario muy duro en el este de Los Ángeles, y esta mujer me llevó durante tres horas al día a una escuela diferente para mostrarme una oportunidad diferente. Hoy es su cumpleaños. Entonces mamá, feliz cumpleaños. Te quiero muchísimo".
Dicen que cuando Leo le dedicó su premio, Irmelin se emocionó pero no tanto. Para muchos Di Caprio será el mejor actor de generación, para ella simplemente es su mejor creación.
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