Lo mejor y lo peor de "Pequeña Victoria"

De factura técnica notable, interesante mirada actual de los temas sociales que importan, muy buenas actuaciones y un guión que, para el arranque, mostró varias arbitrariedades. Primer balance de la nueva ficción de Telefe

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Inés Estévez, Julieta Díaz, Natalie
Inés Estévez, Julieta Díaz, Natalie Pérez y Mariana Genesio Peña, las cuatro mamás de Victoria (Foto: Telefe)

Transcurridos tres capítulos de Pequeña Victoria, la nueva ficción de Telefe, vale hacer un análisis de esta historia coral de cuatro madres y un biberón. Lo primero a celebrar es tener otra tira en la televisión abierta, en un año de crisis –también– para el medio, y en el que toda la producción de contenidos está destinada a series con destino de plataforma on demand.

El canal debía su ficción grande de esta temporada, y se tomó su tiempo para ponerla al aire. Con excepción de la fallida Campanas en la noche, que se vio los primeros meses del año, se esperaba este estreno para ver actores argentinos en una nueva novela para esa pantalla.

Las cuatro actrices protagónicas son un lujo, pero Natalie Pérez se despega del resto como la verdadera heroína de la historia. Su interpretación de la mujer gestante –quien llevó a Victoria en su vientre subrogado– es la más real de todas. Y Natalie tiene un carisma y un ángel que la colocan en un lugar diferente. Ella es lo mejor de la nueva apuesta televisiva.

Las otras tres protagonistas son excelentes, pero de algún modo el problema son sus personajes y cómo se insertan en la historia. Lo más cuestionable de Pequeña Victoria es, acaso, el modo forzado en el que se dispara la trama para lograr naturalizar que cuatro mujeres se dediquen a criar juntas a una beba recién nacida. Una vez que aquello arrancó el público acompaña, pero la forma de lograr esa comunión, la anécdota, no parece demasiado creíble. Y todavía cuesta acostumbrarse, aunque a la larga, tratándose de una ficción y una convención argumental, terminará siendo lo de menos.

Veamos. Una empresaria workaholic llamada Jazmín (Julieta Díaz) quiere ser madre, y entonces alquila un vientre mediante la intervención de una clínica privada. La mujer que presta su vientre es Bárbara (Pérez), pero como la beba nace prematura todo se complica en el cumplimiento de su contrato. A partir de aquí, pura ficción.

El alquiler de vientre no está legalizado en la Argentina, pero, como dice uno de los personajes de la tira, "tampoco está prohibido". Sin entrar en tecnicismos legales, digamos que todo parece disparatado una vez que la niña nace. Bárbara se queda con la beba y termina instalándose en la casa Jazmín quien, a su vez, no le presta mayor atención a la hija que tanto ansió tener: se la pasa en la empresa a horas del nacimiento de la bebé y le habla por el altavoz del celular.

Lejos de cualquier cuestionamiento al tratamiento del tema de género en el argumento de la novela, a todas formas elogiable, se trata de evaluar el guión que desarrolla la trama. Si las actitudes del personaje de Julieta Díaz resultaron algo forzadas, mucho más lo fue la entrada de las otras dos madres a la trama.

En Pequeña VictoriaMariana Genesio Peña es Emma, una mujer trans que donó su esperma anónimamente. Y apenas nace la beba, la llaman a la clínica por si hace falta que le done sangre. Se instala ahí, y exige criarla junto a Bárbara y Jazmín.

Emma (Mariana Genesio Peña), con
Emma (Mariana Genesio Peña), con Victoria en brazos (Prensa Telefe)

Para frutilla del postre aparece una chófer de Uber trotamundos, que lleva a la parturienta de apuro y termina instalándose junto al resto. Lo inverosímil queda a salvo porque Inés Estévez es una gran actriz y su personaje tiene vuelo e historia propia. Es allí donde resulta mucho más interesante que su permanencia en la casa de las madres de Victoria. Soñadora, artesana, baila rock and roll y cuida a su pareja (un brillante Jorge Suárez), a quien conoció siendo una niña. Pero empieza a enamorarse de un muchacho mucho más joven. Por algún motivo le endosaron a Estévez una colección de gorros de lana que completan un panorama un tanto insólito.

Los actores de la historia por ahora aparecen de príncipes consorte. Lo mejor pasa por Facundo Arana, en un regreso triunfal a la televisión. Está justo en su personaje del pediatra de Victoria, maneja la cuerda de sensibilidad exacta que el rol le pide, y despunta una historia con Emma que lo coloca en un interesante lugar de composición y registro diferente para un galán clásico de la televisión.

En cambio, Luciano Castro repite fórmula. Su personaje es demasiado parecido al que hizo hace poco en 100 días para enamorarse. ¿Los autores no podían sacarlo del "muchacho que vuelve de viaje y se reencuentra con un viejo amor"? Calcado.

Telefe vuelve a ponerse a la vanguardia a la hora de contar historias actuales, de temática social, identificatorias y modernas. Si en 100 días… se trató de las familias disfuncionales, la identidad de género y el poliamor, y en Campanas… de la violencia de género, ahora en Pequeña Victoria aparecen las múltiples formas de maternidad, la sororidad femenina, la inclusión, la vida de la comunidad trans y los sueños de mujeres de diferentes edades por fuera del prototipo de la novela tradicional. Sin dudas, eso es lo más destacable de la novela. Más allá de las arbitrariedades del guión y ciertos caprichos de los autores, la factura es notable.

¡Ah! Y la música. Se nota la mano de Daniel Burman detrás de cada plano, la ambientación, el arte y la fotografía, pero sobre todo en las canciones que musicalizan la trama. Suenan Jorge Drexler, Caetano Veloso, Abba, Los Beatles, y la cosa recién empieza. Un gesto de calidad.

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