"El teatro me dio todo. Todo lo que yo sé, todo lo que yo conocí. Los restaurantes en los que he comido, los vuelos que he tomado, las ciudades que he conocido. La gente, los libros; todo me lo dio el teatro", reflexiona Patricio Contreras en una charla con Teleshow, en la que repasa alguna de las escenas más divertidas de su carrera, pero también confiesa sus peores temores.
"Descubrí que el escenario era el único lugar de libertad que yo tenía en este mundo, en un mundo que cuando era adolescente me resultaba inmenso, enorme, peligroso, inquietante. Y de repente descubrí el teatro: me subí arriba de un escenario y ahí me sentí seguro", recuerda el actor que abandonó Chile durante su brutal dictadura, y rápidamente se encontró aquí, en Argentina, con otro golpe de Estado en el que también temió por su vida.
Para algunos, Contreras se convirtió en el chileno más argentino. ¿Está Benjamín Vicuña robándole esa posición? "No, no, Vicuña está robándome las mujeres", aclara entre risas, y explica que el actor de Argentina, Tierra de Amor y Venganza responde a otra generación, a otro momento del espectáculo, de la televisión. "Hoy, algunos jóvenes no saben que yo soy chileno", dice Patricio.
Al tiempo que protagoniza Copenhague en el teatro, espera ansioso el estreno de Apache en Netflix, donde interpreta al abuelo de Carlos Tevez. "Quiero conocer a Carlitos -confiesa-. No he tenido la oportunidad de cruzármelo porque en la serie él va a salir narrando desde su adultez. Quedé muy satisfecho, muy contento con el trabajo".
—¿Te acordás de la peor función de tu vida?
—Recuerdo incomodidades, imprevistos.
—¿Por ejemplo?
—Me quedé dormido en el escenario al comenzar una obra. Todo invitaba a dormirse, era…
—Por favor, contame todo.
—Fue la última obra que hice en Chile antes de instalarme acá. Era una obra que transcurría en una casa de clase media venida a menos. Ya estábamos en dictadura y fue un intento de mostrar hasta dónde se podía saber qué estaba aconteciendo con la sociedad chilena. Se veía un corte transversal de la casa: el dormitorio de los dueños de casa arriba; el dormitorio mío, que era el cuñado del dueño de casa y eterno estudiante; un tío enfermo en otro cuarto; y un alemán, que dormía en el living en una cama sofá.
—Tu personaje estaba en su habitación.
—En mi habitación. Yo despertaba en la ficción, era un domingo. El último en despertarse era yo. Me sentaba en la cama dormido, mucho rato pensando, hasta que salía del cuarto al baño a lavarme los dientes, y enseguida entrar a tomar el desayuno en la mesa dominical. Eso ocurría a los 15 minutos de comenzada la obra. Y yo no me despertaba. Lo que pasa es que yo venía de un almuerzo muy largo (risas).
—Habías comido pesado.
—Habíamos comido bastante… Habíamos bebido. Estábamos entonados. Una vez que puse la cabeza en la almohada, me fui a negro, me dormí.
—¿Qué hicieron?
—Lo que recuerdo es a Delfina Guzmán, una gran actriz chilena que hacía a mi hermana mayor, moviéndome, zamarreándome y diciendo: "¡Hazlo por mis hijos, Patito! ¡Patito, hazlo por mis hijos! ¡Despertate!". Y todo esto mientras improvisaban los actores, "este vago de mierda, siempre lo mismo", tratando de rellenar…
—Tu ausencia.
—Todo eso provocaba oleadas de risa de la gente, las protestas porque toda la improvisación sirvió para que los actores les sacaran filo a su ingenio y dijeran cosas que causaban gracia.
—¿La gente se dio cuenta de que te habías dormido o pensaron que era parte de la obra?
—Pensaron que era parte.
—En algún momento te despertaste.
—Me desperté con Delfina Guzmán angustiadísima: "Por mis hijos…". Y salgo de escena supuestamente al baño y ahí Jorgito, el asistente fiel, extraordinario, con una enorme taza de café y una aspirina…
—¿Y qué hiciste después? Tuviste que invitar a todos a comer.
—Pedí perdón, una vergüenza atroz. Si bien nos conocíamos, eramos un grupo, un equipo de teatro, un elenco estable en el que nos conocíamos mucho. Yo era el más jovencito, habré tenido 23 años, entonces me perdonaron. Pero quedó ese "Por mis hijos…".
—Hoy en Copenhague no te estás quedando dormido, estás acompañado por Alejandra Darín.
—Imposible quedarse dormido porque hablamos hasta por los codos. Dos horas en escena. La novedad es que con los años adquirimos mucha experiencia en resolver cosas, pero también yo me voy sintiendo más inseguro. A los 18, a los 20, me creía un actor monumental; el tiempo se encargó de señalar que no era así.
—¿Uno se vuelve más crítico?
—Sí, más crítico. Uno empieza a dudar de su memoria. Ese es el gran fantasma de los actores: yo tengo pesadillas recurrentes.
—¿De olvidarte el texto?
—Estar en un teatro, tener que salir y olvidarme de todo, y ver que la gente se levanta y se va. Volviendo a Copenhague quiero agregar que he descubierto una gran compañera en Alejandra. La conozco desde hace años pero nunca habíamos trabajado juntos, una actriz de una sensibilidad y de una inteligencia notable, no es común. Y una excelente compañera desde el punto de vista humano. Sergio Griffo es el motor que porfió en hacer esta obra, consiguió los derechos hasta que la hizo, me persiguió durante un año. Y Mariano Dosena, que es el director. Y en el Centro de la Cooperación estamos felices porque es un espacio muy bello.
—Hace un ratito mencionaste la dictadura en Chile. Vos saliste de una dictadura para meterte en otra.
—Al año de estar acá, exactamente al año, porque yo vine en marzo del 75 y en marzo del 76 aconteció el golpe en Argentina. Así que salí de un infierno y caí en el otro.
—Sin embargo, acá te quedaste.
—Sí, me fue muy bien cuando vinimos. Hablaban muy bien de mi trabajo y me quedé. Estaba fascinado con esta ciudad que está llena de actores asombrosos: me halagaba que me dieran bola a mí, y me encantó. Los lazos que fui creando fueron el motivo por el cual me costó; pensé seriamente en irme.
—¿Tenés muchos amigos desaparecidos?
—Sí, muchos amigos en Chile y algunos que conocí acá, cuando ya llegó la dictadura, que fueron torturados, que sufrieron campos de concentración, sobre todo amigos chilenos. Algunos lograron sobrevivir a eso, pudieron salir exiliados por ayuda de algún país, de alguna embajada.
—Contaste públicamente un episodio en el te detienen y te torturan, la pasaste muy mal. ¿Qué crees que te salvó de desaparecer?
—No fui torturado, yo fui… En sí misma la experiencia fue una tortura, porque hicieron una falsa ejecución con sonido de armas, traca, traca.
—Te hicieron desnudar.
—Me hicieron desnudar en un garage. Me hicieron arrodillarme. Buscaban un nombre que era Janet, que había sido una pareja mía en Chile, que una vez que vino el golpe empezó a trabajar en la oficina del Alto Comisionado para los Refugiados del Mundo (de la ONU), y de pronto necesitaron una chilena que estuviera en Nueva York, en la oficina y se la llevaron.
—A vos te detienen acá, preguntándote por Janet.
—Claro. Tuvo seguimientos en Chile, llamadas telefónicas extrañas. Y después de no vernos seis años, pasó a verme por Buenos Aires. Pensaba quedarse tres días. La primera noche vamos a comer, y dos tipos que habían estado en todo momento en mi campo visual, de repente cuando salimos a la calle Montevideo, veo que venían enfrente, en diagonal. Nos detienen, nos piden documentos. A Janet yo le había dicho que saliera con documentos, que no se podía andar sin documentos en este país en la calle. Ella sacó su credencial de Naciones Unidas del Alto Comisionado, lo cual provocó una gran indignación en el parapolicial: "¿Ustedes creen que pueden hacer lo que quieren en este país porque tienen esta mierda?", le dijo. Nos dejaron ir. Janet quedó aterrada y al día siguiente tramitó el pasaje y huyó. A los pocos meses o semanas acontece mi detención. Yo estaba con Augusto Kretschmar, que fue un actor que trabajó mucho. Íbamos a comer, salimos de un café tipo diez de la noche, en la calle Corrientes, íbamos a Montevideo, y ahí nos paran. Nos ponen contra la pared, nos cachean, nos hacen caminar hacia adelante, adelante, que nos miráramos para atrás, nos meten en la calle Rodríguez Peña, se suma en el camino otro serpico con chaqueta de cuero.
—Gente de civil que no se identifica.
—Gente de civil que no sabés quiénes eran. Y llegamos a la calle Viamonte. Nos dicen: "Deténganse ahí". Y ahí empieza el ruido de armas. Lo insólito es que yo estaba absolutamente tranquilo. No porque me pareciera bien o mal: yo no sé si fue estupefacción, una parálisis, pero no tenía miedo. Asumía la situación. Lo único que lamentaba que en ese momento estaban mis padres de visita, y yo decía: "No me van a encontrar, voy a terminar en un basural". Eso era lo que más lamentaba. En el mejor de los casos me los imaginaba volviendo a Chile con un cajón. Eso fue lo que más me mortificó. Nunca conté esto, es la primera vez que lo cuento en un reportaje, pero como eso que parece ser que aconteció hace muchos años, tal vez por lo insólito, lo inconcebible de lo que ocurría, nos parece lejano, pero no es nada lejano: ocurrió antes de ayer. Y así como ocurrió antes de ayer puede ocurrir pasado mañana. Por eso me parece necesario hablar también de estas cosas.
—¿Cómo siguió el episodio?
—De repente me hacen agachar y correr doblado, y me meten de cabeza contra el piso de un auto en la parte de atrás. Ahí es donde yo, plagiando a una compañera uruguaya que en una circunstancia similar pensó: "Tengo que salvar mi vida", yo también pensé: "Tengo que salvar mi vida". Entonces pedí autorización para hablar; eran tres lo que me llevaban. "¿Qué querés hablar?". "Quiero decirles quién soy". Entonces empecé, saqué el currículum. Había terminado de hacer una obra en el Teatro Nacional Cervantes, una institución nacional, inventé que en la Embajada de Chile podían preguntar por mí en el Consulado chileno. Y estaba ensayando una obra con Solita Silveyra, Miguel Ángel Solá, Fernando Siro, Ulises Dumont, dirigido por Emilio Alfaro. Tenía el libreto en mi cartera, entonces también tiré toda esa data.
—¿Y creés que eso los calmó?
—Creo que los calmó un poco. Hasta que me hicieron callar: "Ya basta, nos aburriste". Nos dieron muchas vueltas; ahí sentí que no habíamos salido del centro. De repente entramos como en un garaje y ahí me hicieron sentar y me pusieron una capucha de plástico. Me dejaron como media hora sentado solo ahí, hasta que decidieron sacarme del auto por unos dos pisos, lo que era ostensiblemente un estacionamiento porque se transparentaba la luminosidad. Y me preguntaron: "¿En qué andás?". Andaba en esa época con una barba larga, el pelo así, era un número cantado. Y pensé que se referían a drogas, marihuana: "No, no ando en nada". Entonces, lo único que me preguntaron: "¿Quién es Janet?". La única Janet que conocí en mi vida, y en la agenda era la única, y vieron el único nombre: "¿Quién es Janet?". Yo le dije que era una ex que trabaja en Naciones Unidas actualmente y nada más. Pero antes, cuando me hicieron desnudar me sacaron la capucha, me pusieron una venda, vino uno, el policía bueno, cuidaba que me dejaran respirar y me destapó la venda, y ya desnudo yo ponía duro el estómago, apretaba el culo, me cubría los genitales, previendo cualquier castigo. Lo único que lamentaba y la sentía pobrecita indefensa totalmente era la cabeza, el golpe en la cabeza. No hubo golpes, hubo algunas piñitas en las costillas: "Bueno, ¿vas a hablar?", y me arrodillan. Entonces uno de ellos me dice: "¡Hablá de una vez!". "Yo voy a hablar pero no de esta manera". "¿Qué pasa con la manera?". "Yo quiero verle la cara a usted". No sé quién me dictaba las palabras porque yo no las pensé… Y era suicida, si uno lo piensa un poco. "Quiero verle la cara". Se rieron. ¿Este boludo de dónde salió? ¿Dónde vive, en la Luna? "No, no, ¿para qué me querés ver la cara? Yo soy muy feo". Yo le dije: "No me importa que seas feo, lo que ocurre es que usted de esta manera me está faltando el respeto". Me llevó mucho tiempo descubrir qué es lo que quise decir, cuál fue la intención, porque era suicida pedirle respeto en esa situación. Y creo que lo que funcionó fue que al apelar a la humanidad, a la posible humanidad, modales o sentido común de este tipo, que en verdad era solamente un cerdo, fue ponerlo en un lugar que él no se imaginó: podía ser visto como una persona decente.
—¿Pensás que eso te salvó?
—Creo que eso me salvó. Después me dejaron un rato. Salgo. Escuchaba unos gritos que no sabía si era una loca borracha que gritaba o una que torturaban. Lejos. De mi amigo, que había ido en otro auto, no sabía nada. Me sacaron de ahí. Vino uno como a la media hora a decirme que me vistiera. Me devolvieron la cartera. Todo esto, vendado. Me hicieron subir de vuelta al patio, me metieron en el auto y me dejaron solo, no sé cuánto rato. Creo que ahí se decidió mi destino: si dejarme suelto o llevarme a algún lugar. Al cabo de un rato, de esa media hora, me sacan de vuelta del auto, cruzo lo que yo creo que era un patio y entramos a un edificio. Había una escalera y escucho ruido de máquinas de escribir. Y eso ya me alentó, estoy en un lugar…
—Con gente.
—Con gente. Y me dejaron parado en un rincón otro tanto. Parece que era un sistema dejarme, hasta que vino uno y me sacó la venda. Era un gordito vestido de uniforme de la policía y ahí me dieron ganas de abrazarlo porque dije: "Estoy legal".
—Claro, la diferencia entre ser un preso legal y desaparecer.
—"Estoy en una comisaría". Ahí me llevaron a la sala del oficial, me anotaron en un libro, me pidieron los documentos. Di los cordones de los zapatos, el cinturón y me metieron en un calabozo donde me encontré con mi amigo y otros personajes que había, que no sé por qué razón.
—Habiendo pasado todo esto, Patricio, ¿realmente las pesadillas son olvidarte un texto?
—Sí. Pero será porque el teatro es mi refugio. Y todo lo que no me asegure el teatro, mi condición de actor, lo siento como una pérdida y como un peligro. Cuando hablaba en el auto surgió el actor, sin pensarlo.
—Dijiste "pasó antes de ayer y puede volver a pasar". ¿Realmente creés que puede volver?
—Hay otras formas porque son muy creativos estos sectores a los que les gusta someter a las sociedades. Son versátiles, tienen sociólogos, politólogos, psicólogos y especialistas pensando de qué manera amansar y someter a los pueblos y a las sociedades. Los militares quedaron demasiado desprestigiados en toda América Latina, estuvo el caso ejemplar de la Argentina, que los juzgó y los sigue juzgando, los condenó y los sigue condenando. Ya la derecha extrema no puede usarlos, ya no sería elegante, sería una grosería. Pero ahora han encontrado una manera más refinada, elegante, que son los recursos que da la Justicia, los resquicios de las leyes, que permiten de pronto, como hemos visto en varios países, golpes blandos por medio de la participación de tribunales de Justicia, legitimando o destituyendo presidentes elegidos por el voto popular.
—¿Te esperanza el año electoral?
—Sí. Yo no quiero que siga este gobierno por múltiples razones, por todo lo que sabemos todos. Que se le adjudiquen al gobierno anterior las razones de esta desgracia que estamos viviendo, este drama de gente muriendo de hambre, de gente muriéndose de frío, la indignidad, la vergüenza de ir a tener que pedir comida en un país que se jacta de poder alimentar a 400 millones de personas; eso me parece inadmisible. Considero que estamos gobernados por gente que no le importa. Aclarando que el término original de idiota significa "desinteresado de los asuntos públicos e interesado solamente en los propios". Y yo creo que estamos gobernados por un gobierno de idiotas, de gente que no le importa. Yo no creo que le haya quitado nunca el sueño al Presidente la falta de cloacas, el problema de las calles de tierra, la falta de agua, la falta de gas de las poblaciones más miserables. No creo que ninguno de estos señores se haya desvelado pensando en la miseria, en lo injusto que es vivir en un país tan rico y que haya tanta miseria. En un país que supo ser una especie de Grecia de América Latina con sus editoriales, con su teatro, con su ópera, con su cultura, con sus escritores, con sus artistas.
—¿Y alguno de los candidatos sí te parece que se desvela pensando en esas cloacas, en cultura y en los que menos tienen? ¿Hay alguien en quien confíes?
—De los que se presentan yo creo que a más de alguno le preocupa eso. Pero (Alberto) Fernández es un hombre que conoce los mecanismos del gobernar, que se ha mostrado, porque nunca fue candidato a nada, siempre fue funcionario simple; entonces, nadie sabe mucho cuánto ha mentido, cuánto miente o cuánto mentirá. Pero me parece que su sola experiencia como militante y como funcionario me merece respeto. Me parece honesto en lo que dice.
—¿Y estas idas y vueltas? "Hoy te defenestro, mañana estoy con vos". No lo digo solo con Alberto Fernández – Cristina Fernández, sino con Sergio Massa, Miguel Ángel Pichetto.
—Eso viene por el interés de los sectores a los que les viene bien desprestigiar la política. La política es el único recurso que tenemos para entendernos, para resolver contradicciones, antagonismos y ser civilizados en la política. Para eso es la democracia: para jugar a la política civilizadamente, para la sustitución de la guerra por el diálogo, por la política, por el acuerdo. Pero cuando vemos que se aspira a llegar a la primera magistratura exclusivamente para hacer negocios… Yo no digo que este presidente sea el único, y es probable que haya muchos en otros países también, en el mundo se ha desprestigiado la política. Creo que hay una cuestión que excede la realidad de nuestro país y que se da en todo el mundo.
—Con el recuerdo que compartiste, festejo que votemos. Con la historia de este país, el ir a votar es una fiesta, y respetando siempre la voluntad popular.
—Sí, votar es lo mejor que podemos hacer. Y tener conciencia, cada vez más tratar de entender lo que pasa. La lucha de clases es el problema. El problema de la pobreza, como dijo alguien, son los ricos. Los ricos escuchan hablar de colectas, actos a beneficio de los pobres, son muy generosos en esos casos; las corporaciones, las grandes empresas. Pero cuando alguien pregunta por qué esa gente está en esas condiciones, ahí ya se molestan un poco… Yo creo que el problema es que no quieren repartir. Yo creo que hay un grupo bastante numeroso de gente en nuestros países, y hablo de Perú, de Chile, de Argentina, de Brasil, que no soportan que se reparta, que la quieren toda para ellos, que no quieren perder sus enormes ganancias.
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