Lo mejor que tuvo la primera temporada de El Marginal -la tercera empezó anoche con gran éxito en la TV Pública– fue que la cárcel era el ámbito, acaso la excusa, para contar una historia policial sin fisuras. El mundo carcelario era el escenario perfecto para la trama central: un policía infiltrado se metía en la cárcel para resolver un secuestro perpetrado por una banda que operaba desde allí. La historia que protagonizó Juan Minujín era cerrada, y concluyó como corresponde. Pero ante semejante éxito, sus creadores le buscaron la vuelta para nuevas temporadas y encontraron la llave mágica: volver en el tiempo a través de precuelas donde entonces ya la cárcel pasó a ser la protagonista por sobre la trama a contar.
Pese a la diferencia, El Marginal se transformó en un producto de culto gracias a una manada de millones de fanáticos y la proyección internacional que le dio Netflix. Y como tal, sigue siendo excelente. La gran hazaña del programa es que se transformó en una historia de personajes por sobre lo argumental, que de algún modo -pese a que está bien escrita- pasa a un segundo plano. El Marginal es una historia, fundamentalmente, de personajes. La gente quiere ver y seguir viendo en acción a los hermanos Borges -auténticos protagonistas del suceso- y también a sus secuaces, en un programa donde todos son villanos.
¿Quién es el héroe en El Marginal? ¿Quién, en todo caso, el antihéroe? Acaso la doctora que interpreta Martina Gusmán sea la única víctima real, la heroína que se quedó sin galán, forzando de algún modo su presencia en las precuelas, la que realmente sufre las consecuencias del sistema carcelario que la rodea y la golpea sin piedad. El camino de su personaje es de lo más sinuoso. En este temporada aparece sufriendo las consecuencias de haber sido rehén del Motín de las Palomas con el que terminó la temporada anterior, entregada al flagelo de las drogas. Pero como sabemos que en la primera temporada -que, en realidad, cronológicamente sería la próxima- ya estaba curada de todos sus males, cuesta ver total verosimilitud en sus actos.
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Una de las grandes proezas narrativas -aunque riesgosa- de las series norteamericanas de mayor éxito en la última década fue matar a sus protagonistas durante las temporadas. Así, The Walking Dead y Games of Thrones construyeron su éxito matando a los favoritos de sus seguidores, y eso les dio aún más poderío argumental, un efecto sorpresa devastador y cierto morbo para el público, ansioso por saber quién sería la próxima víctima en caer.
Lejos de alejar televidentes, aquello fue y es un recurso de lo más rentable. Pero en Argentina no nos animamos a tanto. Porque en definitiva, todos los tropiezos cronológicos de El Marginal, cada voltereta del guión yendo atrás, no tan atrás, un poco atrás o lo que sea en el tiempo, ha tenido como único objetivo dejar vivos a un montón de personajes que mataron en la primera temporada.
Y eso sucede porque, como lo dicho al comienzo, El Marginal 1 era una historia perfecta, cerrada, que -en rigor narrativo- no tenía secuelas, ni precuelas, ni nada. Pero al descubrir que los personajes eran el verdadero motor de la fascinación del público por esta historia, apareció el truco de las precuelas, los muertos resucitaron y el argumento, bueno… lo vamos viendo.
El personaje de Toto Ferro ingresa a San Onofre (Video: "El Marginal 3", TV Pública)
Hecha la salvedad, para algunos pequeña y para otros puristas nada menor, digamos que el arranque de El marginal 3 ha sido a pedir de boca. Los Borges –Claudio Rissi y Nicolás Furtado no paran de crecer en sus interpretaciones- en gran forma tomaron el control de San Onofre, hay un nuevo preso invitado -en la primera fue Minujín, en la segunda Esteban Lamothe, y ahora Toto Ferro-, y Antín, el director de la cárcel -soberbio Gerardo Romano-, está más malo y corrupto que nunca.
Aparece algo deslucido -por ahora- Alejandro Awada, en un personaje que se espera crezca con el correr de los capítulos. La factura técnica en cada rubro, de arte, de estética, es impecable. La sordidez, la mugre, la sangre, la promiscuidad, están puestas ahí, en cada detalle, y ese es un gran logro de producción de Underground. Uno siente que hasta puede oler por televisión lo que muestran allí.
Vaya un detalle curioso y también que parece resultar de cierta escasez de recursos por parte de los autores: El Marginal es un producto claramente de ficción, con historias que pueden estar en cualquier cárcel, pero al fin y al cabo, ficcional. ¿Hacía falta llevar a su trama la historia del femicida Ricardo Barreda? El odontólogo de La Plata que mató a sangre fría a su mujer, sus hijas y su suegra, es representado aquí por el personaje de Tubito, interpretado por el actor David Masalnik.
En vez de odontólogo es químico -tiene una cocina de metanfetamina en la cárcel, como Walter White en Breaking Bad, en otra inspiración de la serie-. Y también asesinó a las mujeres de su familia que lo humillaban sin parar, pero que aquí, en vez de "Conchita" como le decían al Barreda real, le decían "Putita" (SIC). En principio, innecesario.
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