"No he terminado de perdonarme los dolores que les causé a mis hijas (Antonella y Agostina). Si pudiera darle al tiempo atrás, no lo hubiese elegido. Pero no era dueña de elegirlo. Hoy sí, hoy soy absolutamente responsable", dice emocionada Claribel Medina, en una conversación íntima con Teleshow, luego de confesar públicamente su adicción al alcohol. "Los dolores afectivos que les causé no me los perdoné en su totalidad. Por eso sigo para adelante, tratando de hacerme sentir con mis grupos, con mi vida personal y en mi búsqueda, sabiendo que, por suerte, las dos son híper sanas".
Pese a las reiteradas advertencias y reclamos de sus hijas, Claribel toco fondo. Pudo ver ella misma la oscuridad que estaba transitando, y logró pedir ayuda.
El camino no fue -ni es- fácil. Lastimó a sus seres queridos, se puso en riesgo ella misma, y estuvo a punto de perder a quienes más ama, al punto que una de sus hijas se fue del hogar materno a vivir con su papá (Pablo Alarcón). Sin embargo, un día la actriz consiguió no esconder más la botella y, pese al temor a ser reconocida, se animó por sí misma a asistir a una reunión grupal para adictos. Lloró mucho. Pero ese día se fue con la consigna de sus compañeros: "Ojalá vuelvas mañana".
Ya lleva dos años de asistir a diario a las reuniones que la trajeron nuevamente del lado de la luz, y en ese recorrido se amigó consigo misma. Y pudo disculparse con sus hijas: "Hemos llorado abrazadas hasta el cansancio. Cuando otro hace sufrir a un hijo, sale la leona. Pero si es una la que la hizo sufrir, la leona se corta, la leona no sabe qué hacer…".
Confesarlo públicamente también tuvo su costo. Mucha gente a la distancia se creyó con derecho a juzgar y criticar, tanto que su hija Agostina grabó un video que se volvió viral. Sin embargo, parte del proceso tenía que ver con liberarse. "Tenía la necesidad de sacarlo de mi sistema, dejarlo correr como el agua y que se fuera. Pero nunca se va a ir porque es un diablo al que tengo que decirle: 'Quédese ahí donde está, y no se acerque'", explica la conductora, aunque aclara que hoy ya puede compartir la mesa con alguien que esté bebiendo y no le molesta como antes.
—¿Cómo fue el día después a tu confesión en PH, Podemos Hablar? ¿A tu hija le dolieron las repercusiones?
—Sí. Cuando volví del programa llamé automáticamente a mis seres más amados y les dije lo que pasó. Pasó el domingo y un lunes alucinante almorzando en casa después de PH; mi declaración había pasado desapercibida, pasaron muchas cosas (en los medios) esos días. Después de ocho horas de estar juntas el lunes, mi hija me dice: "Yo filmé un video por todo lo que escuché". Me lo muestra y me pregunta si lo saca de las redes sociales. Le dije: "Si eso es lo que vos necesitás y lo que vos sentís, a mí me parece perfecto, yo te re banco". Ella hace el video por las repercusiones negativas que lee en Twitter y en muchas de las redes sociales personalizadas, que no estaban dirigidas a mí, estaban dirigidas a ella como hija.
—Dentro de tu círculo, de tu gente querida, ¿alguien te cuestionó por contarlo?
—¿Vos sabés que absolutamente nadie? Si bien para mí fue un cachetazo y fue doloroso, yo soy una mina grande, y la verdad que si me insultan o no me insultan en las redes sociales… Lo que me importa es mi familia. Es mucho más el daño que uno hace cuando está pasando la adicción y mucho más los papelones que se hacen, que el confesar algo. Cuando lo confesás, decís: "Ya me saqué esta mochila de encima y yo estoy actuando sobre ella y accionando para solucionarlo".
—Para mí es de una valentía enorme lo que hiciste y ayuda a un montón de gente.
—La gente pone "papelonera" y el verdadero papelón es el que hacés cuando estás borracho y ebrio: te volvés insoportable en una fiesta, en una reunión de amigos, que decís cosas desubicadas, que hablás encima de los otros. Ese es el verdadero papelón, el dolor que le causás a los otros. El confesarlo realmente es el paso para decir que hay cosas que se están solucionando, a través de un médico, y que tengo mis grupos que me acompañan todo el tiempo, y que tengo una madrina. No tiene tanto peso, ni es tan horrible, ni mataste a nadie. Yo tenía la enorme conciencia de no manejar, mirá vos qué loco, de llamar un taxi…
—A vos, ¿cómo te impactaba el alcohol?
—Mucho humor al principio; muy payasa, muy alegre. Exacerbado lo que yo tengo naturalmente. Después, ya eran etapas de seriedad. Más de juicio del que estaba hablando. Después, eran mis enojos propios para conmigo de la vida pero que los pasaba para afuera, los ponía en el otro. Y ahí es cuando me encuentro muy malhumorada constantemente, y con un sentimiento que nunca en la vida quise tener: de oscuridad, de meterme para adentro, de que no se me pudiera hablar, de silencio, de no decir lo que pensaba. Y dije: "¿Qué me pasa a mí?".
—¿Vos advertiste que era un problema o alguien te lo marcó?
—Me lo advirtieron mis hijas en varias ocasiones, y yo no me hacía cargo. En lugar de hacerme cargo, decía: "Ay, ellas no deben ver la botella, entonces la voy a guardar". Les veía las caras tristes, o decían: "Ay, mamá, estás tomando vino otra vez…", "Sí, ¿pero cuál es el problema?".
—Y empezabas a no tomar delante de ellas.
—Exactamente. Lo primero era eso. Pero después es algo que vos no podés ocultar: los ojos se ponen vidriosos, empezás con el hablar, el aliento, el comportamiento… Cuando yo me siento muy oscura y con una enorme angustia, yo misma voy a un grupo.
—Fuiste vos la que en un momento dijo: "Hasta acá".
—Sí, no me soportaba. No me soportaba, no me soportaba, no me soportaba…
—Fuiste vos la que decidió ir a una reunión, no te llevó nadie.
—No me llevó nadie. Agarré el auto y fui. Lo primero que te pasa por la cabeza es: "¿Y si me reconocen?". Me acuerdo que estaba entrando eso al pensar y la persona que estaba en el recibidor miró: claramente me reconoció, pero no hizo ningún tipo de gesto, nada. Yo esperaba un gesto. Abro la puerta y sí, hubo algunas miradas, pero hay tanta seriedad con relación al anonimato que me senté y lo primero que me dijeron fue: "¿Querés hablar?". Y yo dije: "No, quiero escuchar". Me dijeron: "Vos sos la persona más importante, ¿es la primera vez que venís a un grupo?". "Sí". "Bueno, para todos nosotros vos sos la persona más importante". Yo recuerdo que lloraba sin parar, no podía decir una sola palabra… Lloré toda la reunión y se levantaron alrededor de 18 personas y todos me entregaron sus teléfonos. A partir de ahí tenía una lista de 18 personas que me dieron indicaciones de lo que debía hacer si tenía la necesidad de consumir, inmediatamente llamar a uno de esos teléfonos. Y la otra frase re importante es: "Ojalá vuelvas mañana".
—¿Es todos los días?
—Es todos los días.
—¿Hoy seguís yendo todos los días?
—Voy todos los días. Hay semanas que no puedo ir todos los días por mi trabajo, sobre todo cuando estoy en gira, pero cuando averiguo en los lugares que estoy, veo cuáles son los lugares a los que se puede ir y qué horarios. Yo ya tengo mis libros, tengo mis teléfonos, mi madrina y todo.
—Hoy ya hay una estructura armada, pero ese primer día es: "Ojalá vengas mañana". Y ahí se juegan un montón de cosas.
—"Ojalá vengas mañana". Y sigo yendo. Voy hace dos años.
—¿Al día siguiente fuiste?
—Sí. Y al día siguiente, y al día siguiente, y durante 30 días fui de corrido y no paré.
—Ahí hay un quiebre: hay un primer día del resto de tu vida, hay un decidir no tomar más.
—Claro. Yo llegué con una libretita al segundo día y ponía frases que me llegaban al alma. Me iba a pensar sobre esa frase, por qué anoté esta frase y a revisar en qué lugar mío oscuro, triste, evasivo, escondedor, negador, me afectaba esa frase. Y así fui conociendo un montón de cosas de mi personalidad o del pasado que había olvidado, que estaban enquistadas, ocultas en mi dolor. Son como cápsulas que van armando capas en tu vida y un día el alma dice: "Esto no está resuelto en realidad por más terapia que hagas".
—Y el alcohol, ¿cómo funcionaba? ¿Era un escape?
—Cuando no te das cuenta de que estás en una situación tan oscura… A mí lo que me pasaba era que llegaba a casa de trabajar todo, y relajar era: "Ay, voy a cocinar, me sirvo esta copita y voy cocinando". Pero la copita no tenía fondo…
—Y así se empieza a apoderar.
—Se empieza a apoderar. Empieza a ser un adormecedor. Decís: "No quiero pensar en los problemas que estoy teniendo, en lo que me causa dolor. No quiero pensar en insultos, no quiero pensar en peleas, no quiero pensar en esto, no quiero pensar en lo otro. Tapo, tapo, tapo, tapo, tapo…".
—¿Era una suma de cosas las que tapabas o hubo algo puntual que lo detonó?
—Yo sé exactamente qué fue lo que lo detonó. Ahora lo sé. En ese momento no porque tenía tantas cosas para resolver en mi vida y no podía quedarme en una butaca porque había que pagar cuentas y hacer un millón de cosas que no me movía de ahí. Estaba muy consciente de que tenía que cumplir con un montón de cosas para que mis hijas terminaran la facultad, hicieran esto, hicieran lo otro. Y me olvidé de mí.
—En un momento una de tus hijas se va a vivir con el papá.
—Sí. Para las dos fue un rompimiento durísimo, a mí se me partió el esquema, el mapa se me hizo cien mil pedazos, y en lugar de ayudar, eso me llevó a una enorme recaída.
—¿Ahí ya estabas yendo a los grupos?
—No, no de manera firme. Digo recaída porque dentro de mi situación, la agrandó.
—Había en juego cosas muy importantes.
—Y… podía existir la posibilidad que se fuese la otra: no sé qué hubiese pasado si Anto también se iba. Ella asumió el rol de ayudar a su hermana desde el lugar que podía: mientras Agos estaba más débil, Anto se colocó arriba. Cuando yo veo que Anto empieza a ponerse en un lugar donde empieza a endurecerse, ahí ya me asusté mucho. Dije: "Tengo una hija sufriendo y otra que empieza a asumir lugares de más… ¿Qué está pasando acá? Acá lo que está mal es el ejemplo mío. Lo que está mal es lo que estoy haciendo yo conmigo, que está haciendo desastres entre mis dos seres más amados". Y ahí tomo la decisión de ir. Esto es un proceso individual, personal. Lo que no hay que hacer es quedarse encerrado en casa, en silencio y dejar que el tiempo pase. Hay que levantarse y buscar ayuda, porque si no, el camino es la cárcel, la muerte, un hospital o la locura.
—¿Qué pasó cuando le contaste a tus hijas que ibas a los grupos?
—Se pusieron re contra re contentas, vieron un camino. Pero también era un camino largo de recorrer que había que poder sostener. Por suerte, con el enorme acompañamiento y el amor de estos lugares. Empieza a aparecer el testimonio de alguien que te puede decir: "Vos no podés solucionar lo que ya pasó, lo que sí podés es hacerte responsable. Entonces, ahora tenés que esperar el camino del otro".
—En este proceso que empezó hace dos años, ¿cuándo dijiste: "Estoy bien encaminada, no estoy curada pero estoy bien, estoy más firme"?
—Hace bastante ya que me encontré en una situación donde empezó a gustarme cómo era yo. Dicen que se pasa por una etapa que le llaman la etapa del enamoramiento, como la zona rosa, donde de vuelta descubrís tu alegría, tu sonrisa, la carcajada, y ese momento es precioso. Después empieza el momento de accionar y buscar qué lo detonó, cuáles son tus lugares oscuros, cuáles son tus responsabilidades, qué servicio podés ofrecer a la comunidad, dentro de la comunidad grupal.
—¿La recaída da miedo? ¿La fantasía de caer en la tentación?
—Sí. Todos hemos visto personas y conocido personas con 20 años de no consumir, de recaer por decir: "Hoy puedo".
—No se puede más, no se puede ni un brindis chiquito…
—No se puede. Y tenés que poder decirlo. Lo que pasa es que la gente inmediatamente levanta la cabeza y te mira cuando vos le decís: "No tomo". Inmediatamente te miran… Hay una insistencia a veces del otro lado que te obliga a decir más imponente el "no quiero". Sí, hay miedo a la recaída. Hay miedo a que todo se caiga por la borda después de que lo armaste.
—¿Tu pareja ayuda?
—Sí, es un gran compañero. De hecho, no bebe alcohol, lo cual es genial. Pero no bebe por la vida, porque no le gusta.
—Contarlo y abrirte así, públicamente, también es una forma de protegerte y que nadie te ofrezca.
—Sí. Igual me pasó, me pasó en una situación. Es muy loco eso.
—¿Ya habiéndolo contado, te ofrecieron alcohol?
—Hay gente que no sabe realmente que puede ser tan dañino. "Vamos", te dice. "No puede ser para tanto, Clari". "Sí, loco, no puedo tocarlo. Es así de simple, chau". Lo que iba a consumir me lo consumí pero con gusto, con decisión y hasta que me hice porquería, hasta que me hice mierda directamente. Entonces es no, no es no.
—Tuve la oportunidad de conocer a tu hija y además de ser bellísima tiene una entereza enorme.
—Se cuida. Ayer hablábamos y me decía: "Lo que yo aprendí es que salí a la vida, tuve que enfrentar la vida con un montón de cosas. y las armas estaban ahí. Entonces no soy una niñita criada en la casa de mi mamá, que es todo color de rosa".
—Y también vio cómo una mujer tiene una enfermedad se hace cargo, se trata y la pelea. Es doloroso, pero también fue un aprendizaje enorme.
—Sí, de una. Son hijas de una mujer absolutamente aventurera, yo me he levantado con una mochila y he dicho: "Nos vamos de vacaciones y nos vamos a subir al Fitz Roy hasta donde lleguemos".
—¿Tenés noción de la cantidad de gente a la que está ayudando tu historia?
—¿Sabés que no? Y es fuerte porque vos me decís esto, y aunque yo vuelvo a decir los grupos y el teléfono, me vuelven a preguntar dónde buscar ayuda y recién cuando es personalizado lo entienden.
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