La entrevista exclusiva de Teleshow a Mauricio Dayub
Mauricio Dayub (59) espera en el lobby del edificio de la redacción. Tiene una campera de cuero bordó, una remera gris y un pantalón negro. Es súper alto y delgado. Lo saludo y me acerco hasta el molinete de la entrada para que ingrese. Paso la tarjeta por el lector para que acceda, pero no funciona. Con sus piernas delgadas, ingresa por el costado del molinete sin problemas. El guardia de seguridad se enoja. Mauricio se ríe; está acostumbrado a no seguir las reglas.
Pero no siempre fue así. En su juventud, dejó la comodidad de su hogar en Paraná, Entre Ríos, para estudiar la carrera de Economía en Santa Fe. Obedecía el mandato familiar hasta que un día decidió escuchar a su corazón. "Me acostumbraba con facilidad a hacer todo lo que no me gustaba", admite Mauricio, que siguió la recomendación que le había dado su abuelo: "El mundo es de los que se animan a perder el equilibrio".
Dayub se animó a escribir su propio destino: abandonó la facultad y se instaló en Buenos Aires para formarse como actor. Sufrió dificultades económicas. Vivió en pensiones, fue vendedor ambulante en los colectivos, y llegó a no tener un lugar donde dormir. Con mucho trabajo, logró sus objetivos y desarrolló una carrera artística como actor, escritor y productor en cine, televisión y teatro, donde logró sus mayores éxitos profesionales.
Hoy protagoniza el unipersonal El equilibrista, inspirada en aquella frase que le dijo su abuelo. Dayub atrae a los espectadores de una manera inusual: si no les gusta el espectáculo, se compromete a devolverles el dinero de la entrada. Además, el próximo 30 de junio se despedirá de Toc toc, la exitosa comedia sobre los trastornos obsesivos compulsivos que ya fue vista por 1.700.000 personas a lo largo de nueve temporadas. Y está grabando Sueño bendito, la controvertida serie sobre la vida de Diego Maradona.
—Desde hace nueve años protagonizás Toc toc. ¿Cuáles son las claves del éxito de la comedia?
—Es difícil arriesgar cuál es la razón. En general, los productores nos pasamos buscando qué hacer, cómo linkear con el espectador. La gente en Toc toc llora de risa, y eso es algo que pasa bastante poco. Se ríe en las comedias, se llora en los dramas, pero las dos cosas al mismo tiempo producido por la risa es bastante poco frecuente. Es probable que algo de eso pase. Más allá de que el toc era un tema que se escondía, la obra lo puso en evidencia y la gente lo empezó a contar. Pasó algo con el trastorno obsesivo compulsivo después de la obra.
—Cuando te ofrecieron hacer la obra, pensaste que no iba a funcionar. Aunque aceptaste porque necesitabas plata para pagar la camioneta que te habías comprado…
—Tuvo que ver una estrategia que tenía de chico, de cuando empecé a estudiar y me quedaba muy poca plata. En vez de estirarlo y pasarlo mal mucho tiempo, me lo gastaba rápido. En esa agonía, esa angustia de no tener nada, algo aparecía. Tomé la misma decisión con mis ahorros, cambié el auto y, como me había pasado antes, al otro día sonó el teléfono y dije: "Esto es producto de mi estrategia". Creía que no era una obra para mí, hacía muchos años que no hacía un espectáculo en la calle Corrientes. Acababa de terminar El batacazo, estaba con el tiempo propicio como para empezar algo, y dije: "La voy a hacer igual".
—¿Por qué decidieron terminar la obra?
—No lo sé, fue una decisión del productor.
—Cuando te comunicaron que iban a bajarla, ¿qué pensaste?
—Pensé que estaba equivocado. El espectáculo no estaba para bajar.
—¿Vos seguirías nueve años más con Toc toc?
—No sé si nueve, pero si uno se sienta en la platea y ve lo que le pasa a la gente advierte que es un espectáculo que está vivo y que tiene para más. Pero bueno, son decisiones.
—En Broadway es común que los espectáculos exitosos estén durante años en cartelera.
—Toc toc ya ha dejado de ser una obra. Después de 2.730 funciones que hice yo, pasa a ser un poco un fenómeno social. Van a ver por qué la obra produjo tanto. Por eso creo que no tiene que ver con una decisión normal de lo que es el teatro habitualmente, de acuerdo al rédito económico o no, de acuerdo a la programación. Es una obra que, como ha pasado con muchos espectáculos en otros países, se mantiene por algo que las ha convertido en un fenómeno.
—Hay personas que fueron a ver el espectáculo varias veces.
—Por eso es un fenómeno, es la comedia más vista del teatro argentino porque produce cosas diferentes en los espectadores. Mucha gente me ha esperado (a la salida del teatro) para contarme ese tipo de experiencia, y en estos meses que digo que termina, recibo la sorpresa del público, que dice: "No, ¿cómo que termina? Yo la quería ver de nuevo". Hay mucha otra gente que también la vería y todavía nunca la fue a ver porque durante mucho tiempo estuvo en cartel.
‘Toc toc’ es la comedia más vista del teatro argentino porque produce cosas diferentes en los espectadores. Es un fenómeno social
—Ahora protagonizás El equilibrista, la obra en la que contás parte de tu infancia, historias sobre tu vida. También aprendiste a tocar el acordeón y a caminar sobre una cuerda.
—El equilibrista nace de la necesidad de resignificar o redignificar en mí esta vocación por el teatro. Quise hacer un espectáculo donde la historia se la imaginara el espectador; ese fue el desafío que me propuse. Para eso aprendí a manejar unos 35 y 40 objetos, a tocar el acordeón, a hacer equilibrio casi por encima de la cabeza de los espectadores. Por supuesto, conté con un equipo extraordinario, un director como César Brie, y el resultado final me conmueve, porque se parece mucho a lo que me propuse antes, y eso no siempre pasa. Uno en el teatro arroja una flecha a oscuras, y recién cuando llega al público y hace las primeras funciones puede advertir si la flecha dio en el centro o si quedó afuera del tablero.
—¿Es verdad que le ofrecés a los espectadores devolverles el dinero en caso de que no les guste la obra?
—Ese fue un spot que se me ocurrió para comunicar el espectáculo en un par de radios. Con un poco de humor grabé un audio en el que yo mismo le ofrecía al público que, si no le llegaba a gustar, me podía esperar en el hall. Yo salgo muy rápido al hall y saludo a todos los espectadores. Estrené el 22 de enero, hasta ahora llevo casi 40 funciones y solo me han hecho bromas con respecto a la devolución del dinero. Varias veces me han dicho: "Queremos la devolución, somos 38, somos 25…" (risas). Pero no pasa de ahí. Hasta ahora nadie me dijo que el espectáculo no le ha gustado y quería que le devolviera el dinero. Me sorprende mucho porque no ocurre habitualmente. Tengo que ser franco y decir que tengo una felicidad enorme porque hice un espectáculo con una gran convocatoria. Las entradas están a la venta con una semana de anticipación. En este momento, está todo el mes vendido. Estamos poniendo a la venta las entradas de julio.
—Creciste en Paraná y estudiaste Economía en Santa Fe. Cuando te mudaste a Buenos Aires para seguir tu vocación artística, ¿sentiste mucho el desarraigo?
—Es una decisión que históricamente tomamos muchos argentinos, porque pasan cosas en Buenos Aires que no pasan en el resto del país. Hay profesiones que no se desarrollan en otras provincias o se desarrollan menos. En mi caso, vine porque no solo me gustaba el teatro, sino que me gustaba el cine, la tele, y no había ni en Paraná ni en Santa Fe, donde yo me desarrollé… Estudiaba una carrera que les gustaba a mis padres. Ellos pensaban que Economía iba a ser una carrera que a futuro me iba a servir. No estaban equivocados, pero no estaba dotado para estudiar ni Ciencias Económicas, ni Economía. De hecho, fui cuatro años a la facultad y no aprobé ni matemáticas, ni contabilidad, ni de primero, ni de segundo, ni de nada. Aprobaba las teóricas, las que podía leer y memorizar.
Dayub narró una divertida anécdota que vivió con Diego Maradona, uno de sus ídolos
—¿En qué momento decidiste jugártela por lo que querías? Una vez contaste que tu abuelo te decía que el mundo es de los que se animan a perder el equilibrio.
—A mí me elogiaban mucho por ser equilibrado, responsable, respetuoso, disciplinado. Me acostumbraba con facilidad a hacer todo lo que no me gustaba. Era muy educadito en ese sentido. Un día me di cuenta de que si yo seguía así favorecía a los demás, favorecía que me elogien, pero nunca iba a saber quién era yo de verdad. Decidí escuchar más a mi corazón, seguir a mi vocación. A través de una beca del Fondo Nacional de las Artes tuve lo mínimo para vivir acá, en una pensión. Empecé a tratar de ser yo y tener una vida nueva. Cuesta, pasé momentos increíblemente malos, en la pobreza, incluso sin tener donde dormir. Por desconocimiento de la ciudad: una noche bajé a dormir al subte y no sabía que lo cerraban, cosas así. Trabajé en un montón de cosas para vivir.
—¿De qué trabajaste?
—Pinté departamentos, arreglé techos y vendí cosas en los colectivos. Vivía en pensiones donde me daba miedo llegar a la noche. Esto era previo a la democracia, en la última etapa de los militares. Era una pensión en Constitución. Yo salía de estudiar con (Carlos) Gandolfo y me quedaba en el bar de la esquina, aun sin tener para consumir, y esperaba que alguien me invitara algo porque me daba miedo volver a mi casa solo. Era una pensión muy grande, de esas casas viejas con muchas escaleras, muchos recorridos. Yo tenía miedo de que en alguno de los giros de las escaleras alguien me agarrara y me matara. En el cuarto de al lado vivía un operario que la máquina le había cortado parte de la mano y se lavaba la ropa con una sola (mano) y yo lo ayudaba a lavarse la ropa. Era muy precario, pero mientras tanto en el estudio donde hacía teatro con Gandolfo me iba muy bien, era muy feliz y estaba donde quería, trabajaba en teatro abierto que era un acontecimiento extraordinario para mí. Había dejado mi ciudad, mi casa, mi familia, mis amigos, pero detrás de un objetivo que para mí valía la pena.
Vivía en una pensión en Constitución, tenía miedo de que alguien me agarrara y me matara
—También estás grabando Sueño bendito, la nueva serie sobre la vida de Diego Maradona. Es una ficción polémica, por el enojo de Claudia Villafañe que inició acciones legales contra los productores.
—En la serie hago a Coco Villafañe (el papá de Claudia Villafañe). Yo no soy más que un actor contratado por una empresa internacional que hace una serie que va a ser para todo el mundo. Todo el resto es una cuestión mediática en la que no tengo nada que decir ni qué hacer. Entiendo la discusión y la complicación, pero no puedo más que cumplir con el contrato que tengo para hacer a Coco Villafañe. No es un rol de tanto peso. En la vida de Maradona hay roles que gravitan mucho más. He firmado un contrato de confidencialidad, no puedo contar demasiado y por eso es complicado hablar del tema.
—¿Sos fan de Maradona?
—Sí, sobre todo en su etapa de jugador, lo que ha logrado Diego es extraordinario. También la historia tomada a la distancia es extraordinaria. Cuando alguien de clase baja llega a los lugares que llegó Diego, de la forma que él lo ha vivido, todo lo que lo rodea se transforma de una manera tan misteriosa, tan creativa, que no puede dejar de ser atractivo.
El actor habló de su relación con Paula Siero, su pareja desde hace casi dos décadas
—¿Lo conociste a Diego?
—Lo veía seguido en un momento cuando grababa el programa Amigovios que le gustaba mucho a las hijas. Ellas venían a ver las grabaciones y Diego las acompañaba muchas veces. Después me tocó jugar un partido a beneficio con él. Yo no pensaba jugar porque estaba lesionado. Había ido porque los organizadores me habían pedido mucho que fuera. Por las dudas llevé mi bolsito para sacarme la foto con el pantalón corto. Pero cuando Diego distribuyó las camisetas, eligió un color para él y me miró y me dio el mismo color, yo dije: "No me voy a perder jugar con Diego". Así que calenté rápidamente, aunque mi gemelo estaba lesionado y viví esa experiencia extraordinaria.
En un partido a beneficio, jugué con Diego aunque estaba lesionado
—¿Cómo fue jugar con Maradona? Cumpliste el sueño del pibe…
—Entre otras cosas, fue muy divertido. Poder decir que Diego me pidió que me quedara adelante para darme los pases y que yo pudiera hacer un gol es divertido, curioso. Al mismo tiempo, esa fue la noche emblemática del jarrón. Me desperté al otro día y vi que después de lo que había ocurrido del partido a beneficio, terminó en todo eso tan heavy.
—Estás en pareja con Paula Siero desde hace 19 años, ¿cuál es el secreto para tener una relación tan larga?
—La clave es la decisión de querer estar. Frente a la cantidad de avatares que se vive haciendo cualquier actividad a lo largo de los años, uno tiene que saber si quiere estar o no con esa persona. Yo decido todo, soy reflexivo y uso mucho mi cabeza. Me pregunto bastante y tengo mucha conciencia. En El equilibrista hablo de la finitud de la vida, de lo que implica la juventud, los lazos familiares, lo que legamos y la amistad. Te diría que estoy en pareja y tengo un hijo porque lo decidí. Ya no soy tan educadito como antes de conformarme a hacer lo que no me gusta y acomodarme en la incomodidad. Necesito que mi vida sea coherente con lo que siento, lo que pienso, lo que me gusta y sigo más a mi corazón que a lo que tengo anotado en la agenda.
—¿Qué pensás de la muerte?
—Tengo muy presente la vida y la muerte todo el tiempo, porque de chicos nos venden conceptos que no son reales. La vida se ha transformado en algo que no es, la vida es mucho menos real de lo que parece. Yo creo que la vida es más lo que uno entiende, desea y quiere que sea, que lo que está instalado que es. Yo viví varios años en función de lo que está instalado como vida, pero desde hace años tomo la decisión de cómo vivir, cómo levantarme y saludar al primero que me encuentro y qué hacer a lo largo del día. Hay una frase que puse en una de mis obras y siempre digo: "Creo que ser feliz es ser de grande lo que uno se imaginó cuando era chico". A esa postal le he sido bastante fiel en los últimos años.
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