"Me he perdido el día a día de mis dos hijas mayores durante cuatro años", cuenta Miguel Ángel Solá en esta charla con Teleshow, en la que revela los motivos de su vuelta a España.
Un día, una de sus hijas le dijo: "No aguanto que estés lejos". Y ese fue el punto de quiebre que nuevamente lo llevará a cruzar el océano en septiembre. Había sido la paternidad la que lo obligó a exiliarse a mediados de los 90 cuando recibió amenazas de muerte que primero no escuchó, pero luego cruzaron el límite al señalar a su hija, María. Sin dudarlo viajó a Madrid, construyó una carrera, acumuló elogios de la crítica, idas y regresos. Y también un nuevo amor junto a Paula Cancio, con quien Miguel Ángel abrazó nuevamente la paternidad con la llegada de Adriana.
Es junto a ella que hoy se despide de Buenos Aires con la tercera temporada -por ocho únicas semanas- de Doble o nada. Allí, Solá interpela al espectador al convertirse en el director de una empresa de medios que debe elegir quién será su sucesor: un hombre o una mujer. La obra desata un juego de manipulaciones donde no queda claro quién lleva los hilos.
—¿En algún momento hubo alguna competencia entre ustedes, con tu trayectoria actoral y el crecimiento que Paula está experimentando?
—¿Cómo voy a competir con esta cara? (Risas). Me encanta que le vaya muy bien, y cuánto mejor le vaya, más sueño con que algún día me va a mantener (risas). De hecho, estos siete meses que no estuve trabajando por problemas de salud, estuvo manteniendo la casa ella solita. Pero no solamente manteniendo la casa: cuidándome a mí como si fuera un nenito bobo, cuidando a la nena…
—¿Estuviste siete meses sin trabajar por salud?
—Sí.
—¿Qué te pasó?
—Tuve síncopes vasovagales (una disminución repentina de la frecuencia cardíaca y la presión arterial, que suele ser provocada por el estrés).
—¿Te desmayabas? ¿Qué te pasaba?
—Yo lo gráfico como si fueran burbujitas que te van subiendo así y de repente, ¡tuc!, te encontrás en el suelo. Y no sabés por qué estás en el suelo, te despertás y te levantás. Pero el síncope vasovagal en España (señala su cara) me costó 150 puntos por dentro y por fuera. Esta vez tuve la suerte de no lastimarme, ni siquiera una distensión, nada me hice. Después, ya me internaron en la Providencia; estuve un tiempito, cuatro, cinco días. Me hicieron de todo, buscaron de todo; no encontraron mayor cosa. Cosas normales, digamos, en un cuerpo que está golpeado, que está muy lastimado, pero nada nuevo.
—¿Nada que pueda estar hoy desencadenando estos síncopes?
—No. No, no encontraron. Me atendieron muy bien y fueron muy rigurosos en todos los chequeos. La cuestión sería ver a ver qué me pasa con algo que yo tenga puesto en movimiento durante todo el día y que me obligue a hacer ejercicios de fuerza, que no he hecho. Pero yo no sé. Mirá, a veces pienso para qué me voy a poner a averiguar, a ver si me dicen… No, mejor no.
—Mientras tanto, ¿tenés que tomar alguna medicación?
—Sí.
—¿Cuántos episodios tuviste?
—Tuve cuatro, y un mes después tuve tres, también seguidos. El único problema fue que el tercer episodio que tuve en el día que tuve cuatro en 20 minutos, fue yendo a buscar un vasito de agua para Adriana. Y ella me vio caer.
—Mi amor…
—Y además se rompió el vaso. Hizo más lío que otra cosa porque es impresionante: te desmayás y a los tres, cuatro segundos, supongo, ya estás… No he sentido en ningún momento que pasara ningún tiempo. Entonces, te levantás medio aturdido pero decís: "Bueno, estuve a punto de morirme, y no me morí".
—Llega a haber una pérdida de conciencia que es absoluta, aunque sea corta.
—Sí, pero muy corta. Sí, sí…
—No sabía que lo que te pasó en España también fue un síncope.
—Esto que ves acá, esta cicatriz, fue la destrucción de todos los huesos de la cara. Un síncope vasovagal, y este es un consejo para los hombres que cumplen a partir de los 50 años, me lo dijo el médico: "Las mujeres son sabias, hay que hacer pis sentados después de los 50 años".
—¿Te asustaste?
—Cuando la vi a la enana cerca, sí, uff, mucho.
—¿Paula no estaba?
—No, no había nadie; estábamos ella y yo, nada más. Imaginate que con todo el peso de mi cuerpo me hubiese caído sobre ella, o ella hubiese intentado agarrarme en el momento en que me caía… No, por Dios.
—¿Y ahora estás más tranquilo o estás asustado?
—Estoy tranquilo, estoy expectante. Tengo que estar tranquilo porque voy a reestrenar.
—¿Tiene que ver con esto que pasó la decisión de volver a España y de estar con tus hijas?
—No, directamente no. Lo que tiene sí es un cúmulo de tiempo que es yo me he perdido el día a día de mis dos hijas mayores durante cuatro años.
—Cayetana y María Luz.
—Y he tenido como compensación estos cinco años de Adriana. Pero aunque no sean niñas, tienen 18 y 22 años, necesitan todavía a su papá. A ver en qué las puedo ayudar y qué les puedo brindar.
—¿Ellas te pidieron que vuelvas?
—Bueno, María Luz lo exterioriza mucho. Cayetana es más reservada. Un día me dijo: "No aguanto que estés lejos". Y sí, quizás eso hace que tenga que ser más fuerte. Cayetana debutó en teatro como actriz.
—¿Duele no haber estado ahí?
—Sí. Pero ya la vi actuar dos veces. María Luz escribe, y cosas muy bonitas además. Hace sus recitales de poesía y música con amigas. Están creciendo las dos.
—Estás contento de volver, entonces.
—Tengo ganas de estar con ellas, sí.
—No tiene que ver con falta de trabajo, tiene que ver con volver a tus hijas.
—Mirá, cuando me fui, me fui obligado.
—Recuerdo que amenazaron de muerte a tu hija.
—A nadie le gusta que lo echen. Era horrible. Allá, empecé de cero otra vez. Se dio bastante bien, me trataron muy bien los españoles, me dieron oportunidades de mostrar mi capacidad. Gané muchos premios en cine, en teatro también; en televisión también gané premios internacionales, muchos. Después el accidente con la ola esa. Después el otro accidente con la cara. Operación del hombro. Separación. Todo eso me desubicó un poco. Por suerte entró Paula en mi vida y tuvimos a Adriana. Entonces, si bien ha sido muy difícil mantenernos, lo hemos logrado acá.
—¿Económicamente decís?
—Sí. Lo hemos logrado.
—A mí me cuesta entender que a un actor con tu trayectoria le cueste encontrar trabajo acá. Es una cosa muy injusta de la industria.
—Yo no creo en la justicia. ¿Por qué no trabaja el 95% de actores?
—¿No enoja en ningún momento?
—Sí, te enoja, claro; en lo personal siempre te enoja. El problema está en el techo, es que hay que llevar el pan a la casa, es que hay que trabajar para eso. Porque además yo soy un privilegiado, yo hago lo que quiero hacer.
—Trabajar de lo que a uno le gusta es un privilegio.
—Claro. Entonces, por un lado estoy haciendo teatro, no tengo de qué quejarme, me sirve para vivir .¿No puedo ahorrar? Bueno. ¿No me llaman en televisión? Bueno. ¿No me llaman en cine? Bueno. Hice dos participaciones en cine…
—El último traje fue muy premiada.
—Por eso me contrataron los españoles. Y de rebote, porque la iba a hacer (Héctor) Alterio. Alterio no pudo. La iba a hacer (Pepe) Soriano, Soriano no pudo. Y entonces decidieron saltar de generación y que alguien compusiera.
—¿Y si hacés un balance de estos cuatro años en la Argentina? Viniste con El diario de Adán y Eva.
—Estaba muy linda la obra pero la gente no respondió, no fue. Estábamos en otro momento de país, había una especie de revuelta interna. Después hice La Leona, que estuvo boicoteada por todas partes. La cambiaron de horario.
—¿El tema de ser el malo no te termina de encantar?
—A mí me gustaría ser más parecido a lo que soy, pero si me tocan esos, me tocan esos. Tengo cara de malo. Pero ese no es el problema: lo lindo es hacer bien un trabajo, y yo la pasé muy bien en La leona, muy, muy bien. Hice un buen trabajo, la pasé muy bien con mis compañeros, e hicimos un ciclo que fue brillante de bueno. Pero se ve que había un condimento político. En esa ocasión estuvo a destiempo. Si hubiera estrenado siete meses antes, otra hubiera sido la historia.
—Vos te animás a decir cuando no te convocan; pocos actores se animan a decir eso.
—Sí.
—Como si fuera algo que no se puede contar, que está mal.
—La lepra. Bueno, no, es verdad. Yo no compito con nadie, sé que hay muy buenos actores de mi edad, mayor edad mía, menor edad mía y de la misma edad mía. Pero algún huequito me hubiese encantado encontrar. Hay muchas cosas que sí tengo claras: de 50 años de profesión, hace 40 que no trabajo en Canal 13, por ejemplo.
—¿Y por qué creés que pasa eso?
—Y… debe ser por el número de la yeta, qué sé yo.
—¿Pero hubo alguna pelea?
—Qué sé yo. Una pelea no puede durar tanto tiempo, además. Para cobrarle a (Alejandro) Romay tenía que hacerle juicio. Siempre me engañaba. Y después, en el 11 (Telefe) hice muy poco trabajo. Además del ciclo La Leona, gané tres Martin Fierro haciendo trabajos con (Alejandro) Doria. Particulares ¿no?
—¿Pol-Ka no te ha convocado nunca?
—Convocado, convocado de verdad, de verdad, de verdad, de ir a firmar un contrato y todo eso no… nunca. No es un problema, ni siquiera me quiero meter con Pol-Ka ni con nada.
—Digo Pol-Ka porque es la productora que hace ficción en Canal 13, que mencionaste.
—Ellos tienen buenos actores. Yo no digo nada con respecto a eso, nada. Ya está, ya se fue.
—Y en esta vuelta a España, ¿Paula está de acuerdo? Porque ella está en un muy buen momento acá (ganó protagonismo en Argentina, Tierra de Amor y Venganza).
—Sí, ella está en el peor momento para irse de acá pero también necesita un poco pensar. Acá tenemos solo a mi hermana Mónica, a nuestros amigos, a Manuel González Gil, y punto.
—Viniste en 2015 con las elecciones, y te vas con las elecciones. ¿Te ilusiona algo?
—No quiero desilusionar a nadie pero lo que yo veo es una clase dirigente escandalosamente falsa. No quiero desilusionar a nadie, pero este país está políticamente quebrado desde los 90.
—Estas alianzas que vimos en el último tiempo, Alberto Fernández-Cristina Fernández, Mauricio Macri-Miguel Ángel Pichetto, Sergio Massa acercándose nuevamente al kirchnerismo, ¿te sorprenden?
—¿A mí? Qué me van a sorprender, si cada vez es más siniestro el juego. Si se quiere desmontar cualquier tipo de ideología no hay más que hacer este tipo de cosas. Este es un país que debiera significar vida para todos, porque tenemos de todo, no pertenecemos a los países de monocultivo, a los países sufridos de África, a los países desérticos, un país que puede generar de todo, que da de comer a 500 millones de personas en el mundo, es incapaz de mantener feliz a su gente. Y si uno sintiera que estos señores de la clase dirigente son tan pobres como los demás… pero a los señores de la clase dirigente, cada vez que se les abre el prontuario tienen de todo. Entonces sí da lástima, claro que sí. Este país tuvo otros sueños…
—Hace poco dijiste que extrañás este país cuando estás acá.
—Claro, yo viví otro país y he vivido en un país completamente diferente. Con siempre sus idas, pero que me compare a don Arturo Illia con cualquiera de estos señores, o el mismo (Raúl) Alfonsín con cualquiera de estos que han pasado y desguazado el país. Hay cosas que no puede tolerar. La sociedad no debe tolerar que un ministro de Cultura y Educación diga: "Me cagó en la ética". La sociedad no puede tolerar que el primer ciudadano del país diga: "Y… si yo no mentía no me votaban", con los jubilados, con los estudiantes, con los… "¿Pero usted mintió?". "Sí". Y que a la gente le dé lo mismo. Y que ese señor esté 30 años amparado por sus fueros, y serán otros 300, hasta que llegue a momia, amparado por sus fueros, hay algo que la sociedad no puede perdonar. Una sociedad así es suicida. Y hay mucha gente capaz.
—¿Qué nos pasa? ¿Creés que perdonamos, que nos resignamos?
—Mirá, 40 años de tapas de revistas acá y te vas a enterar de cómo evoluciona la vida. ¿Qué nos pasa? No sabemos decir no. Estamos acostumbrados a la coima. Arrebato: vienen dos en moto y se estila acá, ahora, que te pongan la navaja en la panza. Pasa todos los días, en todos lados.
—Festejamos la desgracia con suerte.
—Claro. Hemos perdido educación. Hemos perdido ganas de convivir. Hemos perdido gusto por la belleza, y en cuanto aparece algo bello lo destrozamos, lo pintamos, lo hacemos grafiti, y si podemos, le hacemos agujeros. Y si es madera, le tiramos un nido de termitas a ver si aguanta. No sé por qué es así, pero es así.
—¿El teatro sigue dando placer?
—Sí. Cuando ves que terminaste la función, que no te pasó nada en la salud, ni nada por el estilo, que te dejó estar contento con el público, sí.
—¿Te da miedo que algo de lo que está pasando con la salud afecte? ¿Uno se sube distinto al escenario?
—Yo, por subirme, al escenario venzo cualquier miedo, aunque lo tenga, no importa, eso no importa. Digamos que miedo al escenario no le tengo ninguno, me encanta el escenario, pero…
—Pero hay un okey médico ahora para volver a hacer estas ocho semanas de Doble o nada.
—(Silencio)
—Paula está de acuerdo porque va con vos.
—Sí, lo que vio Paula es que yo necesitaba… No es lindo tener a un señor tan mayor en la casa lavando platos, lavando ropa, lavando el piso.
—Te puso a trabajar.
—Yo lo hago igual.
—No, te puso a trabajar fuera de casa: no te aguantaba más adentro.
—Sí, sí (risas). Exacto, sí, sí.
—¿Van a venir de visita?
—Y sí, seguro. La ventaja que tiene el irse es que uno puede volver, así que sí, sí. Y si se cansa de mí Paula seguramente me van a tener por acá (risas).
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