Lo mejor de la ceremonia de los premios Martín Fierro es que, sin dudas, revalida todos los títulos de la televisión abierta, porque su transmisión sigue siendo uno de los programas con mayor audiencia del año. Anoche, con picos de 25 puntos, quedó demostrado una vez más que -además del merecimiento y las distinciones- este galardón aumenta el encendido de la pantalla, vende avisos, factura y es un negocio para el canal que lo transmite. Dicho ésto, y sumando que el medio televisivo merece su gran fiesta, analizamos las particularidades de la ceremonia que anoche puso al aire Telefe.
Para comenzar, en la lista del debe está la Alfombra Roja. No parece encontrar demasiado sentido armar un programa de dos horas cuando los invitados se agolpan todos juntos durante los 20 minutos previos a la ceremonia. Es lógico. ¿Quién iría dos horas antes a un evento que dura otras cuatro? Pero el canal que tiene los derechos quizás podría ejercer mayor presión sobre sus figuras para que lleguen antes y hagan el show con los conductores. Aunque sirve para ir calentando la pantalla -ya estaba en más de 12 puntos pasadas las 20 horas- se hace tediosa y con poco para mostrar, excepto en su tramo final.
Ya en el programa central, la cosa se fue poniendo interesante de a poco. Se sabe que los primeros premios que se entregan son para ir avanzando hasta que llegan todos los famosos y empiezan con las nominaciones más competitivas. Pero, a diferencia de otros años, los discursos largos y aburridos del comienzo se repitieron -salvando excepciones- casi toda la noche. La regla es de oro: cuanto más desconocido es el que está en el atril, más tiempo habla, nombrando familiares y hasta al perro. Este año se les fue la mano como nunca. Fue la transmisión con discursos más extensos que se recuerde, a no ser por aquel de Don Alejandro Romay, Zar de la tele, que fue tan largo como delicioso. El caso más notorio fue el del querido Antonio Grimau quien ganó por su soberbia interpretación de Sandro. Kilométrico.
Pero los discursos del Martín Fierro no son lo que eran. Por suerte estuvieron Carla Peterson, Lizy Tagliani, Maite Lanata y Roly Serrano, acaso los que despertaron los mayores aplausos y protagonizaron los mejores momentos de la noche. Discursos jugados, valientes, potentes, comprometidos y con sangre corriendo en las venas. Nunca se había visto, en la historia del premio a un ganadora "indignada" porque su compañera de terna haya perdido, como pasó con Peterson cuando le ganó a Nancy Dupláa: hasta ella sabía que su compañera lo merecía más.
(Video: El discurso de Carla Peterson en los Martín Fierro 2019 – Telefe)
Pero salvando esos momentos esporádicos, la letanía fue marca registrada en la ceremonia. Marley cumple con oficio una tarea extensa, y tal vez un/a co-equiper conduciendo con él hubiera hecho todo un poco más divertido. El animador todoterreno de Telefe -que ganó justamente por su labor como conductor, merecidamenrte- es infalible en sus coberturas por el mundo, haciendo uso de su modo torpe y divertido, descontracturado. Puesto de maestro de ceremonias, queda lejos de su personaje más efectivo. Verónica Lozano a su lado, por ejemplo, o Florencia Peña, hubiesen permitido un juego que resaltaría la conducción.
El despliegue de la transmisión fue importante, con cantidad de cámaras, una imponente imagen de dron desde los techos vidriados del hotel Hilton; más las presentaciones desde exteriores. Pero por momentos se veían planos de gente desconocida, o imágenes descolgadas de lo que estaba pasando; o cuando Marley mencionaba a alguien, se tardaba en mostrarlo en plano, con la consabida dificultad que significa encontrar a los famosos en semejante salón y entre 600 personas. La ausencia de muchas figuras obligó a tener que ver al menos siete u ocho veces a Stefi Xipolitakis -a quien Roberto Funes Ugarte confundió con su hermana Vicky en la alfombra roja-, simpatiquísima y bella, pero no precisamente una cara representativa de nuestra televisión.
El episodio del video, con las imágenes de los artistas que nos dejaron el último año y con la ausencia de 17 figuras, marca que hubo falencias técnicas -¿de dirección? ¿de edición? ¿ambas?- que se vieron reflejadas durante la noche. Claro que seis horas en vivo entre alfombra roja y ceremonia pueden tener estas dificultades.
No fue fácil contentar a todos. Pampita, por ejemplo, estaba sentada en la mesa de ShowMatch junto a Marcelo Tinelli, pero su novio Mariano Balcarce no estaba a su lado sino en la mesa de la productora Kuarzo junto al equipo de Cuestión de peso. Nacho Viale y el equipo de Mirtha Legrand fueron a parar a las mesa 44, que se ubicó en primera fila pero en la punta al lado de la pared.
Por último, y aunque suene repetido, sigue siendo tan feo de ver por la tele como estando en el hotel, cómo un grupo de 600 personas en un enorme salón lo único que hace es moverse, caminar, levantarse de su silla, hablar y comer, prestando atención solo por escasos momentos. La sensación -sobre todo para el publico que lo ve por la tele- es que a nadie le importa nada lo que pasa arriba del escenario, salvo cuando gana el que le interesa o debe poner cara de circunstancia frente a un discurso emotivo o el recuerdo de los artistas fallecidos. Nuestra farándula no escapa a ser el espejo de la sociedad. Todos estamos en otra cosa mientras la vida pasa por el costado.
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