La confesión del actor de musicales Fernando Dente -"Soy hijo de un cura"- la última semana en revista Gente, despertó en su entorno una guerra familiar con sus hermanos. Tomás, que es periodista y conductor de televisión, prefirió el silencio para contrastar con la catarata de palabras de su hermano menor, con quien casi no se habla. El enojo está ligado a que algunas de las declaraciones de Fernando incluyen la historia de su padre de crianza y padre real de sus hermanos mayores, quien era un hombre extremadamente violento. En tren de confesiones, el menor de los Dente contó cosas que el resto de la familia prefería no ventilar.
De algún modo, Fernando Dente se recibió de famoso con la polémica tapa y sus dichos. No es que no lo fuera antes: protagoniza el musical Aladdin, tiene miles de seguidores en las redes sociales, hizo un paso exitoso por el Bailando de Marcelo Tinelli, graba una tira para Disney y está en pleno ascenso. Tiene un promisorio futuro y sabe tocar la tecla cool que abre tantas puertas en este medio, diferenciándose de su hermano Tomás, quien se dedica al mundo del chimento, tan amado y odiado, ese que la hipócrita cultura mediática hace de cuenta que no mira, excluye de marcas y eventos, pero consume a raudales.
¿En qué momento una figura del mundo del espectáculo trasciende al nivel modo crucero de la fama?, ¿Cuándo se atraviesa la bisagra para entrar en la fase plus, en la tarjeta black de la trascendencia y la popularidad? Probablemente el día que se arroja la honra a los perros. Suena demasiado categórico, pero las concesiones que se hacen para ser tapa de revista y decir algo que coloque al famoso en ese sitio dorado, no son pocas, y suelen lastimar a las familias, los entornos reales, los verdaderos afectos; quienes resultan ser los reales dañados por las esquirlas de las bombas atómicas del famoso.
La dinámica es simple: una nota con promesa de posible tapa, producción de fotos generosa -semi desnudo agrega puntos-, cuidada; y en tren de confesiones, hurgar lo suficiente hasta dar el título deseado, ese que puede detonar el botón de la promesa y lograr la portada tan ansiada, sobre todo cuando es la primera en la carrera de alguien. Cierto es que las revistas no se venden como agua en los kioskos, pero uno siempre las encuentra en un bar, en una peluquería o en la sala de espera del doctor. Todavía cotizan y luchan por mantener su lugar. Hacen diferencia con respecto a los medios digitales en tanto y en cuanto consiguen una producción de fotos inédita o -como en el caso de Dente- la declaración tan mentada que logrará repercusión, debate en los programas, notas sucesivas, rebote, internas y nuevas notas en base a esa que tuvieron.
Dente hizo lo correcto: contó un aspecto desconocido de su vida, propio de un culebrón venezolano de los ochenta. Hijo de un cura. Su madre en un impasse con su padre se enamoró de un profesor de catequesis de su hijo mayor, tuvieron un tórrido romance, ella quedó embarazada; el cura le propuso dejar los hábitos pero ella volvió con su marido. Hicieron un viaje de reconciliación al sur y ella volvió esperando un hijo; el menor de cuatro, pero su origen era otro. No había sido gestado en el sur sino en pleno barrio de Caballito, y el sacerdote era el verdadero padre. ¿La historia no valía una tapa de revistas? Por supuesto que sí. Fernando Dente guardaba su propio secreto y sabía que era el pasaporte a la tapa propia y al salón Vip de la fama que tanto tienta y que no escapa a cientos de famosos que una vez que abren la puerta de sus mayores fantasmas personales, se hacen un lugar privilegiado, aún a costa del sufrimiento de los involucrados en la historia, incluso de los muertos que no pueden defenderse.
Se dirá que lo hizo por él y no por los otros: necesitó exorcizar sus propios demonios y no los ajenos, su historia es suya y no de ellos. Fue sobre su "identidad" y no sobre su "intimidad", según la propia explicación que el joven actor dio después de publicada la entrevista. Nada que reprocharle. Solo el tiempo le demostrará a este actor en ascenso si cruzó la frontera correcta o no. Mientras tanto, algunos sufren en silencio y los perros comen los restos del banquete.
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