Debutó pasando música en carnavales, y cuando terminó la secundaria comenzó su recorrido radial: su primera tarea fue ordenar una discoteca de vinilos. 42 años Bobby Flores después es uno de los referentes más importantes de la industria: conduce Mirá lo que te traje junto a Héctor Larrea, dirige Nacional Rock, la FM pública, y comenzó RE, un nuevo programa sobre la actualidad musical en la televisión.
Todas las noches, junto a Trini López Rosende, Pipi Piazzolla y Camilo Carabajal, recorren la escena de la música local, regional e internacional. "Es lindo ver, cerca de la medianoche, un poco de Billie Holiday, de (Luis Alberto) Spinetta o de Peter Gabriel", invita su conductor.
—En una charla que tuvimos en este estudio, en 2016 te pregunté: "Si charlamos en cinco años, ¿cómo te voy a encontrar?". Y vos respondiste: "En Bit Box y en alguna otra radio". ¿Que pasó?
—Capotó. Nos llevó puestos la situación. En Bit Box la artística ambiente era brillante, pero financieramente no, y la radiofonía está así. En otro momento eso hubiera sido crecer todo el tiempo; pero acá, como está todo, no.
—¿No hay mercado?
—No. Esta no es una ciudad para tener veinte FM. Tampoco podés tener cinco canales de aire. En Nueva York hay dos, tres. En Brasil hay dos, que son mercados un poco más grandes. Se había desmesurado la oferta.
—Lo que decís atenta contra vos mismo.
— Sí. Y por eso te digo, porque sé de qué hablo.
—¿Pero se achicó el mercado por una cuestión de crisis económica o porque crecieron otras opciones? Porque es verdad, hay cinco canales de aire, pero se multiplicaron las plataformas de streaming. Lo que manda es el contenido, más allá de dónde esté puesto.
—Sí, sí. Pero también vienen nuevas generaciones. Tu hija no va a tener radio, televisión y tocadiscos en la habitación, va a tener una pantalla. Y eso es inevitable. Yo veía televisión, y si a las 8 de la noche había un programa, todos dejábamos de jugar y corríamos para ir a verlo. Hoy ya eso ni lo piensan: lo guardan y lo ven cuando tienen tiempo. Hay gente que mira una serie toda de un saque, ve 13 capítulos en un día.
—Vos, ¿cómo mirás?
—No le doy mucha pelota. Yo prendo la tele, levanto la vista al cielo y digo: "Gracias Dios por el fútbol". Veo la NBA, veo fútbol, eso sí. Eso capaz que sí me pongo a mirar un partido.
—En tu casa se escuchaba más música que televisión.
—Sí, sí, pero ya de grande con mi hermano dominábamos el televisor y la radio. Había como una cosa de estar pendiente de qué había, qué salía. Hoy aparece algo en la tele, aparece algo en la radio o aparece algo en el streaming, y te enterás o no, y no te jode mucho porque podés reponer, podés editar vos mismo. El final de los canales de música en la televisión fue YouTube. Ese fue un tiro en la garganta.
—¿Ahí pasó?
—Claro. Ya no necesitabas que viniera uno y te mostrara un video con un boludo en la pantalla que te explicaba lo que estabas viendo, haciéndose el gracioso. No es poner un boludín en la pantalla, un lindito o lindita, y con mucha afectación te presentaba el último de U2 como si te estuviera presentando la piedra filosofal. No, no. En YouTube te ahorras todo eso. Te ahorrás al boludín ese.
—Claudio Zuchovicki me dijo en alguna nota: "A todas las profesiones les llega su Uber".
—Y… sí. Yo fui disc jockey toda la vida y se murió. Una cosa que es un dinosaurio.
—¿Cuándo fue la última vez que pasaste música en una fiesta?
—Hace cinco años. Ya no se necesita un un disc jockey. Hoy el DJ es una especie de muñeco, una especie de músico medio estándar, no se me ocurre la palabra, pero no llega a ser Pappo, que tiene una destreza o algo. Y no es tampoco el disc jockey que venía con una valija de discos y se escondía en un rincón del lugar y ponía música para que todos bailen y se diviertan. El DJ oscila entre esa cosa: es una especie de boludín de la televisión de cable que está ahí y la gente… Nada.
—¿Hay un Figuretti?
—Sí, muchos. Cuando vi eso me retiré. Yo conozco a Lata Liste, el hijo del dueño de Mau Mau. Y me decía mi querido Josecito que el padre decidió cerrar Mau Mau el día que vio que uno le apagó en el pucho en el brazo del sillón. Ahí dijo: "Esto ya no, se perdieron todos los códigos". Yo me retiré el día que estaba poniendo un tema de Jamiroquai y vino un chiquito, un joven de los que estaban participando de la fiesta, y me dijo: "¿Podés poner música para bailar?". Te juro, estaba poniendo el último de Jamiroquai. Ahí me apagaron el pucho en el sillón.
—Tenes tres hijos, Clementina (26), Benicio (14) y Astor (ocho años). Como un papá que conoce la noche, las fiestas y demás, ¿qué te pasa con un hijo entrando en la adolescencia?
—Siempre pasó de todo a la noche. Lo que pasa es que antes no se sabía. Yo soy disc jockey desde los 16, 17; mi viejo ni sabía qué había. Yo veía cosas que ni sabía qué eran.
—¿Algo te asustó?
—Sí, la cocaína.
—¿Por qué?
—Porque veía lo que pasaba con la gente grande que tomaba cocaína. Los veía estropeados.
—Y tú relación con la cocaína, ¿cómo fue?
—Nada. Ya vi dónde es que termina. Nunca me vinculé con la cocaína. Viví los 80 y no veía nada bueno. Tampoco es que hacía proselitismo contra nada. Por mí… Pero no veía nada bueno. Hoy, a los 60 años, me doy cuenta de que fue una de las mejores decisiones que tomé.
—Menos mal.
—Tener esos cagazos… Sí, sí. Eso me protegió mucho.
—Hoy, el aire lo disfrutás con Héctor Larrea. ¿Todavía se puede aprender, después de tantos años?
—¿Con Héctor? Sí. Héctor es un maestro de la vida. Tiene 80 años. Va todos los días a la radio con una pila de discos que juntó la noche anterior en su casa. Y todos los días hace un programa diferente. Hace 60 años de eso. Yo estoy con él, y a veces me doy cuenta de que se olvidó de algo que iba a decir, pero veo por dónde sale y digo: "¡Que grande!" (risas). No era lo que me dijo a mí que iba a decir hace diez minutos. Eso aprendés todo el tiempo: a sacar palabras de una piedra.
—¿Cómo da el balance de director de Nacional Rock?
—Ya estamos en el tramo final de la gestión. Estoy muy contento con la radio que se ha hecho. Se han generado muchas cosas en esa radio. He tenido a músicos como Juanchi Baleirón, (Antonio) Birabent, Iván Noble, Juanse, que ya habían tenido su experiencia y hoy son conductores, a los que podés poner en un magazine de televisión tranquilamente.
—Y hallazgos como Felipe Colombo.
—Felipe debutó. Pipi Piazzola debutaba en la radio. Los Decadentes debutaron en la radio. Nito Mestre había hecho radio hacía 40 mil años, y volvió. Todos han hecho sus programas, muy lindos cada uno en lo suyo. Willy Crook hizo un programa genial. Fue una programación que se hizo de cero.
—¿El resultado en tu mirada es absolutamente positivo?
—En lo personal, sí.
—¿Te trajo algún dolor de cabeza dirigir un medio público?
— Sí. Sí… Sí. Mucho tiempo perdido. Ocupar mucho tiempo en cosas, desde atender propuestas de sindicatos o reclamos sindicales hasta pelear con un presupuesto. Yo gasto en un año lo que una radio de primer nivel gasta en dos meses.
—Cuando vos comenzabas esa gestión nos dijiste: "Nadie viene a Nacional Rock ni en la gestión ni a conducir un programa con intención de hacerse millonario. No es un tema económico sino de ganas de estar ahí".
—Sí. Es así. Nadie vivió de Nacional.
—¿Vos perdiste plata por estar en Nacional Rock?
—Sí. Yo pertenezco a esa gente que llega a la función pública y sale más pobre. No tengo auto; me lo robaron hace un mes.
—¿Qué pasó?
—Me robaron el auto. Están las cámaras (de seguridad): se lo llevó un señor que entró mucho mejor que yo al auto. Entró como si fuera de él, y se lo llevó a las 4 de la tarde. Venía de buscar al nene del cole, lo cambiaba, le di la leche; cuando lo cambio para ir a fútbol no estaba el auto. Después miramos las cámaras: entró un tipo y se lo llevó. No lo pude reponer.
—No puedo evitar acordarme del robo anterior que vivieron. Fue muy violento. Y pienso en como nos acostumbramos a decir: "Bueno, fue una desgracia con suerte, no estaba ninguno, no pasó nada".
—Obvio. Eso me dijo la Policía.
—¿Eso te dijo la Policía?
—Sí. "Bueno, por un auto de estos…". Aparte era un auto que valía nada. Acá te matan por una bicicleta, por unas zapatillas. Acá naturalizamos, esto es lo más… Yo no siento vergüenza ajena porque no tengo esa empatía, pero acá hemos naturalizado que los (hinchas) visitantes no vayan a la cancha a ver a su equipo, y así y todo, hay quilombos.
—Estamos viendo últimamente muchos actos de crispación y de mucha violencia en la calle: autos mal estacionados que terminan rayados, situaciones de linchamiento. Hay una cosa entre el enojo y la justicia por mano propia que es muy peligrosa.
—Sí, pero también porque la ciudad te trata mal. Hay un montón de gente que está haciendo cosas por la ciudad que son buenísimas, pero en otro punto también te sentís maltratado. Te levantás a la mañana y no sabés si te va a alcanzar la guita que tenés en la billetera, si tenés que ir al Banelco a buscar más, o no. Esas cosas nos hacen una sociedad totalmente enferma.
—Poder seguir trabajando de lo que a uno le gusta es una gran fortuna.
—Sí, porque también hay gente de bien. Hay mucha gente que hace las cosas bien. Y mucha gente noble, humilde, honesta. En los medios, en las fábricas, en el deporte y en todos lados. Creo que acá el problema es más endémico: Buenos Aires es una ciudad que se fundó y se hizo grande, muy grande, muy importante, sin tener campos, sin tener universidad, sin tener el oro del Perú. Buenos Aires se hizo grande porque tenía una aduana y como llegaban los barcos acá le afanaban la mitad de las cosas para que puedan entrar y después las iban a vender a la Plaza de Mayo. Entonces, ¿qué esperamos? Si nos descubrió esa gente.
—¿Seguís sin tener ahorros?
—Lo sigo a Confucio: el ahorro es la falta de fe en la providencia. Yo confío en la providencia y la providencia me provee. La providencia es un estudio teológico, no es bíblico.
—¿No te ha fallado nunca?
—No, la providencia no falla si tenés fe.
—¿Tu mujer está de acuerdo en esta mirada de la providencia?
—No (risas). No está de acuerdo en nada. Pero es mi vida, tengo 60, viví toda la vida así. También, mi primo tenía muchos ahorros en el 2001 en dólares, mucho ahorrado. Y volvió conmigo (risas).
—Decias que aprendés de Larrea. ¿Te gusta enseñar a quienes trabajan con vos?
—Yo no doy órdenes y no doy consejos. Eso me preserva siempre. Confucio decía: "El buen príncipe es aquel a quien no le obedecen órdenes sino le cumplen los deseos". Yo me manejo en ese punto: no doy órdenes y no doy consejos. Solo si alguno viene y me dice: "Che, estoy…". Bueno, para algo muy puntual capaz que te puedo dar una pequeña ayuda, pero nada sistematizado.
—Te lo pregunté en 2016 y te lo pregunto hoy: si charlamos en cinco años, ¿cómo te encuentro?
—Muy feliz y reposado.
—¿Con ahorros o seguís con Confucio?
—Con un auto como la gente.
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